jueves, 8 de marzo de 2012

La noche calza sus botas de metal


La gente se agrupaba en las calles para gritar entusiasmada:
-¡Viva el rey de los buenos cristianos!



MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN. VALLE-INCLÁN
SONATA DE INVIERNO (4)

Una borrasca de nieve y agua castiga Estella. La ciudad santa del Carlismo respira al ritmo de los clarines que acompañan a la tropa que se ha juntado para la guerra. A la espera de las escaramuzas que los justifique, hay tiempo para noches de amor adúltero y juego hasta el amanecer.

Mientras Bradomín exhibe sus dotes amatorias en el tálamo clásico de los hidalgos navarros ignorantes de la “teología de Aretino”, las primeras luces del día sobre Estella nevada sorprenden a los frailes facciosos de timba en casa de Fray Ambrosio. La luz natural y la llegada del Marqués ponen fin a la partida. El sonido metálico de las herraduras de los caballos de las Lanzas de Borbón resuena al golpear el empedrado de la plaza. Ni el agua ni la nieve son obstáculos para la campaña. Con la Caballería de Borbón en casa, el Rey Carlos decide salir de campaña. El Conde de Volfani y Bradomín le acompañan.

Llegan a Zabalcín con el ánimo de dejar expedito el camino de Oteiza que ocupa la tropa alfonsina, pero el mal tiempo les obliga a parar antes de cumplir la misión. El Rey decide regresar a Estella esa misma noche, de incógnito y acompañado de Volfani y Bradomín. El resto se queda, inflamados de patriotismo carlista y ponderando “el valor sereno de los castellanos y el coraje de los catalanes y la acometida de los navarros”.

Ya en Estella, encaminan sus pasos al caserón de la Duquesa de Uclés, una antigua bella bailarina. A la puerta les recibe un anticuado y renombrado en su día picador de toros bravos. Las malas lenguas le vinculan a la Duquesa y por lo tanto competencia del Marqués de Bradomín en los favores de la noble dama. A pesar de que ella siempre lo haya negado, tildando las insinuaciones de calumnias mal intencionadas, el picador se acaricia los tufos y pregunta ceceando en el contrapunto jocoso ante la gravedad de la situación:

-¿Pero estamos seguros de que no es vino lo que tiene?

Al Conde Volfani le ha dado un trabajo en casa de la bailarina, gitana de ojos morunos que había mandado al convento a una hija suya y de Bradomín. La Duquesa se ha arruinado por la Causa: cien lanceros de Don Jaime y sus monturas dependen de sus dineros. El picador con pata de palo que anuncia su llegada “despertando los ecos del caserón”, se encarga de la devolución del afectado a su casa.

Los lamentos del Rey por la más que probable muerte de Volfani en su incursión nocturna en la retaguardia y el frío viento del Norte les acompaña en el regreso junto a sus tropas. Muchos pasan la noche de timba. Bradomín le da vueltas a unas palabras del Rey, le recuerdan su juventud italiana, a María Rosario, el primero y único amor de su vida y su huida cobarde de la muerte de la niña que recogió moribunda del pavimento del palacio Gaetani. Se ampara en la partida de cartas de los fieles soldados del cuartel real, una vez comprobada la incapacidad de la luna de disipar la nube negra de sus pensamientos perdidos en su propio laberinto.

"Sentí en el brazo izquierdo el golpe de una bala y correr la sangre caliente por la mano adormecida"

Ya de mañana comienza la guerra para el Marqués. La misión a cumplir que el Rey le encomienda, consiste en impedir que el cura de Orio mate a dos rusos que tiene retenidos. Cuando pretende llegar al guerrillero con diez lanceros escogidos, una bala de los alfonsinos que viene hacia él le arrebata el ánimo al intentar cruzar el río crecido. Tiene que retroceder. Sor Simona, una monja exclaustrada con ojos de superiora fundadora, le reconoce y le obliga a curarse. La orden del Rey bien puede esperar porque el brazo herido no espera.



“Nos detuvimos ante una de esas hidalgas casonas aldeanas con piedra de armas sobre la puerta y ancho zaguán donde se percibe el aroma del mosto, que parece pregonar la generosa voluntad”. Bradomín ya no saldría de ella sino con un miembro menos: “El orgullo, mi gran virtud, me sostenía”.


"Luces de alma en pena en mi noche de viejo"

El autor se dilata en contarnos cómo se corta un brazo afectado de gangrena y cómo el Marqués no emite ni un grito de dolor. Aguanta con una entereza tal que causa admiración en los presentes: “No exhalé una queja ni cuando me rajaron la carne, ni cuando me serraron el hueso, ni cuando cosieron el muñón”. Enfebrecido, cercado por la niebla de la fiebre, se desvanece como se hunden en la penumbra del sueño los protagonistas heridos en las películas, al cuidado hasta recuperarse, de la chica enamorada del héroe. En los momentos de lucidez que deja la modorra de la fiebre del convaleciente, sus pensamientos vuelan como la alondra que rompe la negritud de la noche, estimulados por la sombra de Maximina que no se separa de su cabecera, sentada en una sillita baja de enea pasando entre sus dedos las cuentas del rosario.


"La noche que yo amo es un sótano oscuro
donde van los marinos que quieren naufragar.

Hay siempre algún borracho sujetando algún muro,

llamas de madrugada y te dejan entrar.

Los profetas urbanos salen de sus guaridas
cuando la noche calza sus botas de metal"

Joaquín Sabina e Hilario Camacho





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


El dibujo en B/N es de la página Noticias Carlistas


7 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto, la entereza de Bradomín para resistir el dolor de la herida y sus consecuencias es lo único que parece salvar a este personaje.
Qué extraordinariamente ilustrada tu entrada de hoy.

Myriam dijo...

Se nota como Valle-Inclán pone en boca de su personaje Bradomín un dolor bien real, que el mismo ya ha experimentado. Sabe muy bien de lo que habla e incluso hasta hace hincapié en su heroicidad al soportar la amputación, cosa que quizás hasta mejore -no lo sé con certeza- la propia actuación de Valle frente a esa desgracia.

Muy buenas las ilustraciones. Me gusta esa casona.

matrioska_verde dijo...

con esta imagen de D. Pelayo me pasa como con la imagen que publica Merche de Jolibud, las reconozco al instante.

;.)

biquiños,

Abejita de la Vega dijo...

Lo que le he dicho a Pedro: el sinvergüenza mejor hablado de la Literatura española. Por lo menos demuestra valentía, algo es algo...

Me gusta mucho tu hidalga casona y ese túnel...y lo de "enfebrecido...".

Valle nos cuenta su propia amputación en clave heroica, la realidad sería muy distinta.

Besos, Pancho.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

bien sabes que no sigo..la lectura...pero que bien ilustrada...me encantó la foto de Pelayo

Paco Cuesta dijo...

La bala resultó un magnífico recurso para Bradomín

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

¡Qué lástima el estado de abandono de esa casa que pide cuidados!. La primavera parece ser su única amiga fiel.

Bradomín, experto en la conquista fácil y con ventaja, utiliza el halago para seducir a la inocente y compasiva Maximina. Triste que ella no supiera que todas las personas y cosas son bellas, que sólo la fealdad es adquirida. ¡Y esa palabra –feúcha- repetida!, la misma con la que calificó a la hija de ambos la Duquesa de Uclés, que sólo admiraba y apreciaba hermosuras en los infantes. ¡Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr......!

Un abrazo

P.D.: Las canciones de Hilario Camacho se deberían escuchar más.