Don Juan Tenorio (4)
José Zorrilla
ACTO CUARTO
Se alza el telón del cuarto acto, no el más extenso, pero sí el primero en cuanto a cantidad de acción y desarrollo de la obra. Ciutti lleva a Brígida y a Inés desmayada a un cortijo distante una legua de Sevilla, con vistas al Guadalquivir. Don Juan llegará más tarde porque tiene asuntos que arreglar en la ciudad. Brígida llega emocionada por lance tan extremado. Molida por la cabalgada al no estar acostumbrada a montar. Ciutti le enseña un bergantín calabrés listo para zarpar en cuando reciba la orden de don Juan de escapar a Italia. Quiere hacerse el héroe, pero en modo alguno apencar con las consecuencias que seguramente conlleve encontrar morada en los infiernos.
Doña Inés vuelve en sí del desmayo, desorientada. Brígida le recuerda que estaba leyendo la carta de don Juan cuando perdió el sentido, ambas se habían olvidado de las vidas, una leyendo y otra escuchando:
Cuando don Juan, que os adora,
y que rondaba el convento,
al ver crecer con el viento
la llama devastadora,
con inaudito valor,
viendo que ibais a abrasaros,
se metió para salvaros,
por donde pudo mejor.
En sus brazos la saca del convento y en la quinta están salvadas del incendio, pero envenenado el corazón de algún encanto maldito. No acierta a saber si es amor lo que siente:
Si esto es amor, sí, le amo,
pero yo sé que me infamo
con esta pasión también.
Le propone a Brígida escapar antes de que aparezca porque no está segura de sus fuerzas cuando esté a su lado. Pero ya es tarde porque ya se oyen los remos y a don Juan en el suelo. Don Juan le dice que no se preocupe por el padre, ya sabe que está segura con él, libre de la cárcel sombría y respirando libertad. Le pide que lo escuche un momento. El ámbito se electrifica de la palabra envolvente. El aire de respirar se erotiza, se convierte en semilla de fuego que germina en el interior de la novicia al ver a don Juan rendido, postrado a sus pies:
Mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.
Doña Inés enloquecida le ruega que calle, le explota el cerebro y le arde el corazón. Ha bebido algún filtro infernal que rinde la virtud:
Tal vez, poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
En este momento ya ha entregado la cuchara del resistir es vencer. Una vez arriada la bandera del no pasarán, se ve arrastrada al despeñadero por la fuerza del huracán:
Yo voy a ti como va
sorbido al mar ese río.
El amor que don Juan siente ya no es terrenal, se siente aún capaz de la virtud e irá a postrarse ante su padre, el Comendador, a pedirle la mano como manda la costumbre. Don Juan sufre una mutación trascendental. Es Dios quien hace de sanador, quien quiere ganarle para su causa a través de ella. El punto de inflexión, clímax de la obra: pasa don Juan de burlador libertino a enamorado vencido por la fuerza del amor puro e inocente de doña Inés. Por algo corresponde con los versos que todo el mundo sabe de tantas veces repetidos:
¡Ah! ¿No es cierto ángel de amor
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
El ruido de unos remeros al atracar interrumpe la melosa conversación. Don Juan abandona la estancia, debe atenderlos, no sin antes prometer una entrevista con el padre de Inés con las primeras claritas del día. Recibe a don Luis embozado hasta los ojos, con pinturas de guerra en el rostro, con la intención de lavar la fea mancha que ha dejado a doña Ana un imposible para los dos. O don Luis o don Juan, los dos no caben ya en la Tierra entera. ¡Cómo para caber en una ciudad! El duelo a muerte está servido. (!Guerra, guerra, guerra si esto no se arregla¡ como corean los taxistas enardecidos por las calles de Madrid) Será una guerra con bajas en la que no se admiten desmayos. Cuando ya las espadas amenazadoras están en alto y la barquilla lista para embarcar al vencedor, entra Ciutti en el aposento y les advierte que llega el Comendador con gente armada. Apremia a don Luis a que se esconda y le deje solucionar el asunto de doña Inés con su padre antes de batirse a muerte con él.
Recibe de rodillas al indignado Comendador, inclinada la cerviz por primera vez en su vida. Don Gonzalo, enfermo de intransigencia fósil, no cree en el arrepentimiento ni en el repentino pavor a su justicia, algo insólito en un noble con espada al cinto. Exige un escarmiento por mancillar su honor en la cándida sencillez de su hija. De nada le sirve a don Juan humillarse, decirle que idolatra a su hija, que será su esclavo, que gracias a ella enderezará los pasos por la vereda de atrás. Lo que no consiguieron sermones de obispos, lo consigue su candidez. Incluso se muestra dispuesto a un periodo de penitencia. A una temporada de prueba como la que los gitanos le imponen a Andrés si quiere catar a Preciosa en la Gitanilla de Cervantes. Pero ni un resquicio de blandura en el tío de la vara. Don Gonzalo incide en su villanía, considera que todo es disimulo para sacar beneficio. Su decisión está tomada: antes matarla que entregarla.
Entra en escena don Luis que viene a buscar la muerte. Le echa en cara a don Juan que su delito no aminora por hacerse la víctima después de herir por detrás. Es más ladrón que el que huye después de robar. Que quede claro quién es la víctima y quién el victimario es. La prueba la tiene en que ha conseguido juntar dos iras, dos ansias de venganza, dos indignaciones ciegas: el padre de doña Inés y el vengador de doña Ana de Pantoja. Además que cuente una tercera; la justicia que espera fuera.
Don Juan se siente acorralado, por primera vez en su vida abrumado. En vista de que todos sus sacrificios, la hacienda, que a su honor no se le da ningún valor, que todo se considera miedo, que ya nada sirve para quitar la deuda y que a su alma vuelven a hundir en el vicio, mata. Quita la vida de un tiro a don Gonzalo y a don Luis manda al infierno de una estocada certera. Desesperado, clama a Dios, le echa la culpa a los cielos de su huida hacia adelante:
Llamé al cielo y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, y no yo.
Se lanza al río, huye de la justicia en el bergantín calabrés. Cae el telón con doña Inés en escena, de rodillas ante el cadáver de su padre, lamenta que don Juan la haya abandonado. La escena se llena de voces que piden justicia en voz alta, pero doña Inés no quiere que sea contra su amado, don Juan.
She packed my bags last night pre-flight
Zero hour nine AM
And I'm gonna be high as a kite by then
I miss the earth so much I miss my wife
It's lonely out in space
On such a timeless flight
Elton John
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
1 comentario:
Más que nunca, en este acto todo es lenguaje: hasta la acción. La palabra de don Juan tiene tanta importancia que lo llena todo.
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