jueves, 11 de octubre de 2018

Cien años de soledad (4) Gabriel García Márquez. Dedícate a mí.





"Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde"

Cien años de soledad (4) 
Gabriel García Márquez 

Amparo Moscote se acerca a la casa agrandada y recién restaurada con la excusa de visitar las reformas. Aprovecha un momento de ausencia de Amaranta para pasarle una carta Rebeca. Ella enseguida descubre que es de Pietro Crespi porque reconoce que la letra es de la misma mano que  las instrucciones de la pianola. Aureliano ve en la repentina amistad de Amparo y Rebeca una esperanza de alivio a su corazón por la ausencia de Remedios. Prendado de los ojos verdes, piel de lirio y la voz que le decía señor con el mismo respeto que a su padre la primera vez que acompañó a su madre en la visita a la casa de todos. 

Un mar de desolación arrasa el corazón febril de Rebeca como un tsunami descontrolado. Cae en el manglar del delirio. Aureliano, acompañado de sus amigotes, Magnífico Visbal y Gerineldo Márquez, ahoga sus penas en guarapo fermentado en la tienda de Catarino que ya no es tienda sólo, ha prosperado con Macondo. Ahora es una galería de cuartos de madera con “mujeres solas olorosas a flores muertas.” Beben con las mujeres sentadas sobre las piernas. Aureliano navega en una reverberación radiante. Pierde la memoria como en los tiempos de la peste del olvido y flota. Toma tierra en una madrugada ajena, en el cuarto de Pilar Ternera. Ella le lava la cara con estropajo y le quita la ropa embadurnada de fango y vómito “con una destreza reposada, sin el menor tropiezo, dejó atrás los acantilados del dolor y encontró a Remedios convertida en un pantano sin horizontes, olorosa a animal crudo y a ropa recién planchada.” Después se vacía en un manantial desatado que rompe las compuertas de interior. Pilar le promete servirle la niña en bandeja. La espina del amor solitario quiebra la armonía en la casa de los Buendía

Amaranta respira sin permiso, está también enamorada de Pedro Crespi. Su madre lo descubre en una pila de cartas sin mandar en el fondo de un baúl. Úrsula interviene para poner orden en aquel desbarajuste amoroso. Urge una aplicación de un 155 riguroso, una especie de duelo sin muerto hasta que las hijas desistan de sus esperanzas. José Arcadio Buendía tercia entre las partes, ya Pietro Crespi le parece un partido aprovechable desde el día que arregló la pianola que él había desbaratado. Como patriarca respetado de la casa de todos, José Arcadio Buendía toma una decisión salomónica: Pietro Crespi para Rebeca y accede al compromiso de Valeriano con una de las siete hijas de su enemigo Apolinar Moscoso. Además, Úrsula se llevará a Amaranta a la capital hasta que se le pasen las calenturas amorosas. Ella finge aceptar, pero en el fondo piensa que “Rebeca se casaría solamente pasando por encima de su cadáver.” 




"Remedios en la callada respiración de las rosas."

El asunto de Aureliano presenta contornos  menos épicos porque puede esperar a que a Remedios le llegue la edad. La muerte de Melquiades rompe la frágil armonía en la casa de los Buendía. Un buen ejemplo de la magistral técnica narrativa de Gabriel García Márquez, narración en estado salvaje, que repite una y otra vez a lo largo de Cien años de soledad. Primero nos cuenta el final para extenderse a continuación en el camino de agua que lleva a la tumba al primer muerto de Macondo. Melquiades viene a Macondo a buscar la muerte, como Juan Preciado fue a Comala. Busca el agua para morir en soledad porque somos agua. Narrado todo con su peculiar sentido del humor. Evita dramatismos y aspavientos trágicos al describir el deterioro físico progresivo que lleva a la muerte como acabamiento de la vida. Qué manera de describir la merma de las facultades físicas. Cómo la ceguera y la sordera le van retrayendo y arrinconando en la soledad de sus pergaminos. Cómo su porte de gitano viejo va degenerando “al aspecto desamparado propio de los vegetarianos.” Y deja indicios, antes de que sus allegados den tierra al patriarca gitano, del camino que seguirá la novela con esos pergaminos misteriosos que escribe y la declaración amorosa de Amaranta a Pietro Crespi, comprometido con Rebeca. Porque como sentenciaba Cervantes: “Donde una puerta se cierra, otra se abre.” Deja planteado un auténtico culebrón colombiano cuando Amaranta amenaza  a Rebeca, su hermana adoptiva, con  impedir el casamiento aunque la lleven al fin del mundo. En definitiva, estamos ante una breve pieza de brillantez cervantina, a la altura de la muerte de don Quijote. 

La ausencia de Úrsula y la presencia invisible del olor a Melquiades saturan la casa con la densidad del hueco y la soledad. Pietro Crespi la llena de juguetes de cuerda automáticos. José Arcadio Buendía regresa a sus viejos tiempos de alquimista, empeñado en inventar un mecanismo, basado en las leyes del péndulo, que los mantenga en movimiento permanente. José Arcadio Buendía ocupa el taller que Aureliano ha abandonado porque ahora dedica el tiempo a enseñar a Remedios a leer y a escribir. La llegada de aquel hombre le molesta al principio porque la aparta de sus juegos y muñecas. Luego queda seducida por las explicaciones sobre el sentido de las palabras. Le fascina dibujar casas y soles amarillos apareciendo detrás de las lomas. 




"Remedios en la clépsidra secreta de las polillas"

La amenaza bíblica de Amaranta acobarda a Rebeca. Las cartas echadas de Pilar Ternera hablan y dicen que no será feliz mientras sus padres sigan insepultos. José Arcadio Buendía corre en su ayuda, mueve Roma con Santiago hasta dar con la taleguita de los huesos que no veía desde los tiempos de la reconstrucción. Le dan tierra junto a Melquiades en una tumba improvisada y sin lápida por si después hay que exhumar y volver a enterrar, para que sea más fácil. La amistad con Rebeca le abre las puertas de la casa. Entra por la puerta principal como un tropel de cabras, pero se gana las bendiciones de los moradores porque echa mano en los trabajos más fatigosos, como Nadal en las inundaciones baleares. La resolana de su piel, la risa desordenada, atarantan a los jóvenes de la casa. Le dice a Aureliano con misterio: “Que eres bueno para la guerra-dijo- donde pones el ojo pones el plomo.” Y a Aureliano no le queda más remedio que reconocer al Buendía que está por venir, otro más a pesar en el suelo de la casa. 

Sin la vigilancia y cuidados de Úrsula, José Arcadio Buendía pierde la noción del tiempo y se levanta de la cabeza. Son necesarios una docena de hombres para reducirlo y atarlo al castaño del patio para que deje de destrozar el laboratorio, el taller y la casa. Cuando Úrsula y Amaranta regresan, lo encuentran en un estado de inocencia total, lo liberan de pies y manos y le hacen un chozo de palma, allí mismo al amparo del árbol, para protegerle de la intemperie.

El tiempo que te quede libre 
si te es posible, 
dedícalo a mí. 
A cambio de mi vida entera 
o lo que me queda 
y que te ofrezco yo.
José Ángel Espinosa/María Dolores Pradera



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



3 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

Seguimos leyendo a un grande de las letras. Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Ese hombre atado al castaño. No sé por qué pero es la imagen más fijada en mi cabeza tras la primera lectura del texto hace tantos años. Veremos cómo lo explico en mi blog.
Gracias por la constancia.

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

Te confieso que, antes del texto he buscado la canción. Luego, al leer tu aportación, me he vuelto a quedar colgada con las palabras “baúl“ y “pianola”, que me traen obsesionada, y en este caso no con García Márquez sino con Antonio José, el músico burgalés, mi paisano.
A continuación, he mirado las imágenes del ánfora con el laurel, los añosos cactus compitiendo en verde con los geranios, y los jazmines trepadores en la pared encalada… Y al final, tu texto seleccionado. Estupendo todo.

Abrazos