jueves, 20 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (12) Alonso Fernández de Avellaneda. ¿Qué quieres que haga?





"Tomó don Gregorio de mano de su amigo más de quinientos reales, y con ellos y muy bien vestido se salió de Badajoz a pie para Mérida, ciudad que dista poco ella"


El Quijote de Avellaneda (12) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XVIII 

Dos años de buena vida y desparrame son suficientes para acabar con la bolsa y bastante de la vida. Gregorio pierde hasta la camisa en el juego. A la intemperie, a cuerpo gentil se queda por las calles de Lisboa. Venden los caballos y se deshacen de esclavos y negros. Hasta que llega el día en que no les queda ni prenda ni pieza que empeñar. El casero los desahucia por fallar al pago. Pobres de pedir limosna por las calles y puertas de los pueblos, comiendo de la caridad de los vecinos, vuelven a Castilla a pie. Todo es camino que se agranda al caminar. Tampoco las cicatrices ayudan a andar. Al cabo de unos días atraviesan Portugal. Llegan a Badajoz donde se alojan en el hospital de los pobres. Comen mendrugos de pan duro sobrante de los mendigos allí residentes. Lloriquea ella por la virginidad perdida, vierte lágrimas de amargura por la situación de pobreza extrema en la que se encuentran. Qué atrás queda su vida anterior, la perdida abundancia de una priora de convento. 

El administrador del hospital se ablanda, se compadece de ellos y les ofrece su casa para comer por caridad. Les busca alojamiento de alquiler. Luisa se interesa por los bordados que hacen las vecinas, dispuesta a trabajar de bordadora. Confiesan que se mueren de hambre a pesar de su habilidad con las agujas: hacen pajaritos con las manos. Una de las bordadoras le ofrece trabajo para dos o tres días, mientras Gregorio se queda encamado por no malgastar energías y pasar mejor el hambre. Carecer de calzado obliga. 

El rico mancebo pone los ojos en Luisa, le parece la “más bella mujer y más digna.” Se aficiona a ella. Le da un doblón para cenar y promete doblarlo si emplea las noches en darle gusto. La necesidad es “poderoso tiro para derribar las flacas almenas de la mujeril vergüenza,” obliga mucho. 

Recurre a una intermediaria para que le allane el camino del corazón. Ofrece una saya de famoso paño a la vecina más vieja, que sabe más de estos ensalmos que de los salmos de David, si convence a la joven de que acceda a sus deseos y acepte sus ofertas. El buitre de la lujuria que huele la blandura de la debilidad a lo lejos, extiende sus alas sobre la necesidad. Gregorio da su consentimiento a que su mujer acceda a la proposición deshonesta del mancebo rico, pero que le saque todo lo que pueda en dineros y joyas. Todo sea por sustentarse y vestirse. 


"Si acabáis con doña Luisa que corresponda a mis ruegos y acete mis ofertas, os prometo, a ley de quien soy, de daros una saya de famoso paño, sin otras cosas de consideración."

Ponen tienda de entretenimiento para mancebos ricos de ciudad, hasta que una noche sucede una cruel pendencia con resultado de homicidio entre sus pretendientes. Castigan a Gregorio al destierro a la no muy lejana ciudad romana de Mérida. Pretexto perfecto, pues ya había pensado en abandonarla por estar cansado de ella. Sancho ve la oportunidad de que su jefe ejerza, que pase de las palabras a los hechos y deshaga este entuerto de la monja abandonada y sola. Hasta Antonio el soldado los acompañará, pero solo cuando sepan el paradero exacto, no vaya a ser que al llegar haya volado la pieza. 

Capítulo XIX 

Gregorio desvía el destino de sus pasos a Madrid donde entra a servir a un clérigo, caballero con hábito, olvidándose de su dama. Ella decide volverse a su ciudad vestida de peregrina, pedir ayuda para ir a Roma, rogar perdón a su santidad y tratar de volver al convento “donde enmendar, como deseaba; ” expulsar al fuego de las entrañas que le abrasaba por el camino en cuatro meses de pasar calamidades. Se mete en el monasterio del que salió al verlo abierto. Cae a tierra media muerta cuando la virgen le llama por su nombre. Le reprende por su regreso, su atrevimiento de apóstata. La humilla por su maldad, para luego salvarla por la infinita misericordia de su hijo, obligada por las solemnidades celebradas, las oraciones y los rosarios rezados cuando era lo que debía, antes de caer en el pecado, los cuatro años de ceguera de amor y desenfreno. La virgen se ha hecho cargo de la dirección del convento durante la ausencia en la que la mala madre abandonó a su suerte a las hermanas. 



"Alzóse luego, entróse en el claustro, pidió por el predicador y, puesto en su presencia, empezaron sus ojos a decirle lo que su lengua no acertaba"

Se une a las demás monjas en los rezos de maitines como si nada hubiera pasado. Para enmendar su sacrilegio, ella se disciplina en un ejercicio de gozo y dolor de forma que ni las malas intenciones ni los pensamientos impuros vuelvan a tomar asiento. Que el delicado cuerpo castigado por el cilicio de continuo pague los agravios que ha infligido al espíritu. Agradece a la bondad que tras la noche no venga la noche más larga: la eternidad sin esperanza del fuego eterno. Dispuesta a perseverar en el arrepentimiento, a consagrar el resto de su vida a la penitencia. 


 "Por las entrañas de Dios os ruego que digáis a esos señores si gustan de hacerme limosna"

 Al salir de la Iglesia. 

Gregorio oye a un predicador dominico engolfarse a deshora en alabanzas a la virgen y su misericordia. Halla en su brazo ayuda para salir del cieno de sus torpezas y bestiales apetitos. Se impone ir a Roma vestido de peregrino con basto sayal. A la vuelta enflaquecido, macilento, triste, desfigurado y saqueado por una cuadrilla de desalmados piensa volver a casa, a su amantísima patria. Pasa por el convento, pide limosna y se entera de que Luisa ha vuelto a ser la priora. Disfrazado y pobre de pedir entra en la casa como hijo pródigo, fingiendo que solo quiere recabar noticias de sus padres, le dice a un criado que ha conocido a Gregorio en Nápoles. 


All of my life,
I've been searchin' for a girl
To love me like I love you.
Oh, now.. but every girl I've ever had,
Breaks my heart and leaves my sad.
What am I, what am I supposed to do.
Beatles 

 


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

 

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta historia, tan bien contada, nos lleva de lleno al corazón ideológico de la obra. Es tanto el acierto narrativo del autor que es imposible que fuera un indocumentado.
Cómo he gozado en esta entrada con las ilustraciones... hasta los Beatles. ¿Quién se lo fuera a decir a Avellaneda?

Abejita de la Vega dijo...

Avellaneda no hubiera comprendido a los Beatles, Cervantes tal vez.

Una historia con sabor medieval, con aderezo de Trento. Demasiado para estos tiempos descreídos.
Gran trabajo y sigues, sigues, sigues.

Besos

kr dijo...

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Paco Cuesta dijo...

Un cuento dentro del cuento, que parece salirse de la esencia de la aventura caballeresca.
Un abrazo