jueves, 25 de noviembre de 2010

Vida y muerte se dan la mano.

En el atrio de San Pablo fue enterrada doña Catalina.

MIGUEL DELIBES. "EL HEREJE"

CAPÍTULO I

Valladolid cuenta con una población de 28.000 habitantes en el segundo tercio del siglo XVI. El agua de los ríos que alimenta los pozos favorece una franja de huertas con frutales que circuitan la ciudad. Los viñedos, al Sur; los pinares, al Oeste y los cereales cuyos surcos confluyen en el horizonte, al Norte. Tierras de pan llevar, panera de Castilla, que enlazan con el páramo: “una gran extensión de pastos y encinas habitada por los pastores de ganado lanar”.

La entrada de vinos forasteros estaba prohibida en Valladolid hasta que no se hubiera visto el hondón de las tinajas de vino propio. Cuando los taberneros sacaban la ramita verde a la puerta del establecimiento,  lo cual indicaba cuba nueva en la taberna, se formaba una cola de gentes de diversa extracción social para adquirir y llevar el vino a casa. Cada pucelano de la época trasegaba una media de doscientos diez cuartillos al año. Cifra para nada desdeñable, una vez excluidos los niños, abstemios y mujeres, por lo general adscritas al género sobrio.

Encajonada entre el Pisuerga y el Esgueva, la villa es polvorienta en verano y un barrizal en invierno. Tan sucia y hedionda que hace arrugar la nariz a los transeúntes, pero que no impide que al alzar la vista,  la mirada se recree ante monumentos como: San Gregorio, La Antigua, Santa Cruz o los conventos de San Pablo o San Benito.

El capítulo narra los meses de embarazo de doña Catalina, esposa de don Bernardo Salcedo; el nacimiento de Cipriano y la posterior muerte y entierro de la madre. Hace coincidir el deceso con el 30 de Octubre de 1517, fecha de la entrada del rey Don Carlos en la villa para establecer allí su corte.

En efecto, don Bernardo ordena a su criado, Juan Dueñas, que vaya en busca del doctor Francisco Almenara porque su esposa se encuentra indispuesta. El embarazo era una sorpresa, ellos no habían incurrido en la vulgaridad del coito frecuente. El doctor gozaba de buena reputación. La incipiente clase media castellana venida de las fábricas textiles de Segovia, los comerciantes de Burgos y las casas nobles de la ciudad eran sus clientes. El doctor con sus delicadas maneras, había conseguido vencer las iniciales reticencias de la paciente. La sometió a la prueba del ajo para comprobar quién de la pareja era el causante de que no apareciera preñez en la joven. Sentenció a don Bernardo que “las vías de recepción de su cuerpo están abiertas, no opiladas”, deducido de la peste a ajo que la joven despedía al día siguiente. La discreción del doctor en el tratamiento del asunto le había dotado de una buena amistad con la pareja.




Silla de partos

Ocho años más tarde, allí estaba la pareja de nuevo con dos faltas de la dama. Salieron de la consulta con la confirmación del embarazo y la convocatoria para dos meses después. Cita a la que acuden sin falta una vez al mes. Incluso disponen de silla de partos, traída de Flandes, hace ya dos lustros.

En la sala de la casa, contracciones cada dos minutos, la señora vestida con ropas impropias para el parto, que le recuerdan momentos lúbricos a Bernardo. El servicio de la casa preparado para cualquier eventualidad. Entra el doctor que manda a Juan Dueñas a por la comadrona. Conocimiento, maestría y minuciosidad en la narración del parto. Como si el autor hubiera estado observando las maniobras por un orificio. Pieza maestra de la descripción de los dolores de las madres al traer los vástagos al mundo. “La dilatación es suficiente, pero no veo voluntad de participar. Está pasiva” – sentencia, Victoria, la comadrona - . Aplican ruibarbo a la parturienta, sin respuesta. Recurren a la silla de partos flamenca. La criatura se da la vuelta, no quiere ver la luz. El buen oficio del médico consigue que el niño salga a la vida, pequeño como un gato. Parece sietemesino.




 
Mujer dando a luz en una silla de partos.

La madre está enferma de calentura. Los calostros no acuden a los pechos de la recién parida. Una nodriza se hace necesaria. Gracis a la influencia de los Salcedo encuentran a Minervina en Santovenia. Se presenta al día siguiente a las doce con leche de cuatro días tras haber perdido a su hijo en el parto. El trato que dispensa al pequeño, que se agarra con avidez a los pechos de la nueva madre, rápidamente agrada al instinto maternal de la señora. Con su gracia y donaire, tardó menos que nada en vencer las reticencias de Blasa, la vieja cocinera que ya había alimentado al recién nacido con leche de burra, como había visto hacer a su madre y a Modesta.

Su cuñada, doña Gabriela, le cuenta los fastos organizados para recibir al rey. Al día siguiente empeora. Le hacen una sangría que no tiene efecto beneficioso en su salud. El doctor apela a la “triaca magna”. Es extremadamente cara por mezclarse cincuenta elementos en su composición y venir de Venecia. Modesta corre al boticario, pero a la vuelta con la pócima se topa con el fraile y el monaguillo que acaban de darle la extrema unción a la señora.

La narración de la muerte de doña Catalina se nos presenta como un imperativo biológico, un hecho natural, fiel reflejo de la frágil naturaleza humana: la muerte que le da la mano a la nueva vida y la reacción miserable del padre que sólo lamenta los doce ducados de la medicina tirados a la basura. Doña Gabriela dirige las oraciones del duelo. Avanzada la noche, don Bernardo y su hermano, don Ignacio, que hace las veces de albacea, leen el testamento.

El entierro se realiza en el atrio de San Pablo. Doce jóvenes a real de vellón la acompañan en el último viaje. A don Bernardo le molestan los dos mil seiscientos cincuenta maravedíes al año para el convento. Su hermano le reprende por creer que puede hacer frente sin menoscabo de su riqueza a ese juro. Dan sepultura a Catalina; reciben el pésame de los asistentes; regresan a casa donde descansa el “pequeño parricida”, en palabras del padre reprendidas por su hermano, oidor de la Chancillería.

 

Las ilustraciones están tomadas de Internet. La de San Pablo de aquí. 


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

12 comentarios:

Asun dijo...

PANCHO, Ya me compré el libro, pero ando un poco de cabeza y todavía no he tenido mucho tiempo de leer. Aún estoy en el preludio.

Besos

Paco Cuesta dijo...

El afecto paterno quedará para simpre sustituido por el de Minervina.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Un sentido homenaje de cariño a su ciudad natal. Delibes, además, concreta un espacio en el que se juega, ni más ni menos, que la libertad de conciencia.
Qué bien le viene todo esto a Paco, ya sabrás por qué.

Merche Pallarés dijo...

Al igual que ASUN, ya me lo he pedido en la Casa del libro. Debe de llegar esta semana. ¡Qué pena que se muriera del parto! pero tan corriente en aquellos tiempos y hasta más recientes... Besotes, M.

pancho dijo...

Asun: Hay semanas que parecen volar, como si el tiempo estuviera enfadado y pasara sin dar los buenos días.

Paco: Me gusta cómo Delibes va dejando breves pinceladas que como pequeñas guías nos indican por dónde va a transitar la novela.

Pedro: A cada paso que avanzamos en la novela se descubre la gran cultura del autor. No sólo libresca, sino bien contrastada con sus experiencias y conocimientos. La mezcla tan natural que hace del vocabulario culto con expresiones populares está más conseguida que en otras novelas suyas. Esa es la impresión que voy sacando.

Merche: Estoy seguro que la novela te gustará. Tiene cosas similares a la de tu tía que con tanta dedicación y esfuerzo estás traduciendo.

Un abrazo y gracias por vuestra visita y comentario.

Abejita de la Vega dijo...

Ya lo leí, Pancho, pero en cuanto pueda, volveré a disfrutarlo. Lo tengo a mano. Bueno, lo recuerdo bien, como casi todos los de este otro gran Miguel.

Pobre mujer, con un marido tacaño y machista y en manos de médicos sacasangres que recetaban potingues inútiles. Y estaba claro, lo importante era el niño, a la madre que le dieran un producto muy de mi tierra.

Delibes tuvo varios hijos, estaría familiarizado con contracciones, dilataciones y cosas así. No sabía que esa silla, bien conocida, era de partos. No he pasado por eso, pero creo que ni sentada ni tumbada...

El padre no tenía la culpa de la infertilidad, faltaría más, el ajo lo dice.

Recuerdo lo del ramito verde y la cantidad de vino que trasegaban los vallisoletanos de entonces. A los niños les daban sopas de pan con vino, seguro.

Miguel Delibes leería los pilares de Follett que comienzan con un parto muy triste en el bosque. El del hereje es mucho mejor,por supuesto, con defectillos y todos.

Un abrazo

pancho dijo...

Abejita: No parece un dechado de virtudes precisamente este don Bernardo: no hay defecto que no le afecte.

Pues me costó dios y ayuda encontrar una imagen de la dichosa silla de partos, al final lo conseguí en inglés. Con razón dicen que más de la mitad de Internet está escrito en el idioma de Shakespeare.

En este apartado de las viñas pucelanas y su producto, el autor hizo un buen trabajo de documentación para la novela.

A ver si nos cuentas algo de los defectillos de la novela, que sé que eres una gran lectora de Delibes.

Un abrazo y gracias por tu visita y comentario.

Antonio Aguilera dijo...

La ramita verde en la puerta de la taberna, buena señal para avisar de vino nuevo. La Ingesta de ajo para saber si los bajos fondos devuelven el aroma, o éste se pierde por los laberintos viscerales.
Toda una cultura popular que ahora nos sorprende y nos deja boquiabiertos.
Todo un hallazgo también la joven Minervina, me recordó a la “Delgadina”, la joven virgen que el viejo verde para celebrar sus 90 cumpleaños (“Memorias de mis putas tristes”: García Márquez). Minervina amamanta al joven huérfano y posteriormente, con el tiempo, quien sabe….
Siento no poder leer de nuevo la novela porque estoy seguro de que disfrutaría mucho más que la primera vez; como tú ahora.

Ya compré la gorra para protegerme la calva del frío de Ibeas. lástima que no sea verano para que trajeras unos tomates de tu jardín-huerta particular.

Un abrazo

Antonio Aguilera dijo...

PD: Me perdí en el relato de la batallita del viejo verde, que contrató los servicios de una vieja "madame" quien le proporcionó a la jovencita Delgadina. El viejo fue incapaz de ponerle un dedo encima....no sé si por viejo.

pancho dijo...

Aguilera: Pues sí que parece que esta borrasca de frío se nos ha metido para quedarse con nosotros una temporada. No hago más que mirar el pronóstico para el sábado y las perspectivas no son nada buenas. Esperemos que al menos la nieve se quede pa los altos, que en las carreteras ni falta que hace.

Ha habido tomates hasta el pasado fin de semana que ya heló fuerte y lo dejó todo negro.

Un abrazo.

Teresa dijo...

Me resulta denso este argumento, no sé si es que al no leerlo... No acabo de situarme

pancho dijo...

Bipolar: Seguro que Delibes es mucho más ameno que mis resúmenes. Esto lo hago para que si alguien (alumnos incluidos) quiere hacerse una composición de lugar de la novela sin leerla pueda aprovecharse. Te gustaría, aunque sólo fuera por el vocabulario popular pucelano que introduce entre col y lechuga.

Un abrazo