Picasso
La Busca. Pío Baroja (2)
El autor dedica el arranque de la novela a componer el tiempo del relato: “El cañamazo en el que bordamos las tonterías de nuestra vida” que pasan sin pena ni gloria igual que la corriente del río, directas a la desembocadura sin quedar de ellas ni la memoria.
Una porción de personajes estrafalarios se alojan en la pensión de doña Casiana, un hormigueo de gentes que van y vienen, que pululan y se afanan por sobrevivir en la calle mal encarada y polvorienta del calor sofocante del verano madrileño. Se refugian en la guarida de balcones y puertas abiertas para recuperar un poco el aire de la corriente y poder respirar. Pío Baroja convierte la opresiva atmósfera reinante en otro elemento más de la narración que condiciona las actuaciones de los personajes. Un curilla que no paga el pupilaje, la señora Violante con sus hijas que hacen la calle por llevarse un trozo de pan al bolsillo, “un gusano de la carcoma en algunos de aquellos trastos viejos hacía crujir la madera de modo isócrono…” A la hora que cierran los bares un grillo que desafina como un violista novato en el piso de abajo nos enlaza con el día siguiente. La calle entra en movimiento, la luz adquiere otra intensidad con “la plácida sonrisa del alba”, signo evidente de que entrará a engrosar la larga nómina de personajes junto a la Petra, a quien la voz narradora concede galones de protagonismo a pesar de su humilde condición de criada.
Como don Pío no quiere alejarse de la trama, sigue presentando actores que ocuparán su sitio en la historia -o no-. Él mismo se convierte en personaje y se queda en el piso bajo del edificio de la fonda, junto a gusanos, hormigas, mosquitos que pican rabiosos por el calor y moscas afrontonas del verano. La Baronesa, la Vizcaína blanca con gruesas venas azules y ubres suntuosas y Manuel, un hijo de la Petra que le mandan del pueblo. Su marido había sido maquinista de tren. Un siglo atrás era como un informático de Google en Mountain View estos días. La relación entre los miembros de la pareja no fue buena casi desde el principio. Las discusiones empiezan por las cosas más insignificantes e inmediatamente los platos empiezan a volar. Así la Petra tiene la excusa perfecta para sentirse agraviada, encerrarse, ponerse a llorar desconsoladamente y- luego- exigir desagravio. Así que el agraviador no duró mucho porque se dio a la bebida y murió de un accidente laboral. Petra se queda compuesta, sin marido y con cuatro hijos. A los varones los empunta a Soria, a las féminas las coloca en el servicio doméstico y ella, libre como un pájaro, pasa de ama a criada sin quejarse.
"Apareció la estación del Mediodía iluminada por arcos voltaicos"
Benjamín Palencia
Manuel regresa en tren a Madrid desde un pueblo de Soria en un viaje de veinticuatro horas. Pío Baroja nos cuenta sus dos años sorianos al ritmo lento y entrecortado del traqueteo del vagón de tercera del tren lento que tardaba un día, con noche incluida, en llegar a Madrid. De esa forma sabemos que el favorito de sus tíos era su hermano Juan, un odioso llorón, eternamente enojado. De esos que por mucho que lo intentes, nunca terminas de pagarle. Siempre estás en deuda con él.
Baja del tren como un maletilla en busca de oportunidad, cargado con su fardelillo de ropa, cuando ya “los faroles brillaban opacos en la atmósfera enturbiada”. “Un crepúsculo rojo esclarecía el cielo” y “brillaban las luces eléctricas pálidamente sobre los altos faros de señales” en la estación iluminada por arcos voltaicos. Como en Pío Baroja nada es casual, el lector avisado reconoce las claras anotaciones de tiempo, el adelanto de la luz eléctrica y las connotaciones del rojo.
La emoción del regreso, el reencuentro con su madre y el griterío de la fonda no le dejan pegar ojo la primera noche.
El cine estaba dando sus primeros pasos, el autor utiliza la nueva técnica cinematográfica para situarnos en el espacio. Nos describe la fonda de un rodeón. Ya de paso nos imaginamos todas las casas de huéspedes de Madrid que acogen y albergan a los recién llegados desde todos los rincones del país. Escueto en las descripciones, meticuloso y detallista: “De día, el comedor era oscuro; de noche, lo iluminaba un quinqué de petróleo de sube y baja que manchaba el techo de humo”. Pero donde demuestra las arrobas de talento que atesora es en la caracterización de sus creaciones humanas, exageradas caricaturas de la realidad que parecen salidos de una película de Torrente: además de la patrona, doña Casiana, hay un viejo de aspecto cadavérico, muy pulcro a la mesa que limpia los útiles de comer hasta dejarlos limpios como la patena. La Vizcaína grandona. Un cura que habla por los codos. El periodista serio, muy rubio y magro de carnes. Los comisionistas, uno de ellos de mal carácter por un dolor de estómago permanente. El tenedor de libros y las tres generaciones de doña Violante que a punto estuvieron de aumentar a cuatro, sin cambiar de habitáculo, en la misma habitación pestilente, de no ser por la visita de Irene a una especie de proveedora de angelitos para el limbo que le rebajó la hinchazón de forma brusca.
"Es el desdén espada de doble filo
uno mata de amores; otro, de olvido..."
Benjamín Palencia
El autor trata la vuelta de Manuel como un viaje iniciático. La pensión y sus huéspedes, dignos representantes de las diferentes tribus urbanas que pululaban por las calles, ocupando un solar tan reducido, “abrían los ojos de Manuel” que aprende la senda de la vida a marchas forzadas, como el Lazarillo espabiló con el coscorrón que el ciego le propinó contra el toro de piedra a la entrada de Salamanca.
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
"Estaban Gámez el astronauta,
Gastón el flauta,
Mari la tetas,
el novillero poeta con su mujer,
el pobre don Agapito
y un camellito sin dientes
sobrino de un primo hermano
de algún pariente asturiano
de (Víctor) Manuel"
J. Sabina
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Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
7 comentarios:
¡Qué buena descripción has hecho de la fauna barojiana! Leí "La Busca" hasta que Manuel se muda con su primo, creo, y se convierte en zapatero remendón (si no recuerdo mal...) pero, bueno, ahí lo dejé porque me estaba deprimiendo. Seguiré tus crónicas con mucho interés mi querido Panchito. Besotes, M.
Excelente la imagen del hormiguero y la porción de gente estrafalaria: tienes razón, es como si todos estuvieran atisbando en puertas y ventanas, el ambiente es agobiante.
¡Y qué bien visto lo del cine! Baroja parece trabajar con la cámara al hombro.
Buenas noches, pancho:
Todo estupendo, ...pero hay algo de Petra que no:
...“libre como un pájaro”
¡pobre!
Qué difícil para todos salir de ese ambiente.
Preciosos los dibujos de colores de Benjamín Palencia.
Y qué parecidos los de Pío Baroja, por Ramón Casas y Picasso.
Saludos.
Cómo me gustan las novelas en las que hay una pensión barata con su caterva de huéspedes de toda clase y pelaje. Es como otra novela dentro de la novela. Y a estos personajes Pio Baroja los perfila con sólo dos pinceladas.
Me gusta mucho esta entrada.
Saludos.
Te gusta Baroja y se nota. Tu entrada me ha ayudado mucho a terminar la mía que se me resistía mucho. Qué frío me daba introducirme en esa caótica pensión hormiguero de Mesonero Romanos, a pesar de su valor literario. Esta vez no tenía al grillo, el simpático animalito era un buen apoyo. Esta vez me dio la mano el sobrino.
Tienes razón, hay ecos de Baroja en Cela. Me recuerda mucho a "La colmena".
Un abrazo, Pancho. Y feliz 2013.
Pancho FELIZ AÑO 2013.
Besos
Luz
( Estoy en el primer capítulo, a ver si arranco)
Me he estado preguntando una y mil veces sobre el porqué de esas caricaturas que "arrobaticamente" te gustan...
¿Es pobreza sinónimo -tal como parece en este escrito de Baroja- sinónimo de fealdad, mugre y deformidad?
Besos
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