jueves, 24 de abril de 2014

Dejar las cosas en sus días (12), Laura Castañón. Las lunas que he besado yo en tus ojos.




"No había forma de sacarle a Paloma ni una sola palabra de aquellos años misteriosos que había pasado"

Dejar las cosas en sus días (12) 
Laura Castañón 

La habilidad de la autora para manejar el complejo armazón narrativo en el que se desenvuelve el relato es extraordinaria. Resuelve con brillantez todo lo que Paloma recuerda de Pomar. Reproduce el diario de la abuela Claudia. Vuelca en la novela el proceso amoroso singular entre Aida y Bruno a través de correos electrónicos y esporádicos encuentros encendidos de pasión. Plasma los sentimientos de Andrés al hablarle de sus recuerdos al artefacto, un interlocutor tan frío como un ordenador. Y muchas cosas más. Consigue armonizarlo todo para que no chirríe al andar, haciendo verdadera literatura de las fuentes. 

A menudo el avance de la trama se nos muestra a través de una conversación entre dos personajes que se cuentan cosas y de paso los lectores nos enteramos de ellas. Nos sirva de ejemplo cuando Aida le detalla a Jimena los días que pasó con Bruno en Taramundi. Fueron geniales porque le daba pudor decir felices. El esplendor de Bruno en su papel de galán causa estragos en ella, como un don Juan desplegando sus mejores artes para hacer de Aida el centro de la creación. Dos historias de amor se entrecruzan en este tramo de la novela que ya va mirando a su final, una de juventud y otra en la madurez, separados por varias generaciones, pero compartiendo el mismo espacio asturiano. 



 "No hablo de las calles y de la torre Eiffel. Tienes que contarme tu vida allí."

Para Bruno la relación peligra porque observa que toma el camino de las anteriores: el agobio. Llamadas frecuentes y SMS, tiernos algunos, “desprovistos de la pasión por la palabra de los primeros tiempos.” La realidad es Marisa y las sesiones de quimio y los hijos cuando se vuelven a reunir los cuatro juntos alrededor de la enfermedad de la madre. 

La superioridad intelectual de Andrés significa un insulto para el resto de los niños de Bustiello, por eso su cabeza es un mapa de cicatrices, una colección de piteras. Efrén le aprecia, le considera el hilo que lo une a Camino. Estima que su curiosidad por comprender la enfermedad de Claudia lleva un médico dentro. El “Espasa” de don Benito es la llave que le abre la puerta del conocimiento universal. Fascinación por saber más. Frecuenta la casa y la habitación de Claudia hasta que Sidra lo expulsa con cajas destempladas por degeneración y acto pecaminoso, al estar presente cuando le ponen una inyección. Claudia no vuelve a salir a la calle hasta el veintitrés de junio, cabo de año de Manuel. A pesar de la severa vigilancia a la que Sidra les somete, que solo les permite hablar estando ella delante, se las arreglan para mantener el contacto. Las trillizas se cambian de nombre al hacerse monjas del todo. 

El escaso aprecio que Aida le profesa a la Navidad le viene de serie, herencia de sus progenitores que aborrecen las celebraciones, el alboroto y el desmadre por decreto que arrastra la Navidad. Su abuela le había contado cómo envidiaba a los grupos de niños revestidos pidiendo el aguinaldo por las casas, mientras en Pomar sus padres cantaban a coro acompasados villancicos en latín, casi siempre acompañados al piano por Sidra, bien diferente al festivo “beben y beben y vuelven a beber” que por esas fechas inunda las calles. Le invadía la tristeza porque la última vez que vio al abuelo les dijo que volvería por Navidad y no lo hizo. 


 "Bueno esto no lo he contado nunca, estaba en París y por una historia, que sería muy larga de contar, cogí un tren que tenía que llevarme a un pueblo en las afueras,"
Desde la muerte de Nicodemo, marido de Paloma, esta invita por navidades a su hermana Claudia, a su hija y a su nieta a cenar a casa el día de Nochebuena. Era costumbre que esa noche la dejaran quedarse a dormir, así puede saborear los regalos y el árbol lejos de la custodia de su madre, comunista libertaria, centinela de las buenas costumbres. Tomando de modelo “una foto sepia agrietada”, había reproducido Bustiello en el portal, incluido el tren que asomaba tras las montañas de cartón. Aida miraba con admiración lo que sus progenitores despreciaban. Aquel tren era un símbolo triste, había significado las primeras palizas de Eusebi Bartomeu. 

Los encuentros clandestinos de Paloma y Antón en la máquina del tren llegan a su fin cuando Bartomeu lo desea. La quiere como sujeto de su actividad contemplativa en exclusiva, siente celos del maquinista. Intenta trasladarlo de trabajo, pero no lo consigue porque Antón trabaja bien y es hijo de un héroe que da su vida por los demás. Para entonces Benito Montañés ya está jubilado y el ocupa su puesto en la empresa. 

La que se lía en la Casa de Pomar cuando pillan a Paloma con Antón en la locomotora lo cuenta Claudia en su diario. Su padre la quiere meter monja y Sidra la llama puta. Bartomeu se ríe de su maldad. Menos mal que Andrés le regala el cromo que nunca salía. Se lo ha conseguido su madre en la fábrica. Paloma se libra del convento de puro milagro. A Antón no le dicen ni Pamplona. La culpa es de ella que se le tira encima. Cae en Mieres los primeros días de la guerra. Aparecen los nombres de Valeria Santaclara y París, por este hilo tira Aida para desvelar el misterio de los años de exilio en París. 



 "Los extranjeros en otro país nos conocemos todos enseguida"

La sonrisa regresa al rostro de Camino cuando Francesc se ofrece a acompañarla a la salida del trabajo, a la luz del día, nada tienen que ocultar. A Efrén le queman los celos y las lunas que el turronero ve reflejadas en los ojos de la viuda alegre. 

Los dos hijos de Gustavo Bartomeu iban abandonando la casa, aún le quedaba el tercero, añadido a la familia, no había forma de hacer vida de el. Ni en los Salesianos de Valladolid, ni durante los estudios de Derecho en los que no pasó de primero. Tampoco se acomoda en Barcelona en una fábrica de la familia, la cual abandona para irse a Roma a aprender fascismo. Vuelve con un esquema intelectual básico lleno de cólera fundamentalista e intolerancia compuesta de “la virilidad, el compañerismo, el nacionalismo y por encima de todo, las expediciones punitivas que aunque solo las conocía por referencias, puesto que en su condición de mero espectador no había podido participar en ninguna, suscitaban en el un extraño hormigueo, una excitación inexplicable.” De Roma se trajo la osadía de un nacionalismo exclusivo lleno de banderas al viento y una cojera por ponerle los cuernos a un “camicia nera scelta.” 


Las cosas que me dices cuando callas,
los pájaros que anidan en tus manos,
el hueco de tu cuerpo entre las sábanas,
el tiempo que pasamos insultándonos,
el miedo a la vejez, los almanaques,
los taxis que corrían despavoridos,
la dignidad perdida en cualquier parte,
el violinista loco, los abrigos,
las lunas que he besado yo en tus ojos,
el denso olor a semen desbordado,
la historia que se mofa de nosotros,
Joaquín Sabina 


 



 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué oportuno Sabina...
En efecto, la forma de estructurar el argumento y de ir resolviéndolo es una de las fotalezas de esta novela. Y, como bien dices, el diálogo: hay un excelente tono de oralidad en todo ello que hace que todo sea más natural.

Abejita de la Vega dijo...

Esa foto tuya me intriga, llevo un rato dándole vueltas.

Para lo de París habrá que esperar al segundo volumen que ya se está cociendo.

¡Qué asco el aprendiz de camisa nera! Los Bartomeu son unas prendas...

Los silencios pueden decir más, mucho más que las palabras. Sabina oportuno, como dice el profe.

El libro se desliza con facilidad, se lo zampa uno.

Besos, Pancho.