domingo, 28 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (19) Alonso Fernández de Avellaneda. Detrás del telón.




"Ahora sus , señor caballero, no es ya tiempo de más disimular, ni de traer encubierto lo que es razón que se descubra"

Jan Steen

The crowned orator
1650-1675.  70 × 61 cm .  
 Alte Pinakothek. Munich



El Quijote de Avellaneda (19) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXVII 

En el recorrido que Avellaneda hace por los distintos géneros literarios no podía faltar el teatro, como también lo hace Cervantes en el Quijote verdadero. Hay inteligencia por parte del autor en este episodio, a pesar de que antes lo hiciera Cervantes. Tampoco falta mala idea, malaje por parte de Avellaneda al proponer a don Quijote como personaje de una obra de Lope de Vega, su rival literario. El teatro sale a la calle en este capítulo. Los actores son a la vez espectadores y caminantes sorprendidos, existe modernidad en esta propuesta de interacción de ficción y realidad, donde la realidad es a veces más ficción y desvarío que la propia comedia. Salimos gananciosos los lectores de estas rencillas literarias. 

En efecto, a don Quijote le entran trasudores de muerte cuando Sancho le confiesa que se ha tornado moro. El criado se justifica: mejor moro que nada, mejor moro que asado y comido por los infieles. 

El autor de la varilla destensa el arco de las amenazas, no alarga más el miedo a las parrillas, la lucha de civilizaciones al comprobar lo afectado que está don Quijote por la conversión al islam de su escudero. Ahora hace de duque amigo que le ofrece el castillo para que repose el tiempo que haga falta. Ahí está él para servirle y no causarle daño alguno. Les advierte que si han recalado en el castillo ha sido por su gran saber y deseo expreso de que lleguen a la corte del Rey Católico sanos y salvos, allí le esperan con ansiedad miles de príncipes, el aplauso y la victoria. El hidalgo se maravilla del repentino cambio de actitud del nigromántico. Al verse liberado de ataduras, le ofrece sus brazos desmembradores de robustos gigantes. Todos se abrazan por la paz recién ganada. La mujer del autor, haciéndose pasar por su hija, le ofrece entrar de balde como actor en la comedia. A cambio, don Quijote se brinda a defenderla a ella y a su padre de magos y sabios nacidos en Egipto. ¡Qué se atreva alguien a tocarle un pelo de la cabeza! 

Sancho se siente agraviado por el trato diferente dispensado a su amo. El no quiere ser moro. Se siente incapaz de cumplir la ley de Mahoma que manda no comer tocino, ni beber vino. Estará en pecado permanente. Aparece el clero para dar la solución salomónica: en virtud de la bula de composición, bastará un ayuno de tres días y tres noches para quedar tan cristiano como estaba. Sancho regatea la penitencia; demasiadas horas seguidas sin comer. Aunque difíciles de cumplir, le da la palabra de poder dormir con los ojos abiertos, beber con los dientes cerrados, no llevar sayo debajo de la camisa, aguantarse de hacer las necesidades fisiológicas de evacuación incluso atacado. 



"y diciéndole cómo para hacerle fiesta en aquel su castillo había mandado hacer una comedia, en la cual entraba también él, y la que le dijo que era su hija" 
Jan Steen 1653
Peasants before an inn
Toledo Museum of Art, Toledo, OH, USA 

Se quitan los sombreros, el clero echa la bendición y comienzan a cenar, todos menos Sancho que no se retira la caperuza, reliquias de cuando era moro, pero aún sin retajar. Todos se ríen del acuerdo a que han llegado de retajar la capucha en lugar de las partes normales por los celos de su mujer. Comienzan a ensayar “El testimonio vengado” de Lope de Vega. En esta obra un hijo levanta falso testimonio de su madre reina. En ausencia del padre, la acusa de entenderse con un criado al privarle la madre del capricho de su caballo cordobés, en contra del expreso deseo de su padre. Don Quijote, que observa que la mujer del autor hace el papel de reina afligida, se levanta atacado por la cólera y desafía al caballero traidor fementido a singular batalla a espada. El actor aludido acepta el reto y con la espada desenvainada corta el ataharre de una albarda y se lo lanza en señal de combate, como si fuera una liga preciada, a celebrar antes de que pasen veinte días. En medio de las risas don Quijote toma la palabra para censurarles que en lugar de llorar por la afligida reina, rían como alevosos traidores. 

Manda a Sancho que guarde la liga en la maleta hasta el día del duelo. El criado solo ve despropósito. Un ataharre sucio no se puede guardar con las mudas limpias. Lo atará a la cincha de su rucio hasta que aparezca el amo. Una escena que recuerda el episodio de la bacía del barbero y el yelmo de Mambrino. Mientras para don Quijote es una riquísima liga del hijo del Rey, repujada de esmeraldas, rubís y diamantes o tafetán doble encarnado, para Sancho no es más que una empleíta de esparto con dos cordeles a los cabos, harto sucios, que sirve de ataharre a algún jumento. Y siguen la porfía, que Sancho no es ciego y tiene gastados más ataharres que hay estrellas en el limbo. 

Aparece el amo del ataharre para dar la razón a Sancho que se lo entrega, orgulloso del buen juicio mostrado delante de tanta gente de buen entendimiento. No para don Quijote que se altera más de lo que estaba y pasa de las palabras a los hechos. Se lo intenta quitar, pero el labrador, hombre curtido, membrudo y de fuerza, lo tumba de un empujón y se lo arrebata de las manos. Con el ataharre de la mano cruza la cara de Sancho sacándole sangre roja de las narices. El arriero se marcha dejando  al escudero encolerizado tras él. Más habría recibido del arriero descomunal de no ser por su amo que le ordena volver, no vayan a pasar las cosas a mayores, pues visto lo visto, a enemigo que huye, puente de plata. 

En este punto interviene el autor para apoyar la actuación de don Quijote, agotado en la batalla. Esta gente se querrá acostar y la comedia continuar. Es menester que los actores reales descansen para que la comedia no pare. 

Cuando don Quijote y Sancho despiertan, ya el autor y toda la compañía han marchado a Alcalá. El autor generoso ha pagado el alojamiento de toda la cuadrilla que arrastra don Quijote, apiadado de su locura y la simplicidad del escudero. Ya le habían pagado de sobra con los pescozones del labrador y las risas con el ataharre-liga del príncipe. No sin antes hacerlos reír Sancho con la similitud que hace de las mujeres y las nubes que se empreñan de agua y vacían su cargazón entre truenos y relámpagos, gritos y suspiros. 


  
¿Cuál es peor? ¿haber estado ella  esta noche con aquellos dos mozos de los comediantes, y almorzar con ellos esta mañana una gentil asadura frita, bebiéndose con ella dos azumbres de vino[...]?

 The pig belongs to the sty
Oil on canvas. 86 × 72 cm.  
The Hague, Mauritshuis.

Se ponen en marcha de nuevo porque quiere don Quijote llegar a la corte ese mismo día, a menos que alguna aventura importante los detenga en Alcalá. Los estudiantes se apartan, no quieren que los vean en tamaña compañía. Bárbara también quiere quedarse en su patria. Postura que don Quijote no entiende, después de caminar tantas veredas peligrosas y reinos incógnitos para encontrarle, ahora que tiene su compañía, quiere dejarla como se abandonan unos zapatos viejos. Le suplica que los acompañe hasta la corte donde podrá elegir entre el reino de Chipre o el de Córdoba después de haber dado cuenta de Bramidán y del hijo del rey de Córdoba. Se le amontona el trabajo a nuestro hidalgo. Se enzarzan Sancho y Bárbara porque según él, ella es una rémora y gastadora, bastante les ha gastado de la bolsa con el vestido y zapatos nuevos. “Adiós que me mudo”, o como señala Aristóteles: “Alon,  que pinta la uva”. Lo que está es celoso de que ella se fuera con dos de los mozos sacasillas de los comediantes por la noche, y por el día se bebieran dos azumbres de vino con ella para almorzar. 

Pero ella es libre como el cuclillo,  sin ataduras,  gracias a Domino Dio: et vivit Domine. Y ahora quiere seguir el camino hasta la corte por hacer rabiar al harto de ajos de Sancho y darle contento a su señor. Sancho se las jura. Pierde la batalla, pero no se da por vencido: “Más longanizas hay que días” 

 Empty spaces
what are we living for
Abandoned places
I guess we know the score
On and on,
does anybody know what we are looking for…
Another hero, another mindless crime
Behind the curtain, in the pantomime
Hold the line,
Queen




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



 

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El pasaje del teatro es donde mejor se demuestra la inteligencia en la intención de Avellaneda con respecto a la primera parte cervantina: homenaje, intertextualidad y desactivación ideológica.
Y, a la vez, si lo comparamos con lo teatral en la segunda parte cervantina veremos cómo este reconduce las aguas a su terreno. Avellaneda lo hizo muy bien, Cervantes genial. Disfrutemos de ambos.