miércoles, 27 de octubre de 2021

La hora del sosiego (y2). Yolanda Izard. Soy la morsa.





"Quizá sus restos no llegaron nunca a yacer en la isla"


La hora del sosiego (y2) 
Yolanda Izard 

El arte y la literatura son bienes raros, frágiles e inestables, surgen del milagro de la vida y de los temblores de la creación humana, está en la naturaleza o es creado cuando el artista o el escritor han echado la semilla que rompe a vivir. Aguanta la intemperie como la piedra del dolmen prehistórico más sencillo o es simetría perfecta, sofisticada y efímera en las alas de una mariposa. El arte es libre, imprevisible y salvaje, nunca evidente. El arte provoca, huye de las convenciones y rigideces de mortaja; provoca emociones en el espectador, como lo hace la geometría dibujada en el aire de una verónica templada que afina los sentidos porque surge del misterio de la bravura, de la música callada del toreo. El toreo crea belleza primaria, es contrario a la naturaleza desbordante y desbordada de un volcán en erupción; el torero castiga por bajo al toro para evitar el desbordamiento de la casta. Los toros son una excepción a la racionalidad, pero es lo que nos queda de una cultura prehistórica cuya liturgia ya plasmaron los artistas primitivos en Chauvet y Altamira. La vida se gana sólo por nacer, pero se defiende en el ruedo, como Berta demuestra en la isla.


Berta piensa a lo grande al desembarcar en la isla: dormir, cantar, roturar la trasera de la casa sin maquinaria ni herramientas, trazar senderos al mar, a manotazos y arañazos, construir una acequia a ojo. Arrancar a sudar a cada azadonazo. Emprende una lucha contra la pereza y el abandono. Reflexiona sobre la dignidad y la miseria que toca con las manos. La dignidad de la limpieza para salir de la atracción contagiosa de la dejadez, aprendida de niña en una casa llena de obligaciones para sobrevivir acosada por la pobreza mientras cuidaba de su madre, gastullona que los había hundido en la desgracia de la miseria, pero orgullosa de una hija que deja hablar a la tierra. Eran tantas las obligaciones de la casa, que descansa cuando compra la editorial. Los trabajos agrícolas de sol a sol le parecen menudencias a pesar de terminar los días agotada de podar, desbrozar, poner límites a la naturaleza desbordada. Ordenar el caos, humanizar el entorno para poder vivir sin dañar la naturaleza original, sin avasallar a los habitantes que comparten isla. 

Yolanda Izard no escribe literatura de consumo, sino una novela para leer despacio, recreándose en la suerte, releer, pensar en las reflexiones para no atorarse de tanta belleza. Intenta crear una lengua nueva, de pureza virginal, sin acepciones ni interpretaciones o la amargura de la historia pegada a sus vocales. Un castellano cristalino que no rechaza vocablos de su tierra: “Les llevo hibiscus, con los que compongo una ofrenda floral sobre la lancha de piedra”. “No hay austeridad aquí, todo retoña”. Elegir regato en lugar arroyo o riachuelo. 

Hay ratos que La hora del sosiego recuerda a Proust: “En aquella mirada de reconocimiento creí ver representada la felicidad de mi infancia, que no haría sino crecer hasta desbordar todas mis previsiones”, por el décimo cumpleaños y la escena del regalo de los patos que será símbolo del resto de su vida llena de altibajos. 

Al hablar del estilo de Yolanda Izard en la novela ya señalamos el uso de la repetición de sonidos y tiempos verbales en el primer capítulo para conseguir ritmo. A veces recurre a la inteligente, brillante, repetición de frases completas que no son iguales, como en el capítulo ochenta: “Hay cadáveres más atormentados o desvalidos que otros”; “Hay cadáveres más atormentados que otros, como los cadáveres desvalidos encerrados en una gota de ámbar”. Berta se apoya en los recuerdos, los estructura para pisar la isla con la fuerza de los verbos, se adapta al calendario del hortelano. Aprende a “escarbar la tierra con los dientes” y “dejar un olor de herramientas y de manos”. Del cabrero poeta Miguel Hernández. 

Algún ejemplo más: "Ayer recolecté conchas en la playa, cientos de conchas de todos los colores, formas, brillos y texturas.Volví por el senderito hacia la casa y por el camino fui recogiendo hojas y flores de todos los colores, formas, brillos y texturas". Otras veces recurre a la repetición de onomatopeyas que representan sonidos , lo más rudimentario de una lengua, como los utilizados en el lenguaje del cómic: "Te quedabas horas mirando el grifo que goteaba, mira, Berta, hay ritmo en su caída, glup-glup, glup, glup, glup". 

A los cuatro años de estancia en la isla viene el huracán que te levanta los pies del suelo y arranca de cuajo los arboles más poderosos y enraizados. El trabajo de varios años destruido en una noche de devastación: el huerto, la acequia, las chozas, los senderos, todo hecho una escombrera. Y llega la enfermedad, la isla que la enferma, la sana, pero la deja para el arrastre, sumida en una sensación de vejez prematura que no le impide hacer lo mismo que antes, pero más despacio. Berta canta al sanar de la pierna rota que le regala una cojera permanente. Como los que venían de Cuba, derrotados y enfermos, pero contentos por sobrevivir.

I am the egg man
They are the egg men
I am the walrus
Goo goo g'joob
The Beatles




"Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



viernes, 22 de octubre de 2021

La hora del sosiego (1) Yolanda Izard. Una botella al mar.




"No deja de asombrarme que aquí haya arte por todas partes"

La hora del sosiego (1)
Yolanda Izard 

La lectura de La hora del sosiego requiere el cervantino paciencia y barajar, algo de trasteo  para ser productiva, en el sentido que indica William Shakespeare en Hamlet: “Pronto va a llegarnos la hora del sosiego. Hasta entonces, la paciencia gobierne nuestros actos”. 

Antes, Yolanda Izard nos ha metido en faena con tres citas de Herman Hesse, un haiku de Basho y otra de Agustín Fernández Mallo que hablan de la soledad como despojamiento de lo retórico, del camino interior y la desembocadura, que a la postre son los temas fundamentales tratados en la novela. 

El libro está dividido en ciento dos pequeños capítulos más uno narrados en primera persona por la protagonista, Berta, casi exclusivamente. También la autora concede voz narradora a otros personajes secundarios como Clement, el muertito francés que narra su propio fusilamiento y fuga posterior desde la fosa común cuando empezaban a tapar los cadáveres con paladas de tierra: “Nos colocaron delante de la tapia del cementerio de mi pueblo”. También a Marcus, soldado alemán que cuenta su vida con su voz vegetal desde su tumba de tierra y agua. Asimismo hay una voz en off, una especie de profesor de literatura que se dirige a la encarnación de un personaje para dirigirla en la escritura de la novela: “Y no es nada nuevo, Berta, eso es lo que hacen todos los escritores desde tiempos inmemoriales. Cómo conservar la memoria, las emociones, y la imaginación sin necesidad de disco duro, empuñando la pluma”. A primera vista el relato parece escrito como un monologo lineal en primera persona, sin embargo, la autora utiliza diversas técnicas narrativas que evitan la monotonía. A veces se dirige a un interlocutor en segunda persona como si fuera presente: “Pero ahora te pones un zapato. Estás sentada en el borde de la cama, con el ventanal de tu cuarto abierto de par en par”. Como si la protagonista y narradora viera la escena a través de una mirilla: “Ahora te veo en la casa ruinosa. Estás también sentada en el borde del colchón y yo a tus pies, mirándote”. Es curioso que la narración de los sueños sea en presente. 

Este tipo de escritura fragmentaria y esencial, depurada de lo accesorio, (Acendramiento, lo llama la autora), sometido a la tiranía de la estrechez implacable de la pantalla del móvil, está de moda y se impone en la actualidad. Cada vez con más frecuencia vemos este formato en novelas, cuentos, relatos y poemas. Que quepa en un pantallazo para que se pueda leer de una vez y ya. Juan Ramón Jiménez y su Platero y yo se ajustaría como un guante a los requerimientos lectores actuales. Su estilo recurre a la adición de adjetivos que recuerda al despojamiento de la prosa de Becquer, a Azorín o Josep Pla por citar algunos autores de lectura reciente: “El olor de aire ya respirado, devastado, saqueado, descompuesto, el olor de ex aire que flotaba en la iglesia, me ha hecho salir rápidamente”. “Y la naturaleza era compleja, cruel, descabellada, exultante, pacífica, armoniosa, sabia, atormentada”. 

La repetición del verbo correr diecisiete veces en el único capítulo sin numerar, el primero que no es el uno, tiene música y letra, una declaración de intenciones en una página de introducción o de prólogo. La sonoridad de los párrafos conseguida a fuerza de la repetición de fonemas fuertes, los sonidos negros de García Lorca que te atan a la lectura. El sonido fuerte y arrastrado de la letra erre, /r/ (erre con moño que no hay manera de poner con este teclado) en “Corro y corro” que tanto recuerda a la repetición de la erre suave /r/ en la primera página de Pedro Páramo. La primera página es una pieza musical con acelerón final, un párrafo larguísimo con ritmo vibrante, con pausas frecuentes marcadas con comas antes del staccato final. Correr y correr hasta caer al abismo junto a todos los personajes que aparecen en el relato. Correr para huir del espanto. La familia, los tres soldados enterrados y la perrita María que hará de confidente mudo, como Orfeo en Niebla de Unamuno; una herramienta útil para mantener el soliloquio. 

Después del apresuramiento viene la calma. Berta huye de la civilización y acampa en una isla en la que casi todo está por hacer. Se pega unas palizas soberanas para poner aquello habitable y visitable. Expulsa a los bichos, las criaturas chicas que huelen, se esconden, invaden, defecan, destilan savia y procrean. Queda agotada, pero con la satisfacción de adecentar la casa para poder vivir. Quiere cantar y volverse árbol para ser naturaleza y no dañarla porque “mis sandalias profanan el silencio”. Berta deja la ciudad para cantar, bailar, llorar y escribir. Para romper el silencio habla con María que solo escucha. Nada que ver con el busto parlante o Cipión y Berganza de Cervantes. Berta no reza, canta. Ni cuando visita la tumba de los soldados reza, la protagonista le canta al agua, a las colinas, al viento, canta para ahuyentar la muerte. Berta se declara incapaz de pedir ayuda sobrenatural: “Yo no sé rezar, sólo cantar. Sólo escupir, sólo plantar patatas y recolectar cocos, sólo mimar con mis pies el agua del regato, sólo nadar y presumir de ser la mejor en esta isla”. Qué fuerza tiene esta magnífica declaración de lucha por la supervivencia que llega directa al corazón.

Algunas veces vivo 
Y otras veces 
La vida se me va con lo que escribo 
Algunas veces busco un adjetivo 
Inspirado y posesivo 
Que te arañe el corazón 
Luego arrojo mi mensaje 
Se lo lleva de equipaje 
Una botella, al mar de tu incomprensión

 Javier Martinez-Gomez /  Joaquin Ramon Martinez Sabina






"Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.