domingo, 27 de abril de 2014

Dejar las cosas en sus días (13), Laura Castañón. Corazón en carne viva




"Las cosas cambiaron a peor. Y entonces fue cuando empecé a pensar seriamente en matarlo"


Dejar las cosas en sus días (13) 
Laura Castañón 

Aida y Pablo van a hablar con Eloy Govenzanas, padre de Matías, el profesor de Matemáticas. A ambos les llama la atención los registros de habla que utiliza al expresarse, tan pronto usa el asturiano más cerrado con fluidez como el castellano culto. Les cuenta lo vivido junto a su padre cuando siendo niño este le contó cómo acababa de enterrar a tres anarquistas de Gijón asesinados por unos falangistas forasteros. Los oyó juramentarse para cazar a los asesinos de curas y monjas. Les permite escuchar en el tocadiscos la canción “Dejar las cosas en sus días” que da título a la novela. 

El día veinte de marzo de 1925 Claudia reseña en su diario: “Mañana, que empieza la primavera, se casa Paloma.” No es más que una adolescente de quince años y su rebeldía había sido reprimida con dureza por las fuerzas del orden y de las buenas costumbres. Ni se le ocurre poner una objeción a la boda por miedo a una respuesta inmediata en “forma de maleta de cartón y billete de tren hacia un convento frío y descorazonador.” Pero aquel matrimonio con Eusebi tenía más de funeral que de boda. 


 "Unos murieron en la guerra y otros como consecuencia de la eliminación sistemática"

Las posturas enfrentadas sobre la memoria histórica se sustancian en una discusión de tres amigas durante la sobremesa de una comida. Aida cuenta con un abuelo asesinado durante la guerra del que no sabe dónde está enterrado y lo busca. Valle tiene dos parientes asesinados por el otro bando de los que también ignora su lugar de enterramiento. Jimena que no tiene antepasados caídos intenta poner paz, guardar el difícil equilibrio para que la convivencia no quiebre cuando estos temas salen a colación. 

A Montse “no le daba la gana querer a Paloma”, su nuera, sospechaba de la existencia de algo detrás de la elección de aquella niña que le gustaba cazar lagartijas hasta hacía un rato. No la consideraba apta para cuidar al tullido de su hijo, que seguía yendo a los locales de mala nota a compensar la extrema juventud y la respiración contenida de su mujer cuando a el lo que le animaba eran las mujeres maduras que le recordaban a su madrasta. El hijo desviado al otro extremo del padre. 

El diecinueve de abril del 1925 es otro día triste para la Casa de Pomar. Muere don Claudio, patriarca de la cuenca minera, y padrino de Claudia. Por eso lleva la autora del diario nombre de ciruela. Se gana un pescozón de Sidra por no estar al loro en el rezo del rosario, por estar mirando a las musarañas y no empezar el misterio a tiempo con el padrenuestro correspondiente. La construcción del monumento que lo recuerde para los restos será el cometido primordial de don Benito. 




 "Soñaba que tenía alas supersónicas y cruzaba aquellos 393,5 kilómetros en cuestión de segundos"

Aida se había enamorado de Bruno como una adolescente, por eso apenas reparaba en las manías que le adornaban y que cada vez con más frecuencia afloraban en los encuentros. La distancia incrementaba la pasión. El deseo viajaba en una línea recta imaginaria trazada a mano, con regla y cartabón, entre Gijón y Madrid;  aumentaba con el tiempo y la distancia que la dejaban “aquellos besos, que pasado el delirio del encuentro, dosificaba con la avaricia de un usurero y que ella mendigaba con ojos hambrientos.” Sin embargo, ella empezaba a sentirse a ratos desgraciada porque presentía que iba a ser complicado quererle. 

Lo último que Benito Montañés hace en vida, antes de que el mar de invierno lo sumerja en mutismo y silencio, es dejar por escrito la sensación agridulce que le trasmite la inauguración del monumento al Marqués de Comillas en la plaza de Bustiello. Sirve para que la autora nos regale a los lectores un capítulo redondo donde no falta la descripción del festival de colores que inunda el otoño asturiano, ni los sentimientos contradictorios que embargan a Benito Montañés, un tanto contrariado por el ninguneo o escaso protagonismo que le dejan tener en el acto, la esperanza de futuro de la estirpe puesta en Paloma y Claudia;  el redoble de campanas, inundando el valle de sonidos festivos y el ruido de fondo de una convivencia a punto de quebrar, cada vez más difícil de mantener, ya dibujada en la tiniebla de la discordia sombría que paulatinamente va ganando terreno. Constata que a pesar del enorme cansancio y desolación que le acogotan, el mundo sigue girando. Siempre surgirán nuevas generaciones con bríos renovados para impedir que la peonza de la vida pare. Cuando Efrén llega, solo puede certificar su muerte. La muerte llega cuando quiere. 


 "La imagen del chico débil y demasiado hermoso para este mundo se le confundió con la de otro niño que cruzaba una calle en una ciudad lejana y llevaba en la mano una peonza"

Tras la pena, el fútbol en un hábil giro cervantino, justo antes de una nueva tristeza para lo que queda de la Casa de Pomar: la confesión de Paloma de que Eusebi le da unas palizas que tiembla el misterio. La mezcla de la fala asturiana,  al hablar de la esperanza de volver a ver al  Sporting en primera y el castellano para hablar del maltrato. La misma noche de la muerte de Benito Montañés,  Eusebi propina una paliza a Paloma. Ella piensa en matarle. 


Ando medio loco.
"Embrujao" por tu querer.
Tengo en carne viva
Por tu culpa el corazón.
Eres mi delirio y el arroyo de mi sed.
Cielo y pan moreno
"pa" mis ansias de pasión.
Rafael de León/Juan Solano/ Miguel Poveda 


 


 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Se cruzan en tu lectura, la angustiosa conclusión de la felicidad familiar con el debate sobre la Memoria Histórica: el encuentro de las amigas y esa canción que da título a la novela. ¿Debemos dejar las cosas en sus días?

Abejita de la Vega dijo...

Aida es una ciega que no quiere ver. Y Bruno es un yo me mí conmigo.
Se me van desdibujando los personajes. Una novela es el poso que queda, de esta nos ha quedado buen poso de los que no se olvidan. Pero olvidamos por muy buena que sea la novela.

Besos, Pancho.