LA CIUDAD DEL GRAN REY. OSCAR ESQUIVIAS
I.- LA CIUDAD DOLIENTE.
I.- LA CIUDAD DOLIENTE.
Una imagen parcial de la catedral de Burgos en B/N con los pináculos que se alzan sobre el cuerpo de la catedral, que parece sostenida por los huecos góticos, le dan un misterioso aire de levedad, como si de una escultura gigante suspendida en el aire se tratara. Ni la joya más valiosa y con mayor esmero conservada se ve libre de la huella que en ella deja el paso del tiempo y las reformas de las diferentes generaciones de conservadores del monumento. La parte rehabilitada deja al descubierto la blancura original de la piedra.
Una dedicatoria a la memoria de Virgilio Mazuela y una nueva cita en italiano del Canto I, Purgatorio, de la Divina Comedia de Dante nos introducen en el primer capítulo. Nada perdemos por buscar la traducción de los versos que es la siguiente: “¿Quién sois vosotros que del ciego río habéis huido la prisión eterna?”
Nos damos de bruces con la complejidad narrativa de este novelista. Si en “la Inquietud” era Rodrigo el encargado de alzar el telón pidiendo perdón, en ésta son unos manuscritos mecanografiados, comentados por una especie de transcriptor o paleógrafo que con gran dificultad parece haber salvado el material mecanografiado. Ello nos reafirma en lo que creemos de la influencia cervantina en este comienzo de la novela: el manuscrito escrito en árabe por Cide Hamete Benengeli, traducido por un morisco aljamiado y los distintos planos narrativos del Quijote.
Después de los sucesos de la catedral reina la desorientación entre los atrevidos que cruzaron los arcos de fuego y se aventuraron por las grutas de la Escalera Dorada. Las piernas les pesan como si tuvieran que avanzar por un barrizal, hundidos en el ciemo hasta las rodillas. Las ratas huyen de unos recién llegados, tan desmejorados que, al sonarse, les salen los mocos negros. Se encuentran en un lugar errático donde las iglesias carecen de puertas, las piedras de los edificios se caen y se vuelven a levantar solas. Las guardias largas son como castigo y los sepulcros se hinchan y explotan. Los mancos se presinan con el muñón del miembro mutilado y los orines de murciélago sirven de conjuro para evitar males mayores. Se trata de un espacio aberrante donde ni se respeta el pacto tácito de no mezclarse los vivos con los muertos.
La nueva ciudad no es menos peligrosa que el Burgos del 36 que dejaron. Los personajes siguen escondidos y desconfiando de todo el mundo. Se trata de un lugar que no se rige por la lógica. El clima es impredecible. Se rige por otros modelos térmicos. La alternancia de días tórridos y de frío helador es repentina y al azar, sin la lógica aprendida de los distintos lugares. Un lugar hostil donde tienen más derechos los perros que los humanos. Éstos disputan los rebojos de pan duro a los canes. Sin embargo, hasta en los lugares más inhóspitos surgen excepciones como doña Beatriz, que da de comer a las estatuas y columnas que aguantan a la intemperie, heladas y canículas extremas. Esta novela tendría un serio problema de género si no fuera por este personaje tan bien trazado, altruista y original, como todo el relato que rebosa de imaginación.
Rodrigo aparece en los albañales de la ciudad. Se guía por la corriente de aire frío que procede del exterior. Pierde la noción espacio temporal de los mortales, tiene que gatear en la oscuridad, pierde una bota y comienza a distinguir las manos, sólo para reparar en una visión sacrílega: las mulillas de la carroza del Corpus, muertas por desfallecimiento; la custodia por el suelo y la carroza llena de golpes. Cuando sale a la luz, vocea, obtiene el silencio de la ciudad por respuesta.
Rodrigo recibe de saludo pellizquitos en el pene por parte de Filareto, a quien le regala las mulillas para que le quite los dientes que hacen de dinero en este mundo. Le sale un pavo por la boca cada vez que miente. Casi se ahoga. Le lleva volando a lomos a Burgos. Aterrizan a una cierta distancia del Arco de San Esteban, no le está permitido entrar en el recinto interior de la ciudad. Cuando Filareto se aleja, Rodrigo siente miedo. A pesar de sus extravagancias, siente haberle dejado. Una muchedumbre bebía y bailaba sin control. Una gitana le pone una máscara de zorro con una corona de tres picos. Rodrigo se une al desfile de carnaval con su máscara. Unos llevaban cabezas humanas en unas picas como si fuera la Rendición de Breda y los lanceros del cuadro bailaran danzas salvajes, borrachos de la sangre de las decapitaciones. Del tren de los horrores sale y reconoce al doctor Albiñana. Éste le cuenta que lo encarcelaron en La Modelo de Madrid junto a otros tres mil. Se vuelve loco y dispara con su pistola al aire.
Rodrigo se queda dormido en un desguace de pianos. Tiene pesadillas. Por allí aparece el maestro Ernesto Ventura que le ofrece trabajar con él a medias. Ambos van a la Iglesia de San Gil. Ventura le confiesa que él fusilaría a toda la gente sin bachillerato porque degradan la belleza del mundo. Deja solo a Rodrigo no sin antes advertirle de que allí los ángeles tienen malas pulgas. Cuando llegan todos los polillas, toca el himno para dar comienzo el campeonato de ajedrez. Antes hace manos y observa cómo las columnas se inflaman y todo se esponja como un perro al desesperezarse. Capablanca, un extraño ser robótico con aspecto de estufa con ruedas y varios brazos articulados, le ofrece de beber.
Aquel Purgatorio no se parecía nada a lo que había leído de Dante y Virgilio. Tampoco a los horrores que predicaba el obispo Castro. Mientras el enroque de las negras se celebra con petardos, Rodrigo se llena de tristeza y le entran ganas de llorar.
"So, so you think you can tell Heaven from Hell,
blue skies from pain.
Can you tell a green field from a cold steel rail?
A smile from a veil?"
Pink Floyd
blue skies from pain.
Can you tell a green field from a cold steel rail?
A smile from a veil?"
Pink Floyd
Este comentario pertenece al club de lectura sobre la trilogía de Oscar Esquivias, basada en la Guerra Civil, que dirige desde La Acequia, Pedro Ojeda Escudero.
Las ilustraciones en B/N son de Brueghel El Viejo
4 comentarios:
sea como fuere...el Burgos de esa época hubo ser caótico como la guerra misma...como el caos que me está suponiendo la lectura, me imagino que son los tintes de los artistas...y de los literatos...un abrazo
Interesante tu visión de La ciudad (no me había fijado en ese levedad de la Catedral que nos haces notar) y del capítulo. Y muy interesante también lo que anotas sobre el género en la novela, que si no fuera por Beatríz y sus criadas, las mujeres no existirían. A mí también me llamó la atención. ¿Por qué esa ausencia? ¿Es que las mujeres eran todas muy buenas en vida y se iban directamente al Cielo?... Óscar sabrá porque lo habrá escrito así y seguro que no es al azar porque me parece un autor tremendamente meticuloso.
He visto el enlace al artículo de Virgilio Mazuela (a quien no conocía) y sin duda debió de ser un gran personaje y persona.
Y es que el humor sirve para todo.
Biquiños.
El inicio de este segundo volumen supone un reto complejo, como señalas: sin cambiar nada, que cambie todo. Lo consigue Esquivias.
La ciudad que acaban de abandonar y la que les recibe después de los sucesos de la Catedral, no sólo se parecen físicamente sino que en ambas, por distintos motivos, reina el caos y son imprevisibles.
Mucha afición veo yo en los religiosos a dar esos pellizquitos en el pene a modo de saludo. En "Inquietud en el Paraíso" ya tuvimos también muestra de ello.
Cualquier parecido con la realidad ¿será pura coincidencia? No sé qué pensar.
Besos
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