RIÑA DE GATOS.
EDUARDO MENDOZA.
EDUARDO MENDOZA.
Eduardo Mendoza forma parte del selecto grupo de autores cuyas obras figuran en las estanterías de los compradores de libros. Gente obediente donde la haya porque, cansada de oír que la lectura es necesaria, acaba por hacerse con unos libros que van ocupando los huecos vacíos de las baldas a la espera de la mano que los elija de entre otros cientos, los saque del ostracismo y al menos les sacuda el polvo del olvido de vez en cuando.
No es raro descubrir que alguna de sus novelas figura de gancho de las rebajas, dos por uno, que cada septiembre saca los libros de las librerías e inunda los quioscos en unas colecciones que mucha gente comienza y poca termina. Tampoco es extraño que se le cite como representante de los escritores que pueden vivir de lo que le gusta hacer y que los aristócratas de la lectura, que suelen coincidir con críticos y grandes lectores, detestan porque forman parte del circo editorial: bombazos literarios que llenan los escaparates.
La lectura es un placer. Sin embargo, ¿Es lo mismo leer El Quijote que las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía? Hay dos maneras de llegar a la lectura de la misma forma que hay dos tipos de lectores. Podemos llegar a ella a través del convencimiento, de una búsqueda personal del conocimiento y la belleza, como un acto de rebeldía, tratando de paliar el aburrimiento y con la calma necesaria que requiere esfuerzo y sacrificio; de la misma forma que cualquier placer ocupa tiempo y dedicación. Los que llegan a la lectura obedeciendo la publicidad de los booms literarios, la propaganda de la uniformidad de gustos con el fin de que haya muchos consumidores del mismo producto, es casi imposible que alcancen el placer de leer a Dante porque su entendimiento está fuera de su alcance, pertenece al egregio club de grandes lectores que leen de todo y que experimentan un gran placer en mirar por encima del hombro a los mortales, simples consumidores de libros de escaparate, que son los que interesan a las editoriales porque son más. Mendoza pertenece al grupo de escritores que saben escribir Best Sellers y que cuentan con ese apoyo editorial que pretende uniformizar preferencias lectoras.
La portada de la novela está ocupada por una foto de La Puerta del Sol de Madrid de primeros años del S. XX (Alberto, compañero de trabajo y profesor de Historia se atreve a fecharla entre 1903-1904). Coexisten en ella los carruajes tirados por caballerías y los primeros tranvías, como muestra de la inquietud de una ciudad que tanto confiaba en los avances tecnológicos para su progreso. El espacio tan reconocible se presenta como un hervidero de gente, personajes anónimos, de rostro difuminado, que como hormigas se dirigen a su quehaceres cotidianos en un día lluvioso de invierno o como el rostro borroso de la Venus del espejo contemporánea que estos días inunda internet.
“Rosa estuvo a mi lado y para ella es esta fábula” es la dedicatoria. Nadie mejor que el propio autor para dejar claro el carácter arisco de los gatos que encierra la fábula.
Una cita de Ortega y Gasset tomada de su ensayo sobre Velazquez: “Pertenece a la extraña condición humana que toda vida podía haber sido distinta de la que fue” que nos quiere abrir los ojos sobre las vidas que desechamos cuando tomamos una decisión, porque vivir es tomar decisiones. De ahí la importancia de una buena elección. Nuestra biografía no es más que el peaje que pagamos por las vidas no elegidas.
Y nos adentramos en la novela y nos llama la atención el contraste de la propuesta: la erudición de un inglés culto, experto en pintura barroca española con la sencillez y llaneza de unos paisanos no acostumbrados a tanta pulcritud de lenguaje. La tensión que se respira en el espacio cerrado de un compartimento de tren se resuelve con humor. Un tema tan clásico y tan español como el laicismo y el clericalismo no se evita, pero tampoco se resuelve porque ése no es el objetivo del autor: “[…] Si en España el pueblo elige quemar iglesias con lo que cuestan de prender, por algo será”. Aquí se hubiera liado parda si lo quemado hubieran sido tabernas.
Comienza la novela con una carta. Anthony se disculpa por su huida, temeroso o incapaz de hacer frente a una relación adúltera, abandona el lugar de los hechos antes de que el coronado se aperciba del adorno de su testuz. Como el que se despide de su pareja con un SMS o con un mail. Qué lejanos quedan los tiempos y los espacios en los que los contendientes se batían por la dama. Nada de "si te he visto, no me acuerdo": amores que matan.
“De un asta colgaba una harapienta bandera republicana”. Lo que cabría preguntarse es si una bandera dura más de cinco años a la intemperie.
“Mi trabajo consiste en prevenir, no en reprimir”. Republicano de nuevo cuño, con nuevas teorías de aluvión como cuando los profesores nos tuvimos que aprender que la enseñanza consistía en otra cosa: literatura de la LOGSE.
Y lo dejamos, que esto se alarga como el verano sobrevenido de este septiembre de sombrero y de sombrilla en lugar de paraguas, como debería de ser.
No es raro descubrir que alguna de sus novelas figura de gancho de las rebajas, dos por uno, que cada septiembre saca los libros de las librerías e inunda los quioscos en unas colecciones que mucha gente comienza y poca termina. Tampoco es extraño que se le cite como representante de los escritores que pueden vivir de lo que le gusta hacer y que los aristócratas de la lectura, que suelen coincidir con críticos y grandes lectores, detestan porque forman parte del circo editorial: bombazos literarios que llenan los escaparates.
La lectura es un placer. Sin embargo, ¿Es lo mismo leer El Quijote que las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía? Hay dos maneras de llegar a la lectura de la misma forma que hay dos tipos de lectores. Podemos llegar a ella a través del convencimiento, de una búsqueda personal del conocimiento y la belleza, como un acto de rebeldía, tratando de paliar el aburrimiento y con la calma necesaria que requiere esfuerzo y sacrificio; de la misma forma que cualquier placer ocupa tiempo y dedicación. Los que llegan a la lectura obedeciendo la publicidad de los booms literarios, la propaganda de la uniformidad de gustos con el fin de que haya muchos consumidores del mismo producto, es casi imposible que alcancen el placer de leer a Dante porque su entendimiento está fuera de su alcance, pertenece al egregio club de grandes lectores que leen de todo y que experimentan un gran placer en mirar por encima del hombro a los mortales, simples consumidores de libros de escaparate, que son los que interesan a las editoriales porque son más. Mendoza pertenece al grupo de escritores que saben escribir Best Sellers y que cuentan con ese apoyo editorial que pretende uniformizar preferencias lectoras.
La portada de la novela está ocupada por una foto de La Puerta del Sol de Madrid de primeros años del S. XX (Alberto, compañero de trabajo y profesor de Historia se atreve a fecharla entre 1903-1904). Coexisten en ella los carruajes tirados por caballerías y los primeros tranvías, como muestra de la inquietud de una ciudad que tanto confiaba en los avances tecnológicos para su progreso. El espacio tan reconocible se presenta como un hervidero de gente, personajes anónimos, de rostro difuminado, que como hormigas se dirigen a su quehaceres cotidianos en un día lluvioso de invierno o como el rostro borroso de la Venus del espejo contemporánea que estos días inunda internet.
“Rosa estuvo a mi lado y para ella es esta fábula” es la dedicatoria. Nadie mejor que el propio autor para dejar claro el carácter arisco de los gatos que encierra la fábula.
Una cita de Ortega y Gasset tomada de su ensayo sobre Velazquez: “Pertenece a la extraña condición humana que toda vida podía haber sido distinta de la que fue” que nos quiere abrir los ojos sobre las vidas que desechamos cuando tomamos una decisión, porque vivir es tomar decisiones. De ahí la importancia de una buena elección. Nuestra biografía no es más que el peaje que pagamos por las vidas no elegidas.
Y nos adentramos en la novela y nos llama la atención el contraste de la propuesta: la erudición de un inglés culto, experto en pintura barroca española con la sencillez y llaneza de unos paisanos no acostumbrados a tanta pulcritud de lenguaje. La tensión que se respira en el espacio cerrado de un compartimento de tren se resuelve con humor. Un tema tan clásico y tan español como el laicismo y el clericalismo no se evita, pero tampoco se resuelve porque ése no es el objetivo del autor: “[…] Si en España el pueblo elige quemar iglesias con lo que cuestan de prender, por algo será”. Aquí se hubiera liado parda si lo quemado hubieran sido tabernas.
Comienza la novela con una carta. Anthony se disculpa por su huida, temeroso o incapaz de hacer frente a una relación adúltera, abandona el lugar de los hechos antes de que el coronado se aperciba del adorno de su testuz. Como el que se despide de su pareja con un SMS o con un mail. Qué lejanos quedan los tiempos y los espacios en los que los contendientes se batían por la dama. Nada de "si te he visto, no me acuerdo": amores que matan.
“De un asta colgaba una harapienta bandera republicana”. Lo que cabría preguntarse es si una bandera dura más de cinco años a la intemperie.
“Mi trabajo consiste en prevenir, no en reprimir”. Republicano de nuevo cuño, con nuevas teorías de aluvión como cuando los profesores nos tuvimos que aprender que la enseñanza consistía en otra cosa: literatura de la LOGSE.
Y lo dejamos, que esto se alarga como el verano sobrevenido de este septiembre de sombrero y de sombrilla en lugar de paraguas, como debería de ser.
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde la Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
Las fotografías son de internet, excepto la primera que es la portada de la novela escaneada. La de la puerta del Sol es de la Wikipedia.
9 comentarios:
Excelente entrada, querido amigo, excelente.
Las reflexiones sobre la lectura y la escritura, impagables, así como ese dar y no dar a Mendoza.
El análisis del inicio, acertado.
¡¡Y ese guiño de la Venus del espejo, tan actual!!
Actualmente me pregunto, si Marcial la Fuente Estefanía en su tiempo y "los premios" hoy, no serán, en ocasiones, el primer peldaño de lecturas más profundas.
No se. Gracias por tu acertadísimo comentario.
Pienso, como Paco, que el primer peldaño puede ser cualquier libro. Todos tuvimos un primer peldaño y los que empezamos en la infancia no dimos los primeros pasos con Dante. En mi caso, la horrible Enid Blyton fue mi primer escalón...
Y que el buen lector lee de todo, incluidos los de los escaparates.
Tu entrada es muy buena, entras y no entras; entra hombre, que no pasa nada.
Tu Venus es hermosísima, está al revés que la de Velázquez.
Besos gatunos
¡Excelente, mi querido Pancho! Cada día te mejoras. Y, sí, esa Scarlett Johanson de espaldas... Todo un hallazgo. Besotes, M.
Llegué a Mendoza de la mano de mi "masajista"... je je je. Me explico, mi masajista es un gran lector y cuando voy a que me descontracture la espalda charlamos de libros. Me habló de "El asombroso viaje de Pomponio Flato", que le había encantado... Y me lo dejó. Y a mí ni fú ni fá. No me hizo gracia. Y no hubo más Eduardo Mendoza.
Riña de gatos, lo leyó una amiga con la que intercambio lecturas y me dijo que a ella no le había gustado mucho. Y yo no me animé a él.
Respecto a tu reflexión sobre los tipos de lectores, siempre digo que (no sólo referido a los libros) acabamos comprando lo que nos venden. No es mi caso porque no compro casi ninguno, me surto en la biblioteca y con intercambios, yo te dejo, tú me dejas, y si compro alguno es porque leí alguna crítica o porque alguien (en quien confíe) me lo recomienda.
biquiños,
Como siempre que haces el análisis de un libro, llegas hasta lo esencial. En este caso se enriquece por el hecho en sí de leer.
He leído a Mendoza y nunca he podido con sus libros. En éste de "Riña de gatos" he llegado hasta el final, pero lo siento, aunque algunos trozos me parecen interesantes, el libro se me cae.
Un abrazo
Luz
Leer es un placer, pero no siempre lo es. Es un placer cuando el libro es bueno. No es un placer cuando el libro parece superficial, poco trabajado, poco documentado, cargado de tópicos, de datos fallidos de personajes inverosímiles o contradictorios. Entonces leer no es un placer, es un fraude que molesta.
Y, lamentablemente, eso me ocurrió con este.
Cómo ayudan estos análisis que hacéis los seguidores de La acequia a valorar las lecturas; las enriquecen muchísimos.
Gracias, Pancho.
Buenísimo tu comentario superelaborado. Realmente disfruté mucho leyéndolo.
En lo personal jamás me dejo llevar ni por modas ni premios, a la hora de seleccionar mis lecturas.
Un abrazo
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