Novelas Amorosas y ejemplares
Aventurarse perdiendo (2)
María de Zayas y Sotomayor
Entierran a Adriana en la zona noble del cementerio. Qué solos se quedan los muertos. La riqueza y la calidad vencen los imposibles de la época por haber muerto por sus propias manos. Esa misma noche el padre de Jacinta despierta a las cuatro de la mañana, llama al hijo y, armados hasta los dientes, se disponen a reparar la honra de la familia, pero ya Jacinta está acogida a sagrado en un convento, avisados por el criado Sarabia (Un personaje secundario que adquiere importancia paulatina como en las obras de Shakespeare).
Don Félix quiere romper el cerco el primer día de clausura para salir a visitar a su familia. Lo esperan fuera el padre y hermano de Jacinta y al primer cruce de espadas atraviesa el corazón del hermano de Jacinta. Con la llegada del día toda la ciudad se entera de la quimera. Félix marcha para Flandes, “refugio de delincuentes y seguro de desdichados,” en vista del cariz que toman los acontecimientos. El Corregidor intenta sacarlo del convento y ya el alcalde de Corte viene a detenerlo. Deja a su padre el encargo de amansar las partes y negociar su vuelta. Marcha a Barcelona en cuyo puerto están atracadas las naves que trajeron los tercios europeos para sofocar la rebelión de los moriscos y que esperan al Conde de Lemos que marcha de virrey a Nápoles. De Nápoles a Flandes al mando de una bandera marcha don Félix.
Como el padre agraviado no puede vengarse de don Félix, decide hacer daño donde más duele: Impedir que las cartas le lleguen a ella o al suegro. O manipularlas. Un día intercepta y amaña una de un capitán amigo de don Félix en la que cuenta que don Félix ha muerto durante una reyerta en Barcelona. Una muerte que provoca dos vocaciones religiosas, dos monjas nuevas: Isabel y Jacinta, que toma hábitos desengañada del mundo al pensar “que faltando don Félix no quedaba en el mundo quien me mereciese.” Muere su padre y hereda cuatro mil ducados de renta con los que hace y deshace a su antojo en el convento. Mientras tanto don Félix se entrega al juego y a las damas en Bruselas. No se acordó de España ni de Jacinta durante los seis años que allí estuvo.
Corriendo el tiempo don Félix aparece ante el torno de las clausuradas rompiendo el sosiego y la quietud de ella en el convento. Fue oír su voz y desplomarse al suelo como muerta en un desmayo cruel. Pero como el cielo le guarda más desdichas, vuelve en sí al tercer día que es cuando se resucita. Don Félix se hace con la llave maestra que abre las puertas del convento y duerme con Jacinta todas las noches o las más de las noches sin necesidad de saltar muros ni escalar claustros como Don Juan. Mientras tanto, Sarabia parte a Roma a por la licencia que los case. Ella reconoce su pecado y agradece a Dios su misericordia por no mandar un mal rayo justiciero. De primeras el Papa dispone que haya pena de excomunión mayor, pero como el dinero vence los imposibles, cuatro mil ducados del ala les vale la licencia y la comparecencia de don Félix ante la audiencia eclesiástica.
Doce días más tarde se presentan en el puerto de Valencia a lomos de unas mulas, embarcados en una falúa rumbo a Roma donde el Papa los desposa a cambio de dos mil ducados y bajo la penitencia, para disimular, de no juntarse durante un año. Conseguido ello gracias a la influencia y buenos oficios ante la santa sede del embajador y de varios cardenales que antes habían ejercido en Baeza, cabeza de la cristiandad. Después de algunas vicisitudes llegan por tierra a Madrid a causa de una tormenta cruel. Sucede a continuación una leva, una movilización real de tropas para acudir a servir al monarca a Mamora, con gran pesar por ambas partes a causa de la separación de al menos los siete meses que les resta para cumplir el año de castigo vaticano.
La pérdida de su dueño equivale a tres meses de enfermedad en los que no conoce la alegría ni la salud cuando recibe a través de Sarabia la noticia de la muerte del noble espadón enamorado en las aguas del puerto de Mamora. Antes ella había tenido un mal presagio, un sueño truculento en el que le llega un paquete con su cabeza dentro.
Rechaza los repetidos consejos de unos y de otros para curarse de nuevo, decide no volver al convento. Hasta que un día conoce a Celio, otro galán rico y poeta que “hablaba bien y escribía mejor, siendo tan diestro en amar como en aborrecer.” Mancebo noble sin oficio ni beneficio, pero que sabe los secretos para enamorar mujeres. Jacinta cae en sus redes “y aunque llegue a abrasarme no pienso de sus rayos apartarme,” sin embargo, calla por no parecer liviana. Celio (el más sabio en engañar que se haya visto) entra en el juego porque a nadie le pesa el ser querido. Ella, temerosa de perderle desde que le empezó a querer, deja de acordarse de don Félix por tener empleados en Celio todos los sentidos. El acompaña el desamor con darle celos, así que visita una dama libre, mercenaria del amor de las que tratan de tomar placer y dineros. Ella se queda día y noche bañada en un orinoco de lágrimas.
Celio se viene a Salamanca a estudiar letras divinas. Enterada Jacinta de que anda en amores en esta afamada ciudad, ¿qué no hará una mujer celosa? Se echa al camino, su acompañante la engaña y toman el camino de Barcelona, justo la dirección contraria. La desvalija y sola sigue su camino a lomos del unicornio azul, hasta Monserrat donde ahora se encuentra contando la historia, hundida en su amargura y guardando un rebaño de ovejas sobre un unicornio interior.
Fabio confiesa que es amigo de Celio y como buen conocedor de su comportamiento y por el relato oído asegura que Celio la estima. Y más la querría si ella le hubiera aborrecido un poco. Le propone ingresar en un monasterio principal de la Corte, él se compromete a influir en Celio para que la visite y trueque el amor imperfecto en amor de hermanos. Ella acepta como mal menor, siempre mejor que malvivir en los montes inhabitables en los que pasa su existencia. Que pierda el cielo, que gane el imperio de sus pasiones. Ella es fénix de amor, “quiero y querré siempre a Celio hasta que ella (la muerte) triunfe de la vida. Hice elección de amar y con ella acabaré.” Al menos el alma comerá con su visión a pesar de todos los despegos y deslealtades. Y en el monasterio madrileño continúa Jacinta, Guiomar con ella, ella fue quien contó la historia a la autora para que la escribiera. He aquí otro rasgo cervantino: la fragilidad del narrador que caracteriza muchas de sus obras. Talentoso giro al final cuando ya nadie lo esperaba.
A continuación toma la palabra Matilde para declamar su maravilla que tratará de la venganza de las mujeres engañadas como ya se nos anuncia, “pues la mancha del honor, solo con sangre del que le ofendió sale.”
No me obligues a hacerte la ola
sigue sola tu camino
al fin y al cabo, ni sé ni sabo
cuánto nos cobra el destino.
Joaquín Sabina
3 comentarios:
En tu excelente comentario, me fijo en algo que está presente en la Zayas: la geografía amplia de sus obras. Ella viajó mucho -acompañando a su padre- y conoció buena parte de las localizaciones de sus obras que vienen a ser, por otra parte, lugares propios de la historia española y europea de aquella época. Recoge la tradición -Cervantes- pero también su experiencia y contribuye eficazmante al éxito de las colecciones que escribió.
Ciertamente este permanecer en el convento pero sin llegar a profesar, tratando de mantener la libertad dentro de la clausura, es algo que se sale del guión habitual. El querer en la distancia a Celio, o contentarse con las visitas que como religioso pudiera hacerle, no deja de ser un mantener la puerta entornada, por si acaso, por si el demonio enreda, que ya se sabe, que entre santa y santo...
Las mujeres de Zayas toman, de una u otra manera venganza sobre sus amantes.
Un abrazo
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