"Tenía la serenidad de los que han nacido para afrontar las grandes tempestades"
Picasso
Aurora roja. Pío Baroja (9)
El matrimonio de Manuel y la Salvadora no cambia de manera sustancial las rutinas de la casa. No hubo ceremonia, tampoco celebración. La salud de Juan empeora a pasos agigantados, ya ni toma las medicinas, sale a todas horas y se ha dado al aguardiente. El catarro crónico que padece ya no le abandona por las noches. Los accesos de tos violan el silencio de la noche y le tienen quebrantado por dentro. Consciente del deterioro de su estado físico, sueña con llegar vivo al día de la coronación del rey, que sería la suya propia porque fantasea con detener al rey al grito de ¡Viva la anarquía!
En la taberna del Chaparro el grupo de Aurora roja desvela la auténtica identidad de Silvio Fernández Trascanejo, el soplón de la policía que huye de la quema como un tornado, dejando en la huida miseria y desolación, sembrada la semilla de la maldad.
Mayo de 1902. Coronación de Alfonso XIII
“Era un día de mayo esplendoroso; un cielo azul; una tarde de oro. La luz intensa, cegadora, vibraba llanamente en las colgaduras amarillas y rojas, en las banderas, en los gallardetes, en los farolillos de las iluminaciones”. Las gentes visten sus mejores galas para presenciar el cortejo. Abarrotan las aceras de la Calle Mayor al paso de la comitiva real. “La regente, rígida, miraba a la multitud con indiferencia,” El rey, desmejorado de aspecto, parecía enfermo. A Manuel unas se le iban, otras se le venían por miedo a alguna explosión. La realidad del momento refleja la aritmética del horror: miles de hombres muertos en Cuba y Filipinas. El pueblo muriéndose de hambre, miseria por todas partes y los anarquistas sufriendo una feroz represión. El señor Canuto lo celebra por las tabernas.
El Libertario sentencia con acritud:
“Aquí no hay nada; esto es una raza podrida; esto no es un pueblo; aquí no hay vicios ni virtudes, ni pasiones; aquí todo es m... -y repitió la palabra dos o tres veces-. Política, religión, arte, anarquismo, m...” Un teniente ordena que prendan al señor Canuto y lo lleven detenido al oírle exclamar en voz alta al paso de la bandera: “El trapo glorioso; el símbolo del despotismo y de la tiranía”. Juan no puede hacer nada por evitarlo debido a su debilidad. Las fuerzas le abandonan y Manuel lo lleva a casa por última vez. Desmayado, lo sube en brazos. La próxima salida será por la puerta grande, a hombros de Perico, Prats, el Libertario y el Bolo, sustituidos por cuatro mujeres con el mantón terciado y braceando con garbo por la Castellana con espectadores ocasionales que se arraciman a mirarlas.
Ignacia llama al cura. Juan, que ha podido dormir gracias a la morfina, tiene un momento de lucidez y se niega a verlo. La Salvadora canda la puerta por dentro con llave. Se pasa el día en paz consigo mismo, en diálogo con sus demonios interiores, recordando la infancia, las ideas, los sueños, la maravilla de la existencia que se extingue. El Libertario cuenta que el señor Canuto se muere en el hospital como consecuencia de la paliza recibida. Juan se despide de los compañeros de causa: “Ahora estoy soñando cosas hermosas, muy hermosas. ¡Adiós, compañeros! Yo he cumplido mi misión, ¿verdad?... Seguid trabajando”. Su herencia, los escritos.
Manuel y la Salvadora no se separan de él ni un instante durante su última noche en el mundo de los vivos. Juan se muestra preocupado por el amanecer. “En el cielo azul, con diafanidades de cristal, volaban las nubes rojas y llameantes del crepúsculo”. Juan entrega su alma con el gesto de un héroe, con la serenidad ejemplar de un santo. A partir de ese momento todo será póstumo para él, un recuerdo del pasado.
¿Pues qué es lo que pasa? ¿Qué procesión es esta?
La procesión de la muerte. Gutiérrez Solana
Quién le iba a decir a Manuel que su hermano pródigo, el seminarista, el artista bohemio extranjero, le dejaría una huella tan profunda. Con Juan de cuerpo presente tiene un sueño extraño: la muerte de la anarquía. Sueña que en la Puerta del Sol llevan en procesión a las estatuas de la Verdad, la Naturaleza y el Bien. Los miembros de Aurora Roja gritan: ¡Muera la anarquía! La Filipina se acerca al velatorio con un ramillete de lirios rojos y blancos, las primeras flores en nacer al sol de la primavera. Antes de que las paletadas de tierra de los enterradores tapen la caja al anochecer, el Libertario, recogido sobre sí mismo, con voz temblorosa toma la palabra. Emocionado, agradece al amigo su lucha a favor de los débiles y desfavorecidos, “fue un rebelde porque quiso ser justo”.
Et nous ferons de chaque jour
Toute une éternité d'amour
Que nous vivrons à en mourir
Georges Moustaki
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
6 comentarios:
¡¡que entradas tan trabajadas, Pancho!!
no sigo las lecturas pero me saco el sombrero ante tanta constancia y dedicación.
biquiños,
La aurora roja por fin, en el último momento de Juan. Manuel Alcázar no tuvo hermano durante páginas y páginas. Y cuando aparece, se siente incómodo, a qué viene este, con lo bien instalado que estoy ahora. Y, sin embargo, remueve su vida. Un personaje demasiado bueno para vivir.
Enhorabuena por la calidad de tu entrada y por tu fidelidad a estos entes de ficción.
Falta el entierro.
Besos
Hay un ambiente de familia tan entrañable en las páginas finales de Aurora roja que todo parece ajustarse y calmarse en aquella casa.
Gracias, Pancho... a ver qué te inventas con El Hereje, que ya lo comentaste...
Buenas noches, pancho:
¡Qué estupendo personaje la Salvadora!
¡Cómo confía Juan en ella!
Me encantó el final.
Y Don Pío no se dejó ni el detalle de la Filipina con los lirios.
Estoy leyendo las Memorias de Baroja :‘Desde la última vuelta del camino’.
¡Qué grandísimo escritor!
Y hay pasajes en sus descripciones para reír a carcajadas. Él, tan serio, y en ocasiones -hasta cuando caminaba solo- no aguantaba la risa.
Abrazos.
P.D.: La pintura de Picasso me recuerda las esculturas griegas.
La canción llena de recuerdos.
Ninguna rebeldía anterior pudo apagar el gesto entrañable final.
Un abrazo
Cierto, hay mucho cariño y naturalidad en la Casa de Manuel y Salvadora, sobre todo en como cuidan a Juan, hasta el final. Enternece.
Besos
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