Don Juan Tenorio (5)
José Zorrilla
SEGUNDA PARTE (Cinco años más tarde)
ACTO PRIMERO
Ha muerto también doña Inés. Un escultor trabaja entre mármoles, da los últimos retoques al panteón de don Diego en cumplimiento de sus últimas voluntades. Qué difícil es no pegar un martillazo cuando la vida te ha puesto un martillo en la mano. En este cementerio se trabaja hasta de noche, a la luz tenue de las estrellas y de la luna clara. Ya descansan en estatua los personajes principales del drama. El escultor se despide de las esculturas recién estrenadas. Generaciones presentes y futuras de sevillanos las admirarán. Una vez terminado el trabajo, se alejará de la ciudad al alborear la jornada. Ruega a su obra que vele por la gloria del artista pues vivirá más que él. El afán de permanecer entre los vivos todo lo que se pueda.
Don Juan regresa a su casa embozado y se encuentra conque ya no existe, en su lugar han alzado un cementerio que parece un museo de escultura. Se encuentra con el escultor del panteón por casualidad, hace un mes que ya lo dio por terminado. Lo pilla allí porque ha hecho de centinela, ha esperado a ver puesto el enrejado todo alrededor para evitar que el vulgo salte a profanarlo. Le informa que la obra se ha podido hacer gracias a don Diego Tenorio que dejó toda su hacienda para construirla, a condición de que en el panteón tuvieran sepultura los muertos por la mano de su hijo. Peor para el sol. “En su valor no ha echado el miedo su semilla” y no odia a nadie de los vencidos. Don Juan no comprende por qué el cielo le ha negado la penitencia cuando de rodillas, arrepentido, pidió clemencia.
A la luz de la luna clara resalta el mármol de Carrara. Lucen las estatuas de don Luis y del Comendador. A todos saluda: “Ya estoy aquí, amigos míos” (Tarradellas proclamando desde el balcón). Se detiene ante la estatua de doña Inés, muerta de sentimiento al volver al convento, según le comenta el escultor. La obra es extremada. Le da una bolsa con dinero para que esculpa su propia estatua cuando muera y para que le deje la llave para velar a los suyos.
"¡Mas si éstas que sombras creo/espíritus reales son,/que por celestial empleo/llaman a mi corazón!"
Reconoce que su padre actuó con corrección al emplear la herencia en levantar panteones, de otra manera nada hubiera existido, pues lo habría apostado a la carta más alta. Le pide a la estatua de doña Inés que le permita llorar a sus pies como cuando estaba viva. Pasa a hablar en tercera persona como si don Juan fuera ya el pasado. No pensó más en volver y al verla muerta le ruega que le prepare un trozo en la misma sepultura y que le mire llorando de hinojos. La rara blandura del hereje relapso que huele la chamusquina de las orillas.
Queda el pedestal desnudo. La estatua de doña Inés se envuelve de un vapor y desaparece entre la niebla espesa, al tiempo que su sombra recrecida aparece entre resplandores de oscuridad que ciega. Jinetes a caballo cabalgando sobre llamaradas de claridad.
Como el soliloquio con estatuas mudas no da para más y puede ser aburrido para el espectador escuchar tanto yoísmo, el autor inventa un interlocutor para pasar al diálogo (Como Orfeo y don Augusto Pérez). Aparece pues la sombra de doña Inés que lo oyó desde el más allá. Le cuenta que al morir ofreció su alma a Dios para reparar los daños causados por el alma impura de don Juan. Dios acepta la apuesta. O todo o nada. O se salvan los dos o se condenan los dos. Ella sale del purgatorio para salvarse o condenarse juntos. La pelota está ahora en el tejado de don Juan. Si obra el bien, juntos estarán. Se juegan la eternidad. Desaparece la sombra entre la enramada espesa dejando a don Juan con cara de pez frío, estupefacto, otra vez solo en el camposanto. El Rey de los sepulcros exclama:
“¡Hasta los muertos así
dejan sus sombras por mí”
Intenta convencerse de que todo es fruto de su imaginación alterada, pero algo hay porque ha desaparecido la estatua. Él mismo entregó una bolsa al escultor para esculpir la suya propia a imagen de la de doña Inés. Se revela contra las estatuas y las reta. Si su valor no vaciló contra los vivos, menos menguará contra los muertos:
¡Pasad vanos devaneos
de un amor muerto al nacer;
no me volváis a traer
entre vuestro torbellino
ese fantasma divino
que recuerda una mujer!
A la luz de las estrellas llegan Avellaneda y el capitán Centellas. Han reconocido a don Juan y se paran a hablar con él. Don Juan, la faz descolorida, vuelve en sí a hablar con gente, no sombras. Los invita a cenar a su casa para contarles su historia de los últimos tiempos. Invita también a la estatua de don Gonzalo para reafirmarse; él no teme a los muertos. No necesita porcelana para comer, es capaz de usar de plato a sus calaveras.
ACTO SEGUNDO
Han cenado, el misterio de la noche los guarda de las miradas. A la sobremesa don Juan cuenta la parte desconocida de su historia a Centellas y Avellaneda, cómo el mismo emperador le da permiso para volver a España cuando quiera. El heroísmo y valor desmesurado a su servicio han lavado la culpa. Regenerado y libre, la hacienda invertida en belleza de panteón, compra una casa a la misma justicia que había embargado a un desahuciado. Como paga al contado, favorece que la justicia se burle de la usura de los acreedores, ávidos de cobrar lo que se les debe. Hasta establecerse en Sevilla de la noche a la mañana, todo es posible en el mundo maravilloso del teatro.
Unos aldabonazos nerviosos y repetidos, cada vez más cercanos, interrumpen el brindis por el ausente propuesto por los invitados a pesar de que a don Juan no le convence brindar por la gloria de alguien que está en el más allá. El sólo cree en el éxito y la gloria de los mortales, no de los ya muertos. Como los golpes son cada vez más perentorios y cercanos, canda puertas y ventanas de la habitación:
Ahora el coco, para entrar,
tendrá que echarlas al suelo,
y en el punto que lo intente,
que con los muertos se cuente,
y apele después al cielo.
"Mas ya me irrita por Dios,/el verme siempre burlado,/ corriendo desatentado/siempre de sombras en pos"
La estatua de don Gonzalo traspasa la puerta sin abrirla llenando de miedo a los presentes. La jindama los paraliza primero y luego los desfallece. No volverán del estado de abandono hasta que la estatua desaparezca. Dios en persona le ha dado permiso para acudir al sacrílego convite y explicar la verdad. En el más allá hay una eternidad. Los humanos tenemos los días contados y don Juan ya puede dar por perdido el combate, cumple al día siguiente. Para que vea que el creador y dador de la vida y la muerte es clemente, le permite poner la conciencia en orden antes de que la boca se le llene de la tierra madre. Hasta para morir hay que tener tiempo. (Desaparece LA ESTATUA sumiéndose por la pared) después de quedar con Don Juan para una entrevista.
Magistral el intento de enseñar en romance lo que es imposible de explicar con palabras:
¡Cielos! ¡Su esencia se trueca,
el muro hasta penetrar,
cual mancha de agua que seca
el ardor canicular!
Lo achaca a que el antiguo amo de la casa y la bodega echó algo venenoso a las cubas del vino para provocar el ensueño milagroso de la sustanciación a través de las paredes. Duda de que el Dios infalible apruebe justicia tan desigual: cómo va a querer que en solamente un día salde la deuda con él contraída durante tantos años de maldad. Siguen los fenómenos paranormales. Ahora es la sombra de doña Inés la que aparece en la pared como un holograma plano (el president absent) para animarle a que tenga el valor de acudir a la cita con su padre el Comendador. Don Juan le pide que espere, que le ayude a distinguir la realidad de la quimera, las voces de los ecos, que le mande una señal de que aquello no es una locura para bajar tranquilo a la sepultura. Ojalá sólo sea un engaño preparado por Avellaneda y Centellas que han fingido el desmayo. Los despierta. Se muestran sorprendidos, como saliendo de un sueño profundo. Don Juan les pide los motivos de que las piedras se hayan animado para acotarle la vida. Ellos alegan que no tienen nada que ver. Como la mejor defensa es un buen ataque, le acusan de que fue él mismo quien les dio el bebedizo para perder el sentido y así poder decir que una estatua acudió a su exótico convite. La disputa por las estatuas vivientes y sintientes se encona y se retan a duelo, uno a uno o los dos contra uno. Salen a la calle a luchar a la vez que cae el telón.
El pescado está vendido, queda solo el remate final, como al escultor, pero hay que leer las obras hasta el the end porque a menudo las sombras se recrecen y éstas guardan la sorpresa final.
God's like a river, keeps on wantin' to flow
Peeks on events and waits to will them you know
Time has a rhythm when the love is the law
Love is forever, baby, down in your soul
Van Morrison
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
1 comentario:
En efecto, me gusta cómo lo has afrontado: es tiempo lo que se dramatiza. Es un personaje emplazado, al fin y al cabo.
(Que no se me escape decir lo extraordinario de tu foto de arranque en esta entrada.)
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