miércoles, 18 de enero de 2017

Novelas Ejemplares La gitanilla (y2) Miguel de Cervantes. Del olivo me retiro.




"Tu nombre, ¡oh Gitanilla!/Causando asombro, espanto y maravilla."

Novelas Ejemplares 
 La gitanilla (y2) 
Miguel de Cervantes 

El patriarca gitano le explica a Andrés cómo se hacen las cosas entre los gitanos. Ellos le entregan a Preciosa como esposa, como amiga o, si quiere, le dan a escoger entre todas las doncellas del clan. Una vez elegida, le queda prohibido entretenerse o empacharse con las demás ya sean solteras o casadas. Añade solemne que entre ellos puede que haya incestos, pero ningún adulterio. Si alguna de ellas incumple, le aplican el código. No les temblará el pulso para enterrarlas en la montaña o por ahí en los páramos como si fueran alimañas. Así pueden ellos vivir seguros, acongojándolas. El miedo guarda la viña. Su vida es comunitaria, pueden compartirlo todo menos la hembra. Esa es sagrada. Ellos no, ellos pueden dejar “la mujer vieja como él sea mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años.” Y así ellos viven alegres, señores de los campos, los sembrados y las selvas. Su “ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros.” Son indomables. Para los gitanos se crían las bestias de carga en los campos. De día trabajan y de noche hurtan, testigos a diario de cómo se llega la aurora alegrando el aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra. Tras ella el alba dorando cumbres y rizando los montes. En definitiva, son gente que no se entrometen en el dicho: “Iglesia o mar o casa real. Allá los payos y sus cosas. Ellos tienen lo que quieren. El novicio acepta los fundamentos, renuncia a los privilegios de su herencia familiar, se somete al yugo de Preciosa y a la ley de los gitanos. El galardón de Preciosa compensa con creces el sacrifico de servirla. 

Preciosa le insiste en los dos años de noviciado, dos largos años de tanteo. Puede estar seguro de ella, no piensa tentar la suerte: llamar al castigo de los hombres que abandonan y castigan a las mujeres a su antojo. No es necesario que jure ni prometa nada, pues los juramentos de los cautivos y de los enamorados son vanos: harán lo que sea por conseguir sus deseos. Lo remite todo a la experiencia del noviciado. 

Andrés pide que lo eximan de robar durante un mes, asume que no acertará a robar sin un mes de aprendizaje. Que no se preocupe, ellos lo enseñarán a ser un águila en el oficio de Caco. El riesgo de un castigo a galeras, azotes y horcas ahí está, pero los soldados siguen existiendo por más que las guerras coman los hombres y los caballos. Para pagar el mes de exención, reparte doscientos escudos entre los gitanos que lo celebran y se rompen la camisa ante tanta generosidad. Ellos acocotan la mula y la entierran con los arreos para no dejar huella. Como deshacerse del móvil es ahora obligación entre los rufianes y amigos de lo ajeno. 




"Corona del donaire, honor del brío/Eres, bella gitana,/ Frescor de la mañana/ Céfiro blando en el ardiente estío"


Otro día levantan el campamento en dirección a los montes de Toledo, allí piensan poner el aduar y desde allí garramar los alrededores durante una temporada. Preciosa montada en la pollina y Andrés a pie, contenta de su lacayo y éste también contento de dejar el camino de Flandes y poner su albedrío a las órdenes de su señora. 

Las enseñanzas sobre el hurto no se le asientan a Andrés en la mollera así como así, antes bien las lágrimas de los dueños le dan tanta pena que les paga por lo robado en la escaramuza por la cuadrilla de cuatreros. Los gitanos protestan, para ellos eso de que la caridad entre en sus pechos es contravenir los estatutos, un sindiós que va contra su esencia; implica dejar de ser ladrones. Así que Andrés declara la independencia unilateral, pasa a ser un ladrón indepe, ladrón exento, por sí solo y señero. En su interior alberga la intención de comprar alguna cosa y presentarla como robada, así en menos de un mes presenta más provecho que cuatro de los cacos más aventajados. ¡Cómo no va estar Preciosa encantada de su tierno amante, lindo galán y despejado ladrón! 

Marchan a Extremadura, tierra rica y caliente. A la hermosura de Preciosa se unen ahora las muchas habilidades de Andrés, caballero bien criado. Los llaman para amenizar las fiestas de los pueblos y así va el aduar rico y próspero y “los amantes gozosos de solo mirarse.” 

Los perros ladran con ahínco un día a media noche. Se levantan los gitanos y ven a un hombre vestido todo de blanco, enharinado como un molinero, dos perros hacen por él, lo muerden en una pierna de mala manera. Lo llevan al campamento, hacen lumbre y la gitana vieja lo cura con un emplasto de pelos de los perros mordedores fritos en aceite, después de lavar las heridas con vino y romero mascado, bien cubiertas las heridas con un paño limpio y todo santiguado al final. 




"No dijo otra cosa sino que se llamaba Alonso Hurtado, y que iba a Nuestra Señora de la Peña de Francia a un cierto negocio"

La espada de los celos atraviesa el alma de Andrés cuando Preciosa reconoce en el mordido al paje que le regalaba poemas en Madrid. Al llegar el día, Andrés visita al herido que le dice que con la oscuridad perdió el camino y que su intención era llegar a la Peña de Francia. También le enseña los cuatrocientos escudos de oro cosidos a las mangas. Le cuenta que huye de dos estocadas certeras que le asestaron a dos caballeros principales. Piensa llegar a Sevilla, después a Cartagena para desde allí embarcarse en las galeras que parten hacia Génova llenas de plata para pagar a los tercios. Como la gitana vieja no quiere que ni siquiera se mente a Sevilla y sabiendo que Clemente- así nombran el mordido- trae dinero en cantidad, lo protegen, lo acogen y deciden adentrarse en la Mancha y luego a Murcia por quedar Cartagena al lado. Andrés y Clemente se hacen compañeros de viaje. En mes y medio el recién llegado no tiene la menor ocasión de hablar con Preciosa por no levantar los celos de Andrés, que bien sabido es que el amante se fatiga y se desespera hasta de los átomos del sol que tocan a la amada. Como buenos amigos y de aficiones comunes, con puntas de poetas y aficionados a la música, un día, convidados al silencio de la noche, entonan un canto por turnos en el que glosan la belleza, la decencia, los encantos y el donaire de Preciosa, “que blandamente mata y satisface.” 




"Está por aquí alguna venta o lugar donde pueda recogerme esta noche y curarme de las heridas que vuestros perros me han hecho?

Pero la felicidad se acaba; un día, a unas tres leguas de Murcia, se alojan en un mesón. Juana Carducho, la hija del mesonero, de diecisiete o dieciocho años de edad, “más desenvuelta que hermosa,” se enamora de Andrés al verlo bailar. El rechazo de éste por estar apalabrado, motiva que ella le denuncie a la justicia por ladrón después de meterle unas joyas entre sus alhajas. Lo detienen no sin antes haber matado a un soldado que desea galeras a todos los gitanos en lugar de tanto robar y bailar. En la confusión de la grita, Clemente se evapora. Después sabemos que lo vieron embarcarse en una galera. Llevan a Andrés a Murcia en un macho cargado de cadenas. A Preciosa la presentan ante la Corregidora que quiere conocer la belleza de la que todos hablan y no paran. La gitana vieja que oye decir a la corregidora que doce años antes había perdido a Constanza, vuelve con un cofre en el que hay un escrito que dice que la niña se llama Constanza, hija de Fernando de Acebedo y Guiomar Meneses. Comprueba que se trata de su hija por un lunar y dos dedos trabados que Preciosa tiene en uno de los pies, entre la lógica alegría del Corregidor que va de sorpresa en sorpresa, sólo lamenta que la hayan desposado con un gitano. 

Cuando descubre que Andrés es en realidad Juan Cárcamo, de aristocrático linaje y caballero de hábito, le concede casarse con Constanza antes de morir en cumplimiento de la condena. El teniente cura encargado del desposorio se niega a oficiar a falta de las amonestaciones. La madre ya ejerce de tal, le entrega su “única hija, la cual, si os iguala en el amor, no os desdice nada en el linaje.” 

El alcalde, tío del muerto, no acaba de ver claro el rigor de la justicia para ejecutar al yerno del Corregidor. Recibe promesa de dos mil ducados si retira la querella. Esperan a los padres del novio y en veinte días, una amonestación, se celebra el desposorio con fiestas de toros y cañas. Los poetas de la ciudad celebran el extraño caso y la sin par belleza de La gitanilla que durará mientras los siglos duren.



me retiro 
 del esparto yo maparto 
 ay que del olivo me retiro 
 ay del sarmiento marrepiento 
 de haberte querío tanto 
 ayyy que del olivo 
 me retiro 
 SOY GITANO...
Camarón de la Isla




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


Las dos primeras ilustraciones están escaneadas de mi libro de las Novelas Ejemplares de la Editorial Ramón Sopena. 


3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es curioso ese final cervantino en el que da crónica de lo que él consigue: la permanencia de la gitanilla gracias a la literatura.
Excelente, como siempre. Me ha gustado que te hayas fijado en que hasta los ladrones necesitan un mes de prueba... si lo hubiéramos sabido en estos tiempos.

La seña Carmen dijo...

¿Y si la gitanilla no hubiera sido hija de quien era y la casualidad no la hubiera llevado a los pies de su madre?

Por siempre Camarón.

Sor Austringiliana dijo...

La gitana no es gitana y si es tan preciosa y tan lista y tan bien hablada es porque es hija de nobles. Es un cuento trufado de cuentos. Un juego literario.
Un placer leerte, analizar tus fotos y escuchar a Camarón. Detallado comentario, no te dejas nada en el tintero. Cada uno a su estilo.

Un abrazo, Pancho. Nuestra Señora de la Peña de Francia vele por nosotros, amén.