jueves, 16 de febrero de 2012

Nada que ocultar


"Nuevo Epaminondas de quien, andando los siglos, narrará las hazañas otro Cornelio Nepote"



SONATA DE INVIERNO.
MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN. VALLE-INCLÁN

Valle reafirma el punto de vista del narrador en el comienzo de esta Sonata de Invierno. El narrador nos cuenta desde la vejez su vida pasada. A veces, narra desde un presente que conoce el futuro. Crea un cierto grado de incertidumbre consciente en la dualidad Valle-Marqués de Bradomín; en la novela deja manco a Bradomín, en clara referencia a su propia mutilación. El autor hace literatura del conflicto del narrador, como ya había hecho Cervantes en el Quijote.

Podemos considerar las Sonatas como obras independientes, pero las sucesivas y frecuentes referencias a las anteriores las hace ser una obra unitaria.

Bradomín anciano –con los cabellos argentados de luna- hace recuento de sus días. Ha sobrevivido a todos sus amores. Hubo de todo entre ellas: Unas murieron en sus brazos; otras recurrieron a la epístola para despedirse; el resto, o bien murieron de viejas, o cuando ya le habían olvidado. Ahora ya sólo le resta llorar la muerte de la niña que le cuidó y que se llevó el secreto de sus amores tardíos a la tumba.

El autor nos desvela el final de la trama, de la misma forma que lo había hecho con Concha y la carta en la Sonata de Otoño. No importa el desenlace para tener al lector enganchado a la lectura, otros deberán de ser los ingredientes que nos convoquen a seguir leyendo, la misma estrategia que había ensayado con Concha.

La juventud del Marqués de Bradomín ha sido una hoguera de pasiones y de grandes llamas atizadas por el amor. En una frase sin rodeos nos sitúa en la coordenada espacio temporal de la historia: “Yo acababa de llegar a Estella, donde el Rey tenía su Corte”. Nos encontramos en la Tercera Guerra Carlista. Se respira derrota de la causa, que coincide con la decadencia del veterano soldado que siente un cerco de acabamiento y el frío de la vejez. Lamenta no haber sido capaz de renunciar al amor y así evitar la muerte de la chiquilla.



"Destacaba en medio de su séquito, admirable de gallardía y de nobleza, como un rey de los antiguos tiempos".

Y huyendo, como ya hiciera en su aventura mejicana, se presenta en la Corte de Estella, justo a tiempo de asistir a la misa mayor. Es la excusa perfecta para mostrar de nuevo la fascinación que Valle siente por los ropajes de la realeza, la misma que antes había sentido por la liturgia religiosa y los atuendos eclesiásticos. El porte del Rey Don Carlos es el único capaz de encajar con apostura en la armadura tallada a mano por el más aventajado de los orfebres milaneses, arrastrar el manto de armiño o ceñir la corona de piedras preciosas de los reyes godos medievales, grabadas a fuego en los códices antiguos. Bradomín no entiende las palabras de un fraile preconciliar que arenga los tercios reales. Sin embargo, le cautiva la sonoridad y el ritmo de aquella lengua remota e intacta cuyas raíces remiten a los ecos primitivos y misteriosos del origen ancestral de las txalapartas: “Yo las sentía leales, veraces, adustas, severas” como las personas que las pronuncian. Un canto al bilingüismo y una defensa auténtica de la riqueza que aporta la diversidad de lenguas en un territorio, siempre que sirvan para alejarnos del fantasma de la incomunicación.




Caricatura de Sirio

El Marqués carlista, embutido en un disfraz de cartujo, se coloca a la sombra de una columna, al tiempo que cruza la mirada con una dama del cortejo real. Se encuentra con Fray Ambrosio en la sacristía mientras uno de los dos sacristanes viejos -gente de cogulla- avivan la brasa del incensario. El fraile es un veterano de la primera Guerra Carlista que reconoce a Bradomín. Éste relata la historia de su vida. Ante las reticencias de Fray Ambrosio a admitir que entrara en el convento como acto de contrición, confiesa que: “El arrepentimiento no llega con anuncio de clarines como la caballería”. Añade que en el convento ha conseguido dominar todas las pasiones menos el orgullo. La entrada de un seminarista al que Fray Ambrosio alaba por ser valiente como un león, interrumpe el relato y también este comentario hasta la semana próxima, dios mediante y no júpiter tronante.


"Me falta un corazón
me sobran cinco estrellas
de hoteles de ocasión
donde dejar mis huellas,
con nada que ocultar,
con todo por delante,
Goliat era un patán,
David era un gigante"

Joaquín Sabina







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde
La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

4 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

Valle logra que puedan ser obra única o independiente. El lector lo situará.

Abejita de la Vega dijo...

Está claro que las sonatas no son para los que leen libros por saber como termina. Valle Inclán nos destripa la historia al principio y con toda intención. El proceso es inverso pero no le resta emoción.

Vamos encontrando puntos en común en las sonatas. El más llamativo es ese jardín misterioso, donde se esconde el mundo interior del marqués, con la fuente y su monotonía. En el palacio de Brandeso, en el convento donde pernocta con la Niña Chole, en el palacio Gaetani, ¿en la de invierno? Bradomín se asoma siempre al mismo jardín, a su propio yo. La fuente derrama su monotonía, su corazón late.

Mirtos, mirlos,rosas, monjas, curas, frailes,´nobles, santos, mendigos, Casanova, Aretino...el mundo de las sonatas y sus lugares comunes.

El marqués vestido de fraile, esto promete. Tu entrada me ayuda a engancharme a esta última sonata.

Besos, Pancho

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente comentario este tuyo de hoy: desde la sabia forma de entender la técnica narrativa de Valle hasta esa lujosa descripción de la corte de Estella...

Myriam dijo...

Esta venus agradece tu suculento comentario y espera que Júpiter tronante nos disturbie tus facultades fácticas y telúricas de brindarnos el siguiente.

Un beso estrepitoso