miércoles, 11 de octubre de 2017

Novelas Amorosas y ejemplares Aventurarse perdiendo (1) María de Zayas y Sotomayor. Pecado mortal.




"Mi patria Baeza, noble ciudad de la Andalucía"

Novelas Amorosas y ejemplares
Aventurarse perdiendo (1) 
María de Zayas y Sotomayor 

Una vez establecido el armazón narrativo en la introducción, la autora pone blanco sobre negro el cuento que Lisarda relata en voz alta al auditorio, no sin antes recomendar a las mujeres un tipo de comportamiento. Les aconseja que si no quieren ser desdichadas, dejen de entregarse a los deseos desenfrenados de la carne porque se anegarán en ellos, junto a los claros y heroicos entendimientos de los varones, a menudo engañosos. Que estén alerta, que no se fíen de los hombres, a menudo de lealtad dudosa, un misterio arcaico difícil de desentrañar. Moralista e hija de su tiempo, declara sus intenciones desde la línea de salida, no vaya a ser que aparezca la censura, por entonces en forma de Santa Inquisición

Fabio es un mancebo ilustre de la villa de Madrid. Al paso castellano de una mula de confianza se acerca poco a poco a las asperezas de las peñas descolgadas de Montserrat que despuntan a lo lejos. Bien diferente a las autopistas, los trenes veloces y los móviles que no dejan tiempo para que los turistas, los negociantes o los viajantes catalanes se fijen en las impresionantes alturas recortadas en el cielo. Fabio cabalga acompañado de un criado, no sabemos si a pie o en caballería. Una vez en el convento adoran a la Serenísima Reina de los Ángeles y Señora Nuestra, maravillados del milagroso y sagrado templo cuyas paredes se quedan pequeñas para acoger las mortajas y muletas de los beneficiarios agradecidos por los milagros recibidos. Visita las celdas de los monjes, habitadas de santidad que “obligan con ella a los fugitivos paxarillos a venir a sus manos a comer las migajas que les ofrece.” 


"Se desnaturalizó della, y casó en Baeza con una señora de su igual"


Continúa la caminata a pie hasta lo más remoto del monte donde escucha entre suaves rumores el canto suave y delicado de un mozo, en la primavera de los años, que ha huido al monte para olvidar un amor no correspondido. Un desengaño le hace perder la vista, pero no los pensamientos que le cercan. Desesperado, pide que la pena le mate antes de morir de ella. Fabio desea conocer el dueño de quejas tan sentidas y lo encuentra llorando las pasiones que ha cantado junto a unas cuantas ovejas que cuida esparcidas entre hierbas olorosas. Al mirarse cara a cara sospecha que es mujer: le delatan sus rasgos femeninos. Le aconseja que deje el peligroso modo de vida en las asperezas de la sierra, llena de fieras y bandoleros. (Rondaría el despiadado Roque Guinart que pilló dormido a don Quijote y Sancho y no los trató mal). Ella le cuenta sus desventuras, lo que nadie nunca ha sabido. Él le promete hacer archivo de sus secretos, será una tumba. 

Jacinta nace en Baeza de familia noble, criada a la sombra de su padre y hermano mayor. Su madre muere de muy pequeña. A los dieciséis años encuentra en un sueño al hombre de su vida. Se despierta sobresaltada cuando el sueño se convierte en pesadilla. Al intentar quitarle un rebozo que le tapaba la cara, recibe una cuchillada que le atraviesa el corazón. Pero ya su retrato queda congelado, indeleblemente estampado en su memoria. Enamorada de una sombra, una fantasía, como Juana I, la loca y malograda Reina de Castilla. Querer “a un ser que no tiene ser” como dice en el octosílabo que dedica a quien no ve, pero que la tiene enamorada. 

Regresa don Félix a su hogar, a la noble estirpe de los Ponce de León. Vuelve a Baeza, a la misma calle que Jacinta. Regresa después de tres años sirviendo al imperio en los tercios de Flandes y Jacinta ve en él al mismo propietario de su sueño. Y al dueño también de casi todas las damas de la ciudad. El galán la corteja, se dan la mano a través de la reja baja del criado Sarabia y le confiesa su amor por ella, una vez vencido con oro el imposible del criado. 

Pero la felicidad es breve y es mujer porque aparece su prima Adriana, la mujer más hermosa de Baeza y la más rica heredera que también se enamora de don Félix, sin importarle los desdenes de éste, lleno de amor por Jacinta el alma. Los desprecios continuados la enferman y conociendo la madre la causa, consigue de don Félix que la visite con gran contento de todos al ver la mejoría milagrosa que acontece en ella. Los hechos provocan una cólera de mujer celosa en Jacinta que exige a don Félix que le diga a Adriana que ya tiene esposa y que nunca será suyo. Esa misma noche rinde la fortaleza, le da posesión del alma y del cuerpo para tenerlo más seguro. 


"Llegó don Félix a Baeza al tiempo que yo, sobre tarde ocupaba un balcón"

Como un hombre es uno y no dos, esa noche lo echan de menos en casa de Adriana que ni corta ni perezosa se presenta de buena mañana en la habitación de don Félix que reposaba “lo que había perdido de sueño en sus amorosos empleos.” Fue desengañarla don Félix de que en vano se cansaba, pues su voluntad ya estaba en Jacinta, esclavo de sus deseos, que Adriana cae al suelo desplomada, en un desmayo eterno. 

“¡Oh celos qué no haréis y más si os apoderáis de pecho de mujer!” Exclama Adriana. Antes de envenenarse con solimán, le vence la rabia furiosa, escribe una carta al padre de Jacinta en la que le urge a vigilar la casa porque hay quien entra en ella a mancillarle el honor. 

Dejamos a Jacinta en el convento porque la historia sigue interesante. Hay acción y material narrativo para dar, tomar y escribir, pero otro día será.


No tengas celos de mí 
que es un pecado mortal 
eso que estás tu pensando 
y vas pregonando de mi voluntad
María Dolores Pradera



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



3 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

Introduce con la suficiente habilidad para que pase el tamiz inquisitorial párrafos tan sugerentes como el relato a Fabio de un sueño erótico.
Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Una de las cosas que me gusta de la narrativa de la Zayas es como da importancia a esos pequeños detalles. Uno es en el que te has fijado: el indolente que necesita descansar lo que cansó por la noche...
Por cierto: gracias por las ilustraciones fotográficas. Es sorprendente el archivo de imágenes que sueles usar.

La seña Carmen dijo...

Muy detallista tu lectura.