"... Adonde halló a las doncellas puestas en ala [...] todas con aderezo de darle aguamanos... "
Ilustración de la edición de Ibarra. Madrid 1780.
Ilustración de la edición de Ibarra. Madrid 1780.
CAPÍTULO 2. 31
El narrador encargado de abrirnos los portones del palacio para enseñarnos el recibimiento ostentoso que hacen a DQ y S, con todos los acontecimientos e incidentes que les ocurren en aquella farsa y que cuenta con el escudero de figura estelar, es también el mismo que asume la responsabilidad de dibujarnos un Hidalgo colérico, “con semblante airado y alborotado el rostro” , dispuesto a dar la réplica al cura que ha osado tildar de Don Tonto y alma de cántaro a DQ.
En efecto, nos encontramos con un S crecido por las deferencias que hacia su persona le brinda la duquesa, celoso por la recepción de auténtico caballo de Caballero Andante que recibe Rocinante, se dirige a Doña Rodríguez, dama del servicio entrada en años, para que atiendan a su burro que ha quedado solo a las puertas del palacio. Únicamente la intervención de los duques por partida doble consigue apaciguar la gresca que se preparó entre los dos: “Hijo de puta -dijo la dueña, toda ya encendida en cólera-, si soy vieja o no, a Dios daré la cuenta, que no a vos, bellaco, harto de ajos.” Con todo, S consiguió su objetivo, que no era otro que su burro no sufriera discriminación con respecto a Rocinante.
A DQ lo asearon y le dieron muda limpia. Su desnudez permitió descubrir la extrema delgadez que le adornaba; conseguida a base de ejercicio caballeril, dieta estricta y noches toledanas a pie de un “olmo o sauce”, que al autor no parece importarle mucho la diversidad botánica. Las doncellas no pueden por menos de reírse de la vista tan magra que ofrecía el Caballero Andante, a pesar de la advertencia del amo de a toda costa evitar la risa, con el fin de no desvelar la trama.
DQ sólamente acepta mudarse de ropa interior en presencia de S, en la alcoba aneja, donde aprovecha para reñirle por el asunto de Doña Rodríguez. Le advierte que la línea que separa un hablador gracioso de un truhán desgraciado es muy fina. No desea que su propia fama se vea afectada por las males artes de su criado: todo se pega menos la hermosura. Mucho menos, que él pueda pasar por un echacuervos o un caballero de mohatra (hablador, tramposo).
S hace, de un cosido de boca, firme propósito de la enmienda; buenas intenciones que le duran bien poco, pues en vista de las ceremonias que hacen para sentar a DQ a la cabecera de la mesa, se dispone a contar un cuento, algo que molesta tanto a DQ que aconseja a los duques: “… manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas.” Se opone la duquesa apoyando su presencia y discreción. El escudero, crecido por verse apoyado, da tantos detalles que agotan a los comensales.
La duquesa, hábil, desvía la atención preguntando a DQ por Dulcinea, al darse cuenta de que el Hidalgo había captado al vuelo el final del cuento de S: “Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera”; ya sentía el peso de las posaderas del duque sobre su propia cabeza. Para DQ, Dulcinea está encantada; para S, “está tan encantada como mi padre”
A continuación, y cerrando el capítulo viene la otra regañina, la del cura, no conocedor del engaño, que reparte estopa a diestro y siniestro. Al duque por el disparate de leer tales disparates como los escritos en “Don Quijote de la Mancha”, recurriendo al más allá para que deje de tentar y favorecer las sandeces y vaciedades del protagonista del libro allí presente. A éste que se vuelva a casa y que deje de ser objeto de burla de los que le conocen y no conocen.
Mientras todas estas cosas ocurren en el palacio, sus dueños mueven los hilos con pericia para que los implicados no descubran la farsa. Ellos muertos de la risa por un teatro que se les ofrece, tan real como la vida misma.
Este comentario pertenece al grupo de lectura del Quijote que coordina y dirige desde La Acequia el profesor D Pedro Ojeda Escudero y ya ha sido publicado en la misma
8 comentarios:
Bien, asistimos al comienzxo de la coña marinera hacia D. Quijote. Estos duques se lo van a pasar de miedo.
Sancho, a sus anchas: no va a pasar hambre durante una temporada.
Y D. Quijote, consdiente de que no tiene escudero a su altura, y temiendo que lo deje en evidencia a cada instante.
Un abrazo
¡Con que habilidad! nos muestra D. Miguel los mensajes: crítica social,sumisión, rebelión, hambre, mofa, y al mismo tiempo como bien dices consciencia de lo que cada uno carece.
Un abrazo
siempre me ha gustado tu acierto a la hora de elegir las ilustraciones, por salirte del camino fácil, pero déjame que hoy te felicite por esa doña Rodríguez.
Cornelius: Para estar a la altura de DQ hay que romper la pared que le separó de sus libros, pocos lo consiguen. Su reino, desgraciadamente, no es de este mundo.
Paco: y todo eso con una mano sólo, la tonta únicamente la utilizó para apoyar el papel, que no se le moviera, no le fuera a caer un borrón.
Pedro: En eso tengo poco que ver. Lo único que hago es escanear y rastrear por internet. Esta Doña Rodríguez de ELEAZAR que le canta las cuarenta a S es auténtica.
Gracias por vuestra visita y comentario en una mañana fría con el síndrome post vacacional a cuestas y con el miedo en el cuerpo por la nieve que nos prometen para mañana.
¡Y vaya que mueven los hilos!
Myr: Los duques mueven los hilos que la imaginación de Cervantes les dice que muevan. Ellos, con cuatro manos, pueden mejor que él con sólo una.
PANCHO
En efecto Sancho es crecido por Cervantes y por la duquesa, de quien se convierte en bufón favorito.Ahora, que la bronca con la dueña es de lo mejor
del capítulo. Quien habría imaginado a este Sancho recitandole los versos de lanzarote; la otra no se aguanta ná y le levanta el dedo corazón como
insulto universal y actual todavía. Hay que ver lo que perduran algunas -malas- costumbres. Asímismo me llamó mucho la atención lo de harto de ajos.
Pues sí, el término taurino -puyazo- me vino bien para denomimar las palabras de tu paisano de adopción, Unamuno, al clérigo largo de lengua.
Quien ha visto llamar a nuestro señor don quijote ¡tonto! y alma de cántaro. Que se agarre el curaco ese que le espera una buena la semana que viene.
Recibe un abrazo
Aguilera: Sancho no sabe por los libros, que no sabía leer. Es como una esponja, todo lo que oye lo aprende,sobre todo de su amo.
Según los extranjeros, los españoles olemos a ajos, de modo que ya en el XVII los efluvios a ajo debía ser cosa común.
Gracias por la visita y comentario.
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