Alonso Fernández de Avellaneda
Capítulo XXIII
Bárbara promete cepillar el entendimiento de don Quijote, espabilarlo en cuanto lleguen a Alcalá, a su entender lo tiene algo gordo para captar las picardías. Entra Sancho atropellando la conversación con la nueva de que la fonda tiene de menú “una riquísima olla con cuatro manecillas de vaca y una libra de tocino, con bofes y livianos de carnero y con sus nabos," todo al módico precio de cinco reales al contado y letra vista.
El mesonero reconoce a Bárbara de la noche anterior. Había cenado con el compañero estudiante de lo que traía envuelto en una servilleta no muy limpia. Ella comerá de lo que haya, rechazando así la lujuria del faisán que don Quijote le aconseja, como corresponde a una futura reina de Chipre.
En este punto se deshace el grupo formado a las afueras de Zaragoza y que tan buen juego ha dado a la novela, sobre todo con los cuentos intercalados. Cada uno sigue su propio camino. Antonio se encamina a Ávila y el Ermitaño a Cuenca. Don Quijote sugiere a Sancho que aligere un poco la bolsa y les dé un ducado a cada uno para el camino, les imparte la bendición de caballero andante y los ensalza antes de la despedida por la unión de tres que han caminado juntos, representantes de la triple vía por las que se puede alcanzar la honra y la fama. La sangre, representada por el soldado de linaje Bracamonte; las armas, encarnadas en don Quijote, conocido por su valor en toda la redondez del universo y el Ermitaño, representante de las letras, gran teólogo capaz de dar cuenta de su saber en todas y cada una de las universidades conocidas, ya sea Salamanca, la Sorbona o Alcalá.
Sancho, que escucha atentamente la disertación de su amo, se considera agraviado. Estima que en su persona se aúna la trinidad que conduce a la fama. Y se extiende en la explicación. De su padre, carnicero de profesión, hereda la sangre que se le pega de andar entre “vacas, terneras, corderos, ovejas, cabritos y carneros.” De un tío suyo, espadero en Valencia y hermano de su padre, le viene la afición por las armas, siempre limpiando, afilando “espadas, montantes, dagas, puñales, estoques, cuchillos, cuchillas, lanzas, alabardas, chuzos, partesanas, petos y morriones y todo género armorum.” El origen de su relación con las letras surge de un cuñado, encuadernador en Toledo, la vida consumida entre libracos y letras góticas grandes como la albarda del rucio.
"En amaneciendo Dios despertó don Quijote"
XXIV
El caos del entendimiento impide pegar ojo a don Quijote más de media hora seguida. La mañana lo encuentra despierto y a Sancho dormido como un lirón. Ensillan las caballerías y se ponen en marcha; Cenobia viaja bien acomodada en una burra vieja, alquilada al mesonero que también les acompaña. Nada más llegar a Sigüenza, se ven rodeados por agrupaciones de muchachos atraídos por el caballero armado y su extraña comitiva: el entorno de don Quijote.
Llegados al mesón pide tinta y papel, faltan siglos para pedir la contraseña del wifi al llegar a los sitios. Escribe media docena de carteles en los que desafía a todo aquel que no proclame a ciegas o dude de la belleza de Cenobia. Si alguien se atreve, ya sabe lo que tiene que hacer, que escriba nombre y apellido en el papelote y el Caballero Desamorado tratará el agravio, saldrá a combatir a la plaza del pueblo. Sancho cumple el encargo de pegarlos de mala gana. Bien sabe que cada gallo canta en su muladar. Comprende la desventaja a la que se enfrentan en caso de plantar cara a un Barrabás, caballero desocupado. Un descansado contra cansados del camino. Rocinante imposibilitado de comer bocado de puro cansancio. Además, quién les manda entrar en quimeras y guerreaciones necias en tierra extraña. El amo le acusa de pusilánime y cobardón y no le queda más remedio que obedecer y pegar los carteles sin pedir permiso al corregidor.
A un alguacil le parecen carteles de cómicos. Sancho le hace ver el error: el mensaje va dirigido a caballeros principales, señores de capa prieta. Cuando lee que en el póster se habla de desafío, se asusta, llama al corregidor que inmediatamente manda prender a Sancho que con una piedra en la mano está dispuesto a descalabrar a quien lo intente. El corregidor teme que algún dislate llegue a oídos del obispo.
"Tórnenme, señores, a quitar estos demonios de trabas de hierro; que no puedo andar con ellas"
Llevan a Sancho al calabozo cargado de grilletes. El guarda se los quita previo pago de un real. Se llena de piojos en la celda, le birlan la bolsa con el dinero, casi la vida en una noche. El corregidor pide que traigan a don Quijote a su presencia, pero antes de que los aguaciles acudan a cumplir con el encargo, ya don Quijote se ha vestido, ha ensillado a Rocinante y, caballero, se presenta en la plaza a ver qué es lo que pasa con su escudero que se fue y no regresó. El corregidor se admira del enjuto orador embutido en tanta chapa reluciente, la fantasma circuida de gente que les habla de la antigüedad, de los mitos fundacionales de la nación, de la lucha de moros y cristianos, la gloriosa reconquista: “¡Oh, vosotros, infanzones, que fincastes de las lides, que no fincárades ende! ¿Non sabedes por ventura que Muza y don Julián, maguer que el uno moro y el otro a mi real corona aleve, las tierras talan por mi luengo tiempo poseídas, y que fincar además piensan en ellas?”. Don Quijote transciende con su discurso transversal, se cree poseído de la corona y del cetro de Fernando el Católico que venga la muerte de los suyos.
Solo dos mancebos recién llegados a la plaza hacen por escucharle y entenderle. Señalan que conocen al caballero y a su escudero de hace un mes, les habló entonces de un imperio Trapisonda, una infanta Micomicona y de un bálsamo Fierabrás que hace milagros en la cura de las heridas. Sancho les contó que su señor era hidalgo de un lugar de la Mancha y que hacía dos años que se había echado a los caminos para imitar a los caballeros andantes, protagonistas de las novelas de caballería que había leído y releído. El corregidor, que también escucha, le sigue la corriente, en su ciudad nadie reta ni acepta desafíos que valgan. Se dan por vencidos y confirma la belleza de la dama que le acompaña. Le ofrece alojamiento en la corte de su imperio durante quince o veinte días y seguidamente, la comitiva del emperador con todos los príncipes acompañantes van en procesión a rendir honores y besar la mano de Cenobia. Don Quijote se muestra reconocido y alagado por la rendición de tanta gente importante a la fuerza de su brazo, se siente pletórico por triunfo tan categórico. Se estira los dobladillos que se le encogen entre los pliegues de la armadura, pero no puede quedarse porque le queda una misión que cumplir. El gigante Bramidan de Tajayunque le espera para librar batalla. En cuanto dé término a tan sagrada obligación de caballero andante, volverá a visitarles y ennoblecerá el grandioso imperio con su persona.
Sueltan a Sancho que se ha quedado compuesto y sin bolsa, engañado por las males artes de unos estantiguos y picarones de la cárcel. Se presenta azorado, contando aventuras más peligrosas que las acontecidas a Preste Juan de las Indias y el Cuco de Antiopía. Allí quedan castigados los que no tienen padrino, corridos como mona por no acertar sus rústicos acertijos.
"Si algún caballero tártaro o rey tirano viniere
a quereros perturbar la paz, cercando con su fuerte ejército esta
vuestra imperial ciudad, y llegare a teneros tan apretados y puestos en
tal estremo, que os viérades compelidos por la grandísima hambre y falta
de bastimentos en el duro cerco a comer los hombres los caballos,
jumentos, perros y ratones, y las mujeres sus amados hijos, enviadme a
llamar donde quiera que estuviera"
La comitiva se dirige al Mesón del Sol donde brilla con luz propia el esplendor de la reina Cenobia que se presenta ante el corregidor: “descabellada, con la madeja medio castaña y medio cana, llena de liendres y algo corta por detrás; […]las tetas, que descubría entre la sucia camisa y faldellín dicho, eran negras y arrugadas, pero tan largas y flacas, que le colgaban dos palmos; la cara, trasudada y no poco sucia del polvo del camino y tizne de la cocina, de do salía; sólo podía agradar a un necesitado galeote de cuarenta años de buena boya y privaciones severas. Más parece criada de Proserpina, reina del estigio lago, completando así el corregidor la mala pinta definitiva de la emperadora.
Bárbara, temerosa de ver sus huesos arrojados en la cárcel, acusada de hechicera, confiesa su filiación de mondonguera de la calle Bodegones de Alcalá, hecho corroborado por uno de los pajes que la conoce de haber sido puesta a la vergüenza en las escaleras de la iglesia de san Yuste por alcahueta, por hechicera y por "revender doncellas destrozadas por enteras, mejor que Celestina.”
Bárbara rompe a llorar, los otros a reír, solo don Quijote la defiende porque la vergüenza se debió a la envidiosa inquina de unas vecinas. Promete vengarse del alevoso bellacazo que la humilló. Se despide de todos, no sin antes ofrecer su brazo y espada para liberarlos del cerco a que los pudiera someter cualquier ejército poderoso. Se fueron admirados de ver la “facilidad que tenía don Quijote en hablar el lenguaje que antiguamente se hablaba en Castilla en los cándidos siglos del conde Fernán González, Peranzules, Cid Ruiz Díaz y de los demás antiguos.”
Cenan pierna de carnero. Don Quijote cumple lo prometido: manda al mesonero que se encargue de que a la mañana se presente un ropavejero para vestir a Cenobia antes de partir.
"Aquí da fin la Sexta parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha"
Hold me close and tell me how you feel
Tell me love is real
Words of love you whisper soft and true
Darling I love you
Let me hear you say
the words I long to hear
Darling when you're near
Tell me love is real
Words of love you whisper soft and true
Darling I love you
Let me hear you say
the words I long to hear
Darling when you're near
Beatles
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
4 comentarios:
Incansable como don Quijote
Hay varias cosas más que importantes en estos capítulos que analizas en la entrada. En primer lugar: la personalidad de Bárbara, que demuestra calar pronto a don Quijote y Sancho -de hecho, más adelante, dará la mejor defininición de ellos-. En segundo lugar: la cárcel. Lo que en Cervantes era una amenaza lejana, aquí se concreta y mucho: cárceles, vigilancia... un estado más próximo a la realidad que en la utopía cervantina, sin duda.
Nos duele ver a un Sancho cargado de cadenas y comido de piojos en la cárcel. Y mucho más tonto, sin un microgramo de sal en la mollera. Este Avellaneda lo convierte en puré digerible para la gente políticamente correcta de su tiempo. Indigesto para quien paladeamos el original.El que la hace la paga. A la cárcel o al manicomio.
Mejor olla la de Ibeas, esa olla avellanesca es una bomba.
¿El Quijote en Bilbao?
Besos, con mi admiración.
Justo eso te iba a decir.... La primera foto es el Guggenheim de Bilbao, repito la preg. de Abejita.
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