domingo, 28 de noviembre de 2021

Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín (y 2) Federico García Lorca. La balada de la casada infiel.

 


"Sí, sí, Marcolfa, le quiero, le quiero con toda la fuerza de mi carne y de mi alma"


Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín (y 2) 
Federico García Lorca 

CUADRO SEGUNDO 
La habitación de don Perlimplín es un coladero, tiene seis puertas y una cama grande, aristocrática, con dosel rematado por un penacho de plumas. La noche de bodas la casa se “llena de rumores secretos y el agua se entibia ella sola en los vasos”. Signos evidentes de malos presagios en el universo lorquiano. 

 Aparece Belisa, arrolladora de belleza y juventud, vestida para dormir con vestido de encajes que ponen a cavilar al marido, que, medroso, le declara su amor con un “¡Yo te amo!”, tembloroso, sincero y nuevo porque le confiesa que antes no la quería. La belleza robada a través del ojo de la cerradura cuando se viste de novia le provoca un cortocircuito emocional, le hiere la garganta con un lanzazo de amor. 

 A los cinco silbidos se van a dormir y apagan la luz. Aparecen dos duendes que, entre música de flautas, echan una cortina para que no veamos lo que no debe ser visto porque pasan muchas cosas mientras Perlimplín duerme la noche de bodas. Los duendes son unos personajes metateatrales de edad indeterminada, no tienen años de vivos ni de muertos. Hacen la función de las cartelas de los comics reservadas al narrador de la historia. Los duendes se enteran de los secretos de los dos, son entes familiares, como de casa. Conocen a la pareja desde niños, una vez el duende primero fue víctima de los gatos de Belisa, como don Quijote, derrotado por un gato. 

El alma chiquitita y asustada de don Perlimplín se sublima al amanecer, cinco camelias frías se abren en las paredes de la alcoba. Cuando los duendes abren la cortina, vemos a don Perlimplín con grandes cuernos de ciervo sobre la cabeza. Cinco balcones abiertos y cinco sombreros de los borrachitos enamorados que le cantan a las enamoradas. Suenan las campanas y los pájaros de papel negro cruzan de vuelta los balcones. Perlimplín murmura otro “Amor, amor” como respuesta al reclamo erótico de Belisa, impregnado éste de indudable aliento místico y musicalidad, una muestra perfecta de la simbiosis teatral de lo culto y popular del universo teatral de Federico García Lorca: 



Herido de amor. Joan Manuel Serrat


 Amor, amor 
que está herido. 
Herido de amor huido; 
herido, 
muerto de amor. 
Decid a todos 
que ha sido el ruiseñor. 
Bisturí de cuatro filos, 
garganta rota y olvido. 
Cógeme la mano, amor, 
que vengo muy mal herido, 
herido 
de amor huido, 
¡herido! 
¡muerto de amor! 

CUADRO TERCERO 
Perlimplín y Marcolfa vuelven a abrir el cuadro escénico, situados ahora en el comedor de la casa, una mesa de pega, pintada en la pared como una última cena de Leonardo. A partir de aquí la obra presenta un desarrollo más convencional, las intervenciones de los personajes son más largas y no falta ni la manifestación de Cupido en formato de carta que entra por la ventana enrollada a una piedra. Marcolfa llora, no ha sido educada para comprender un matrimonio tan desigual, arrepentida de su contribución a una pareja en la que ella se pone los picos pardos la noche de boda. La farsa se racializa en este momento: cinco amantes pertenecientes a las cinco razas del planeta cuelgan el sombrero en la alcoba nupcial a las cinco en sombra de la noche. 

La obra se reafirma así como una farsa, igual que no hay quien se crea que la zapatera estrangule al zapatero (a menos que uno se crea sus propias mentiras), FGL le pega la vuelta al calcetín: en lugar de que la infidelidad quiebre el status quo de la convivencia, siempre difícil, aquí hace de electroshock: Perlimplín pone en marcha la maquinaria bien engrasada de la imaginación, nutrida de lecturas, a trabajar en su interés. 

Belisa habla sola, usa parlamentos largos cuando su marido está ausente. Cambia los imperativos breves y cortantes como “dame, quita” que se le dirigen a un perro para que obedezca: “Sit, come, up, down” por discursos largos bien hilados. 

Una carta enrollada a una piedra corta el aire, entra por el balcón y la recoge Perlimplín. Belisa le exige que se la dé sin leerla. Pasa de histeria furiosa a implorar. Sólo cuando la ve llorosa, cede y se la entrega. Aquí empieza Perlimplín a saber que podrá domar a la potra salvaje. Es el domador que toma las riendas de la situación. Finge humillación, la quiere como un padre porque ya es viejo: “Yo sé que tú le amas... Ahora te quiero como si fuera tu padre”. La carta dice que la quiere, quiere su cuerpo blanco estremecido y ella quiere conocer al joven que la quiere, pero no se deja ver. Perlimplín, trascendido de amor, se vuelve sublime y misterioso: “Como soy un viejo, quiero sacrificarme por ti. Esto que yo hago no lo hizo nadie jamás. Pero ya estoy fuera del mundo y de la moral ridícula de las gentes”. Cae el telón. 

CUADRO CUARTO 
Los hechos ocurren en el jardín arbolado de la casa de don Perlimplín, en algún lugar meridional porque tiene cipreses y naranjos, símbolos de muerte y amor. El teatro sale al cielo abierto para anunciar algo nuevo, celebrar el triunfo del amor verdadero a través de la inmolación. Perlimplín y Marcolfa abren el cuadro de nuevo, dialogan sobre el recado que tenía de advertir a Belisa que el joven de la capa roja aparecerá en el jardín a las diez de la noche. Belisa se queda besando apasionadamente sus hermosas trenzas de pelo y encendida como un geranio. 

La música vuelve a sonar en uno de los momentos culminantes de la obra. Perlimplín canta como se canta un salmo: 
¡Perlimplín no tiene honor! 
¡No tiene honor! (Cántese como cantan los aficionados al futbol. “Fulanito, échale huevos…” ) Adiós al honor del Siglo de Oro. No estaría mal un Alcalde de Zalamea "El honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios"según FGL

Marcolfa se despide del trabajo, entre lloros, sin pedir el finiquito, incapaz de tolerar que el señor fomente la infidelidad de su mujer de esa manera. No ha sido educada para aguantarlo. 

Perlimplín oye cantar otro reclamo erótico de la fogosa Belisa desde detrás de unos rosales: 

 Por las orillas del río 
se está la noche mojando 
y en los pechos de Belisa 
se mueren de amor los ramos. 
 
Se mueren de amor los ramos. 
 
La noche canta desnuda 
sobre los puentes de marzo. 
Belisa lava su cuerpo 
con agua salobre y nardos. 

Se mueren de amor los ramos. 

 La noche de anís y plata 
relumbra por los tejados. 
Plata de arroyos y espejos. 
Anís de tus muslos blancos. 

Se mueren de amor los ramos.
 
Un coro de voces y el mismo Perlimplín le hacen la segunda voz. Un poema que encaja perfectamente en el Romancero Gitano, usa los símbolos vegetales de los nardos y los ramos que simbolizan y anticipan la tragedia que se avecina y la luna como noche de anís y plata: la muerte abrazada a los pechos de Belisa

El joven esquivo de la capa roja va y viene por el jardín. Perlimplín aparece y le pregunta a su mujer si aún espera al joven, él le asegura que vendrá, su triunfo será que ella lo quiera. Él la ayudará, atravesará el corazón del joven para que nunca la abandone. La amará con el amor infinito de los difuntos y él se liberará de la pesadilla de su cuerpo grandioso. 

Entre los ramos emerge el joven de la capa roja dejando un rastro de sangre en el jardín porque lleva el corazón rajado por un puñal de esmeraldas. Al descubrirse, el hombre malherido es el viejo Perlimplín que acaba de matarlo y al darle muerte se mata a sí mismo porque no puede amar a Belisa, la bella, sino a través de los “músculos jóvenes y labios de ascuas” del joven de rojo. Le pide que ya que tanto le ha querido le deje morir del todo abrazado a su cuerpo, a los pechos de Belisa. Perlimplín es alma y Belisa es cuerpo. Perlimplín, de natural apacible, se da un “mordisco de jabalí”, termina con su doble vida de amante y marido a la vez. Una vez que consigue que su amor sea correspondido, considera que la venganza está consumada. Cae el telón mientras las campanas voltean a resurrección. 

La balada
de la casada infiel,
demasiadas
cosas por aprender,
el portero
de la Puerta del Sol,
el cartero
de tus cartas de amor,
el primero
en sacarte a bailar
un vals.
Fito Paez/Joaquín Sabina





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


viernes, 19 de noviembre de 2021

Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín (1). Federico García Lorca. Viejo de mirada verde.





Perlimplín.-¿Sí?
Marcolfa.- Sí.
Perlimplín.- Pero ¡por qué sí?
Marcolfa.- Pues porque sí. 


Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín (1) 
Federico García Lorca 

Unas breves pinceladas primero sobre el mundo, las circunstancias personales del autor y el lugar que ocupa Amor de Don Perlimplín en el conjunto de su obra. 

Federico García Lorca nace en Fuente Vaqueros, Granada, el año 1898, el mismo año que Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre. Su padre, también Federico, es un labrador rico, culto, liberal, dueño de tierras y cortijos. Se dice que tuvo buena visión para los negocios y que pagaba buenos sueldos a sus trabajadores. Su madre, Vicenta Lorca, conoce la escasez y la austeridad de las familias humildes. Era maestra de aquellas que pasaban hambre y tenían que dar clases particulares a niños de familias pudientes, después del trabajo reglado, para ir tirando. Deja la profesión al casarse con el viudo sin hijos Federico García, el rico del pueblo, para dedicarse a sus labores que no son pocas en cualquier familia numerosa de cuatro hijos, dos y dos, Federico es el primogénito; los demás son Francisco, Conchita e Isabel con los que siempre estuvo muy unido nuestro Federico. Vicenta ejerce la profesión con su prole, hace de madre exigente, sobre todo con el primogénito. 

FGL crece en un entorno familiar con ambiente artístico donde se cultiva el amor al arte en su diversidad y generosa amplitud, incluyendo la música, la literatura, el teatro o el dibujo. Su tía Isabel le enseña a cantar la copla y a tocar la guitarra. “Mi infancia - escribió luego- es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón… Toda mi infancia es pueblo. Pastores, campo, cielo, soledad… Es decir, ambiente sano, alegría, juegos, canciones y correrías con los demás niños del pueblo”. 

Pasa su niñez y preadolescencia (entre 1906-1909) en una finca con mucha agua, en contacto directo con la naturaleza, entre gente acostumbrada a la esclavitud de los trabajos del campo, a doblar el lomo y trabajar con las manos para sobrevivir, sin mirar el reloj porque las jornadas de trabajo limitan con las claras del día y el atardecer. Esto le marcará y se verá reflejado en su vasta producción literaria. Será el venero del que mane su arrebatadora fuerza de creatividad volcánica. 

En 1909 la familia se instala en Granada. A los once años entra a estudiar bachillerato en el instituto de la ciudad donde presenta escasa afición a los estudios oficiales. Sin embargo, se muestra como un apasionado de la lectura, se encierra en la biblioteca de la Facultad de Letras en lugar de ir a clase a leer de todo, como había hecho antes - de más niño- en la biblioteca de su abuelo. 

Los primeros espadas de la actividad literaria en esos momentos: Unamuno, Azorín, Baroja, Rubén Darío o Antonio Machado se la dejan botando en el área, el terreno abonado para que los nuevos horizontes culturales germinen con fuerza, FGL es uno de los representantes más genuinos de la nueva sementera. A pesar de su poca disposición a los estudios reglados (en esto coincide con Ramón y Cajal y Albert Einstein que fueron Premio Nobel), Federico es un trabajador infatigable, en vista de su variada y brillante producción artística de hombre orquesta. Destaca no sólo como poeta o dramaturgo, también es un notable prosista, dibujante, músico, recitador y cantante (nunca entenderé que no se haya conservado nada de su voz grabada), excelente pianista e incluso podía acompañar a la guitarra a los cantadores de flamenco. Cráneo privilegiado, enciclopedia de conocimiento al que después de 1927 con el estreno y triunfo de Mariana Pineda reconocen por las calles, lo rodean periodistas y los lectores y espectadores le piden autógrafos. Nunca más volverá a tener problemas de salas para estrenar.  

Entre 1919 y 1929 vive en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde coincide con futuras personalidades de la cultura universal como Alberti, Dalí o Luis Buñuel cuya amistad le ayuda a no reprimir su orientación sexual por primera vez. Su simpatía arrolladora, la personalidad fascinante y su carácter extrovertido convierten su habitación en el centro de atracción de la Residencia y de Madrid. La atmósfera que se respira en la Residencia contribuye a formarle intelectualmente y a enriquecer su cultura. Como no le va el carácter de élite y señoritismo que la Residencia representa, el poeta se pierde por los ambientes populares, verbenas, fiestas de barrio y tabernas de Madrid. Rafael Alberti lo describe: “Era García Lorca entonces un muchacho delgado, de frente ancha y larga, sobre la que temblaba a veces, índice de su exaltada pasión y lirismo, un intenso mechón de pelo negro, "empavonado", como el de Antonio Camborio de su romancero. Tenía la piel morena, rebajada por un "verde aceituna". 

La homosexualidad y la dependencia económica son los ejes sobre los que giran su trayectoria vital y literaria. Siempre aspirando a dejar de ser una carga para las arcas familiares, a pesar del apoyo económico familiar sin fisuras. Su padre le apoyó económicamente en la publicación de sus poemarios y financió sus estudios, viajes y alojamiento en la Residencia de Estudiantes. Su madre le pedía cuentas, fiscalizaba sus estudios, lo comparaba a menudo con la trayectoria brillante de su hermano Francisco y opinaba sobre la conveniencia y dirección de su obra. Este conjunto de circunstancias lo espolean al trabajo para que su fuerza creativa se manifieste en todo su esplendor y que las musas lo encuentren trabajando. Se dice que no consigue la independencia económica y compensar gastos hasta el regreso de la Argentina en 1933, mediante los éxitos de Bodas de Sangre y Yerma. 

En 1932, apoyado por el ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, pone en marcha La Barraca, un teatro universitario ambulante, al que dedica todo su entusiasmo y esfuerzo en su afán de servir a la cultura. La selección de obras y la organización del grupo le da tablas en la dirección escénica y de actores, experiencia que le será muy útil en su dramaturgia. 

Según Margarita Ucelay en su impecable estudio de la obra, publicado en Cátedra, FGL ha escrito Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín en 1926, pero no se estrena hasta 1933 en el teatro Español, por el Club Teatral de Cultura completando la representación de la Zapatera Prodigiosa. Lorca los bautiza como Club Anfistora. Antes, en 1929, durante la Dictadura de Primo de Rivera, ha sufrido la incautación del texto cuando el grupo de teatro El Caracol auspiciado y agrupados en torno a Cipriano Rivas Cherif (cuñado del futuro presidente Azaña) estaba ya en el ensayo general. La policía cierra la sala Rex, donde se iba a presentar la obra, apenas una semana antes del estreno. El estreno del Amor de don Perlimplín viene rodeado de ambiente, el run run que precede a los grandes acontecimientos, precisamente debido a la prohibición y a que la censura la clasificara de “pornográfica”. La intelectualidad del momento acude al estreno, hay división de opiniones entre los críticos de la prensa. Don Gregorio Marañón se sale del estreno cuando aparece en escena Don Perlimplín coronado. “En España nadie quiere ser cornudo, hay muchos prejuicios y a los actores ¡ni en teatro les gusta ser cornudos!”, afirma Federico en una entrevista al tratar de explicar los motivos de la casi nula representación de la obra. 

García Lorca resuelve el crucigrama de la etiqueta del Amor de Don Perlimplín en la misma portada, no es fácil de resolver porque la obra tiene mucha mezcla de géneros, estilos y niveles de habla; tiene diálogo en prosa, poesía, música, canto y cante. Las incluye en el apartado de aleluya erótica, en cuatro cuadros. Indica que la obra parte de las aleluyas populares del siglo XIX que narran algún acontecimiento reciente y notable para la comunidad o la biografía de un personaje de la cuna a la tumba. El autor hace un esfuerzo por volver a la oralidad de la literatura en un intento de que el pueblo llano, con gran índice de analfabetismo, se acerque a la cultura. Se nota en la repetición de diálogos cortos y simples, pero intencionados y con ritmo para captar la atención de los espectadores, para hacerlos atractivos al público. Al adjetivar la obra como “erótica” le añade el componente de sensual y picarona que tanto atrae al género humano, animal y vegetal. 

Una “versión de cámara” significa que se adapta a su representación en un local pequeño o con aforo limitado, eatrenada por un grupo independiente de teatro al ser una obra sin mucha complejidad de montaje. Dramaturgia de cámara y ensayo. Off-off Broadway. De todas formas mejor un teatro comercial por las facilidades que ofrece entre bastidores. La obra no es tan simple de montar como pretende hacer ver el autor en la portada. 

CUADRO PRIMERO 
El autor nos presenta a los tres personajes principales: Don Perlimplín, Marcolfa y Belisa, además de la madre interesada que sale un momento para exponer las bondades de su hija en un dialogo breve con el pretendiente. En el primer cuadro se plantea el conflicto: Un hombre serio de edad madura propone casamiento a una jovencita un tanto provocadora y casquivana. Vamos viendo que el tema es el amor conflictivo que suele presentar la diferencia de edad en los matrimonios desiguales. La puesta en escena no puede ser más costumbrista y el tema más castizo, pero sólo lo es a primera vista porque el pretendiente no es un viejo de mirada verde sino un intelectual, ratón de biblioteca como lo era don Quijote que vendía las tierras para comprar libros, y la pretendida es pura provocación.


Se alza el telón y aparecen los colores verde y negro en los decorados y mobiliario, colores encendidos y fúnebres, los colores de la divisa de Miura cuando los toros se lidian en Madrid. La vida y la muerte en el escenario. Don Perlimplín, vestido de verde con una peluca blanca y su criada Marcolfa, el típico traje de rayas del servicio. Marcolfa trata de convencer a don Perlimplín de que se case porque ya tiene cincuenta y no sabrá hacer nada si ella falta. Necesita una mujer que le gobierne. Don Perlimplín le contesta que con sus libros nunca estará solo, le queda mucho por leer. Además quién le dice a él que no le matarán como al zapatero al que estranguló su mujer cuando él era niño: “Cuando yo era niño, una mujer estranguló a su esposo. Era zapatero. No se me olvida. Siempre he pensado no casarme. Yo con mis libros tengo bastante”. Belisa aparece medio desnuda en el balcón de la casa de enfrente cantando una canción que es un golpe directo a la mandíbula que lo lanza a la lona, un reclamo erótico que lo deja medio bobo y rendido a la hermosura de la jovencísima Belisa, su vecina:


Amor, amor. 
Entre mis muslos cerrados 
Nada como un pez el sol. 
agua tibia de los juncos, 
amor. 
¡Gallo, que se va la noche! 
¡Que no se vaya, no! 

Entre unas cosas y otras don Perlimplín se ve arrastrado al compromiso del matrimonio a pesar de sus reticencias porque no se le va de la cabeza el zapatero estrangulado por su mujer. FGL dinamita el teatro comercial costumbrista desde dentro, como hizo Cervantes en el Quijote con las novelas de caballería.  

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman, 
contra el niño que escribe 
nombre de niña en su almohada, 
ni contra el muchacho que se viste de novia 
en la oscuridad del ropero, 
ni contra los solitarios de los casinos 
que beben con asco el agua de la prostitución, 
ni contra los hombres de mirada verde 
que aman al hombre 
y queman sus labios en silencio. 
Pero sí contra vosotros, 
maricas de las ciudades, 
de carne tumefacta y pensamiento inmundo, 
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño del Amor 
que reparte coronas de alegría.
Federico García Lorca/Miguel Poveda




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 27 de octubre de 2021

La hora del sosiego (y2). Yolanda Izard. Soy la morsa.





"Quizá sus restos no llegaron nunca a yacer en la isla"


La hora del sosiego (y2) 
Yolanda Izard 

El arte y la literatura son bienes raros, frágiles e inestables, surgen del milagro de la vida y de los temblores de la creación humana, está en la naturaleza o es creado cuando el artista o el escritor han echado la semilla que rompe a vivir. Aguanta la intemperie como la piedra del dolmen prehistórico más sencillo o es simetría perfecta, sofisticada y efímera en las alas de una mariposa. El arte es libre, imprevisible y salvaje, nunca evidente. El arte provoca, huye de las convenciones y rigideces de mortaja; provoca emociones en el espectador, como lo hace la geometría dibujada en el aire de una verónica templada que afina los sentidos porque surge del misterio de la bravura, de la música callada del toreo. El toreo crea belleza primaria, es contrario a la naturaleza desbordante y desbordada de un volcán en erupción; el torero castiga por bajo al toro para evitar el desbordamiento de la casta. Los toros son una excepción a la racionalidad, pero es lo que nos queda de una cultura prehistórica cuya liturgia ya plasmaron los artistas primitivos en Chauvet y Altamira. La vida se gana sólo por nacer, pero se defiende en el ruedo, como Berta demuestra en la isla.


Berta piensa a lo grande al desembarcar en la isla: dormir, cantar, roturar la trasera de la casa sin maquinaria ni herramientas, trazar senderos al mar, a manotazos y arañazos, construir una acequia a ojo. Arrancar a sudar a cada azadonazo. Emprende una lucha contra la pereza y el abandono. Reflexiona sobre la dignidad y la miseria que toca con las manos. La dignidad de la limpieza para salir de la atracción contagiosa de la dejadez, aprendida de niña en una casa llena de obligaciones para sobrevivir acosada por la pobreza mientras cuidaba de su madre, gastullona que los había hundido en la desgracia de la miseria, pero orgullosa de una hija que deja hablar a la tierra. Eran tantas las obligaciones de la casa, que descansa cuando compra la editorial. Los trabajos agrícolas de sol a sol le parecen menudencias a pesar de terminar los días agotada de podar, desbrozar, poner límites a la naturaleza desbordada. Ordenar el caos, humanizar el entorno para poder vivir sin dañar la naturaleza original, sin avasallar a los habitantes que comparten isla. 

Yolanda Izard no escribe literatura de consumo, sino una novela para leer despacio, recreándose en la suerte, releer, pensar en las reflexiones para no atorarse de tanta belleza. Intenta crear una lengua nueva, de pureza virginal, sin acepciones ni interpretaciones o la amargura de la historia pegada a sus vocales. Un castellano cristalino que no rechaza vocablos de su tierra: “Les llevo hibiscus, con los que compongo una ofrenda floral sobre la lancha de piedra”. “No hay austeridad aquí, todo retoña”. Elegir regato en lugar arroyo o riachuelo. 

Hay ratos que La hora del sosiego recuerda a Proust: “En aquella mirada de reconocimiento creí ver representada la felicidad de mi infancia, que no haría sino crecer hasta desbordar todas mis previsiones”, por el décimo cumpleaños y la escena del regalo de los patos que será símbolo del resto de su vida llena de altibajos. 

Al hablar del estilo de Yolanda Izard en la novela ya señalamos el uso de la repetición de sonidos y tiempos verbales en el primer capítulo para conseguir ritmo. A veces recurre a la inteligente, brillante, repetición de frases completas que no son iguales, como en el capítulo ochenta: “Hay cadáveres más atormentados o desvalidos que otros”; “Hay cadáveres más atormentados que otros, como los cadáveres desvalidos encerrados en una gota de ámbar”. Berta se apoya en los recuerdos, los estructura para pisar la isla con la fuerza de los verbos, se adapta al calendario del hortelano. Aprende a “escarbar la tierra con los dientes” y “dejar un olor de herramientas y de manos”. Del cabrero poeta Miguel Hernández. 

Algún ejemplo más: "Ayer recolecté conchas en la playa, cientos de conchas de todos los colores, formas, brillos y texturas.Volví por el senderito hacia la casa y por el camino fui recogiendo hojas y flores de todos los colores, formas, brillos y texturas". Otras veces recurre a la repetición de onomatopeyas que representan sonidos , lo más rudimentario de una lengua, como los utilizados en el lenguaje del cómic: "Te quedabas horas mirando el grifo que goteaba, mira, Berta, hay ritmo en su caída, glup-glup, glup, glup, glup". 

A los cuatro años de estancia en la isla viene el huracán que te levanta los pies del suelo y arranca de cuajo los arboles más poderosos y enraizados. El trabajo de varios años destruido en una noche de devastación: el huerto, la acequia, las chozas, los senderos, todo hecho una escombrera. Y llega la enfermedad, la isla que la enferma, la sana, pero la deja para el arrastre, sumida en una sensación de vejez prematura que no le impide hacer lo mismo que antes, pero más despacio. Berta canta al sanar de la pierna rota que le regala una cojera permanente. Como los que venían de Cuba, derrotados y enfermos, pero contentos por sobrevivir.

I am the egg man
They are the egg men
I am the walrus
Goo goo g'joob
The Beatles




"Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



viernes, 22 de octubre de 2021

La hora del sosiego (1) Yolanda Izard. Una botella al mar.




"No deja de asombrarme que aquí haya arte por todas partes"

La hora del sosiego (1)
Yolanda Izard 

La lectura de La hora del sosiego requiere el cervantino paciencia y barajar, algo de trasteo  para ser productiva, en el sentido que indica William Shakespeare en Hamlet: “Pronto va a llegarnos la hora del sosiego. Hasta entonces, la paciencia gobierne nuestros actos”. 

Antes, Yolanda Izard nos ha metido en faena con tres citas de Herman Hesse, un haiku de Basho y otra de Agustín Fernández Mallo que hablan de la soledad como despojamiento de lo retórico, del camino interior y la desembocadura, que a la postre son los temas fundamentales tratados en la novela. 

El libro está dividido en ciento dos pequeños capítulos más uno narrados en primera persona por la protagonista, Berta, casi exclusivamente. También la autora concede voz narradora a otros personajes secundarios como Clement, el muertito francés que narra su propio fusilamiento y fuga posterior desde la fosa común cuando empezaban a tapar los cadáveres con paladas de tierra: “Nos colocaron delante de la tapia del cementerio de mi pueblo”. También a Marcus, soldado alemán que cuenta su vida con su voz vegetal desde su tumba de tierra y agua. Asimismo hay una voz en off, una especie de profesor de literatura que se dirige a la encarnación de un personaje para dirigirla en la escritura de la novela: “Y no es nada nuevo, Berta, eso es lo que hacen todos los escritores desde tiempos inmemoriales. Cómo conservar la memoria, las emociones, y la imaginación sin necesidad de disco duro, empuñando la pluma”. A primera vista el relato parece escrito como un monologo lineal en primera persona, sin embargo, la autora utiliza diversas técnicas narrativas que evitan la monotonía. A veces se dirige a un interlocutor en segunda persona como si fuera presente: “Pero ahora te pones un zapato. Estás sentada en el borde de la cama, con el ventanal de tu cuarto abierto de par en par”. Como si la protagonista y narradora viera la escena a través de una mirilla: “Ahora te veo en la casa ruinosa. Estás también sentada en el borde del colchón y yo a tus pies, mirándote”. Es curioso que la narración de los sueños sea en presente. 

Este tipo de escritura fragmentaria y esencial, depurada de lo accesorio, (Acendramiento, lo llama la autora), sometido a la tiranía de la estrechez implacable de la pantalla del móvil, está de moda y se impone en la actualidad. Cada vez con más frecuencia vemos este formato en novelas, cuentos, relatos y poemas. Que quepa en un pantallazo para que se pueda leer de una vez y ya. Juan Ramón Jiménez y su Platero y yo se ajustaría como un guante a los requerimientos lectores actuales. Su estilo recurre a la adición de adjetivos que recuerda al despojamiento de la prosa de Becquer, a Azorín o Josep Pla por citar algunos autores de lectura reciente: “El olor de aire ya respirado, devastado, saqueado, descompuesto, el olor de ex aire que flotaba en la iglesia, me ha hecho salir rápidamente”. “Y la naturaleza era compleja, cruel, descabellada, exultante, pacífica, armoniosa, sabia, atormentada”. 

La repetición del verbo correr diecisiete veces en el único capítulo sin numerar, el primero que no es el uno, tiene música y letra, una declaración de intenciones en una página de introducción o de prólogo. La sonoridad de los párrafos conseguida a fuerza de la repetición de fonemas fuertes, los sonidos negros de García Lorca que te atan a la lectura. El sonido fuerte y arrastrado de la letra erre, /r/ (erre con moño que no hay manera de poner con este teclado) en “Corro y corro” que tanto recuerda a la repetición de la erre suave /r/ en la primera página de Pedro Páramo. La primera página es una pieza musical con acelerón final, un párrafo larguísimo con ritmo vibrante, con pausas frecuentes marcadas con comas antes del staccato final. Correr y correr hasta caer al abismo junto a todos los personajes que aparecen en el relato. Correr para huir del espanto. La familia, los tres soldados enterrados y la perrita María que hará de confidente mudo, como Orfeo en Niebla de Unamuno; una herramienta útil para mantener el soliloquio. 

Después del apresuramiento viene la calma. Berta huye de la civilización y acampa en una isla en la que casi todo está por hacer. Se pega unas palizas soberanas para poner aquello habitable y visitable. Expulsa a los bichos, las criaturas chicas que huelen, se esconden, invaden, defecan, destilan savia y procrean. Queda agotada, pero con la satisfacción de adecentar la casa para poder vivir. Quiere cantar y volverse árbol para ser naturaleza y no dañarla porque “mis sandalias profanan el silencio”. Berta deja la ciudad para cantar, bailar, llorar y escribir. Para romper el silencio habla con María que solo escucha. Nada que ver con el busto parlante o Cipión y Berganza de Cervantes. Berta no reza, canta. Ni cuando visita la tumba de los soldados reza, la protagonista le canta al agua, a las colinas, al viento, canta para ahuyentar la muerte. Berta se declara incapaz de pedir ayuda sobrenatural: “Yo no sé rezar, sólo cantar. Sólo escupir, sólo plantar patatas y recolectar cocos, sólo mimar con mis pies el agua del regato, sólo nadar y presumir de ser la mejor en esta isla”. Qué fuerza tiene esta magnífica declaración de lucha por la supervivencia que llega directa al corazón.

Algunas veces vivo 
Y otras veces 
La vida se me va con lo que escribo 
Algunas veces busco un adjetivo 
Inspirado y posesivo 
Que te arañe el corazón 
Luego arrojo mi mensaje 
Se lo lleva de equipaje 
Una botella, al mar de tu incomprensión

 Javier Martinez-Gomez /  Joaquin Ramon Martinez Sabina






"Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

domingo, 2 de mayo de 2021

EPISODIOS NACIONALES. Trafalgar (y 5). Benito Pérez Galdós. Héroe sin ilusión.

 



"Don José María había forjado una leyenda de heroísmo y habilidad"


EPISODIOS NACIONALES 
Trafalgar (y 5) 
Benito Pérez Galdós 

Todas las guerras acaban porque no hay calamidad que cien años de soledad dure ni cuerpo humano ni zopilote que lo resista. A bordo de la patera pilotada por Marcial, vencidos y desarmados navegan ingleses y españoles, luchando unidos contra la tempestad que amenaza con engullirlos. Fijan la mirada en el hueco de agua que deja el Trinidad al desaparecer. Dan gracias al cielo que los protege por no formar parte de la terrible agonía del ejército de heridos abandonados por el triaje de selección darwinista cuando vienen mal dadas. 

Los recogen en el Santa Ana cautivo, desarbolado y sin timón, pero con el casco en mejores condiciones que el Santísima Trinidad. Allí se encuentran con Malespina que les cuenta con elocuencia el combate del San Juan de Nepomuceno contra seis barcos ingleses y el romance de valentía de Churruca que muere en sus brazos a la edad de cuarenta y cuatro con la entereza de los héroes de leyenda. Las Cortes de Cádiz, padres de la primera constitución española y europea, acuerdan que nunca falte en la Armada Real un navío con su nombre. Se alzan monumentos por todos los rincones y comarcas españolas en honor del héroe de Motrico. A España le caben muchos héroes en la cabeza. 

La intensidad del relato de Malespina, la excitación de los cañonazos y los gritos de los heridos le impiden conciliar el sueño durante la noche, sólo la fatiga del amanecer de una noche toledana le gana para su causa. Le despierta el mismo estruendo de cañonazos que le impidió dormir. La tripulación del Santa Ana se rebela, apresan a los ingleses guardianes, enarbolan el pabellón español y la emprenden a cañonazos contra dos navíos británicos, “con más ardor porque tienen menos vida que perder”. La suerte en forma de barcos aliados viene a socorrerlos. Como consecuencia de este segundo combate que no sale en los libros de historia, el Santa Ana queda más dañado, únicamente puede avanzar remolcado por el Themis, una fragata francesa. Un niño que guía a un gigante. La suerte se tuerce al oscurecer, se desatan los elementos, irritados como un dios antiguo destronado. “La mar, cada vez más turbulenta, furia aún no aplacada con tanta víctima, bramaba con ira, y su insaciable voracidad pedía mayor número de presas”. Una tormenta terrible los arrastra mar adentro. 

 El lastimoso estado físico de Malespina y Marcial sube un grado el estado de tristeza que invade a Gabriel y a su amo. El comandante Álava ordena que los heridos se trasborden al Rayo. Los heridos hacen cola para bajar a los botes salvavidas con el temor de que el Santa Ana no resista los embates de la tormenta. 

La voz embustera de Malespina padre rebaja la tensión a bordo del Rayo. El humor en mitad de la tragedia. Los enanos de Velázquez que divierten al Rey. Por él nos enteramos de que Gravina había llegado a puerto con algunas naves y él se había embarcado con la misión de recoger navíos desmantelados y rescatar prisioneros. Para heridas las de la guerra del Rosellón que él vivió “desde el introito hasta el Ite, missa est”, lo de su hijo no es más que un rasguño. La cabeza en permanente revolución del viejo Malespina le da vueltas de campana, inventa el barco de guerra a vapor, blindado con doble casco de acero impenetrable a las bombas inglesas. “Todos los mentirosos me parecen hombres de genio”, reflexiona Gabriel cincuenta años después al recordar el suceso para escribir las memorias de la manera más fiel posible y más ajustada a la realidad. 

El Rayo queda a merced de la naturaleza violenta. El viento huracanado hace imposible poner la proa rumbo a la Bahía de Cádiz. La pérdida del barco es inevitable. Un crujido espantoso y la parada en seco les indica que han hundido la quilla en un banco de arena. El barco se inclina a un costado y a otro, como el toro que pasa al torero cogido de uno a otro pitón como un muñeco de trapo, a merced de las olas furiosas a la vista de la desembocadura del río Guadalquivir entre Almonte y Sanlúcar. 



"La alta encina quiere convertirse en humilde hierba"

Una balandra enviada desde Chipiona al oír los cañonazos de auxilio los socorre. Marcial está demasiado débil para embarcarse en alguna de las lanchas, Gabriel duda entre irse o quedarse con Medio Hombre. La narración de la muerte de Marcial agarrado a los restos del Rayo, derrotado por la naturaleza hostil, y el monólogo a modo de confesión a Gabrielillo, es una cumbre de la literatura sentimental, apela a la emoción para provocar lágrimas en el lector. Ante una muerte así “al modo de perro o gato, no necesita de que un cura venga y le dé la solución, sino que basta y sobra con que uno mismo se entienda con Dios”, se pone un nudo en la boca del estómago que impide respirar. Marcial se va a toda vela y Gabriel pierde los sentidos cuando un violento golpe de mar sacude la proa y borra del mar los restos del arrogante barco de guerra. Mucho que llorar en este relato de Galdós

Un frío intenso, un escalofrío seco, recupera a Gabriel para el mundo de los vivos, reaparece tumbado en la arena de la playa agotado como un náufrago. Unos hombres lo observan con interés de expertos virólogos en periodo de pandemia y lo compadecen. Lo llevan a una casa donde se recupera cuidado por una vieja. A los dos días se despide y se marcha playa alante hasta Sanlúcar, allí se encaraba con un marinero hasta Rota donde se embarca para Cádiz. Se trata de un marinero veterano escarmentado del maltrato que reciben los marineros del Rey. No le extraña que los ingleses los derroten una y otra vez cuando la mayoría de los jefes de barcos del veintiuno no cobran desde hace meses. En lo del veintiuno estuvo en el Bahama mandado por Alcalá Galiano, otro héroe de leyenda que aguantó en pie dando órdenes sin mirarse las heridas ni importarle la sangre que le saltaba a la cara hasta que una bala rasa de calibre mediano le vuela la cabeza. 

Gabriel descubre en Cádiz la verdadera dimensión del desastre de la escuadra. Los salvados, sanos y heridos, son rodeados por una multitud ávida por conocer el paradero de los suyos. Observa que la supervivencia se vende cara, casi siempre gana la banca en el envite de la suerte. 

En esta parte final del relato, Galdos insiste en el comportamiento ejemplar de la población de Cádiz con los heridos de los dos bandos. Gabriel piensa que quizás se deba a la magnitud del desaguisado. Mientras Napoleón pierde batallas en el mar, las gana en tierra gracias a la superioridad de su ejército y a su genio de estratega militar. Napoleón ni se molesta por lo de Trafalgar, quizás medio satisfecho por la debacle de su aliado y futuro enemigo. 



"Sin perder tiempo salí de Medina Sidonia, decidido a no servir ni en aquella casa ni en la de Vejer".

Cuando parece que todo el pescado está vendido, Galdós nos sorprende con el as que guarda en la manga para el final. El ingrediente sorpresa del guiso. Una anagnórisis: la aparición sano y salvo de Rafael Malespina al que todos dábamos por muerto en un episodio de consternación general, mezcla de llantos, gritos y sollozos en la casa de doña Flora donde se hospedan doña Francisca, Rosita y don Alonso. Rafael Malespina se recupera en Sanlúcar y para allá salen a cuidarlo don José María y familia. A los dos meses se casan en Vejer y se mudan a vivir a Medina Sidonia. 

La cuenta atrás de don Alonso empieza con la derrota de Trafalgar y se acelera con la muerte de Marcial. Se siente abrumado por los reproches de doña Francisca como si hubiera sido suya la decisión de salir de puerto a romper el cerco de Cádiz y no del cojonudismo hispano de Gravina que echó un órdago a Villeneuve cuando éste acusó a los oficiales españoles de falta de valor en una reunión de coordinación. Don Alonso reza hasta el embarque en la nave que nunca ha de tornar. 

Gabriel no acepta la oferta de trabajar para los recién casados, Malespina y Rosita, y coge una diligencia para Madrid, villa, corte, confección y libertad, tumba de bastantes ismos, rompeolas de todas las españas. Ite missa est.

Encerrado en el tiempo
Ha perdido el valor
Para escapar de su celda
El héroe sin ilusión
Héroes del Silencio





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


viernes, 23 de abril de 2021

EPISODIOS NACIONALES. Trafalgar (4). Benito Pérez Galdós. No partas ahora.




"Me acordé de Cádiz, de Vejer; me acordé de todos los españoles"


EPISODIOS NACIONALES 
Trafalgar (4) 
Benito Pérez Galdós 

El amanecer del día veinte, víspera del combate naval, encuentra a la escuadra navegando hacia el Estrecho, un poco desordenada a causa del viento intenso del sudoeste. Gabriel contempla entusiasmado las maniobras y el ajetreo marinero más o menos experto en los puentes y cubierta del monstruo marino. Las primeras claras del día veintiuno les permiten divisar las siluetas amenazantes de los veintisiete navíos de la escuadra británica formada en dos columnas, encabezadas por el Victory y el Royal Sovereign mandadas por Horacio Nelson y Cuthbert Collingwood. Ayudados por el viento, dirigen las proas contra ellos como arietes que destrozan las puertas de las casas okupadas en unas cuantas embestidas. Villeneuve ordena virar en redondo a la escuadra aliada con el fin de recoger el viento a favor y así huir a puerto en caso de necesidad. Lo que consigue es desbaratar aún más la línea de la escuadra. Para Marcial, el viejo lobo marino, la orden es un sálvese quien pueda, sólo queda rezar y salvar el pellejo: “La línea es más larga que el camino de Santiago. Si el Señorito la corta, adiós mi bandera: perderíamos hasta el modo de andar, manque los pelos se nos hicieran cañones. Señores, nos van a dar julepe por el centro. ¿Cómo pueden venir a ayudarnos el San Juan y el Bahama, que están a la cola, ni el Neptuno ni el Rayo, que están a la cabeza? (Rumores de aprobación.) Además, estamos a sotavento, y los casacones pueden elegir el punto que quieran para atacarnos. Bastante haremos nosotros con defendernos como podamos. Lo que digo es que Dios nos saque bien, y nos libre de franceses por siempre jamás amén Jesús”. 

Al hilo del mediodía, Marcial le pega un tirón de orejas a Gabriel para que deje la miranda y eche una mano a la gente menuda a sacar sacos de arena de las bodegas y extenderla en la cubierta para que la sangre de los caídos no le salte a la cara de los guerreros durante el combate. Gabriel el arenero de un buque de guerra, la arena pesa mucho en alta mar. 

Cuando Gabriel termina los trabajos manuales, presencia con admiración la destreza y perfección de los movimientos amenazadores del barco almirante de la escuadra inglesa. Galdós regala a los lectores de las generaciones posteriores una definición monumental de la idea de patria y nacionalismo. Una pieza cuya lectura pone los pelos de punta al lector más escéptico, al lector más internacionalista: “Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos…”. Un Imagine de John Lennon con su “brotherhood of man” en versión española. No me extraña que Galdós no sea literatura de consumo ligero y moleste a los habitantes de las acomodadas tribus hispanas periféricas. 



"La idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu"

El primer cañonazo retumba como una brutal agresión y la respuesta es legítima defensa. La narración a través de los ojos testigos de Gabriel Araceli, ya bicentenaria, ha hinchado de orgullo a generaciones de lectores, un subidón de adrenalina. Se pueden imaginar la magna lección de heroísmo desplegada por los dos veteranos jubilados y el joven adolescente que no llega ni a grumete, poco más que polizón en un barco de guerra que sólo cesa con el acto de arriar la bandera hecha jirones, más agujereada que una coladera y los ingleses abordando los restos del barco vencido. Gabriel transporta heridos a la cámara por debajo de la línea de flotación y de tiro, auxilia a su amo y a Marcial, hace de artillero durante el zafarrancho requerido por el medio hombre agigantado. 

La dimensión verdadera de los destrozos causados en el barco y en la población que lo habita se descubre cuando el fuego cesa, después de la batalla aparecen los daños en la ciudad flotante de más de mil hombres y la importancia de los hombres sanos que trabajan con las manos: los carpinteros, los achicadores de agua, los trasportadores de heridos y los sanitarios que los curan. A bordo del Santísima Trinidad se nos da gratis un ejemplo de cómo se gestiona una victoria, evitando hacer carne en el derrotado en un ejercicio de civilización que nos diferencia de las alimañas salvajes. Se honra a los caídos del bando contrario como si fueran bajas propias, según las leyes y los protocolos del mar. Se intenta evitar que los heridos se ahoguen cuando el barco se va a pique. Este saber rezar a los muertos confunde a Gabriel que siempre se había imaginado a los ingleses como una representación del diablo: “gentezuela aventurera que no constituía nación y que vivía del merodeo. Cuando vi el orgullo con que enarbolaron su pabellón, saludándole con vivas aclamaciones; cuando advertí el gozo y la satisfacción que les causaba haber apresado el más grande y glorioso barco que hasta entonces surcó los mares, pensé que también ellos tendrían su patria querida, que ésta les habría confiado la defensa de su honor; me pareció que en aquella tierra, para mí misteriosa, que se llamaba Inglaterra, habían de existir, como en España, muchas gentes honradas, un rey paternal, y las madres, las hijas, las esposas, las hermanas de tan valientes marinos, los cuales, esperando con ansiedad su vuelta, rogarían a Dios que les concediera la victoria”. 

Los ingleses intentan mantener a flote el Santísima Trinidad para llevarlo a Gibraltar y exhibirlo a los llanitos como fenómeno de feria, pero no lo consiguen porque el veintidós se desata un temporal que hace inútiles los trabajos de taponamiento de marineros y calderilla del mar. 

El tratamiento ontológico que Galdós hace de los caídos durante el combate a bordo del Santísima Trinidad merece comentario aparte. El autor no se escabulle como perro con cantazo, demuestra que la mejor vacuna contra la guerra es enseñar la muerte descarnada, los cientos de ataúdes ordenados por orden de lista en el palacio de hielo de Madrid. Hubo días durante esta pandemia que nos ha arruinado para varias generaciones en los que cayeron más de mil españoles con nombre y apellido y familias que ni los pudieron llorar, mientras en la retaguardia sólo había aplausos, canciones y mucha propaganda, censura de guerra, para tapar la tragedia. “Eran cuatrocientos, próximamente, y a fin de terminar pronto la operación de darles sepultura, fue preciso que pusieran mano a la obra todos los hombres útiles que a bordo había para despachar más pronto”. Dan agua a cuatrocientos muertos, comida para los peces, cuatrocientos golpes a la conciencia de los gobernantes en la desescalada de los cadáveres hasta el océano. La pauta completa de la nueva normalidad que se echa al ruedo. 


"Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de patria"

Galdós personaliza el horror en un cadáver horriblemente mutilado, casi irreconocible, pero por sus venas corre la misma sangre de Gabriel. La casualidad quiere que sea el tío que maltrató a su madre y a él en tierra. El tiempo da un escarmiento y una lección de humanidad a los bellacos, hay que estar más embrutecido para no separar a los vivos de los muertos y hacerlos naturaleza, proteínas para los atunes de la Bahía, al fin y al cabo acababa de comportarse como un héroe en el combate sin poder llegar al sálvese quien pueda. 

Al atardecer del veintidós de octubre los quinientos sanos que quedaban de los más de mil cien que se embarcaron con una misión que cumplir, inflamados de patriotismo en defensa de la patria en peligro, abandonan los trabajos de taponamiento de las vías de agua. O transbordan o mueren todos ahogados en el pecio. Los más de trescientos heridos sufren la peor parte del naufragio. 

Trafalgar es primordialmente el relato del desastre de la escuadra que deja indefensa a España y a América a merced de los ingleses y de otros que se reparten el botín. 

Se produce un apagón en los sentidos de Gabriel. Sin recordar cómo ni cuándo reaparece en una lancha pilotada por Marcial, recostado en el regazo de su amo don Alonso, mientras se alejan del hundimiento del Santísima Trinidad azotados por los lamentos y gemidos desesperados de los heridos que van al fondo del mar. El hundimiento de los barcos de guerra significa el fin del predominio de la escuadra española en los océanos, a poco más de una legua del cabo Trafalgar.


Demórate a ti, en la luz solar de este medio día
Donde encontraras con el pan al sol la mesa tendida.
Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
Julio Cesar Isella, Armando Tejada Gomez/ Chavela Vargas



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.