sábado, 29 de diciembre de 2018

Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Vicente Blasco Ibáñez. Grito de guerra.




"El valenciano Blasco Ibáñez es fuerte, enérgico, sencillo como un árbol, lleva como esencia de su tierra, y en el rostro el reflejo de un atávico rayo morisco"
Rubén Darío. 
Dibujo de Ramón Casas propiedad del Museo de Arte Moderno de Barcelona

Los cuatro jinetes del Apocalipsis
Vicente Blasco Ibáñez

Enredarse en la búsqueda de algo sobre la biografía de Vicente Blasco Ibáñez es como ver una película de acción trepidante. Nada es de extrañar que los críticos de diversas épocas no se pongan de acuerdo y duden en el intento de clasificarlo en la historia de la política, el periodismo o la literatura española, porque de todo fue y de todo quiso ser el número uno, “el puto amo” que diría un castizo. A menudo se le ha catalogado como una especie en sí mismo, un ejemplar único que resiste etiquetas, quizás porque su cosmopolitismo casa mal con el retraimiento nacionalista de sus compañeros de generación, dolidos por la humillación de Cuba y el hundimiento de todos los barcos con honra ante el poderío emergente del imperialismo yanqui. De hecho ha permanecido el blanquismo como una forma de hacer política, como se habla del gilismo o del torerismo y el torismo en la fiesta de los toros en la que no se pone el sol.

 Vicente Blasco Ibáñez nace en Valencia en 1867 y muere en Menton (Francia) en 1928. Su paisano Joaquín Sorolla, pintor valenciano ilustre, desarrolla sus capacidades para plasmar la luz y la riqueza ornamental entre 1863 y 1923. Unamuno da el primer llanto en la calle Ronda del barrio de Las Siete Calles de Bilbao en 1864, Valle Inclán en 1866, Pio Baroja y Azorín no verán la niebla  hasta 1872 y 1873 respectivamente. Emile Zola tenía ya veintisiete años y Gustave Flauvert ya había escrito Madame Bovary (1856) y Salambó (1862), por citar dos de sus influencias y referentes reconocidos por él mismo. Nace en un momento de crisis, de grave inestabilidad política por la pugna entre liberales y conservadores y la tercera Guerra Carlista (1872-1876). Las lecturas de adolescencia le van perfilando su visión del mundo y de la sociedad del momento. Sus primeros relatos escritos en valenciano aparecen publicados en una revista local en 1883. Vicente Blasco Ibáñez se decanta en política por la democracia, el federalismo y la república. Vive y trabaja en Madrid durante parte de los años 1888-1890. Regresa a Valencia y ese mismo año tiene que huir a París por haber escrito algunos artículos encendidos contra Cánovas y por su activismo político contra el gobierno. En París sigue escribiendo, desde allí manda artículos más atemperados que revelan madurez y la fluidez creciente de su estilo y tono literario que continuará durante toda su carrera periodística.

De vuelta en Valencia, de regreso a los naranjales, funda el diario El Pueblo. Estamos en 1894 y el periódico dura hasta 1906. La vida de Blasco Ibáñez y su criatura van unidas, estos años coinciden con los años de mayor fecundidad literaria y periodística, también de compromiso político. Gracias al periódico es siete veces elegido diputado. Allí publica sus mejores novelas por entregas, como era costumbre en la época, durante los años de entre siglos: Amor y tartana, 1894; La barraca, 1898; Cañas y barro, 1905. El Pueblo es el trampolín que le abre horizontes a empresas de mayor calado. En él se refleja la pluma afilada de un luchador incansable, perseguidor implacable que se corresponde con ser perseguido y que le conduce a la cárcel varias veces por sus ideas enemigas de la monarquía que identifica con la opresión. Se confiesa revolucionario: “Soy un propagandista, un modesto sembrador de rebeldías contra lo existente, un enamorado de la revolución”. En 1909 viaja a América. En Buenos Aires es recibido como un héroe. Ahora sólo reciben así a los futbolistas que ganan copas. Desengañado de la inutilidad de los políticos, cansado de batallar, hastiado de los insultos, mentiras y ataques furibundos contra su persona se retira de la política.




La época aparece dañada por la pugna entre aliadófilos y germanófilos. El encontronazo se manifiesta en una lucha de propaganda que echa la culpa al otro de la carnicería de las trincheras donde se entierra una generación completa de jóvenes europeos, semilla que germina en los nacionalismos radicales y el comunismo más excluyente. La propaganda hace un trabajo de blanqueo que justifica la masacre de corazones inflamados de patriotismo. Blasco Ibáñez, conocido germanófobo, simplifica la complejidad del conflicto dividiendo de forma maniquea a los contendientes de la Primera Guerra Mundial en buenos y malos. En esencia, en sus reflexiones hay un victimario supremacista y víctimas humilladas, siempre se defiende mejor la idea desde el victimismo. La cuestión es que ellos lean lo que uno escribe, por eso huye de complejidades que hagan reflexionar, también es un arte saber crear literatura digerible, fácil de consumir. 

Escribir siempre es difícil, hacerlo y que además te lean es un milagro sólo al alcance de los elegidos. Blasco Ibáñez escribe Los cuatro jinetes del Apocalipsis en París con los alemanes a unas docenas de kilómetros de la ciudad en situación precaria, azotada por las penalidades de la guerra: frío, hambre, ausencia de servicios públicos esenciales dados por supuesto en tiempos de paz como la recogida de la basura o la limpieza de las calles. Todo para ganar la guerra y la banda sonora de una música monótona de cuatro pianos tocados por cuatro aprendices desde primeras horas de la mañana en su bloque de viviendas. Blasco vive en París durante toda la Primera Guerra Mundial. París es la retaguardia, pero está mucho más cerca del frente que otros que escriben de oídas desde sus lugares seguros, alejados de las bombas. Los cuatro jinetes del Apocalipsis se publica en El Heraldo de Madrid a lo largo de 1916 sin mucho éxito. Ya había dejado de existir su portalillo tal como él lo concibió y le dio vida, El Pueblo. Ese mismo año comienza su éxito mundial en libro de papel.

Blasco Ibáñez demuestra que está bien armado intelectualmente, que conoce los fundamentos teóricos que justifican el militarismo de unos y otros. Refleja en Los cuatro jinetes sus conocimientos y lecturas sobre las corrientes intelectuales que preocupan como el marxismo, el darwinismo o el cristianismo; explora los diferentes campos y lo explica con habilidad para caracterizar a los personajes que hilvanan el relato, no sólo los personajes principales, también los secundarios de calado como el ruso Tchernoff o el español Argensola. En general los personajes hablan a quemarropa, los argumentos que defienden están cargados de sectarismo y carencia de inteligencia. Defienden sus tesis como una verdad revelada. Vendedores de pócimas milagrosas dispuestos a morir por la idea como héroes envilecidos y sobrepasados por los acontecimientos.

El autor usa la conocida estructura narrativa de contar el pasado hasta un punto, en este caso la cita del protagonista, Julio Desnoyers, con Margarita, para después avanzar la historia narrando el presente en guerra desde ese momento en adelante.




"No es una guerra como las otras; con enemigos leales: es una cacería de fieras..."
Los cuatro jinetes del Apocalipsis de Alberto Durero.

Julio Desnoyers es un joven pintor argentino de veintisiete años (la edad en la que mueren los roqueros que dejan un bonito cadáver) que vive en París. Tiene una cita con Margarita a las cinco (en sombra) de la tarde en los jardines de la Capilla Expiatoria. Está recién llegado en barco de Buenos Aires y han pasado cinco meses desde la última vez que se vieron. París había pasado de “una primavera tímida y pálida, empezaba a mostrar sus dedos verdes en los botones de las ramas, sufriendo las ultimas mordeduras del invierno, negro jabalí que volvía sobre sus pasos” a pertenecer al verano.

“Todo París habla de la posibilidad de la guerra”. Allí cuenta con la ayuda de su fiel escudero español Pepe Argensola, “mezcla de amigo y de parásito”. Él es optimista, las cosas se arreglarán como otras veces, la gente no es tan bestia como antes. “Las guerras ya no son posibles en estos tiempos de adelanto”, se dice a sí mismo para espantar el malaje de la guerra. Además, acaba de atravesar el océano en un barco de bandera alemana, veinte días de agua sin tregua. El barco es un ensayo sobre la concordia en un mundo pequeño, en escala reducida, en el que conviven sin matarse gentes y animales de variadas razas y nacionalidades. Incluso celebran el rito de la sagrada bandera el catorce de julio francés. Había que ver a los súbditos del káiser festejando la revolución, la guillotina de los monarcas y cantando La Marsellesa como  un coro de agradadores ingenuos.

Para que haya narración, tiene que haber alguien que narre la historia. En Los cuatro jinetes del Apocalipsis esta función la cumple un narrador en tercera persona sin complicaciones que recorre los distintos escenarios por los que transcurren los hechos protagonizados por tres generaciones de la familia Desnoyers. El autor narra la parte final de la novela, la guerra cruda, mediante un viaje del padre, Marcelo Desnoyers, al corazón de los acontecimientos bélicos durante la batalla del Marne, seguramente para compensar un poco la deserción de sus deberes patrióticos al tomar las de Villadiego en la guerra de 1870. La espeluznante narración de los horrores de la guerra es, a mí juicio, la parte más pedagógica de la historia. Los campos teñidos de sangre seca, la carne talada de las docenas de miles de soldados usados como carne de cañón por los señores de la guerra, señores feudales de horca y cuchillo dispuestos a cambiar la historia a bombazos pone a los lectores a reflexionar. Una historia de amor secundaria y sin final feliz se diluye en las trincheras embarradas de la Primera Guerra Mundial. 



 Un clarin se oye 
peligra la patria 
y al grito de guerra 
los hombres se matan 
cubriendo de sangre 
los campos de Francia
Carlos Gardel




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.




2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me gusta mucho esta forma tuya de afrontar esta lectura, por derecho. En efecto: la vida de Blasco Ibáñez es en sí misma, una novela apasionante, muy suya. Ese desconcierto de los críticos aún se aprecia en los nuevos manuales de literatura. Y, aunque a muchos les duela, tuvo lectores. A puñados.
¡Feliz año!

Abejita de la Vega dijo...

A mí me ganó el ritmo y la emoción de la pintura de la guerra que hace Blasco Ibáñez. La tala de carne humana con toda su crudeza.
Un placer leer tu atinada visión de esta novela muy grande, a pesar de todos sus defectos.
Voy escribiendo, gracias Pancho.