domingo, 7 de agosto de 2011

El Beso. Bécquer y su contrafigura

"Entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos, altos, arrogantes y fornidos, de que todavía nos hablan con admiración nuestras abuelas".


El BESO
(LEYENDA TOLEDANA)

La acción que narra la Leyenda tiene lugar en Toledo, en un periodo de tiempo de poco más de veinticuatro horas. El relato transcurre al ritmo de las campanadas de la campana gorda de la catedral de la ciudad ocupada por las fuerzas francesas. GAB llena de sonidos la transición a la noche: “ La noche había cerrado sombría y amenazadora. El cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo. El aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos o hacía girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.”

Aunque la ocupación francesa y la lucha de los patriotas por la liberación sean tan sólo el fondo del relato, GAB no pierde ocasión de atacar al invasor al mencionar la agresión a los monumentos y los destrozos que realizan en las obras de arte.

Los franceses, efectivamente, habían ocupado los conventos, las casas más nobles e incluso las iglesias para alojarse en Toledo. A una hora bastante avanzada, los cascos bien herrados de los caballos de un centenar de dragones sacan chispas en el empedrado a medida que ascienden por las calles empinadas que desde La Puerta del Sol los lleva a la plaza del Zocodover. Llegan tan arrogantes y atractivos como cuentan las abuelas, el agotamiento de catorce leguas de camino no parece hacer mella en su apuesta figura. No había pasado media hora y ya el sueño había concluido su trabajo, ganando para su causa tanto a jinetes como monturas, acomodados y revueltos ambos sobre el enlosado de una iglesia.

Toledo era un poblachón destartalado y ruinoso para los que no sabían apreciar el arte. Los soldados franceses no debían destacar por su finura en vista de los destrozos y vandalismo con que se asimilaba su presencia. En la pequeña ciudad imperial primada no se hablaba de otra cosa que no fuera la llegada de los dragones. En el Zocodover se echaba de menos al oficial recién llegado. Cuando el bizarro capitán aparece por la plaza, comenta que no ha podido dormir por la noche; sin embargo, el insomnio es menor en compañía de una mujer. El sonido de una campana y una mujer arrodillada le habían desvelado a pesar del cansancio de las catorce leguas. Cuando el capitán les cuenta a los reunidos que ella es sorda, ciega y muda, los compañeros de armas ya han estallado en carcajadas. Uno de ellos le ofrece un harén de ellas de la iglesia de San Juan de los Reyes, dañada en la guerra. El oficial responde que la suya es castellana de pura cepa, que siente celos de la estatua compañera y que no la ha hecho “cien ciñascos” por no ser tomado por loco. Se citan para observarla esa misma noche y celebrarlo con auténtico champán traído de Francia.

Una docena de oficiales parten desde el Zocodover en dirección a la iglesia. Para paliar el frío, encienden una lumbre con leña extraída de la sillería del coro. El capitán de dragones les muestra la dama de sus pensamientos. Ellos se quedan turulatos ante tanta belleza. Se trata de doña Elvira de Castañeda, esposa de un guerrero que peleó en Ceriñola con el Gran Capitán. Bebido el champán; el capitán en silencio, incapaz de articular palabra, sin apartar los ojos de Elvira que parece cobrar vida y ruborizarse por el espectáculo sacrílego. Le ofrecen brindar y lo hace por el Emperador y las armas que le han permitido venir y cortejar a la mujer de un grande de España. Lejos de ver en el marido a un rival, lo considera como un ejemplo de mansedumbre. Le arroja una copa de vino, haciendo caso omiso a las advertencias de los demás sobre las consecuencias que pueden traer la provocación y las bromas a la gente de piedra.

Las estatuas para él no son masas informes de piedra inerte. El artista les insufla el hálito de vida que él puede sentir cuando bebe. Confiesa que las prefiere a las de carne y hueso, fuente y origen de miseria y podredumbre. Él ha sentido cómo le quemaban los besos de las mujeres materiales, volcán de lava. Necesita ahora del beso de nieve, beber del hielo que apague el infierno. Cuando se dirige a hacer suyo el deseo: besar el alabastro, cae desplomado con sangre que mana a borbotones de ojos y boca como consecuencia de la espantosa bofetada que le propina el guerrero blanco del frío.

Es destacable la típica adjetivación becqueriana; en este caso, agrupación de cuatro adjetivos en la descripción de la ciudad: “la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible” algo que no encontramos en su poesía. Asimismo, la repetición de la misma estructura de relativo en el mismo párrafo, dándole forma a una prosa sumamente elegante, repleta de sonidos, mientras los soldades descansan: “A la media hora sólo se oían los ahogados gemidos del aire que entraban por las rotas vidrieras de las ojivas del templo, el atolondrado revolotear de las aves nocturnas que tenían sus nidos en el dosel de piedra de las esculturas de los muros y el alternado rumor de los pasos del vigilante que se paseaba, envuelto en los anchos pliegues de su capote, a lo largo del pórtico”. O el indudable atractivo rítmico que representa para el lector el uso repetido de la estructura, determinante demostrativo más tres adjetivos que lo definen: “Unos cien dragones de aquellos, altos, arrogantes, y fornidos”. Lo volvemos a encontrar en: “Una mujer blanca, hermosa y fría como esa mujer de piedra que parece incitarme”.

GAB se recrea de nuevo en la elección del tema insólito para armar su relato. En El Beso nos encontramos con la mujer considerada como espíritu del mal, su belleza significa la perdición del hombre y le lleva a su muerte. Bien diferente de la mujer que encontramos en La Rosa de Pasión, que se sacrifica por su amor. Con la pulcritud en la expresión que le caracteriza, el autor da forma a una mujer volátil e inaccesible, envuelta en un halo de misterio medieval y fría como el mármol del que está hecha, pero por ello mismo, más atractiva para el hombre arrogante que es víctima del amor imposible. Hay quien dice que GAB dotó a su personaje protagonista con alguna de sus secretas aspiraciones; la dama imposible simboliza la inalcanzable perfección poética que le entretiene y a la que aspira.


"La mía es una verdadera dama castellana que, por un milagro de la escultura, parece que no la hayan enterrado en su sepulcro"

Este comentario pertenece al grupo de lectura que desde La Acequia dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

6 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

Esta leyenda me gustó mucho y veo que tu has hecho un resumen mucho más elaborado que mi humilde sinopsis... Besotes, M.

Myriam dijo...

También me gustó mucho esta leyenda. Muycierto ocmo Bécquer trae a colación la crítica de la invasión francesa. Me gusta como describes a la mujer de piedra con ese halo de misterio, frialdad, volátil e inaccesible.... Pero el "espìritu del mal" para mí anidaba en este francés que, presa de su arrebato incontrolable, pretendió robarle su mujer aun Grande de España. Qué, como no podía ser de otra manera, no iba a permitir que un "francesito" le robara frente a sus narices, el objeto de su amor.
Bien dicen que, quien juega con fuego, se quema o, revienta de un sopapo.

Abrazos veraniegos y mil gracias por tu lindo comentario en mi entrada. Me alegró mucho que te gustara así.

Asun dijo...

Como ya dije, no estoy leyendo a Becquer (cada día me da más pereza ponerme a ello), pero paso a saludarte y a dejarte un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

La mujer, en efecto, es clave en la literatura becqueriana: o ángel o demonio...
Veo que no te resta energías el verano.

Abejita de la Vega dijo...

He esperado a tener bien leída la de "El beso", antes de disfrutar de tu post. Me gusta, aunque no es mi favorita.

En Burgos, los soldados de Napoleón dejaron huella: volaron el Castillo y casi todas las vidrieras góticas de la Catedral, machacaron las esculturas del bórgoñón Vigarny, profanaron las tumbas del monasterio de las Huelgas, etc, etc. Los turistas franceses miran para otro lado mientras el guía lo cuenta...Hay que tener en cuenta que aquellos soldados eran reclutados entre lo peor de la sociedad...En Toledo, también hicieron de la suyas y Bécquer nos lo transmite.

La mujer de piedra no era el mal, opino como Myriam. El mal era el francés. Bécquer y la mujer imposible: fantasma, monja o estatua. Tiene muchas lecturas eso...

Besos a través del "pincho", para Pancho.

Paco Cuesta dijo...

Utilizando su afición arqueológica convierte a la mujer en fantasma de piedra.