Novelas Amorosas y ejemplares
El jardín engañoso (2)
María de Zayas y Sotomayor
El demonio aparece sin invocarlo en el momento justo, como el ejército de salvación nacional, en medio del humo como el genio de la lámpara de Aladino. Se ofrece a don Jorge para construir en un día el jardín delante de la casa a cambio del alma. Él le echa el buen provecho y rubrica la cédula que el diablo trae consigo preparada para no perder tiempo, sin importarle que firma una pena que durará eternidades a cambio de un gozo efímero.
Con las claras del día Jorge ya está en la placeta comprobando el milagro por lo infernal del jardín digno de monarcas, la más bella obra jamás vista. Todos madrugan para admirar la construcción que derriba la fortaleza del honor de Constanza. Ella se desploma al suelo muerta de espanto al ver el imposible cumplido. Al volver en sí, media hora más tarde, pide a su marido que le dé la muerte por haber puesto precio al honor de toda la familia. Morir como Lucrecia, pero con más severidad, solo por pensar el deshonor, la ofensa cuyo único remedio es la muerte.
Don Carlos se lo piensa, pues es mucho lo que pierde con el quebranto. Sabido es lo que Aristóteles dejó dicho para los restos: “El que escoge mujer más rica que él, no compra mujer sino señora.” Y la autora aclara la sentencia: La mujer sin hacienda toda la vida procura con su virtud y humildad “granjear la voluntad de su dueño.” Constanza está ahora convencida de que hizo mal en poner precio a la virtud, algo que no tiene precio. Al ver un amor tan intenso, capaz de cumplir imposibles, el que estorba es él. Y a darse muerte, a meterse la espada en los pechos se dispone cuando lo detiene don Jorge con “Tente, Carlos, tente” semejante al bíblico: “Detente Abraham, no mates a tu hijo Isaac.” Un golpe de suerte que hace suyo el dicho hecho canción: “La muerte es sólo la suerte con una letra cambiada.” La exime de la palabra dada. Que sea don Carlos de Constanza y Constanza de Carlos y muera don Jorge que pierde la joya que le mantiene con vida.
Aparece el demonio que cédula en mano levanta la obligación de don Jorge porque no quiere en el infierno alma de quien se sabe vencer. Le suelta la rienda, afloja el nudo, exonera de culpa y dona libertad. Y que el mundo se admire de que en la maldad también cabe virtud. Y dicho esto, se evapora entre una humareda espesa y hedionda que sigue sin disiparse del todo en Zaragoza.
Todos los presentes hincan las rodillas y dan gracias a Dios entre lágrimas por librarles del maligno. Don Jorge pide perdón a Constanza por las molestias que su pasión inoportuna le haya causado. De paso pide la mano de Teodosia a quien antes había despreciado. Ese mismo día se desposan y al siguiente celebran la boda solemne con mucha fiesta para toda la ciudad.
Corrieron los años, tuvieron hijos y fueron felices. Al morir Teodosia le encuentran escrita de su mano esta maravilla que aquí damos fin. Una manera original de resolver el asunto del narrador del relato que guarda similitud con el Quijote y los cartapacios del Alcana de Toledo. Hay que leer las historias hasta el final si no queremos perder la sorpresa, aunque nadie la pida.
Como la historia no es larga -María de Zayas organiza un cine fórum o un debate de lectores después de la lectura o la proyección-, la completa con los comentarios de los oyentes de la maravilla acerca de qué personaje principal ha hecho más en pro de un final feliz. Resumiendo, después de las deliberaciones pertinentes, concluyen que el demonio “por ser en él cosa nunca vista el hacer el bien.”
La autora deja para el final el desenlace del conflicto planteado al principio de la obra. El día primero del año, día de la Circuncisión, se desposan don Diego y Lisis. Castiga la ingratitud de don Juan, anota la marcha de Lisarda y promete una segunda parte si la obra es estimada como desea y espera. Promesa que cumple diez años más tarde para coincidir con los diez años que también había tardado Cervantes - yacimiento de inspiración- en dar a la estampa la segunda parte del Quijote treinta años antes.
Cuando se quiere a fuerza
rebasar la meta
y se abandona todo
lo que se ha tenido.
Como tu traes el alma
con la rienda suelta
a ti también te suelto
y te me vas ahorita.
Jose Alfredo/María Dolores Pradera
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
3 comentarios:
No deja de ser original el meter al demonio por medio y hacer con él un personaje más, y además con su corazoncito.
Este demonio burocrático que rivaliza por pique de honor con los demás para ser el bueno... qué gran creación de la Zayas. Para que luego digan que en la literatura española no hay fantasía ni humor. Eso sí, del muerto ni se acuerda nadie. Qué sabia forma de ir contra las convenciones sociales.
¡Y hay un crimen sin castigo! ¡En el siglo XVII!
Como dice Pedro: "del muerto no se acuerda nadie".
Un placer leerte de nuevo.
Besos
Publicar un comentario