jueves, 13 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (11) Alonso Fernández de Avellaneda. Susurros al oído.






"sin parar jamás hasta que llegaron a la gran ciudad de Lisboa, cabeza del ilustre reino de Portugal."


El Quijote de Avellaneda (11) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XVI 

Sancho lamenta que el soldado rechace el “matolaje” ofrecido para las necesidades venideras. Eso no lo hacen los reyes, ni los mismos caballeros andantes que son lo mejor del mundo. Qué se puede esperar de quién viene de Cambray, mala tierra estéril; productora de estopilla que provoca un continuo ay, ay, ay; malísima de comer porque causa torzón al que la prueba. 

Don Quijote promete vengar la infamia de nuestra España y deshonra del arte militar. Sacará la alevosa sangre de las venas del soldado infame el día que lo tope. 

Antonio Bracamonte continúa con el muestrario de telas del cuento como un astuto  vendedor de alfombras bereberes capaz de venderte arena en el desierto. Por la mañana la agraviada le reprocha a su marido Japelín el atrevimiento de enfrentarse a ella cuerpo a cuerpo en su cuarentena. Ella se extraña de que no le hablara por la noche y que un hombre tan prudente fuese incapaz de contener el deseo desordenado. Le disculpa el silencio por el empacho que le dio el propio atrevimiento. 

Hecho un frenético ávido de venganza, Japelín ordena ensillar su alazán español, jura no regresar a casa hasta encontrarle, así se esconda en las entrañas de la tierra del Etna miserable. Loco de furia, veloz como el viento,  alcanza al mísero español sin fuste  en una hora. Sin mediar palabra lo atraviesa con el venablo de hierro forjado en las fraguas de Milán. 

La narración del desquite rápido genera olas de entusiasmo entre la audiencia. Don Quijote aprueba la prontitud de la vendetta. Sancho también apoya la celeridad en la impartición de justicia, como justa compensación del delito cometido. Si hiciera falta, él mismo lo ahogaría con un diluvio de gargajos, como en los tiempos de Noé. 

Japelín se vuelve a casa, un poco consolado por la venganza servida en plato frío. La tragedia continúa. El desaguisado de muerte que concluye la historia y que pone a todas las almas de patas en el infierno para regocijo de los canónigos oyentes,  que así ven cumplido el veredicto condenatorio del padre prior por abandono del hábito religioso. No se ultraja al cielo en vano. 

Don Quijote cambiaría la parte final del relato por otro morir: “Un bel morir tutta la vita onora.” Unas páginas finales que merecen ser leídas completas, salidas del desenlace del teatro barroco, que resumen el ideal de una sociedad machista. El honor mancillado, la culpa de la mujer: “Seré aborrecible a tus ojos, pesada a tus oídos, desabrida a tu gusto, enojosa a tu voluntad e inútil finalmente a todas las cosas de tu provecho.” Ser creyente para ser creíble. 


"yendo cada día creciendo de virtud en virtud, llegó a ser tan famosa en ella, que por su oración, penitencia y recogimiento"

La actriz María Guerrero como -Doña Inés-. 
Óleo sobre lienzo. 1.155 x 0.74 cm. 
Museo del Prado. Madrid.  


XVII 

El ermitaño toma la palabra para contar otro cuento con monja protagonista, modelo de las maniobras del enamoramiento entre rejas; la querencia en las paredes del convento. Sor Lucía tiene veinticinco años también y ya es la madre superiora de la congregación, con fama bien ganada en la comarca de honestidad, virtud y rara belleza. Don Gregorio ejerce de mozo rico y discreto galán; primo alejado de la priora, se habían criado juntos. Acude a visitar a la perlada con agrado y se presta gustoso a hacer de recadero con otra hermana interna de otro convento, le lleva unas curiosas flores de seda. Nacido “para servir hasta los perros desta dichosa casa.” Se agradecen mutuamente las deferencias; él, gozoso por merecer su presencia, se le llenan de lágrimas los ojos amorosos que causan profunda turbación en el corazón femenino de la religiosa. La despedida equívoca con deseos y licencia para volverse a ver, enamora a Gregorio que no halla sosiego. “tampoco el corazón incendiado de la priora que pasó toda la noche con la misma inquietud porque lo que a las mujeres se dice una vez, se lo dice a solas él diez [el demonio].” 





"Pasaron la vida muchos días, acudiendo en aquella ciudad a todo cuanto apetecían sus ciegos sentidos, como fuese de entretenimiento, disolución y fausto, sin perder fiesta ni comedia la gallarda forastera"


Bella y Canto. 
Óleo sobre lienzo, 65,5 x 42,5 cm. 
Colección privada. 
 

 El mal de la despedida encama al mozo, lo aprieta al lecho con fuerza. Un nuevo recado le da bríos para acudir a otra visita al convento, impulsado por la pasión amorosa, recobra nueva vida, gozo, aliento renovado y esperanzas al besar su mano desnuda entre rejas. Ella confiesa que ha disimulado un amor con no poca violencia de su voluntad, forzada al ser mujer y religiosa,  cabeza responsable de las internas de la casa. Gregorio afirma sentirse contento de sus visitas diarias a horas diferentes para disimular. Las idas y venidas enamoradas duran seis meses. 

Planean la huida a algún reino extraño donde gozar sin zozobra del dulce fruto de sus amores. Con la “seguridad que dan los primeros sueños, que por serlos, son más profundos” parten a caballo, no sin antes haber desvalijado la caja del convento por valor de mil ducados ella. Él afana otros mil del cofre familiar, más otros mil de préstamos que no piensa devolver ( mal asunto, no devolver lo que debes). Las primeras luces del día los encuentran a seis o siete leguas camino de Lisboa. Caminan sin parar hasta la ciudad de la luz donde alquilan una casa. La amueblan “comprando juntamente para el servicio della un negro y una negra.” Pasan dos años de vida regalada en la capital del reino portugués, entre galas, convites, fiestas y juegos a los que Gregorio se entrega sin tasa. 


Closer,
Let me whisper in your ear,
Say the words you long to hear,
I'm in love with you.
 

The Beatles




  Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Hay que reconocer que estos cuentos -por mucho que huela a contrarreformismo- están bien escritos, son ágiles y conectan con una tradición de narrativa oral y escrita que viene de la Edad Media. Y están colocados ideológica y estructuralmente de forma muy inteligente por el autor. Avellaneda no era nada tonto...

Ele Bergón dijo...

Ya leo que sigues con El Avellaneda. Admiro tu constancia.

Un abrazo

Luz

Abejita de la Vega dijo...

Son dos sinvergüenzas esos dos, la monja y su amante. Menos mal que les van a perdonar todo y morirán en olor de santidad. Y los lectores de Avellaneda limpiándose la lagrimita.

No, Cervantes no hubiera escrito una historia así, hubiera dado un giro erasmista a la Cantiga de Alfonso X el Sabio, a la vieja historia de Margarita la tornera.

Un abrazo

Myriam dijo...

Te felicito, Pancho, por tu constancia y dedicación. Al venir ahora a saludarte, no pude menos que mirar todas las entradas que publicaste. La selección de imágenes, buenísimas, como siempre. Regreso de un largo viaje, pero proyectos en los que estoy, me impiden colaborar con el club, como otros años, tampoco con mi blog, que por ahora lo dejo stand-by. Pero sí, vendré por aquí, en mis recreos. Uno no olvida a los amigos.

Un gran abrazo.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Nos vas a hacer que leamos este Quijote, por acompañarte.
El público -de entonces y de ahora- aplaudiría la actuación de Jopelín. No es que no lo mereciera nuestro compatriota, pues bien se lo ganó, pero...qué triste final.
Y el infierno...y sus inventores.
La pareja del capítulo XVII, que tal para cual.
¡Cuántos siglos de pillerías y de engaños!
Estupendas las ilustraciones.
Y esa música que rejuvenece.

Un abrazo

Paco Cuesta dijo...

Viene aquí a cuento lo del cojo y el empedrado, o lo que es lo mismo, la priora y el demonio. Lo importante es tener alguien a quien culpar de los propios desvaríos.