La hora del sosiego (y2)
Yolanda Izard
El arte y la literatura son bienes raros, frágiles e inestables, surgen del milagro de la vida y de los temblores de la creación humana, está en la naturaleza o es creado cuando el artista o el escritor han echado la semilla que rompe a vivir. Aguanta la intemperie como la piedra del dolmen prehistórico más sencillo o es simetría perfecta, sofisticada y efímera en las alas de una mariposa. El arte es libre, imprevisible y salvaje, nunca evidente. El arte provoca, huye de las convenciones y rigideces de mortaja; provoca emociones en el espectador, como lo hace la geometría dibujada en el aire de una verónica templada que afina los sentidos porque surge del misterio de la bravura, de la música callada del toreo. El toreo crea belleza primaria, es contrario a la naturaleza desbordante y desbordada de un volcán en erupción; el torero castiga por bajo al toro para evitar el desbordamiento de la casta. Los toros son una excepción a la racionalidad, pero es lo que nos queda de una cultura prehistórica cuya liturgia ya plasmaron los artistas primitivos en Chauvet y Altamira. La vida se gana sólo por nacer, pero se defiende en el ruedo, como Berta demuestra en la isla.
Berta piensa a lo grande al desembarcar en la isla: dormir, cantar, roturar la trasera de la casa sin maquinaria ni herramientas, trazar senderos al mar, a manotazos y arañazos, construir una acequia a ojo. Arrancar a sudar a cada azadonazo. Emprende una lucha contra la pereza y el abandono. Reflexiona sobre la dignidad y la miseria que toca con las manos. La dignidad de la limpieza para salir de la atracción contagiosa de la dejadez, aprendida de niña en una casa llena de obligaciones para sobrevivir acosada por la pobreza mientras cuidaba de su madre, gastullona que los había hundido en la desgracia de la miseria, pero orgullosa de una hija que deja hablar a la tierra. Eran tantas las obligaciones de la casa, que descansa cuando compra la editorial. Los trabajos agrícolas de sol a sol le parecen menudencias a pesar de terminar los días agotada de podar, desbrozar, poner límites a la naturaleza desbordada. Ordenar el caos, humanizar el entorno para poder vivir sin dañar la naturaleza original, sin avasallar a los habitantes que comparten isla.
Yolanda Izard no escribe literatura de consumo, sino una novela para leer despacio, recreándose en la suerte, releer, pensar en las reflexiones para no atorarse de tanta belleza. Intenta crear una lengua nueva, de pureza virginal, sin acepciones ni interpretaciones o la amargura de la historia pegada a sus vocales. Un castellano cristalino que no rechaza vocablos de su tierra: “Les llevo hibiscus, con los que compongo una ofrenda floral sobre la lancha de piedra”. “No hay austeridad aquí, todo retoña”. Elegir regato en lugar arroyo o riachuelo.
Hay ratos que La hora del sosiego recuerda a Proust: “En aquella mirada de reconocimiento creí ver representada la felicidad de mi infancia, que no haría sino crecer hasta desbordar todas mis previsiones”, por el décimo cumpleaños y la escena del regalo de los patos que será símbolo del resto de su vida llena de altibajos.
Al hablar del estilo de Yolanda Izard en la novela ya señalamos el uso de la repetición de sonidos y tiempos verbales en el primer capítulo para conseguir ritmo. A veces recurre a la inteligente, brillante, repetición de frases completas que no son iguales, como en el capítulo ochenta: “Hay cadáveres más atormentados o desvalidos que otros”; “Hay cadáveres más atormentados que otros, como los cadáveres desvalidos encerrados en una gota de ámbar”. Berta se apoya en los recuerdos, los estructura para pisar la isla con la fuerza de los verbos, se adapta al calendario del hortelano. Aprende a “escarbar la tierra con los dientes” y “dejar un olor de herramientas y de manos”. Del cabrero poeta Miguel Hernández.
Algún ejemplo más: "Ayer recolecté conchas en la playa, cientos de conchas de todos los colores, formas, brillos y texturas.Volví por el senderito hacia la casa y por el camino fui recogiendo hojas y flores de todos los colores, formas, brillos y texturas". Otras veces recurre a la repetición de onomatopeyas que representan sonidos , lo más rudimentario de una lengua, como los utilizados en el lenguaje del cómic: "Te quedabas horas mirando el grifo que goteaba, mira, Berta, hay ritmo en su caída, glup-glup, glup, glup, glup".
A los cuatro años de estancia en la isla viene el huracán que te levanta los pies del suelo y arranca de cuajo los arboles más poderosos y enraizados. El trabajo de varios años destruido en una noche de devastación: el huerto, la acequia, las chozas, los senderos, todo hecho una escombrera. Y llega la enfermedad, la isla que la enferma, la sana, pero la deja para el arrastre, sumida en una sensación de vejez prematura que no le impide hacer lo mismo que antes, pero más despacio. Berta canta al sanar de la pierna rota que le regala una cojera permanente. Como los que venían de Cuba, derrotados y enfermos, pero contentos por sobrevivir.
I am the egg man
They are the egg men
I am the walrus
Goo goo g'joob
The Beatles
"Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
2 comentarios:
Berta comprende pronto que la belleza también puede ser cruel. Y aprende que solo atravesando ese dolor podrá hallar su consuelo.
Gracias por estas magníficas aportaciones, querido Celes.
Seguimos, con Lorca.
Berta se ve obligada a ser más madura que su imaginativa madre desde pequeñita, de ahí su fuerza. El pulso con la Naturaleza sabe que lo tiene perdido. No hay quien toree en esa plaza, digo en la Isla.
Seguimos y nos visitamos, Pancho.
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