miércoles, 16 de abril de 2014

Rosa –Fría, patinadora de la Luna (2), María Teresa León. Vete a tu luna




 "En lo alto de las ramas se fueron enganchando el Humo de las fábricas y de los trenes, el Vaho de los caballos, la Evaporación de los estanques"

Rosa –Fría, patinadora de la Luna (2) 
María Teresa León 

“Rosa-Fría, patinadora de la luna” es el título de un soneto de Rafael Alberti publicado en su poemario de 1924, “Marinero en tierra”, cuando aún no había intimado con MTL. Un poema de despedida definitiva a una novia que deja tras su huida el hueco de la ausencia, la escarcha del silencio, el dolor que desteje la luz en los pañuelos blancos de amargura y la esperanza esculpida de un futuro alegre en los vuelos de la falda que huele a pan tierno, confundida entre caricias de nieve recién caída. Un tema atractivo para los que pisamos el suelo y nos quedamos mirando al cielo con admiración para preguntarnos quién manejará con tanto tino las riendas del universo, quien pondrá orden en el caos para que las estrellas nunca se choquen entre sí ahí arriba. 

Los abetos patinando por la luna helada desatan la imaginación de MTL diez años más tarde. Una vaca mansa, desgastado el orgullo del asta por lo tanto, baja a la tierra en el pico de un gallo con las claras del día, la envían los astros con un recado para transportar a Rosa-Fría sobre los lomos y que participe en una competición de esquí en la luna nevada. Por el humo de una chimenea, el pelo enredado de cuento de hadas, trepan a una nube y de allí alcanzan la ventana helada de una casita pálida de luna. 




"La ventana de la casa de la luna estaba llena de escarcha"
 
Rosa-Fría no es cualquier cosa, es una campeona de esquí que se lo toma en serio. Para entrenarse en verano llena los pasillos de confite blanco mientras espera la llegada del frío y la nieve. Un día los lobos bajan a la luna a hombros para meter miedo en la tierra, pero no asusta a nadie; como solo los espantapájaros reparan en ella, se acabó el cuento del miedo para siempre. Desde entonces se hacen espantapájaros con sombrero en huertos y sembrados para hacer reír a pájaros y niños. 

La luna ha organizado una carrera con participantes volátiles y terriblemente veloces para Rosa-Fría y la Sonrisa de los dinosaurios: El Vaho de los caballos y de los bueyes, el Humo de los trenes y de las fábricas oscureciendo calles, atascando pulmones, los Suspiros de los hombres, el Ladrido de los perros y las Miradas a los globos que se escapan. La Tierra está que arde, la luna se alza como tabla de salvación y reserva. Todo se confabula para el desastre que se avecina, el agua se agota y la luna recoge gota a gota el agua evaporada. “Aquí mueren, se acaban de consumir todos los recursos de la tierra.” “Vienen a morir en mi”, dice la luna mientras mete prisa a Rosa-Fría. Los enjambres de estrellas, las constelaciones de astros están ya esperando, impacientes en el tendido patean y silban, la función tiene que comenzar. La Vía láctea regateando el precio de la entrada, los reventas hacen el agosto. 


 "¿Y qué es eso que se estira, se estira y se inflama?"

A Rosa – Fría le entra el canguelo en el momento de la verdad, la jindama es libre y recurre a todo tipo de excusas para no acudir. Vienen los morsa doctores, las focas, los renos de la estirpe de los cirujanos, sabios todos que hablan en latín. La Aurora Boreal, con aire solemne de verdad absoluta y jefa suprema de los médicos tiene la última palabra y dictamina: “No tiene nada”.  Se queja de vicio, su dolencia es cuento. Rosa- Fría le ruega a la vaquita recadera sin cuernos que baje a la tierra a por ayuda, que recabe la ayuda del Viento Mistral, de los abetos y los aullidos de los lobos del invierno austral. Que no se olvide del pañuelo con el espejo. 

Llegan los lobos que marchan a paso ordinario, como húsares arrastrando los sables. Se colocan al abrigo de los abetos que enredan al humo y al Vaho y amedrentan los ladridos de los perros. La bufanda, la falda, el viento amigo que sopla a favor y el espejo que entretiene a los suspiros de España y Portugal. 


 "Y era ya la madrugada cuando la vaca regresaba hacia la Luna, en el pico de un gallo."

Sube cuestas nevadas, baja a las sombras permanentes de los barrancos más hondos y alcanza la meta en primera posición. Victoria sufrida que vale por dos collares de piedras del rayo que precede la tormenta y entradas para el cine. Antes de romper el día la vaquita regresa a la luna después de dejar a Rosa-Fría muda en su baranda mirando cómo sangra la luna cuando llega el buen tiempo. 



 Y un higo chumbo y una aceituna
tu nuevo mundo yo descubrí con Colón.
Y una aceituna y un higo chumbo,
vete a tu Luna y déjame en mi rincón.

Vainica doble


 


 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Magnífica entrada, querido Pancho. Del soneto original de Alberti queda esa agilidad, ese movimiento del personaje. Debió de llamarle mucho la atención a María Teresa esta perspectiva de una joven dinámica, moderna, muy distinta a la típica mujer de la literatura. Ella ya andaba con la mirada femenina en su obra.

Paco Cuesta dijo...

Muda en su baranda como la gitana verde. Gracias Pancho
Un abrazo

Myriam dijo...

Eres un genio como encuentras estas canciones tan a tono...

Besos, Pancho, felices días de descanso.

Abejita de la Vega dijo...

En ese poema sentimos el rasgar de los patines sobre el hielo y el vuelo de la bufanda. Tal vez el poeta temía perderla para siempre.

El cuento no pude ser más poético y onírico.

Besos, Pancho.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Esta fotografía de los tirabeques me volvió a recordar la película de ‘La guerra de los botones’.
Hice una entrada, en mi blog de cine, que te enlazo.

Un abrazo.

P.D.: El profesor Ojeda, en abril del año 2008, había dedicado un post al poema de Alberti.