martes, 26 de diciembre de 2017

La noche que no paró de llover. Laura Castañón.





"Empecé a amarte por el secreto y en el secreto"

La noche que no paró de llover 
Laura Castañón 
Comentario

Laura Castañón ha escrito una novela que secunda la excelente impresión que dejó en los lectores Dejar las cosas en sus días, su ópera prima. El tema principal son los recuerdos de Valeria, una mujer mayor,  más cerca de los noventa que de los ochenta que se aloja en una residencia de ancianos. Hurgar en el pasado hasta hacer sangre y  por vasos comunicantes profundizar en la memoria histórica como en la primera novela. Valeria acude los martes a la consulta de Laia, una psicóloga que le ayuda a coger fuerzas para abrir un sobre que su hermana, Gadea, le deja al morir. Un miedo patológico, el canguelo que te entra al abrir un sobre con las notas de unas oposiciones o los resultados de unos análisis médicos. Laia es una  recién llegada a Gijón por amor, siguiendo los pasos de Emma, colega de profesión a la que conoce en Madrid. Con lo cual ya tenemos otro tema que la autora desarrolla con maestría para instalar tensión narrativa en el relato: la relación desde dentro de una pareja homosexual femenina cuya personalidad es bastante diferente. Anexos a esto, como se pueden imaginar, van tratados asuntos de candente actualidad: parejas de hecho; los hijos y sus diferentes variables de paternidad y maternidad fuera del patrón clásico de hombre y mujer; conflictos en las parejas, similares a cualquier pareja heterosexual patriarcal de toda la vida; el grado de aceptación de los padres y de la sociedad en general, etc. 

Para mí es una novela valiente, arriesgada, porque erige de protagonista a un personaje a contrapelo, adusto, tieso como un palo seco; vamos, lo más parecido a una señorita Rottenmeier, una máquina de reñir. A través de un lento proceso de ablandamiento de la coraza, a medida que la novela avanza, se llega a los entresijos más profundos de un ser humano, a los secretos  que no se le cuentan ni al confesor. Sonsacar es el milagro, y el diván de Laia (la psicóloga que escucha, interpreta y a veces juzga) lo consigue de manera magistral. A través de sus monólogos semanales ante la confesora nos vamos enterando progresivamente de su historia. Valeria es una privilegiada, pertenece a una de las familias acomodadas de Gijón. Nunca pasó necesidad, ni siquiera en los peores momentos de la Guerra Civil cuando el Almirante Cervera y la aviación de los nacionales bombardeaban la ciudad; la familia tiene una casa en un pueblo lejos de las bombas y un padre que consigue salvoconductos para atravesar las líneas y controles de los milicianos sin contratiempo. Noventa años dan mucho que contar, demasiadas historias dormidas, por eso la novela se alarga bastante. La autora consigue al final que el lector y los que la rodean la exoneren de culpa, lo cual parecía imposible al principio. He aquí a mi juicio otra de las habilidades de la autora: cómo conseguir la empatía con Valeria, compendio de cualidades negativas, una señora pija en el vestir, una fascista de esas que hay que echar del barrio y señalarla en las paredes. Pero nadie lo hace, seguramente porque la autora opta por la imparcialidad, está convencida de que los conflictos hay que mirarlos siempre con dos ojos para evitar caer en el sectarismo. No voy a contar los porqués, sería desvelar demasiado de la historia. 




"Empecé a amarte a la vez que aprendía los caminos secretos que me llevaban al centro de ti misma"

El armazón narrativo guarda cierta complejidad, está constituido por una voz narradora en tercera persona intensa, quiero decir intimista, que se mete en la mente de los personajes hasta llegar al fondo de tristeza y cierta melancolía que impregna la obra en su conjunto. Esta voz en tercera persona se mezcla con los sueños de Valeria, reproducidos en primera persona e indicados en letra cursiva; se amalgama al monólogo de Valeria ante Laia a la que cuenta los pecados inconfesables y después está también la primera persona en el tono desenfadado y desenvuelto del diario de Emma que le da vivacidad y chispa al relato. Los comentarios en agraz que Emma vierte en su diario son el contrapunto humorístico a la tristeza que invade la novela. Es decir, la novela crece en esta mezcla de  tonos, de temáticas y de técnicas narrativas que de forma paulatina nos vamos encontrando a medida que el relato avanza. 

Como ya hemos señalado, el personaje de Valeria vertebra la narración, cosido a ella surge Feli, otra mujer y otro personaje importante aunque no sea de los principales de la novela. Feli trabaja de empleada en la residencia de ancianos de Valeria, es un personaje que fascina porque trabaja en lo que nadie quiere, porque es ella quien nos enseña cuál es el trabajoso proceso de creación de un libro. En cierta forma el lector empuja a que descubra hechos y datos sobre Valeria que el lector ya sabe; por ejemplo, deduciendo por fotos antiguas que Gadea no es una perra. La autora consigue que los lectores se unan a Feli en el proyecto común de escribir un libro sobre la memoria histórica. He aquí otro valor añadido de la novela: recoger los recuerdos de las últimas voces vivas de la Guerra Civil (van desapareciendo por imperativo biológico), los testimonios directos de la brutalidad del hombre cuando pierde el raciocinio, la humanidad, y se comporta como las bestias. Hay aquí suspense y acción, un guiño a las técnicas que los autores de novela negra usan para investigar casos o descubrir asesinos, ganando así a los lectores para su causa, haciendo que las  afinidades sean electivas. 

El comienzo de La noche que no paró de llover es raro. Un punto de partida a contracorriente que no se ajusta a lo que estamos acostumbrados a leer: un principio espectacular que te pegue como una lapa a la lectura. Sin embargo, la novela consigue una aceptación lenta pero segura; incluso te hace regresar a su lectura una vez que has llegado al final. Entonces comprendes el significado del sueño y te das cuenta de la jugada maestra de la autora; te está revelando el final desde el principio sin que te enteres. El tema primero que desencadena la escritura, la materia sólida del cimiento necesario para que florezca la fuerza creadora y se escriban más de quinientas páginas de literatura e historias que convergen.

Otro rasgo que llama la atención de la novela es la brevedad de los capítulos, perfectamente abarcables para el lector con prisas y poco tiempo para dedicarle al vicio de leer. Esta lectura fragmentaria, acorde con la tendencia actual de leer a pocos y seguramente influenciada por  internet y la lectura en pantalla, le dan dinamismo a la narración y favorecen el cambio de estilo y tono de la escritura que va de una notable intensidad lírica a páginas en las que el humor es un ingrediente activo, pero no esperen cambios bruscos, la suavidad y el temple es la norma hasta dejarlo todo a un andar. Y que no se me olvide citar el logro de introducir pequeños trozos de canciones al final de los capítulos en los que Emma se desmelena en su diario, recuerdo el blog de Aldabra que usaba el recurso con sabiduría. 




"Empecé a amar tus clavículas, a perderme en el laberinto de los mechones de tu pelo"

Que el primer sueño es la forma de cerrar el círculo de los diez sueños de Valeria, estratégicamente distribuidos a lo largo de la novela, lo sabemos más tarde. Estos sueños son como el heraldo de la narración que sigue,  contado todo en tercera persona. La entradilla de la crónica desarrollada más tarde. Incluso se nos da la clave del título, sin desmedro de lo que viene a continuación: “Creo que nunca lo había visto sonreír así, con todos los dientes. Sonríe y respira, y yo me digo, pero cómo va a ser, si ya han pasado tantos años, y sin embargo sé que es esa noche porque oigo la lluvia, no para de llover.” 

Los dientes como fijación, lo mismo que Cervantes, deben ser las estrellas que te hacen ver en el techo de la consulta del dentista mientras permaneces con la boca abierta a su merced. Laia en medio de cornejas, como las palomas durante una noche que no deja de llover. Emma y su diario para avanzar en la trama y conseguir un llamativo contraste entre el estilo severo de las confesiones Valeria y el desenfado del diario de Emma

Después del sueño tan enigmático,  la lucha con el paraguas madrileño siguiendo a un perro, (algo del paraguas de Augusto Pérez al comienzo de Niebla y un perro al que seguir). Un paraguas que no está acostumbrado a los arreones de la lluvia horizontal de Gijón que los deja inservibles,  en un guiño a la portada de Dejar las cosas en sus días, una Mary Poppins voladora en un paraguas.

Si el estimado lector ha llegado hasta aquí, es buena señal porque quiere decir que le interesa la novela y si no la ha leído todavía, haría bien en leerla, no le defraudará.  

La nostalgia que trajo desde su 
hogar, y la historia de una vieja 
manta que se olvidó en aquel cajón 
del aparador 
 Que ocupaba la pared donde 
colgaban las fotos que no pudo 
recoger cuando tuvo que salir, 
aquel día que no paraba de llover. Y 
en el banco que queda donde la 
estación de tren, ella canta 
canciones para quien quiera 
escuchar
Nena Daconte



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



4 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

Gracias Pancho: Una reseña imprescindible para llegar a las claves de la lectura.
Un abrazo

la seña Carmen dijo...

Casi tan largo como la novela este comentario, pero en este sobra poco.

No deja de ser curioso que hay tantas novelas como lectores, sin duda un acierto de los autores.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente aportación para introducir a la novela y hacer ganas de leerla. En efecto, es una novela muy valiente en muchos sentidos y que confirma el buen camino de la autora.

Abejita de la Vega dijo...

Es la lluvia del corazón.
Un abrazo