jueves, 9 de febrero de 2012

Billete a la vida eterna


SONATA DE PRIMAVERA.

MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN (4) - VALLE-INCLÁN

Bradomín se confiesa gran pecador. Seguirá las indicaciones del padre capuchino siempre que no atenten contra su honor de caballero. Debe ir a casa de una vieja bruja y decirle que está dispuesto a hacer lo que haga falta para recuperar el anillo que le ha desaparecido misteriosamente de su dedo.

Al caer la tarde, a la vera de los altos cipreses que desprenden un velo de sombra azul alargada sobre las yerbas humildes surgidas como virtudes, distingue a María Rosario que lee un libro de vidas de monjas edificantes. Está sentada al lado de una fuente con su dariniana “gracia eucarística de lirio blanco”, sepultada entre el verdor perenne de los bojs y los mirtos seculares. Bradomín piensa que una quimérica aparición en su alcoba sería para ella “un engaño del sueño”. Cuando le cuenta que su libro de cabecera trata de las memorias del caballero veneciano, Jacobo de Casanova, que es amigo íntimo de una monja carmelita, María Rosario le advierte del peligro que su vida corre en el palacio. Le urge escapar.

"Bajé al jardín donde volaban los vencejos en la sombra azul de la tarde"
Foto de Paco Caro

Envuelto de la polvareda de un atajo de ovejas, el Marqués llega a la casucha de una vieja que hila a la puerta y que tiene una cornamenta de buey en el tejado. Le franquea la entrada con una sonrisa que deja ver la caverna negra de su boca desdentada. Bradomín quiere el anillo, pagará el doble por recuperarlo. La bruja le echa el mal de ojo. Le informa de que alguien le quiere mal. Le han encomendado privarle de su lozanía. Recupera el anillo de las cenizas de la lumbre a la luz tenue de un candil. Al muñeco de cera con cara de Bradomín tan sólo le resta un baño con sangre de mujer para perder su fuerza viril.

"Por el camino pasaban rebaños de ovejas levantando nubes de polvo"
De aquí

Es Semana Santa y el paso de La Cena sale de la Iglesia de los Dominicos bajo la lluvia.

Bradomín
se siente humillado en el Palacio por el desprecio de la Princesa, que ni le mira ni le dirige la palabra. Él, sin embargo, se siente atraído por el vértigo del abismo, el misterio de las asechanzas. Su orgullo no le permite marchar, aunque comprenda que en este momento sería más elegante y gallardo así hacerlo.

El vértigo de la perdición le lleva a intentar una
audaz maniobra. Su esencia de auténtico Don Juan es imbatible en estos momentos.

"-¡Cuidado...! No tropezar con las paredes... ¡Cuidado...!"
Foto de
Jaime Grandes

La lluvia redobla en los paraguas. “El chapoteo de los pies en las charcas contrastaba con la nota tibia y sensual de las enaguas blancas que asomaban bordeando los vestidos negros, como espumas que bordean sombrío oleaje de tempestad”. La lluvia que golpea sin tregua, como si fuera un castigo, los pasos de la procesión, despinta las caras de las tallas en primera instancia y luego les hace flaquear las piernas hasta hincarse de rodillas, mientras el arrullo de dos tórtolas llega con vaguedad de misterio y de poesía.

Un correo de Roma le insta a regresar. Polonio se ofrece para cambiar el caballo Postillón, enfermo. Bradomín no se fía. Le ofrece el anillo de recuerdo que no acepta, le acusa de querer embrujarlo y le amenaza con denunciarlo al Santo Oficio. Musarello, borracho como una cuba, no puede hacerse cargo del caballo. Ambos -caballo y criado- han cenado de la mano de Polonio.

"Mi padre espiritual lo leía cuando estuvo prisionero en los Plomos de Venecia"

A continuación, Valle nos muestra el camino para la creación de un ambiente novelesco como si fuera el brochazo firme o vacilante de un pintor impresionista. Magistral su forma de crear ambiente en el salón en el que Bradomín encuentra a María Rosario llenando de rosas los floreros de la capilla, en la actividad más usual reservada a las mujeres de Las Sonatas. El lector más exigente se congracia con el autor al sentir cómo lo llena de luz, color, perfumes y sonidos a la caída de la tarde: “Los cipreses del jardín levantaban sus cimas pensativas en el azul del crepúsculo, al pie de la vidriera iluminada. Dentro, apenas se distinguía la forma de las cosas, y en el recogimiento del salón las rosas esparcían un perfume tenue y las palabras morían lentamente igual que la tarde”. Un ejercicio que se antoja necesario para albergar la tristeza del recuerdo de aquellos días del Marqués, porque por primera vez una mujer no se rinde a sus artes diabólicas de seducción y le aborrece.

María Rosario
se refugia en su hermana pequeña que cuenta historias de sus muñecas. Accede a complacerla en su deseo de vestir a su reina de juguete. Al Marqués le pide que salga de Ligura mejor antes que después. El Marqués que no llora nunca, quiere llorar y que el amor terrenal que siente, sea devoción a una santa al verla partir a la clausura. Le acusa también de brujo por averiguar el paradero del anillo. El insiste, “gustando el placer doloroso y supremo del verdugo” y la desarma con su argumento: “Lo he sabido porque habéis rezado mucho para que lo supiese”. En vista del asedio implacable de Bradomín, ella se vuelve a refugiar en la niña que pone entre los dos. Los muros del convento no serán suficiente barrera para impedir su culto mundano. Sólo con el recuerdo y sus oraciones, moriría gustoso. María Rosario sienta a su hermana en el alféizar, cae y muere. Bradomín recoge del pavimento el cuerpo inerte de la niña que abre los ojos un instante y los vuelve a cerrar para siempre. Únicamente oye el seco lamento repetido: “Fue Satanás”,
“Fue Satanás” que como una maldición le sigue atormentando después de tantos años.

"Los brazos se tendían hacia mí desesperados"
Verona. Casa de Julieta.

Entrega la niña ya cadáver al coro de brazos extendidos del resto de las hermanas. Bradomín siente miedo y huye del Palacio Gaetani. Desde entonces María Rosario repite como un fantasma envejecido en mitad del silencio hondo lleno de tantas voces (JRJ): “Fue Satanás”, “Fue Satanás”.

Cogidos de la mano de Valle-Inclán, queriendo ganar el cielo, nos hemos dado de bruces con el infierno de la escena final. Hábilmente nos ha ido llevando por el lado oscuro del ser humano hasta dejarnos sumidos en el horror de la tragedia de la muerte de un ser inocente. Si alguien da más, que levante el dedo. Mark Knopfler le cantaba así a un tipo que quería vivir para siempre:


"Now I send what I can to the man

With the diamond ring
He's a part of heaven's plan

And he sure can sing

Now it's all I can afford"

Dire Straits




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


7 comentarios:

Myriam dijo...

jajajaja ¿Con que la bala perdida? uyyyy ¡plop! me dió en pleno corazón...

Lo que sigue, lo escribe mi espectro:
La foto de las ovejas me recuerda cuando estaba con Asun cerca de los Pirineos y un enorme rebaño rodeó nuestro coche. Lástima que no fuí lo suficientemente rápida para desenfundar la cámara que ¡Ohhh Hélas!, no tenía preparada...

Besos
Y gracias por el Markito.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué bien nos llevas de la mano hacia ese final tan dramático (aunque has sido muy benévolo con Bradomín al decir que huye por miedo... que yo pienso más es cobardía). Y qué bien traído Knopfler.
La escena en la que el agua chafa la obra de tan reputado artista, impagable.
Magníficas las ilustraciones, bien traidas.

Paco Cuesta dijo...

Su honor de caballero termina consigo mismo. Bradomín, en este y en otros casos, es juez y parte

Abejita de la Vega dijo...

Desde luego estas damas de las sonatas se dedican principalmente a colocar las rosas en los jarrones. La rosa es la flor emblemática de las sonatas. No me extraña que la Gaetani diga que le marea el olor de las rosas. ¡Cuánta rosa! Se me ocurre pensar en lo aburrida que debía ser la vida de estas mujeres todo el día rezando, bordando paños litúrgicos o cogiendo rosas. Je, je.

Me guardo esto: "El lector más exigente se congracia con el autor al sentir cómo lo llena de luz, color, perfumes y sonidos a la caída de la tarde". Así es, eso es lo que enamora de las sonatas, ese tejido de los sentidos. Los personajes son inverosímiles y algunos, como la Chole, bastante planos.

Me gusta esa foto tomada desde arriba. ¡Qué escena tan terrible la de la niña! Desde luego, no satisfará a los amantes de los finales felices.

Besos, me voy que todavía no he puesto las rosas en los jarrones.

Estrella dijo...

Todas las Sonatas están plenas de color, sonidos, perfumes. Es fácil imaginarse las escenas, visualizarlas. Es casi como estar viéndolas en una película.

Saludos

Merche Pallarés dijo...

Estoy con ABEJITA, las rosas y su perfume embriagador en estas Sonatas me han dejado enajenada. Besotes, M.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Esta entrada tuya me ha hecho preparar -en parte- la que subiré mañana en mi blog de cine. Con espectro y todo, como dice Myriam.(Por cierto que la he llamado Asun en el blog de Abejita).
La foto de Paco Caro, es: ¡¡¡impresionante!!!
Pobre Polonio, después de tantos ¡cuidados!, y la lluvia no apreció ni su arte ni sus figuras de cartón.

Los callejones de Venecia, y los palacios...
La terraza de la casa de Julieta, me ha llevado a fijarme mejor en los balcones.

Mark Knopfler, garantía de buenas canciones-poemas.

Un abrazo