Luces de bohemia (3)
Valle-Inclán
Escena cuarta
Max Estrella y Don Latino caminan haciendo eses por las calles de Madrid, pisan cristales rotos de las ventanas, escaparates y farolas que la cachiza del pueblo soberano ha provocado. Parece Barcelona del 17. Bajo una farola indemne filosofan, de la puerta abierta de La Buñolería Modernista una “banda de luz parte la acera”. Antes de llegar, Max quiere volver a casa porque está muerto de frío y perjudicado, pero su lazarillo es mala persona, se niega a prestarle el macferlán, prefiere seguir la noche, chupar de gorra de lo que quede de las nueve pesetas, los dos están más tiesos que la mojama. Para reponerse un poco propone un café de recuelo en la Buñolería.
Aparece la Pisa Bien en la calle pregonando el capicúa, relata que se ha batido el cobre con los coraceros y esquiroles amarillos en La Cibeles y alardea de haber dado mulé a un par de ellos. Del interior de la Buñolería apestosa a aceite de fritangas sale “un tropel de ruiseñores”, una caterva de autores modernistas, ya desfasados para la elegante columna griega de Max. A falta de abuela y agradadores alrededor, el vate ciego se considera el poeta del pueblo, el mandón de los poetas, sus versos son mejores que los versos burgueses de los aristócratas modernistas.
Dorio de Gádex le sugiere que se presente a un sillón de la Academia, Max rechaza de plano la posibilidad de aposentarse en el sillón que deja vacante la muerte de Galdós: “Para medrar hay que ser agradador de todos los Segismundos” y él no sabe cómo se adula al jefe. (De nuevo el príncipe polaco de “La vida es sueño” de Calderón). Dorio de Gádex le canta “los nuevos gozos del enano de La Venta”, el resto de ruiseñores le hacen el coro griego. Acababan de cantarlo en la Puerta del Sol, con tanto éxito y expectación que salió el retén de Gobernación a escoltarles. Ni el mismo Rafael el Gallo había necesitado tanta protección tras una de sus espantás.
Aparecen los coraceros de guardia a poner orden y se llevan preso a Max por curda y gritón contra el gobierno, entreverados los gritos con mueras a Maura: “Muera el judío y toda su execrable parentela” ( Poco nuevo hay en el From the river to the sea...). Max refuerza la corriente antisemita de la época, el estereotipo antiguo del judío rico avaricioso que hace dinero a fuerza de explotar al trabajador. El propio Marx, que provenía de familia judía, renegó de la religión de sus ancestros y apoyó el antisemitismo.
Escena quinta
En el Ministerio de la Gobernación se respira aire rancio de cueva, estanterías con atijos de papeles desordenados cubren las paredes, bancos corridos contra otra pared y unas carpetas de badana mugrienta sobre una mesa amueblan la sala. En el Ministerio de la Gobernación gobierna Serafín el Bonito, un chulapo madrileño que echa humo de un habano por la boca cuando dicta al escribiente. Entra Max guiado por don Latino, viene detenido por briago, escándalo en la vía pública y gritos internacionales. Max presta declaración ante Serafín el Bonito. Se declara cesante de profesión, pero no de los cesantes tan bien retratados por don Benito Pérez Galdós en sus novelas sino “cesante de hombre libre y pájaro cantor”.
Queda detenido por desacato a la autoridad, usar un tono burlesco e intelectual y llamar “gusano burocrático” al guindilla que le trae. Lo meten a rastras en la trena a voz en grito: “¡Que me asesinan!, ¡que me asesinan!”. Los modernistas y don Latino no abandonan a Max del todo, acuden a las redacciones de los periódicos a denunciar la prisión de Max Estrella, gloria nacional.
Escena sexta
Los guindillas meten a Max a empujones en la celda numero dos, la celda de los presos peligrosos, allí no está solo, la celda está ocupada por Mateo, en el corredor de la muerte a la espera de la ejecución al amanecer. Como todos los presos, ambos se consideran inocentes y maltratados por el sistema, hacen buenas migas desde el saludo, los revolucionarios se huelen a la legua. Mateo es un anarquista partidario de la acción directa, Max se avergüenza de su trabajo de poeta que hace activismo con la palabra, no a bombazos, y de su extracción social burguesa. Su manera de compensar el desnivel de revolucionarismo y ser admitido en la tribu de los rebeldes e insurrectos es matar más que nadie, le arrebata un hambre de sangre aristocrática: hay que matar más Romanov, hasta el perro. Pero con menos gasto de munición que está muy cara. “Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol”, menos trabajo para el verdugo.
Mateo afirma que el patrono catalán es el de más negra entraña de Europa, y no dice del mundo porque están los patrones de las colonias españoles de América que son peores todavía.(Un poco desfasao está Mateo, hace un siglo que el imperio se ha desgajado en dieciocho repúblicas independientes, la IA dice). Ambos se reafirman en su creencia de que el pistolerismo, el toma y daca de la violencia, tiene que seguir, porque los proletarios y parias de la tierra son más. Max piensa que si se matan muchos patrones, el precio de los sicarios subirá como la espuma al disminuir las piezas de caza.
“EL PRESO: Acabando con la ciudad, acabaremos con el judaísmo barcelonés.
MAX: No me opongo. Barcelona semita sea destruida, como Cartago y Jerusalén. ¡Alea jacta est! Dame la mano”. Es la expresión más radical de un Max arrebatado. Barcelona es una ciudad semita y hay que bombardearla, reducirla a una escombrera para que de las cenizas surja una ciudad nueva, limpia de polvo y paja, como le pasó a Cartago por fenicia y a Jerusalén por judía. “Muera Sansón y todos los que con él son”. Las ciudades no tienen ideología ni religión que valga, la tiene la gente que las levanta y las habita. Ya se le empieza a hacer pedregosa la vida a los judíos en Europa, sobre todo a los pobres, porque los ricos se las arreglan para emigrar a sitios menos agresivos, más hospitalarios. Se normaliza la destrucción de una fecunda cultura varias veces centenaria en centro Europa en unos cuantos años y después la casi eliminación de la raza. Max se despide de Mateo con un fraternal abrazo y lagrimas de impotencia y rabia en los ojos.
En el Puente de Carlos aprendí
A rimar cicatriz con epidemia
Perdiendo los modales:
Si hay que pisar cristales
Que sean de bohemia, corazón
Joaquín Sabina/ Pancho Varona/ De Diego/ Benjamín Prado
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

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