lunes, 19 de octubre de 2015

Novelas Ejemplares (3). El Licenciado Vidriera. Miguel de Cervantes. Retales amarillos.





"Pasando un día por la casa llana y venta común, vio que estaban a la puerta della muchas de sus moradoras, y dijo que eran bagajes del ejército de Satanás que estaban alojados en el mesón del infierno."


Novelas Ejemplares (3) 
El Licenciado Vidriera 
Miguel de Cervantes 

La fama de las respuestas sabias y la mesura de las consejas a preguntas exigentes que ponen a prueba su sabiduría se extiende por toda Castilla como la pólvora. Roperas, mujeres de casa llana y venta del común, cornudos coronados, recién casados con trifulcas, azotados por el padre, maestros de escuela, alcahuetas y cristianos viejos con blasones adosados a la fachada principal de la vivienda encuentran todos alivio a sus preocupaciones en las contestaciones juiciosas del licenciado Vidriera. 

Un caballero de la corte manda a por Tomás Rodaja a Salamanca. Ahuecado entre la paja esponjosa hace las veinte leguas del camino hasta Valladolid. Para camino malo el de la horca. No le ocurre nada digno de mención en las jornadas del viaje entre las dos ciudades castellanas. Las aventuras del camino las reserva don Miguel para las historias dilatadas del otro loco manchego por tierras diferentes. El camino es un engorro, un accidente. El protagonista entretiene al caballero con su locura. Sale a la calle con guardaespaldas que le espanta a los muchachos y en seis días es conocido en todos los rincones de la ciudad (la magia de la media docena en el Barroco). No estima a los poetas - ¡Hay tan pocos buenos!- pero sí aprecia la ciencia de la poesía porque su buen manejo encierra en sí a todas las demás ciencias y llena el mundo de provecho, deleite y maravilla. Los poetas son intérpretes de los dioses como señala Platón; los malos son la idiotez y la arrogancia misma. 

 El licenciado Vidriera no es poeta, pero guarda en su faltriquera mil papeles escritos, fatigados por el uso, poemas preparados para ser dichos, presto siempre a tensar el arco de las cejas,  hacer corro de gente y recitar. Detesta la envidia que los poetas se profesan entre sí. Rechaza la manera de censurarse unos a otros. No soporta los ladridos de los jóvenes cachorros, modernos que ladran a los severos mastinazos antiguos. Desprecia las murmuraciones que caen sobre los poetas ilustres porque ahí es donde resplandece la verdadera luz de la poesía, pues tomada como alivio y entretenimiento, “muestran la divinidad de sus ingenios y la alteza de sus conceptos, a despecho y pesar del circunspecto ignorante que juzga de lo que no sabe y aborrece lo que no entiende.” 



 "sabe cada uno de vosotros más pecados que un confesor; más es con esta diferencia: que el confesor los sabe para tenerlos secretos, y vosotros para publicarlos por las tabernas."

Preguntado por la pobreza de los malos poetas, sostiene que es porque ellos quieren. En su mano está ser ricos si saben aprovecharse de las damas caídas en sus redes. Ricas gargantillas todas ellas de cristal transparente, con poderes para convertir la pisada tierra estéril en jazmines y rosas. Los buenos poetas se levantan ellos solos sobre el cuerno de la luna. 

Buscando razones para que el lector siga con la lectura, pocas profesiones se escapan a la agudeza crítica de la lengua del licenciado. Pega un repaso de cuidado a muchos oficios del momento que pueden torcer la justicia. Deja un extenso muestrario del día a día de amplios sectores de una sociedad estamental, fuertemente jerarquizada, aún hermética y dividida en compartimentos estancos. Los jueces, los letrados sustentando demandas injustas a sabiendas. El mercader que nos chupa la hacienda; los médicos con licencia para arrebatarnos la vida sin temor a castigo alguno; el boticario,  amigo del aceite de los candiles. La casta. Arrieros divorciados de las sábanas, marineros inurbanos, carreteros que cantan la mitad del tiempo y reniegan como mozos de mula la otra. Alcahuetas, azotados, libreros y pintores. Habitantes de la misma tierra, pero no del mismo planeta mental que los hombres de vidrio. Enfadados, cabreados todos con su fortuna como una epidemia de tristeza y malestar en la ciudad. 

La envidia común es el deporte nacional. Quedarse quieto, el mejor remedio. No hacer nada y echarse a dormir es el consejo contra el cansancio que le da a su guardián: “Duerme que todo el tiempo que durmieres serás igual al que envidias.” 



"Los marineros son gente gentil, inurbana, que no sabe otro lenguaje que el que se usa en los navíos; en la bonanza son diligentes y en la borrasca perezosos; en la tormenta mandan muchos y obedecen pocos"


No le tiene buena fe a los titiriteros, vagabundos que tratan con indecencia las cosas divinas, convierten el decoro y la gravedad sacramental en risa. Meten las sagradas escrituras en un costal y las hacen asiento en bodegones y tabernas. Valora a los comediantes. No engañan a nadie, sacan a la plaza pública su mercadería; al juicio y vista de todos. Se ganan el pan que les quita del hambre con el sudor de su frente. Gitanos perpetuos, siempre de lugar en lugar y de venta en mesón. Los autores han de hacer equilibrios malabares para cuadrar presupuestos, para vivir de su público. No habían llegado aún los tiempos de la magnífica noticia de los espectáculos subvencionados con dinero del común. La sociedad se implica en la cultura, una vez sustraídos los dineros que se empleaban en pagar la guerra del imperio por tierras de Europa. Y que por otro lado, tanto daño hizo después a los artistas en tiempos de crisis. Una vez que los espectadores nos acostumbramos al todo gratis, nos cuesta rascarnos el bolsillo para la cultura. Con todo, son necesarios en la república y en la monarquía “como lo son en las florestas, las alamedas y las vistas de recreación, y como lo son las cosas que honestamente recrean.” Palabras rotundas  de Cervantes, mastinazo viejo,ni pongo punto ni quito coma. 



Para el socio del limpia un carajillo,
 para el estraperlista dos barreras, 
para el Corpus retales amarillos 
que aclaren el morao de las banderas. 
Tercer año triunfal, con brillantina, 
los señoritos cierran “Alazán”, 
y, en un barquito, Miguel de Molina, 
se embarca, caminito de ultramar.
Joaquín Sabina


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Dan ganas de volverse loco para decir estas cosas...

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

De que manera genial se sirve Cervantes para hace un repaso crítico a la sociedad.
La poesía, siempre en lo más alto.
¡Y qué mala es la envidia!

Un abrazo
P.D.: Dejo un ‘Brindis’, que me ha evocado la canción de Sabina.
Y puestos a brindar, me preguntaba quién sería el señor de la boina. Ya he visto que se trata de Floreano.