Retrato de Antonio Machado. Joaquín Sorolla
Meditaciones rurales:
Campos de Castilla. Antonio Machado
El nuevo profesor de francés, aún mustio el corazón, “oye cantar los gallos de la aurora” un día cualquiera de soledad del primer invierno en Baeza. Se refugia en sus libros para lamerse las heridas que deja la ausencia. Se descubre acorralado y dolido, en guerra con el tiempo que nos derrota:
[…]Era un día
(tic-tic, tic-tic que pasó
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.
Pero ni se da por vencido, ni se resigna a su confinamiento en Baeza, le agobia el abandono interior. Se resiste a perderse en el naufragio de la España rural. Quiere romper la cadena del tiempo, escapar del yugo que nos unce a la tierra y nos esclaviza, como el gallo saltar las bardas de su corral, ganar la inmortalidad a través de la poesía:
este yo que vive y siente
dentro la carne mortal,
¡ay! , por saltar impaciente
las bardas de su corral.
En efecto, Machado abre el poema con una presentación de sí mismo, a modo de monólogo dramático, en la que nos informa del traslado de Soria a Baeza. Ahora ya es profesor, antes solo maestro y aprendiz. El pasado, un paréntesis. Como si quisiera quitarse de encima la pesadumbre que le abruma:
Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber,
aprendiz de ruiseñor)
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y manchego.
Invierno. Cerca del fuego.
Retrato. Vázquez Díaz
Hilvana el poema al fluir del agua constante de un día lluvioso, motor y origen de la vida. Refleja el diferente beneficio de su presencia sobre el campo y sus pobladores, ello le otorga una indudable unidad temática a la par que vivacidad a la composición. Se siente fascinado por el poder de la lluvia, como si la quisiera atrapar para explicar la existencia a través de ella. Se une al coro que ora, pidiéndola cuando falta, mirando hacia arriba para entoldar el cielo de nubes cargadas de lluvia:
Fuera llueve un agua fina,
que ora se trueca en neblina,
ora se torna aguanieve.
...........................
Llueve, llueve
tu agua constante y menuda
sobre alcaceles y habares,
tu agua muda,
en viñedos y olivares.
.............................
¡Llueve, llueve; tu neblina
que se torne en aguanieve,
y otra vez en agua fina!
¡Llueve, Señor; llueve, llueve!
............................
Señor, ¿no es tu lluvia ley
en los campos que ara el buey
y en los palacios del rey?
¡Oh agua buena, deja vida
en tu huida!
...........................
Agua del buen manantial,
siempre viva,
fugitiva;
............................
Mi paraguas, mi sombrero,
mi gabán... El aguacero
amaina... Vámonos, pues.
.............................
—La cebada está crecida.
—Con estas lluvias...
Y van
las habas que es un primor.
—Cierto; para marzo, en flor.
Pero la escarcha, los hielos...
—Y, además, los olivares
están pidiendo a los cielos
agua a torrentes.
—A mares.
............................
En otro tiempo...
—Llovía
también cuando Dios quería.
Antonio Machado encuentra a menudo en una pequeña anécdota u observación de la naturaleza que le rodea el desencadenante de su reflexión lírica que suele terminar con su visión personal, la expresión del yo poético:
Invierno. Cerca del fuego.
Fuera llueve un agua fina,
.............................
En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y medito.
Algo similar ocurre en el diálogo con el reloj que le toma el pulso a los vivos, acortándole lo que les resta por vivir a cada latido. Se vale de la máquina de medir el paso del tiempo que gana todas las batallas para darle vueltas a la traición, el sindiós de una desaparición inesperada y cruel:
Clarea el reloj arrinconado,
y su tic-tic, olvidado
………………………………………
Termina el razonamiento del hilo argumental con la expresión del dolor que aún le atenaza como una "llaga de amor en su ser":
(Tic-tic, tic-tic... ) Era un día
(tic-tic, tic-tic) que pasó, y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.
Un clamoreo de campanas y de ventanas azotadas por la lluvia nos lleva a la lucha que se libra en la conciencia del poeta: fe y razón, querer y no poder. Creer, creer, creer es el grito desesperado del que quiere creer y que deja el relato en su punto álgido al anochecer de un día lluvioso y gris.
En mitad del tono nostálgico, no exento de un cierto aire de misterio que recorre el poema de principio a fin, Machado presenta su respeto a don Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca. Incluso se entretiene en rimar Unamuno, rey de los hunos, con uno y tuno. El humor necesario para embarcarnos en cosas serias, su viaje por los estudios de filosofía de Kant y Bergson que encuentra el libre albedrío dentro de su mechinal. No está mal.
"Son casi las 6
como cada mañana
y la cabeza me da vueltas de campana.
La vida huele a serrin
y a sueldo de camarero
y las demás blasfemias me las dejo en el tintero.
Y desafina
un nido de ruiseñores,
pero tu tranquila, ya vendrán tiempos peores".
Sabina
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
6 comentarios:
Me alegra ser la primera en comentarte, Pancho. Me gusta esta selección tuya que acompasa el tiempo del duelo con el sonido del reloj.
Estoy de regreso ya de mi viaje y luego vuelvo a tu casa leer todas las entradas anteriores que has publicado de Machado, tal como lo hice con la lectura anterior. Ahora voy saludando a todos los amigos que son muchos.
Besos
Has dado con una de las claves: el ritmo (el fluir del agua, las campanas), hay un ritmo tan natural y poderoso en Campos de Castilla que crea, por sí solo, una de las mejores líneas de la poesía española...
Esa campana, ese reloj...el ritmo del corazón de Machado. En Baeza, no va solo el que llora, lleva a su dolor por compañía, Rosalía dixit. Solo en sus clases, en ese pueblo andaluz con trazas de manchego, entre olivares coloridos que ahora le resultan extraños.
No soportó Soria ni un día más, en pleno agosto pide traslado, con lo difícil que era, y es, mover la burocracia ese mes. Profesor de lenguas vivas, poeta enamorado al salir de clase. Vivir el duelo en un pueblo extraño. Traducir todo eso en poesía, qué tormento el de esa campana, el de ese reloj.
Gran retrato el de Sorolla, con gesto napoleónico...Una gozada de entrada.
Besos
La lluvia, el fuego, el reloj se hacen realidad acompañados de esta lectura.
Gracias. Un abrazo
Esa lluvia,
ese sonido repetitivo,
esa rutina vacía,
vacía de contenido
Un abrazo Luz
Buenos días, pancho:
Pensé hacer una entrada con este precioso ‘Poema de un día’, pero desistí, por lo mucho que ocupaban sus 203 versos.
Tú lo has resuelto de maravilla.
Leo en mi libro: ...”los 78 primeros versos con los dos títulos y el subtítulo’Fragmento’ “
Las ilustraciones y enlaces estupendos y de agradecer.
En la fotografía “a principios de 1913”, el rostro de D. Antonio aparece herido por el rayo, y... en el dedo su anillo.
En el retrato pintado por Sorolla, (dic.1917), con la mano en el pecho, quizá tratando de contener su corazón, ...vagando, en sueños...
Abrazos.
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