viernes, 23 de abril de 2021

EPISODIOS NACIONALES. Trafalgar (4). Benito Pérez Galdós. No partas ahora.




"Me acordé de Cádiz, de Vejer; me acordé de todos los españoles"


EPISODIOS NACIONALES 
Trafalgar (4) 
Benito Pérez Galdós 

El amanecer del día veinte, víspera del combate naval, encuentra a la escuadra navegando hacia el Estrecho, un poco desordenada a causa del viento intenso del sudoeste. Gabriel contempla entusiasmado las maniobras y el ajetreo marinero más o menos experto en los puentes y cubierta del monstruo marino. Las primeras claras del día veintiuno les permiten divisar las siluetas amenazantes de los veintisiete navíos de la escuadra británica formada en dos columnas, encabezadas por el Victory y el Royal Sovereign mandadas por Horacio Nelson y Cuthbert Collingwood. Ayudados por el viento, dirigen las proas contra ellos como arietes que destrozan las puertas de las casas okupadas en unas cuantas embestidas. Villeneuve ordena virar en redondo a la escuadra aliada con el fin de recoger el viento a favor y así huir a puerto en caso de necesidad. Lo que consigue es desbaratar aún más la línea de la escuadra. Para Marcial, el viejo lobo marino, la orden es un sálvese quien pueda, sólo queda rezar y salvar el pellejo: “La línea es más larga que el camino de Santiago. Si el Señorito la corta, adiós mi bandera: perderíamos hasta el modo de andar, manque los pelos se nos hicieran cañones. Señores, nos van a dar julepe por el centro. ¿Cómo pueden venir a ayudarnos el San Juan y el Bahama, que están a la cola, ni el Neptuno ni el Rayo, que están a la cabeza? (Rumores de aprobación.) Además, estamos a sotavento, y los casacones pueden elegir el punto que quieran para atacarnos. Bastante haremos nosotros con defendernos como podamos. Lo que digo es que Dios nos saque bien, y nos libre de franceses por siempre jamás amén Jesús”. 

Al hilo del mediodía, Marcial le pega un tirón de orejas a Gabriel para que deje la miranda y eche una mano a la gente menuda a sacar sacos de arena de las bodegas y extenderla en la cubierta para que la sangre de los caídos no le salte a la cara de los guerreros durante el combate. Gabriel el arenero de un buque de guerra, la arena pesa mucho en alta mar. 

Cuando Gabriel termina los trabajos manuales, presencia con admiración la destreza y perfección de los movimientos amenazadores del barco almirante de la escuadra inglesa. Galdós regala a los lectores de las generaciones posteriores una definición monumental de la idea de patria y nacionalismo. Una pieza cuya lectura pone los pelos de punta al lector más escéptico, al lector más internacionalista: “Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos…”. Un Imagine de John Lennon con su “brotherhood of man” en versión española. No me extraña que Galdós no sea literatura de consumo ligero y moleste a los habitantes de las acomodadas tribus hispanas periféricas. 



"La idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu"

El primer cañonazo retumba como una brutal agresión y la respuesta es legítima defensa. La narración a través de los ojos testigos de Gabriel Araceli, ya bicentenaria, ha hinchado de orgullo a generaciones de lectores, un subidón de adrenalina. Se pueden imaginar la magna lección de heroísmo desplegada por los dos veteranos jubilados y el joven adolescente que no llega ni a grumete, poco más que polizón en un barco de guerra que sólo cesa con el acto de arriar la bandera hecha jirones, más agujereada que una coladera y los ingleses abordando los restos del barco vencido. Gabriel transporta heridos a la cámara por debajo de la línea de flotación y de tiro, auxilia a su amo y a Marcial, hace de artillero durante el zafarrancho requerido por el medio hombre agigantado. 

La dimensión verdadera de los destrozos causados en el barco y en la población que lo habita se descubre cuando el fuego cesa, después de la batalla aparecen los daños en la ciudad flotante de más de mil hombres y la importancia de los hombres sanos que trabajan con las manos: los carpinteros, los achicadores de agua, los trasportadores de heridos y los sanitarios que los curan. A bordo del Santísima Trinidad se nos da gratis un ejemplo de cómo se gestiona una victoria, evitando hacer carne en el derrotado en un ejercicio de civilización que nos diferencia de las alimañas salvajes. Se honra a los caídos del bando contrario como si fueran bajas propias, según las leyes y los protocolos del mar. Se intenta evitar que los heridos se ahoguen cuando el barco se va a pique. Este saber rezar a los muertos confunde a Gabriel que siempre se había imaginado a los ingleses como una representación del diablo: “gentezuela aventurera que no constituía nación y que vivía del merodeo. Cuando vi el orgullo con que enarbolaron su pabellón, saludándole con vivas aclamaciones; cuando advertí el gozo y la satisfacción que les causaba haber apresado el más grande y glorioso barco que hasta entonces surcó los mares, pensé que también ellos tendrían su patria querida, que ésta les habría confiado la defensa de su honor; me pareció que en aquella tierra, para mí misteriosa, que se llamaba Inglaterra, habían de existir, como en España, muchas gentes honradas, un rey paternal, y las madres, las hijas, las esposas, las hermanas de tan valientes marinos, los cuales, esperando con ansiedad su vuelta, rogarían a Dios que les concediera la victoria”. 

Los ingleses intentan mantener a flote el Santísima Trinidad para llevarlo a Gibraltar y exhibirlo a los llanitos como fenómeno de feria, pero no lo consiguen porque el veintidós se desata un temporal que hace inútiles los trabajos de taponamiento de marineros y calderilla del mar. 

El tratamiento ontológico que Galdós hace de los caídos durante el combate a bordo del Santísima Trinidad merece comentario aparte. El autor no se escabulle como perro con cantazo, demuestra que la mejor vacuna contra la guerra es enseñar la muerte descarnada, los cientos de ataúdes ordenados por orden de lista en el palacio de hielo de Madrid. Hubo días durante esta pandemia que nos ha arruinado para varias generaciones en los que cayeron más de mil españoles con nombre y apellido y familias que ni los pudieron llorar, mientras en la retaguardia sólo había aplausos, canciones y mucha propaganda, censura de guerra, para tapar la tragedia. “Eran cuatrocientos, próximamente, y a fin de terminar pronto la operación de darles sepultura, fue preciso que pusieran mano a la obra todos los hombres útiles que a bordo había para despachar más pronto”. Dan agua a cuatrocientos muertos, comida para los peces, cuatrocientos golpes a la conciencia de los gobernantes en la desescalada de los cadáveres hasta el océano. La pauta completa de la nueva normalidad que se echa al ruedo. 


"Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de patria"

Galdós personaliza el horror en un cadáver horriblemente mutilado, casi irreconocible, pero por sus venas corre la misma sangre de Gabriel. La casualidad quiere que sea el tío que maltrató a su madre y a él en tierra. El tiempo da un escarmiento y una lección de humanidad a los bellacos, hay que estar más embrutecido para no separar a los vivos de los muertos y hacerlos naturaleza, proteínas para los atunes de la Bahía, al fin y al cabo acababa de comportarse como un héroe en el combate sin poder llegar al sálvese quien pueda. 

Al atardecer del veintidós de octubre los quinientos sanos que quedaban de los más de mil cien que se embarcaron con una misión que cumplir, inflamados de patriotismo en defensa de la patria en peligro, abandonan los trabajos de taponamiento de las vías de agua. O transbordan o mueren todos ahogados en el pecio. Los más de trescientos heridos sufren la peor parte del naufragio. 

Trafalgar es primordialmente el relato del desastre de la escuadra que deja indefensa a España y a América a merced de los ingleses y de otros que se reparten el botín. 

Se produce un apagón en los sentidos de Gabriel. Sin recordar cómo ni cuándo reaparece en una lancha pilotada por Marcial, recostado en el regazo de su amo don Alonso, mientras se alejan del hundimiento del Santísima Trinidad azotados por los lamentos y gemidos desesperados de los heridos que van al fondo del mar. El hundimiento de los barcos de guerra significa el fin del predominio de la escuadra española en los océanos, a poco más de una legua del cabo Trafalgar.


Demórate a ti, en la luz solar de este medio día
Donde encontraras con el pan al sol la mesa tendida.
Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso
Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
Julio Cesar Isella, Armando Tejada Gomez/ Chavela Vargas



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


martes, 13 de abril de 2021

EPISODIOS NACIONALES. Trafalgar (3). Benito Pérez Galdós. Perder una hija.




"Tenía sobre sus costados, cuando yo le vi, 140 bocas de fuego, entre cañones y carronadas".



EPISODIOS NACIONALES 
Trafalgar (3) 
Benito Pérez Galdós 

El autor encaja en la trama principal las maniobras amorosas de Rosita, hija del matrimonio que ajusta a Gabriel de chico para todo a la edad de diez años. A Rosita se le amontonan los pretendientes de frase y calendario. Los padres de un joven marino de buena familia, pero con tara de apariencia, piden la mano de la jovencilla adolescente. Tarde, porque ella ya solo tiene ojos para las estrellas del oficial de artillería Rafael Malespina. Los pretendientes acuerdan batirse en duelo a primera sangre, vence Malespina que gana también los favores de ella y de los padres. Gabriel, el otro aspirante en la sombra que hubiera preferido que los dos hubieran fenecido en el lance de honor, siente por primera vez en qué consiste la diferencia de clase en una sociedad estamental, tan impermeable que a duras penas deja una rendija por la que ascender en la escala social. 

La amargura por el amor primerizo no correspondido le zarandea de realidad, sólo a través de la formación y del esfuerzo personal será capaz de colarse en la clase de los que toman las decisiones por los demás: “Comprendí que a nada podría aspirar en el mundo, y sólo más tarde adquirí la firme convicción de que un grande y constante esfuerzo mío me daría quizás todo aquello que no poseía”. Testigo directo de los vaivenes amorosos de la pareja, les hace de correo. Esta figura del joven Malespina será relevante a lo largo del relato porque se tiene que embarcar en la escuadra a pesar de no ser marinero, debido a la escasez de artilleros. Se gana el aprecio del criado adolescente cuando lo ve salir lívido de casa de Rosita, llorosa como una Rociito vejada, el día de la despedida. 



"Malespina rondaba la casa, lo cual observé yo varias veces, y tanto se habló en Vejer de estos amores". 

Malespina padre, coronel retirado, es otro personaje estrafalario, inventor de la bomba vírica, capaz de destruir la escuadra inglesa de un contagio. El viaje de Vejer a Cádiz es un relato intercalado al estilo del Quijote, una road movie plena de aventuras. En Conil paran a comprobar la legendaria escasez de las fondas y ventas de los caminos: “A los señores les dieron lo que había, y a Marcial y a mí lo que sobraba, que no era mucho”. Hacen noche en Chiclana, salen de buena mañana y a las once o así hacen su entrada por la Puerta de Tierra de Cádiz. 

Dos caballeros a lomos de buenas caballerías los alcanzan durante el viaje, resultan ser los dos Malespina, padre e hijo. Acompasan el paso, se escuchan y pegan la hebra. El que más habla es el viejo Malespina, testigo ocular de todas las guerras. El niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Introductor de las corridas de toros en Inglaterra a la manera española, sustituto del bull baiting (hostigamiento de toros) británico. “Otro toro y vengan esos cinco”. 

Galdós retrata la vuelta de Gabriel a Cádiz como un regreso a la memoria de la infancia, un fresco del recuerdo de su niñez. Lo aprendido en la primera infancia es lo que siempre perdura y se recuerda. Es recibido a naranjazos por las mujeres que recuerdan su pasado canalla, de merodeo desarraigado que roba para comer. Sólo han pasado cuatro años, pero cuatro años es mucho en un muchacho que ha pegado el salto a la adolescencia madura llena de granos rebeldes. Extraña los lugares porque ya no vive la misma gente, visita tabernas y bebe hasta caer redondo como una pelota, algo que vio hacer a los mayores. Ni rastro de su familia. El pasado idílico se le viene encima cuando se echa al mar en la Caleta y, abrazado por la caricia de las olas, nada durante más de una hora. Reza en la catedral vieja ante el muñeco de cera que puso su madre de exvoto. 

El personaje de doña Flora de Cisniega es retratado por Galdós de manera reseñable. Joven que ya no cumple los cincuenta, contrapunto de doña Francisca: “Enumerar los rizos, moñas, lazos, trapos, adobos, bermellones, aguas y demás extraños cuerpos que concurrían a la grande obra de su monumental restauración, fatigaría la más diestra fantasía”. Gasta polvos por almudes, experta en mostrar las carnes menos sensibles a la inexorable labor del tiempo. Dama española, nacionalista centrípeta inflamada de banderas, himnos y amor patriótico que se exalta con el estallido de los cañones y los bombardeos sobre los contrarios. Hoy los nacionalistas depositarios del ardor guerrero se exaltan con la quema de contenedores de la basura a falta de bombardeos sobre los contrarios. He aquí el negocio seguro para cualquiera en edad de emprender en esta España centrífuga. 

En ausencia de televisión, radio o internet, doña Flora y sus tertulianos desocupados son el trono de las noticias. Mete cizaña haciendo de menos a doña Francisca. Dos mujeres activistas: una patriota inflamada de banderas y honor nacional y otra hinchada de paz, ambas guerreras y rivales. Las dos coinciden en su oposición a la sumisión de Godoy a Napoleón y por no confiar el mando de la escuadra a un marinero español. 


"El uniforme del héroe demostraba, sin ser viejo ni raído, algunos años de honroso servicio". 

Cuando el brigadier Churruca visita a su viejo amigo don Alonso, cuenta con unos cuarenta y cinco años de edad, rubio de pelo largo recogido en una gran coleta, no moño. Un espíritu privilegiado al hablar. Da gusto leer cómo Galdós describe a los héroes; para que no parezca algo intercalado sin importancia y difuminado en el conjunto de la novela, le cede los trastos de narrar y nos regala un monólogo en el que revela los secretos de la escuadra naval, las intenciones de Villeneuve de salir a por los barcos ingleses a pesar de la inferioridad de la escuadra hispano francesa y la oposición de los oficiales españoles. Palabras que quedan grabadas a fuego en la memoria de Gabriel por causarle honda impresión. 

Doña Flora se encapricha de Gabriel (Un siglo antes que Humbert Humbert lo hiciera de Lolita y palmara de trombosis coronaria). Se opone a que se embarque. Quiere que se quede en tierra a limpiar la jaula del loro y hacerle de peluquero que no era poco en aquellas pelucas seguidoras de la moda de Paris, capaces de albergar nidos de pájaros entre los rizos, rastas, trenzas y jeribeques. Pero él siente la llamada de lo salvaje y prefiere embarcarse con los mayores: “Octubre era el mes y dieciocho el día” que se embarcan en el colosal Santísima Trinidad, el Escorial de las naves. “La vista se mareaba y se perdía contemplando la inmensa madeja que formaban en la arboladura los obenques, estáis, brazas, burdas, amantillos y drizas que servían para sostener y mover el velamen”. De bote en bote vamos tocando el fondo por el canal de Suez.


Hubiera preferido
Otra corbata?"
Fue niña, niña pija,
Ni siquiera varón!
Por fin, con veinte años,
Se la llevó un extraño,
Y no perdí­ una hija,
Gané un cuarto de baño
Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.