RIÑA DE GATOS.
EDUARDO MENDOZA. (11)
EDUARDO MENDOZA. (11)
Es tarde y el presidente Azaña recoge para irse a casa. Una llamada de Amós González, ministro de Gobernación, le impide marchar y recibe en su despacho, además de al ministro, a Gumersindo Marranón, Alfonso Mallol y a AW. Éste tiene que repetir por enésima vez lo que ha oído y visto, escondido de los generales levantiscos en el palacete de la Castellana. Azaña, avejentado más de lo que se podía suponer de sus 56 años, se muestra más interesado por el cuadro de Velázquez, por novedoso. El asunto de los generales no es nuevo y las revelaciones del inglés no caerán en saco roto, pero cree tenerlos controlados, con excepción de los africanistas a los que teme.
Ahora no tiene prisa. Se detiene en contar una conferencia de Edwin Garrigaw a la que asistió en París en el 14, poco antes de La Gran Guerra, sobre Tiziano y su parada en la explicación de La Muerte de Acteón. Hace un paralelismo entre la situación del país y el cuadro: “La falta irreparable ya ha sido cometida, la flecha dejó atrás el arco; sólo nos queda esperar a que nuestros propios perros nos hagan pedazos. […] Yo creo que la flecha que nos puede matar es precisamente el derrotismo de todos”. Añade que las recientes elecciones demuestran que no es el único que piensa que la salvación aún es posible. Lo pone de manifiesto el medio millón de personas que acudió a uno de sus mítines en los alrededores de Madrid.
Azaña ve que el cuadro de Velázquez desprende un influjo maléfico, como si fuera la tumba de Tutankamon. Primero muere el galerista inglés, Pedro Teacher. La inteligencia británica manda un pez gordo y aparece el cadáver de Coscolluela, visto por última vez encaramado a un muro en la casa del Duque. Sus acompañantes pretenden decomisar el cuadro, pero el presidente les convence de que no pueden actuar ilegalmente. El Duque no ha cometido ninguna ilegalidad con la posesión de un cuadro por muy valioso que éste sea. “Cada muerte violenta es un paso más hacia el abismo” - sentencia el presidente - y la del capitán mutilado de la guerra de África lo es.
La intervención de Azaña tiene la virtud de convencer a AW. El inglés decide aplazar su regreso, al menos hasta desentrañar el misterio del cuadro, que ahora parece ser el centro y causa principal de la Guerra Civil. Le sueltan en las inmediaciones del hotel. La Toñina le espera en la habitación entre las sábanas. “Después de la agitación emocional de Paquita y de Lilí, estas sencillas caricias le resultan un bálsamo”.
AW vuelve a hacer el camino aprendido desde el hotel al palacete de la Castellana. Como tantas otras veces antes, el mayordomo antiguo, sacado de las páginas del Cossío, con pintas de tabernero de Dublín, le franquea la puerta, amable: “Tenga la bondad de pasar y aguarde en el vestíbulo mientras aviso a su excelencia”. Nada que ver con el fiero matarife armado de escopeta de la víspera. Y cómo no, el Tiziano colgado en la entrada y Lilí. Se imagina que Velázquez habría añadido en el lienzo un personaje con cara de asombro, incapaz de saber y transmitir el significado, a pesar de que conoce los males que acechan al mundo como: guerras, enfermedades o pasiones malsanas.
Lilí aparece para sacar al inglés del arte del S. XVI. No quiere que hable sobre lo que había pasado el día anterior. Ella le señala que estará atenta a cualquier señal. Dispuesta a acudir a su llamada con la satisfacción de la que ha resuelto un crucigrama. Cuando aparece el padre , AW le confiesa que ha acudido al palacete con el fin de cobrar la minuta por los trabajos prestados. Quiere que alguien le aclare su papel en el lío. Este inglés es valiente porque se enfrenta al padre de la adolescente ligera de cascos, en su misma casa, y al mayordomo fiero como un pirata somalí.
El Duque le confiesa que quiere a Jose Antonio como si fuera un hijo, como quiso a su padre al que defendió hasta el último día. La violencia que le rodea hará pronto de su hija una Pasionaria de derechas. No quiere eso para su hija. Le explica que no ha permitido la relación entre los dos, a pesar del dolor que sabe que ha infligido en la pareja. Las armas que su dinero proporciona van a devolver los golpes que reciben. Sin el miedo al ojo por ojo, habrían desaparecido aplastados. Su papel actual consiste en tratar de convencer al ejército de la necesidad de contar con las disciplinadas escuadras de la falange. Contando con ellos , ganarán soporte ideológico. No se trataría de una asonada militar más. Piensa que: “Si hago caso a los generales y dejo inerme a la Falange, cometo un crimen; pero si proporciono las armas que necesitan, tal vez cometa uno mayor al enviarlos a una muerte segura”.
AW le propone un trato que el duque acepta: si logra convencer a Jose Antonio de que se someta al ejército, el tendrá vía libre para revelar la existencia del Velázquez. Sabe cómo hacerlo, guarda un as en la manga.
Ahora no tiene prisa. Se detiene en contar una conferencia de Edwin Garrigaw a la que asistió en París en el 14, poco antes de La Gran Guerra, sobre Tiziano y su parada en la explicación de La Muerte de Acteón. Hace un paralelismo entre la situación del país y el cuadro: “La falta irreparable ya ha sido cometida, la flecha dejó atrás el arco; sólo nos queda esperar a que nuestros propios perros nos hagan pedazos. […] Yo creo que la flecha que nos puede matar es precisamente el derrotismo de todos”. Añade que las recientes elecciones demuestran que no es el único que piensa que la salvación aún es posible. Lo pone de manifiesto el medio millón de personas que acudió a uno de sus mítines en los alrededores de Madrid.
Azaña ve que el cuadro de Velázquez desprende un influjo maléfico, como si fuera la tumba de Tutankamon. Primero muere el galerista inglés, Pedro Teacher. La inteligencia británica manda un pez gordo y aparece el cadáver de Coscolluela, visto por última vez encaramado a un muro en la casa del Duque. Sus acompañantes pretenden decomisar el cuadro, pero el presidente les convence de que no pueden actuar ilegalmente. El Duque no ha cometido ninguna ilegalidad con la posesión de un cuadro por muy valioso que éste sea. “Cada muerte violenta es un paso más hacia el abismo” - sentencia el presidente - y la del capitán mutilado de la guerra de África lo es.
La intervención de Azaña tiene la virtud de convencer a AW. El inglés decide aplazar su regreso, al menos hasta desentrañar el misterio del cuadro, que ahora parece ser el centro y causa principal de la Guerra Civil. Le sueltan en las inmediaciones del hotel. La Toñina le espera en la habitación entre las sábanas. “Después de la agitación emocional de Paquita y de Lilí, estas sencillas caricias le resultan un bálsamo”.
AW vuelve a hacer el camino aprendido desde el hotel al palacete de la Castellana. Como tantas otras veces antes, el mayordomo antiguo, sacado de las páginas del Cossío, con pintas de tabernero de Dublín, le franquea la puerta, amable: “Tenga la bondad de pasar y aguarde en el vestíbulo mientras aviso a su excelencia”. Nada que ver con el fiero matarife armado de escopeta de la víspera. Y cómo no, el Tiziano colgado en la entrada y Lilí. Se imagina que Velázquez habría añadido en el lienzo un personaje con cara de asombro, incapaz de saber y transmitir el significado, a pesar de que conoce los males que acechan al mundo como: guerras, enfermedades o pasiones malsanas.
Lilí aparece para sacar al inglés del arte del S. XVI. No quiere que hable sobre lo que había pasado el día anterior. Ella le señala que estará atenta a cualquier señal. Dispuesta a acudir a su llamada con la satisfacción de la que ha resuelto un crucigrama. Cuando aparece el padre , AW le confiesa que ha acudido al palacete con el fin de cobrar la minuta por los trabajos prestados. Quiere que alguien le aclare su papel en el lío. Este inglés es valiente porque se enfrenta al padre de la adolescente ligera de cascos, en su misma casa, y al mayordomo fiero como un pirata somalí.
El Duque le confiesa que quiere a Jose Antonio como si fuera un hijo, como quiso a su padre al que defendió hasta el último día. La violencia que le rodea hará pronto de su hija una Pasionaria de derechas. No quiere eso para su hija. Le explica que no ha permitido la relación entre los dos, a pesar del dolor que sabe que ha infligido en la pareja. Las armas que su dinero proporciona van a devolver los golpes que reciben. Sin el miedo al ojo por ojo, habrían desaparecido aplastados. Su papel actual consiste en tratar de convencer al ejército de la necesidad de contar con las disciplinadas escuadras de la falange. Contando con ellos , ganarán soporte ideológico. No se trataría de una asonada militar más. Piensa que: “Si hago caso a los generales y dejo inerme a la Falange, cometo un crimen; pero si proporciono las armas que necesitan, tal vez cometa uno mayor al enviarlos a una muerte segura”.
AW le propone un trato que el duque acepta: si logra convencer a Jose Antonio de que se someta al ejército, el tendrá vía libre para revelar la existencia del Velázquez. Sabe cómo hacerlo, guarda un as en la manga.
"Tenemos un as escondido en la manga,
verónica y cuarto de Curro Romero.
Tenemos lolitas, tenemos donjuanes;
Tenemos poetas, colgados, canallas,
Quijotes y Sanchos, Babel y Sodoma"
verónica y cuarto de Curro Romero.
Tenemos lolitas, tenemos donjuanes;
Tenemos poetas, colgados, canallas,
Quijotes y Sanchos, Babel y Sodoma"
J. Sabina
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
3 comentarios:
Me llamó mucho la forma de tratar a Azaña por Mendoza, en medio de tanto barullo y sin razón.
estoy en estado de des - uso...solo un saludo
El berenjenal en que se ve metido el inglés pardillo es impresionante. Un tren, por Dios.
Besos
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