jueves, 25 de febrero de 2021

Inés del alma mía (2). Isabel Allende. Ya no levanta las manos.




"Dicen que todo está descubierto en esas partes del mundo"

Inés del alma mía (2) 
Isabel Allende 

La prosa de Isabel Allende es elegante y rítmica, cuidada con esmero. Hay algo de Bécquer en ella, parecida a la de Azorín en las enumeraciones: “La vida se reducía a rezos, suspiros, confesiones y sacrificios”. La vida en Plasencia durante la Semana Santa, a tiro de piedra de la catedral vieja “cubierta de escamas talladas”, es un retrato costumbrista exagerado donde procesionan encapuchados penitentes, se escuchan gemidos de flagelantes como los gritos y las voces nítidas de un partido de futbol sin gente en los estadios, se exhiben cuerpos cubiertos de llagas y contemplamos elevaciones del suelo. Se recrea la autora en la descripción del tópico superficial y la propaganda de la leyenda negra de una España ignorante y perezosa, poblada de seres envidiosos y violentos, de estigmas, procesiones y conventos y cómo no, la Inquisición, ni una apreciación positiva, Una España merecedora de ser lanzada a las fauces sedientas de las redes sociales,  la consigna es destruir la parte de la historia que molesta. Una visión afortunadamente ya superada por la investigación histórica seria. Se le agradece a la narradora que no rematara la mala faena con una corrida de toros y cañas en la plaza de la villa para completar el retablo contada por un lego. La autora considerará que ya ha abusado suficiente de la propaganda gratuita y del tópico que lo da todo hecho. 

No podía faltar la figura del don Juan, aquí de nombre Juan de Málaga, joven seductor con empaque de torero, putero y picaflor, un don Juan exento, desprovisto de la problemática del Tenorio de Zorrilla. El sartenazo que Inés le sacude en los morros por su infidelidad y rijosidad es la epifanía, los golondrinos en los sobacos de Aureliano Buendía o el calabazón del Lazarillo contra el toro del puente romano de Salamanca. Se acabó la tontería de hacer de menos y pegar a las mujeres. Esta mujer, Inés superwoman de armas tomar, se habría ganado la vida dónde y cuándo le hubiera dado la gana, hasta en el infierno aliada de Satanás. Además de costurera, sabe cocinar con gran éxito, ayuda a las monjas a atender a las víctimas de la peste en hospitales y a los heridos del cotidiano navajeo callejero. Inés Suárez es analfabeta y presenta trazas de medio bruja, una zahorí con el valioso don de descubrir el agua invisible en el subsuelo. 

Durante años sólo recibe unos cuantos mensajes de Juan desde Venezuela que le lee el cura del pueblo y que le ayuda a responder como amanuense. A fuerza de privaciones consigue ahorrar para el pasaje y obtener el permiso real para embarcar, difícil de conseguir pues había que demostrar limpieza de sangre y ser acompañada por persona de respeto. Inés convence a Constanza, quince años de edad como la princesa Leonor que se va a Gales a estudiar. El amor por Juan de Málaga ha desaparecido, pero Inés quiere ser libre en el nuevo mundo. 


"Para obtener mis papeles, dos testigos debieron dar fe de que yo no era de las personas prohibidas, ni mora ni judía, sino cristiana vieja". 

El hilo principal de la narración encarnado en las vivencias de Inés Suárez no es lineal, va y viene de unos personajes a otros. De repente toma un camino que puede parecer secundario, pero que confluirá con la trama principal al otro lado del charco. Pedro de Valdivia se cría en Castuera a unas cuarenta y cinco leguas de Plasencia. (Se hacían unas ocho leguas diarias al paso de una buena caballería, imposible recorrerlos en tres jornadas como dice la autora). La novela adquiere relevancia al ser una mujer la que protagoniza el viaje al nuevo mundo, aunque sea empotrada en un mundo de hombres rudos y pendencieros. 

Aparece también Francisco de Aguirre de Talavera de la Reina (la autora escribe que cerca de Toledo, las distancias no deben ser las mismas que en América), se hace amigo de Pedro de Valdivia en los invencibles Tercios de Flandes. Ambos saben leer y escribir, son unos fieras en la batalla. Comparten con el emperador Carlos V el 1500 como fecha de nacimiento. La crueldad es una virtud en la guerra. Participan en las campañas de Flandes e Italia. La compañía mandada por Valdivia detiene al rey de Francia, Francisco I en la legendaria batalla de Pavía. La sangre de diez mil soldados empapa el campo de batalla. Aprende que la guerra es una ciencia que requiere estudio y lógica para ganar, no sólo vehemencia y fogosidad de hombres como Francisco de Aguirre. 

Isabel Allende vuelve a caer en el tópico fácil en esta parte de la novela. Ahonda en el desprecio y ese hacer de menos todo lo conseguido por los militares y políticos españoles cuando en sus dominios no se ponía el sol. Los soldados de los tercios eran mercenarios, entre ellos estaban los feroces lansquenetes alemanes y suizos, cobraban la soldada tarde, mal y nunca. Ebrios de alcohol y sangre entran a saco y espada en Roma dispuestos a aplicar sin contemplaciones el derecho de victoria. Matan a destajo a todo bicho viviente, saquean, decapitan estatuas y personas, roban. “Durante los primeros ocho días fue tan cruel la matanza, que la sangre corría por las calles y se coagulaba entre las piedras milenarias”. Violan mujeres y niñas, torturan y profanan templos y reliquias sagradas. La rapiña dura sesenta días a pesar de que Valdivia y Aguirre ponen su espada a favor de las víctimas perdedoras. Aguirre obtiene del Papa Clemente VII el permiso para casarse con su prima a la que exige fidelidad sin correspondencia porque él no puede renunciar a las mujeres, al vino y a la espada. No parece que hubiera problemas de infidelidades porque aún se habla del mítico ardor de la pareja. Los vecinos se juntaban para apostar sobre la cantidad de asaltos amorosos de las noches toledanas a orillas del Tajo y del Alberche. 


-¡A mí, teutones hijos de puta!-gritaba aquel vasco tremendo, rojo de ira,  enorme, blandiendo la espada como un garrote"

Con la soldada y el saqueo los soldados imperiales no se ponen millonarios como toreros, pero sí lo suficiente para ponerse en marcha en el regreso a España. Pedro de Valdivia invierte en su patrimonio. Marina lo espera con diecisiete años de mujer hecha y derecha. Sin embargo, en asuntos de alcoba se parece a una oveja quieta que acaba por aburrir al marido. Durante unos años se dedica al ganado y las cosechas, a mirar al cielo a esperar la lluvia y a la lectura del Cid Campeador y autores como Solino y John Mandeville que le mantienen alerta y le hacen soñar en aventuras y fundación de ciudades nuevas. 

La autora juega con habilidad, arma un dialogo entre Jerónimo Alderete y Pedro de Valdivia en el que aquél le cuenta cómo “sesenta y dos zarrapastrosos caballeros y ciento seis exhaustos soldados de a pie” conquistan el imperio inca y le pone los dientes largos con la gloria y el oro de Atahualpa. Se convence de que su destino está allí, más allá de los mares. 

El capítulo termina con Inés recién llegada a Panamá, rodeada de animales y pasajeros rijosos, después de una azarosa travesía de tres meses de océano junto a su sobrina Constanza, una quinceañera que cae rendida a los encantos de Daniel Belalcázar, cronista y dibujante enviado por la corona y que le dobla en edad. Se casan al llegar a Cartagena. Inés Suárez se gana el respeto de la tripulación y resto de pasajeros poniendo en práctica sus conocimientos de cocina y de barbera, cauterizando heridas, componiendo huesos de los marineros después de una tormenta que causa estragos y a sartenazos como hiciera antes con Juan de Málaga. En Cartagena manda a mejor vida a un marinero llamado Sebastián Romera al pasarse de la raya.


"Fina cadencia en el anca,
brillante seda en las crines,
y el nervio tierno y alerta
para el deseo del amo.
Ya no levanta las manos
para luchar con la arena,
quedó plasmado en el tiempo
su andar de paso peruano".




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


sábado, 20 de febrero de 2021

Inés del alma mía (1). Isabel Allende. Las manzanas no huelen.






Inés del alma mía (1)
Isabel Allende 

Isabel Allende nace en Perú en 1942, hija de diplomático, primo hermano de Salvador Allende, mítico presidente de Chile que muere metralleta en mano defendiendo el Palacio de la Moneda y la democracia chilena. La autora tiene que exiliarse (el más terrible mal que le puede pasar a un ser humano) en Venezuela en 1975 porque el régimen excesivo de Pinochet no “tolera que exista un pensamiento libre y crítico que desafíe su propaganda”. La sobrina del presidente caído trabaja de periodista en Santiago, actividad que pretende continuar en Caracas con muchas dificultades porque no es lo mismo la austeridad y rigor chileno que la laxitud y flojera caribeña. De la necesidad y de la magia del mar Caribe hace virtud que la empuja a escribir novela, de aquí surge “La casa de los espíritus”, su obra maestra. 

La vida de Isabel Allende contiene un culebrón sudamericano. A poco que se indague en su biografía se observa que tuvo una infancia feliz, exenta de preocupaciones materiales. Se la puede considerar una privilegiada del sistema que recibe una educación exquisita, ve el mundo desde una posición pequeño burguesa que le permite tiempo libre para leer con bolígrafo y papel y aprender las estrategias de la escritura, eso no quiere decir que pueda vivir sin trabajar. Ni siquiera Bill Gates que nos quiere poner a comer hamburguesas sintéticas lo hace aunque pueda. Isabel Allende es una profesional de la escritura desde que tiene uso de razón, al estilo de los grandes autores hispano americanos como Julio Cortázar, Juan Rulfo, García Márquez o Vargas Llosa. Por citar a algunos que rompieron la vajilla y la precedieron en el oficio de retorcerle el cuello al cisne con excelencia en sus países respectivos. 

Isabel Allende levanta controversia cada vez que escribe una novela porque sus obras se convierten en superventas para los estándares del idioma castellano. A mi juicio es una escritora con oficio, gran capacidad de contar historias y con baraka. La suerte la encuentra trabajando. Construye artefactos narrativos sencillos que sigue a rajatabla. Le da al lector todo bien migado para que no tenga que volverse del revés para entender la lectura, leyéndola se pasa un buen rato. Hay quien la acusa de ser una simple escribidora, pero de las mejores, diría yo. Siempre hay celos y gente que le tiene gato cuando escuchamos estas apreciaciones de colegas de profesión que todo lo critican. Enseñar deleitando también es un arte, pues como afirmaba Cervantes, no siempre se está en los oratorios, la lectura tiene esa vertiente de liberación para el lector, un respirar y andar por las alamedas. La escritura como juego divertido, no ese semblante de cabreo permanente en el que algunos se asientan. Se nota que Isabel Allende se divierte al escribir. 

Mi ejemplar de “Inés el alma mía” es de tapa dura y presenta una portada espectacular que te gana por la vista. Un desnudo de mujer de aroma mediterráneo, espectáculo de sensualidad. La imagen está atribuida a Leopold Reutlinger, hacia 1890. Me recuerda a aquella descripción magistral de Gabriel García Márquez en “Cien años de soledad”: “Entonces comprendió que no era esa la mujer que esperaba, porque no olía a humo sino a brillantina de florecitas, y tenía los senos inflados y ciegos con pezones de hombre y el sexo pétreo y redondo como una nuez y la ternura caótica de la inexperiencia exaltada. Era virgen y tenía el nombre inverosímil de Santa Sofía de la Piedad”. Una mujer varonil (un marimacho, diría un castizo). Pedro Ojeda nos presenta el término “varona”, más académico. 

La autora nos advierte que la protagonista, Inés Suarez (1507-1580), nace en Plasencia, tierra fértil bañada por el río Jerte, a tiro de piedra de la frontera natural, la montaña que separa la llanura extremeña de la meseta castellana. Viaja a América a los treinta años de edad donde tuvo influencia política y poder económico. Añade que la razón que le decidió a escribir sobre Inés estriba en que ha sido una mujer olvidada durante cuatro siglos largos. Concluye que ella únicamente ha dado continuidad a hechos ciertos, narrados en las crónicas de la época y entregadas a los Dominicos por su hija Isabel de Quiroga en 1580. Hay cierto aroma cervantino en esta construcción del narrador en semejanza a los cartapacios de la Alcana de Toledo. 




A continuación, nos topamos con un mapa que representa la morfología alargada de Chile, el “largo pétalo de mar” de Neruda. La expedición de Valdivia (1540-1541), la época de los expedicionarios fundadores de ciudades. Si nos fijamos un poco es notable el mestizaje de nombres nativos araucanos y españoles: Chiuchiu, La Serena; Atacama, Santiago; etc. 

Sigue una ilustración en b/n de Manuel Ortega que reproduce un óleo de José Mercedes Ortega conservado en el Museo Histórico Nacional de Santiago de Chile en la cual vemos a Inés espada en mano animando con su presencia poderosa a los soldados en la defensa de Santiago. Las seis ilustraciones que preceden a cada uno de los capítulos en los que Allende divide la obra son de la edición de 1852 de “La Araucana” de Alonso de Ercilla. 

Aunque todo lo anterior sea novela, conviene destacar que el relato propiamente dicho no comienza hasta la página trece. Un largo prolegómeno de explicaciones para que el lector no se llame a engaño. El relato está en primera persona, Inés Suarez, conquistadora, capitana fundadora presiente que ha entrado en el tiempo de descuento y escribe las memorias. Ha sido testigo y vivido desde la primera hora la conquista y fundación de medio Chile. Ha enterrado a muchos de los suyos y esa tierra ya es suya. Macondo no es tierra de los fundadores hasta que no inauguran el cementerio. Ella ha enterrado a Catalina en Santiago, una criada quechua, de Cuzco, que la ha acompañado desde los tiempos del gran viaje hacia el sur. Inés tercia en el desorden del mundo nuevo, “donde no rigen las leyes de la tradición y todo es revoltura: santos y pecadores, blancos, negros, pardos, indios, mestizos, nobles y gañanes”. Llega a señora viuda del Gobernador, Rodrigo de Quiroga, conquistadora y fundadora del Reino de Chile. 

Una visita a la reproducción de las naves de Colón (la Santa María, la Pinta y la Niña) en Palos de la Frontera, debería ser obligatoria para cualquiera que quisiera tasar el valor de aquellos seres humanos que se decidían a cruzar los miles de kilómetros de océano en dirección oeste, siempre hacia la tumba del sol. Sólo los mejores, hombres y mujeres con la hierba entre los dientes, los más audaces, pendencieros ávidos de aventura se atrevían a embarcar en aquellas auténticas cáscaras de nuez. Algo parecido ocurre ahora con los que dicen que nada tienen que perder, llegan a las envejecidas playas mediterráneas desde los países jóvenes de más al sur en cayucos y pateras con camisetas de Messi y móviles de última generación en los bolsillos tras pagar un dineral por el embarque. En la actualidad el viaje de la emigración es desde el sur hasta el norte. El viaje es a un país más acomodado cuanto más al norte es el desplazamiento, ocurre también en todos los países tomados de uno en uno. Por lo que observamos las costumbres se mantienen sin cambio desde el siglo XVI. Primero viajan ellos, los más capaces de las razas autóctonas, que se abren camino en las dificultades y luego lo hacen ellas cuando consiguen los papeles, reclamadas por los varones desde los países de destino,  paliando así un poco el desequilibrio de sexo. Puede que huyan del hambre y de las guerras, como haría todo ser humano acuciado por la necesidad, pero el movimiento emigratorio es voluntario.

Lo dejamos con "un olor a almendras amargas", sin pasar de la primera página de la novela con una oración de súplica de Joan Manuel Serrat: 

Que las manzanas no huelen 
 que nadie conoce al vecino, 
 que a los viejos se les aparta 
 después de habernos servido bien.




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.