Luces de bohemia (4)
Valle-Inclán
Escena séptima
Los amigotes de Max Estrella no lo abandonan del todo. La agrupación de poetas tiesos y don Latino arman un guirigay en la redacción llena de humo del puro que fuma don Filiberto, redactor y único periodista que trabaja a esas horas en El Popular. Vienen a que don Fili publique el atropello que ha sufrido Max Estrella, encarcelado y maltratado en los calabozos del Ministerio de la Desgobernación. Don Filiberto admira a los poetas modernistas y lee a Rubén Darío, se convierte en el protagonista de la escena ante la ausencia de Máximo Estrella, un periodista dependiente que apoya y sigue al pie de la letra el argumentario e ideas del patrón que paga los salarios, pero que mueve los hilos e influencias para que liberen a Max.
Valle-Inclán cambia el tono después del tenebrismo anterior, en esta escena desvía la atención a un motivo secundario divertido, una vez resuelta la liberación de Cervantes-Max Estrella. El autor además de plantear la clásica debilidad del periodista que no tiene más remedio que seguir la línea editorial del periódico si quiere comer, un desafío de ingenio entre Don Latino (onital), Dorio de Gádex y don Filiberto. Los recién llegados le hacen la rosca al periodista.
“Don Latino: “Dorio, no malgastes el ingenio, que todo se acaba. Entre amigos basta con sacar la petaca, se queda mejor. ¡Vaya, dame un pito!". El maestro del sablazo en acción.
"DORIO DE GADEX: ¿Sabe usted quién es nuestro primer humorista, Don Filiberto?
DON FILIBERTO: Ustedes los iconoclastas dirán, quizá, que Don Miguel de Unamuno.
DORIO DE GADEX: ¡No, señor! El primer humorista es Don Alfonso XIII”.
Don Miguel de Unamuno es un maestro del humor fino, inteligente, basado en paradojas, juegos de palabras e ironía. En Niebla hay situaciones en las que te partes de la risa. Me imagino que esta aparición en Luces de Bohemia dudando de su sentido del humor, le sentaría como un tiro a don Miguel.
Escena octava
Max recién liberado se pone la noche por montera y sube a la Secretaría particular de Su Excelencia, el ministro, a presentar una denuncia por malos tratos en los bajos del edificio.
“De repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático” A ver cómo se sustancia esta acotación hecha metáfora sobre un escenario sin perder su esencia surrealista de vanguardia.
Max discute con el ujier y con Diego, de noche, (tiene vuelo nocturno), ambos actúan como muro de contención del ministro, como una guardia pretoriana impenetrable para el pueblo llano.
El ministro lo recibe a la puerta al oír el jaleo, como una deferencia a un amigo de la infancia y compañero de bohemia antes de dedicarse a la política. Se extraña de su ceguera, Max le explica que es “un regalo de Venus” y le manifiesta que no viene a pedir nada, quiere agradecerle su libertad, pero exige un desagravio del ministro por los golpes que ha recibido de la canalla que él dirige. El ministro le ofrece un sueldo para que deje de pasar hambre mientras él sea ministro, en vista de que las letras no dan de comer. Al despedirse le da en mano algo de dinero de bolsillo para los gastos. Max no dice que no al regalo, Dieguito de noche se las arreglará para extraer el sueldo, que Max no llegará a cobrar, de los fondos reservados de la policía.
Escena novena
Max y don Latino se dirigen al café Colón, un establecimiento elegante, mucho más caro que las tabernas que suelen frecuentar, derechos a fundir la pasta del ministro. Allí se juntan con Rubén Darío, “el cerdo triste”, como todos los poetas de la bohambre está más tieso que un lagarto escayolado. A Max le quema el dinero en el bolsillo, se siente rumboso con los amigos, los invita a cenar, no hay dinero mejor gastado que en quitar el hambre a un poeta universal. Para nada se acuerda de Collet y Claudinita que también las pasan canutas en casa.
Max le cede a Darío el cetro de la poesía, la responsabilidad de echarse al hombro la renovación de la poesía en español. Ya presiente cercana la visita de la Dama de Luto: “Vamos a su lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro”. Entablan conversación sobre la Teosofía y cosas raras. Brindan por el reencuentro después de haber comido, al brindis se unen el Marqués de Bradomín y la leve cojera de Verlaine: “Y en el ritmo de las frases, desfila, con su pata coja, Papá Verlaine”. Darío recita un poema (que en modo alguno es el mas afilado del estuche) en el que Bradomín espera la llegada de la parca apoyado en el quicio de una puerta, buen sitio para morir:
¡La ruta tocaba a su fin.
Y en el rincón de un quicio oscuro,
nos repartimos un pan duro
con el Marqués de Bradomín!
Triunfar podré
Teníamos salud, sonrisa, juventud
Y nada en los bolsillos
Con frio o con calor
El mismo buen humor bailaba en nuestro ser
Luchando siempre igual, con hambre hasta el final
Hacíamos castillos
Y el ansia de vivir nos hizo resistir
Charles Aznavour/Concha Buika
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
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