Inés del alma mía (1)
Isabel Allende
Isabel Allende nace en Perú en 1942, hija de diplomático, primo hermano de Salvador Allende, mítico presidente de Chile que muere metralleta en mano defendiendo el Palacio de la Moneda y la democracia chilena. La autora tiene que exiliarse (el más terrible mal que le puede pasar a un ser humano) en Venezuela en 1975 porque el régimen excesivo de Pinochet no “tolera que exista un pensamiento libre y crítico que desafíe su propaganda”. La sobrina del presidente caído trabaja de periodista en Santiago, actividad que pretende continuar en Caracas con muchas dificultades porque no es lo mismo la austeridad y rigor chileno que la laxitud y flojera caribeña. De la necesidad y de la magia del mar Caribe hace virtud que la empuja a escribir novela, de aquí surge “La casa de los espíritus”, su obra maestra.
La vida de Isabel Allende contiene un culebrón sudamericano. A poco que se indague en su biografía se observa que tuvo una infancia feliz, exenta de preocupaciones materiales. Se la puede considerar una privilegiada del sistema que recibe una educación exquisita, ve el mundo desde una posición pequeño burguesa que le permite tiempo libre para leer con bolígrafo y papel y aprender las estrategias de la escritura, eso no quiere decir que pueda vivir sin trabajar. Ni siquiera Bill Gates que nos quiere poner a comer hamburguesas sintéticas lo hace aunque pueda. Isabel Allende es una profesional de la escritura desde que tiene uso de razón, al estilo de los grandes autores hispano americanos como Julio Cortázar, Juan Rulfo, García Márquez o Vargas Llosa. Por citar a algunos que rompieron la vajilla y la precedieron en el oficio de retorcerle el cuello al cisne con excelencia en sus países respectivos.
Isabel Allende levanta controversia cada vez que escribe una novela porque sus obras se convierten en superventas para los estándares del idioma castellano. A mi juicio es una escritora con oficio, gran capacidad de contar historias y con baraka. La suerte la encuentra trabajando. Construye artefactos narrativos sencillos que sigue a rajatabla. Le da al lector todo bien migado para que no tenga que volverse del revés para entender la lectura, leyéndola se pasa un buen rato. Hay quien la acusa de ser una simple escribidora, pero de las mejores, diría yo. Siempre hay celos y gente que le tiene gato cuando escuchamos estas apreciaciones de colegas de profesión que todo lo critican. Enseñar deleitando también es un arte, pues como afirmaba Cervantes, no siempre se está en los oratorios, la lectura tiene esa vertiente de liberación para el lector, un respirar y andar por las alamedas. La escritura como juego divertido, no ese semblante de cabreo permanente en el que algunos se asientan. Se nota que Isabel Allende se divierte al escribir.
Mi ejemplar de “Inés el alma mía” es de tapa dura y presenta una portada espectacular que te gana por la vista. Un desnudo de mujer de aroma mediterráneo, espectáculo de sensualidad. La imagen está atribuida a Leopold Reutlinger, hacia 1890. Me recuerda a aquella descripción magistral de Gabriel García Márquez en “Cien años de soledad”: “Entonces comprendió que no era esa la mujer que esperaba, porque no olía a humo sino a brillantina de florecitas, y tenía los senos inflados y ciegos con pezones de hombre y el sexo pétreo y redondo como una nuez y la ternura caótica de la inexperiencia exaltada. Era virgen y tenía el nombre inverosímil de Santa Sofía de la Piedad”. Una mujer varonil (un marimacho, diría un castizo). Pedro Ojeda nos presenta el término “varona”, más académico.
La autora nos advierte que la protagonista, Inés Suarez (1507-1580), nace en Plasencia, tierra fértil bañada por el río Jerte, a tiro de piedra de la frontera natural, la montaña que separa la llanura extremeña de la meseta castellana. Viaja a América a los treinta años de edad donde tuvo influencia política y poder económico. Añade que la razón que le decidió a escribir sobre Inés estriba en que ha sido una mujer olvidada durante cuatro siglos largos. Concluye que ella únicamente ha dado continuidad a hechos ciertos, narrados en las crónicas de la época y entregadas a los Dominicos por su hija Isabel de Quiroga en 1580. Hay cierto aroma cervantino en esta construcción del narrador en semejanza a los cartapacios de la Alcana de Toledo.
A continuación, nos topamos con un mapa que representa la morfología alargada de Chile, el “largo pétalo de mar” de Neruda. La expedición de Valdivia (1540-1541), la época de los expedicionarios fundadores de ciudades. Si nos fijamos un poco es notable el mestizaje de nombres nativos araucanos y españoles: Chiuchiu, La Serena; Atacama, Santiago; etc.
Sigue una ilustración en b/n de Manuel Ortega que reproduce un óleo de José Mercedes Ortega conservado en el Museo Histórico Nacional de Santiago de Chile en la cual vemos a Inés espada en mano animando con su presencia poderosa a los soldados en la defensa de Santiago. Las seis ilustraciones que preceden a cada uno de los capítulos en los que Allende divide la obra son de la edición de 1852 de “La Araucana” de Alonso de Ercilla.
Aunque todo lo anterior sea novela, conviene destacar que el relato propiamente dicho no comienza hasta la página trece. Un largo prolegómeno de explicaciones para que el lector no se llame a engaño. El relato está en primera persona, Inés Suarez, conquistadora, capitana fundadora presiente que ha entrado en el tiempo de descuento y escribe las memorias. Ha sido testigo y vivido desde la primera hora la conquista y fundación de medio Chile. Ha enterrado a muchos de los suyos y esa tierra ya es suya. Macondo no es tierra de los fundadores hasta que no inauguran el cementerio. Ella ha enterrado a Catalina en Santiago, una criada quechua, de Cuzco, que la ha acompañado desde los tiempos del gran viaje hacia el sur. Inés tercia en el desorden del mundo nuevo, “donde no rigen las leyes de la tradición y todo es revoltura: santos y pecadores, blancos, negros, pardos, indios, mestizos, nobles y gañanes”. Llega a señora viuda del Gobernador, Rodrigo de Quiroga, conquistadora y fundadora del Reino de Chile.
Una visita a la reproducción de las naves de Colón (la Santa María, la Pinta y la Niña) en Palos de la Frontera, debería ser obligatoria para cualquiera que quisiera tasar el valor de aquellos seres humanos que se decidían a cruzar los miles de kilómetros de océano en dirección oeste, siempre hacia la tumba del sol. Sólo los mejores, hombres y mujeres con la hierba entre los dientes, los más audaces, pendencieros ávidos de aventura se atrevían a embarcar en aquellas auténticas cáscaras de nuez. Algo parecido ocurre ahora con los que dicen que nada tienen que perder, llegan a las envejecidas playas mediterráneas desde los países jóvenes de más al sur en cayucos y pateras con camisetas de Messi y móviles de última generación en los bolsillos tras pagar un dineral por el embarque. En la actualidad el viaje de la emigración es desde el sur hasta el norte. El viaje es a un país más acomodado cuanto más al norte es el desplazamiento, ocurre también en todos los países tomados de uno en uno. Por lo que observamos las costumbres se mantienen sin cambio desde el siglo XVI. Primero viajan ellos, los más capaces de las razas autóctonas, que se abren camino en las dificultades y luego lo hacen ellas cuando consiguen los papeles, reclamadas por los varones desde los países de destino, paliando así un poco el desequilibrio de sexo. Puede que huyan del hambre y de las guerras, como haría todo ser humano acuciado por la necesidad, pero el movimiento emigratorio es voluntario.
Lo dejamos con "un olor a almendras amargas", sin pasar de la primera página de la novela con una oración de súplica de Joan Manuel Serrat:
Que las manzanas no huelen
que nadie conoce al vecino,
que a los viejos se les aparta
después de habernos servido bien.
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
3 comentarios:
Cómo echaba de menos estas entradas tuyas que ponen todo en su sitio para que el lector pueda seguir avanzando por su cuenta. Gracias por el regreso, querido amigo.
Seas bienvenido a estos afanes blogueras que están en sus horas bajas.
La Allende tuvo que escapar de una dictadura que torturó y asesinó a toda una juventud. Por muy pika que fuera sufriría el desgarro de abandonar tu país a la fuerza. No comparable, desde luego, al drama de los emigrantes de las pateras. Siempre hubo emigración es desde la prehistoria. Inés Suárez salió de su tierra no por gusto, seguro, aunque no sabemos si se parecía a la de la Allende, a saber. Es un libro comercial y entretenido. Lo leí hace casi un año y no he tenido ganas de leerlo otra vez, me lo prestó la biblioteca pública. No me acuerdo de algunos detalles..
Ya no hago esas entradas de antes, contándolo todo, son otros tiempos. Enhorabuena por tu trabajo, Salud y ánimo.
Muy entretenido, ilustrativo y didáctico tu texto, Pancho. Un fuerte abrazo.
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