miércoles, 10 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (15) Alonso Fernández de Avellaneda. ¿Necesitas a alguien?





"Suba señora reina y ponga los pies sobre mí"


El Quijote de Avellaneda (15) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXII 


"¡Ay, ay que me matan!" Exclama Sancho cuando apenas se ha internado veinte pasos en el bosque. La ayuda encabezada por don Quijote acude al primer repiquete de broquel. Se embosca Sancho sigiloso, con más miedo que vergüenza, todos los sentidos en alerta, prestos a dar la alarma al menor atisbo de peligro, como un centinela en tensión. Una lastimera voz femenina que proviene de una mujer en camisa, atada de pies y manos a un pino, corta el aire. Le mete más miedo en el cuerpo:

 “¡Ah, hermano labrador! ¡Por amor de Dios, quitadme de aquí!” 

Acosado por el miedo, a Sancho se le nubla la vista. Sin reparar en daños, se tira a plomo del rucio. Desanda el camino, arrollándolo todo. Se tropieza con las matas, cae, se levanta y grita:  

“¡Socorra, socorra, señor don Quijote, que matan a Sancho Panza!”

Los compañeros tratan de restar importancia a la causa de tanta jindama. Aún vive para contarlo y ahorra el trabajo de enterrarle en los montes de Oca. Sancho toca madera, Rex Judeorum. Lo que ahora toca es buscar su pollino y su caperuza extraviados en medio de tanta zozobra. Y si hay tiempo y buena voluntad, socorrer el alma del purgatorio que ha visto con sus propios ojos, atada a un árbol y pidiendo socorro a gritos. 

Medroso y medio escondido tras las sayas del ermitaño se adentran en el bosque oscuro, guiados por los gritos de socorro de la mujer. Recuperan el pollino y la caperuza entre los aspavientos de Sancho agradecido, como si hubieran venido de otros mundos. Después aparece la mujer atada medio desnuda. A don Quijote le parece Cenobia, la amazona, perdida en una cacería persiguiendo un jabalí. La atan unos jayanes desalmados después de robarle el caballo y desvalijarla. 


 "y a fe que no esté sola; que siempre éstas andan a bandadas como palomas"

De nada sirve que el soldado señale que conoce a la cincuentona de las casas de mala nota localizadas en la calle Bodegones de Alcalá. “Visitada de estudiantes novatos que la henchían las medidas y bolsas.” Inconfundible por la cicatriz que le cruza la cara, según propia confesión de la mozona, hecha por un capigorrón, “Que mala se la dé dios en el ánima.” No hay quien le quite a don Quijote de la cabeza que se trata de la princesa Cenobia, él la proclamará Reina de Chipre en cuanto dé buena cuenta de Bramidán de Tajayunque. 

XXIII 

Bárbara cuenta cómo el estudiante Martín la engañó. Estuvo viviendo de mantenido un año y medio sin gastar “ni blanca suya y muchas mías.” Le propone irse a Zaragoza donde tiene parientes ricos y casarse con ella. Ella lo vende todo por ochenta ducados y le sigue. Al llegar al bosque la desvalija y la deja atada como la descubren. Sancho apoya al estudiante agresor. A su modo de entender no hizo nada raro al llamarla puta, bruja hechicera y vieja. Ojo con la brujería. Bárbara ya ha sido juzgada y absuelta por la denuncia de una vecina verdosa de envidia. Ella se vengó con su perro. Sancho muerde el miedo, se consume por dentro al escuchar la mala suerte del animal mezcla de todas las razas ladrando a la puerta de nadie. Excalibur del Siglo de Oro. Donde menos se espera salta la liebre de la compasión. 

Sancho se carga de razones para la ira. Iracundo como un tigre de la Hircania,  se desnorta insultando, atacando a la desalmada le sale lo peor de la jacundia, de la fértil huerta escatológica sembrada de ventosidades, regüeldos con olor a rábanos serenados. Lluvia de gargajos. Mocos verdes cuajados, bien amasados de días por barbilampiños de cara relamida. 


 "Yo soy Sancho Panza, escudero andante del invicto don Quijote de la Mancha, flor, nata y espuma de la andantesca escudería"

Llegan a una aldea con mesón donde son recibidos por los dos alcaldes del lugar, extrañados por la visión de semejante estantigua, un ser como don Quijote, vestido con todas las piezas de la armadura, semejante a los judiazos despavoridos, que están hartos de observar de cerca y de lejos en el Retablo del Rosario. 

Al verse rodeado por público tan curioso, numeroso y receptivo, toma la palabra aristocrática y les endiña un discurso importante de caballero andante auténtico, que ahonda en la esencia de la nación española, los eternos valores  incontestables que imprimen carácter racial. La lista de los reyes godos, restos de don Pelayo. Todo arranca en los montes de Asturias: “Valerosos leoneses, reliquias de aquella ilustre sangre de los godos, que, por entrar Muza por España, perdida por la alevosía del conde Julián, en venganza de Rodrigo y de su incontinencia y en desagravio de su hija Florinda, llamada la Cava, os fue forzoso haberos de retirar a la inculta Vizcaya, Asturias y Galicia,” sustancia y núcleo de la Marca Hispania, tierras visigodas al sur de los Pirineos que se juntan para vencer al invasor en los pasos accidentados de Roncesvalles, liderados por el emperador Carlomagno, enterrado en Aquisgrán, corazón de Europa, entre Bélgica, Holanda y Alemania. 


"Del nació el valor con que los filos de vuestras cortadoras espadas tornaron cumplidamente a recobrar todo lo perdido y a conquistar nuevos reinos y mundos, con envidia del mismo sol"

Con los mejores de Asturias 
Sale de León Bernardo 
Todos a punto de guerra 
A impedir a Francia el paso. 

Los habituales del lugar se sorprenden de un orador tan destartalado pero con tan bien hilado discurso. Todos quieren tratar con el elemento discordante. El ermitaño le hace hueco, les aparta diciéndoles que está loco, lo llevan a la casa de los orates de Toledo. Le ayudan a desvestirse y promete vestir a Bárbara con un rico vestido en cuanto entren en la bien murada ciudad de Sigüenza, a una jornada de camino. Ella se lo agradece, al tiempo que lamenta no tener quince años cumplidos y ser más hermosa que Lucrecia. Le promete compensarle “con un par de truchas que no pasen de los catorce, lindas a mil maravillas y no de mucha costa” en cuanto lleguen a Alcalá. Pero don Quijote no entiende esta música de los bajos fondos. 

Do you need anybody
I need somebody to love
Could it be anybody
I want somebody to love
Would you believe in a love at first sight
Beatles 



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

La aparición de Bárbara sirve para acentuar el carácter de loco de este Quijote. Aquí ya no hay imaginación que valga...
Qué buena la primera foto.

Abejita de la Vega dijo...

Sigo tu serie de comentarios del Avellaneda, tan minuciosa y trabajada, me quito el sombrero.

Me irrita ver a Dulcinea sustituida por la mondonguera Bárbara.

Loquísimo, sin más, sin los matices del auténtico, el de Cervantes. A la Casa del Nuncio va derechito.

Y los Beatles de guardianes de tu entrada.

Un abrazo

Paco Cuesta dijo...

Leyéndote releo. Sumado al Quijote, si bien apócrifo son dos placeres
Un abrazo