jueves, 10 de febrero de 2011

Fraternidad sin clases





 "Los conventículos para resultar eficaces han de ser clandestinos"

Pedro Cazalla


MIGUEL DELIBES. EL HEREJE
LIBRO II. LA HEREJÍA
CAPÍTULO XII

El autor se preocupa de articular un relato ameno para narrarnos con detalle la atmósfera que se respiraba en la España de la Reforma. El capítulo está dedicado a ello en exclusiva. Delibes nos ofrece una muestra de las dificultades que encuentran los reformistas para difundir su doctrina con tres ejemplos de reuniones diferentes. El desarrollo de los conventículos depende de la personalidad de los convocantes y seriedad de la convocatoria. La asamblea de Valladolid rezuma la espiritualidad que desprende la palabra de Agustín Cazalla. El carácter totalmente clandestino le da seriedad. La de Ávila no pasa de una mera tertulia convocada en una casa noble a la que acuden escasas personas. La Reforma cuenta con escaso arraigo en la ciudad de la muralla. La reunión de Zamora representa el desbarajuste y el riesgo. Delibes se vale de ello para ahondar en las diferencias entre los Reformistas y los Contrarreformistas en un diálogo de calado entre Juan de Acuña y los jesuitas que habían acudido a la asamblea.

Es secretismo y complicidad más que miedo y misterio lo que CS siente al acudir al primer conciliábulo. Coincide con Pedro Cazalla en que para ser eficaces deben ser clandestinos, con el fin de no levantar las sospechas del Santo Oficio. Aquel día el recelo vuelve el frío más intenso. El silencio de la noche y la incertidumbre, solo roto por los pisotones nerviosos de las caballerías en las cuadras, le causan un sudor frío impropio de la meseta.

Juan Sánchez le abre la puerta tras el protocolo de la contraseña. Agustín Cazalla y su madre ya está sentados a una mesa que se alza sobre una tarima. Los bancos ya están ocupados por Pedro Cazalla, su otro hermano Juan con su mujer Juana Silva, Beatriz, Carlos de Seso, Francisca Zúñiga y Juan García, el joyero, junto a otros personajes significados. La aparición de Ana Enríquez, hija de los marqueses de Alcañices, levanta una ola de admiración. CS se fija en su cuello “que emergía de la galera ornado con un collar de perlas”.Doña Leonor da comienzo a la ceremonia con la lectura de un salmo, como si hiciera de telonera de su hermano, calentando el ambiente antes de la actuación estelar. Señala que el conventículo versará sobre reliquias y supersticiones. A continuación da lectura a un diálogo de Alfonso Valdés: “Diálogos de las cosas acaecidas en Roma”. En él se denuncia la práctica de obtener dinero de los simples a través de la exhibición de reliquias falsificadas: no es posible que Santa Ana tenga dos cabezas o que el prepucio de Cristo se muestre en Roma, Burgos y Auvernia de forma simultánea. Causa hilaridad que entre los objetos de culto tengan cabida la sombra del bordón del apóstol Santiago o las plumas del Espíritu Santo.

Unas voces procedentes de la calle sobresaltan a los reunidos, pero no entorpecen el curso de la reunión. Agustín toma la palabra para afirmar que ante diálogo tan expresivo, sobra cualquier comentario. Carlos de Seso se vuelve hacia doña Ana Enríquez. El Doctor advierte que Lutero piensa que el culto a las reliquias proviene de invenciones sobre Cristo y los santos que “hacen reír al diablo”. Prosigue su explicación con el asunto de las indulgencias para vivos y muertos, concluyendo que le parecen detestables porque son injustas; al tener acceso a ellas sólo los ricos.



Leonor informa de que, más pronto que tarde, gente influyente se unirá al grupo. Algunos no lo ven prudente y advierten del riesgo que comportan estas incorporaciones. Las reuniones clandestinas tienen como fin primordial darse ánimo. Se dice que pasan de los seis mil en toda España y que el Rey ve con simpatía el movimiento reformista. Finalmente celebran la eucaristía con gran recogimiento y disuelven la reunión tras tomar juramento a los asistentes sobre la biblia. Nevaba en Valladolid.

Después de la reunión, el Bachiller Herreruelo duda sobre la eficacia de los conventículos. Representan un riesgo innecesario. Propone sustituirlos por correos de periodicidad mensual. El doctor asiente pero de momento los conventículos son necesarios como única forma de celebrar la eucaristía y fomentar la convivencia. CS se siente fascinado, más que por los halagos recibidos, por la fraternidad sin clases entre los asistentes (incluso recibe una invitación de Ana Enríquez para orar juntos), similar a la que reinaba entre los primeros cristianos que se reunían en las catacumbas, alentados por la fe y el temor. Se ve a sí mismo como apóstol propagando la nueva fe.

Cristóbal Padilla y Juan Sánchez hacían de enlace con los grupos de Zamora, Toro y Ávila, pero su escasa preparación y burdas maneras preocupaban al Doctor que ve con buenos ojos la disponibilidad de CS para hacerse cargo de ello. También de la conexión con el grupo de Sevilla, rota tras la presión del Santo Oficio. Su labor de enlace la comienza con los conventos de Valladolid, donde cuenta con algunas adeptas a la Reforma a pesar de que el avance sea lento y dificultoso. Ellas solo le piden un poco de paciencia y libros sencillos como “La Libertad del Cristiano” de Lutero que circula en el Convento de Santa Clara introducido por la novicia Ildefonsa Muniz. Hace imprimir cien ejemplares de “El beneficio de Cristo”, traducido por Pedro Cazalla, para repartir con tacto entre los reformistas.



En Ávila, provincia difícil y áspera, reina un cristianismo rutinario. Doña Guiomar de Ulloa organiza tertulias en un palacio pegado a la muralla. “Sus cenáculos tenían fama por su altura y calidad”. A ellos acude Teresa de Cepeda. Funcionan grupos incipientes con buenas perspectivas en Peñaranda y Piedrahíta.
 

Camino de Zamora, Relámpago se queda sin resuello, son las primeras señales de envejecimiento. Tiene que parar a coger aire. Ya no es el caballo que hacía Pedrosa – Valladolid al galope, de una tirada. Cristobal Padilla, flaco como un huso y Pedro Sotelo, bajo y entrado en carnes, como si fueran DQ y S de aspecto físico, organizan tertulias en casa del último. Para nada se siente complacido con lo que allí observa CS. No hay contraseña ni culto que justifique la reunión. Los asistentes, entre los que hay dos jesuitas, se enzarzan en una discusión cuando uno de ellos proclama que en Alemania los clérigos luteranos viven en completa disolución, mientras los católicos observan recogimiento y honestidad. Juan de Acuña,  que acaba de llegar de Alemania,  lo rebate, argumenta que él puede testificar la unción de los luteranos, su esfuerzo por ser honrados y parecerlo y cómo conviven con sus mujeres propias, no con mancebas. Al contrario de los católicos que mantienen concubinas, comen a dos carrillos y se jactan de ello. Sotelo y Acuña se sienten incapaces de controlar aquel desparrame tan peligroso para la integridad de todos. Los jesuitas echan más leña al fuego al afirmar que Lutero había muerto rabiando, llevado a la tumba por diablos. Además de haber cometido sacrilegio ambos al casarse con una monja enclaustrada sujeta al voto de castidad. Acuña argumenta que la norma que regula el celibato de los clérigos puede ser rebatida por otro Concilio ya que fue un Concilio el que la impuso primero. Los temas se enlazaban unos a otros en una discusión agria. CS alza la voz mostrando su disconformidad y disgusto con lo que allí está sucediendo: “habían venido a escuchar una lección de doctrina y no a soportar un lamentable intercambio de improperios”.


 
"La secta menos mala era la de Lutero" Juan de Acuña.

Juan de Acuña pide perdón por su actuación. Admite que tiene un hermano jesuita con el que mantiene encendidas discusiones sobre estos asuntos. Musita que todo ha comenzado por gastar una broma a la novicia presente, Antonia del Águila. Los jesuitas aceptan las disculpas y dan por zanjado el incidente.

Deprimido por lo vivido y preocupado por el incidente, vuelve a Valladolid. Tiene prisa por contarle al Doctor lo acontecido en Aldea del Palo. Se corre un riesgo innecesario. Padilla, que no deja de ser un criado, no tiene entidad para actuar con iniciativa propia. Los jesuitas van por el mundo de dos en dos. Juegan al policía bueno y malo. Esas reuniones deben terminar. Las frases cruzadas en el debate le ardían en el estómago. Relámpago dobla los remos y se desploma. Llegan a Valladolid a duras penas y al paso. Le pide a Vicente que lo lleve al veterinario y si no tiene remedio, le meta un tiro entre ceja y ceja . El tiro de gracia derecho al corazón.
"Every man has to die
But it's written in the starlight
And every line on your palm
We're fools to make war
On our brothers in arms"

Mark Knopfler




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
  

7 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Tienes razón en la forma en la que Delibes reconstruye la atmósfera de aquella España tan opresiva.
Excelente análisis.

Ele Bergón dijo...

Lo siento Pancho pero a esta parte ya no llegue con mi lectura del Hereje y ademas ahora voy atrasadisima con "La Ciudad del Gran Rey". A pesar de tener mas tiempo, lo debo de perder mejo. Seguire leyendote.

Un abrazo

Luz

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

1.- En este capítulo llama la atención el temor permanente a ser delatado ante el Santo Oficio ante la vigilancia y el peligro de su intervención; y la diferencia de las medidas de seguridad adoptadas, en los conventículos de Valladolid -que guardaban toda las precauciones- y la temeridad en los comportamientos de los de Aldea del Palo de Zamora.
2.- El libro de Alfonso Valdés, y los diálogos de Latancio y Arcidiano.
3.- Lo bien que se sentía Cipriano Salcedo entre sus amigos los hermanos Cazalla y sus correligionarios[...] “Pensó que no se hallaba lejos del mundo fraternal en que desde niño había soñado”
4.- El aprecio de CS por su caballo Relámpago, y el recuerdo de Valiente, el caballo de su tío, que haciendo honor a su nombre había muerto en las cepas de Cigales.

Saludos.

P.D.: a) Veo que Delibes sigue utilizando –repetidamente- la palabra escañil.

b) Estupenda la canción elegida.

Merche Pallarés dijo...

Maravilloso capítulo, tan misterioso con esas reuniones clandestinas... Muy graciosa la disertación de doña Leonor sobre las reliquias...
Figúrate cómo estaríamos comidos el coco en los años cincuenta, que en el barco yendo a Canada, había una mujer española y su hija que se dirigían a Nueva York (nosotros recalábamos en Halifax, Nova Scotia...). Alguien me dijo que ellas eran protestantes. Pensé que eran el demonio ¡en persona! Yo tenía diez años... Besotes, M.

Paco Cuesta dijo...

Los personajes del entorno de los Cazalla son reales, el autor reproduce sus nombres y características, a través de ellos introduce a Cipriano en el proceso de búsqueda, ni el éxito social ni el matrimonio han sido suficientes y se encamina hacia ideales de carácter espiritual. El camino está marcadoPara Cipriano Salcedo

Abejita de la Vega dijo...

Somos hijos de unos tiempos en que ser protestante era lo peor. A pesar de ello, yo no veía a Lutero como un demonio. Lo de las reliquias era, y es, una ridiculez. Eso de que el propio monarca era simpatizante...tal vez en su juventud flamenca, luego los atizó bien.

Cipriano va derechito al Auto de Fe.

No tiene nada que ver pero hoy en la catedral de Burgos:

http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=688893

Ay, el integrismo.

Un abrazo

Myriam dijo...

Me impresionó lo bien que Delibes describe el ambiente de represión de la época. Angustia.