miércoles, 23 de noviembre de 2016

Niebla (4) Miguel de Unamuno. Volcar el cielo.






"Augusto temblaba y sentíase como en un potro de suplicio en su asiento"



Niebla (4) 
Miguel de Unamuno 

Don Fermín es buena gente y tiene buen corazón, de buena gana habría sido uno de los pastores que hubieran acompañado a don Quijote y Sancho a la Arcadia durante un año de no haber muerto el hidalgo antes de tiempo. Pastores y zagalas de sobra. Llegar y besar el santo. Cree en la Acracia, ese paraíso donde todo se nos es dado por pertenencia, por el simple hecho de tener una ideología periférica, porque yo lo valgo. Además habla esperanto y discrepa de la creencia que establece que para casarse sea necesario conocerse antes. Piensa,  y lo dice, que el único conocimiento eficaz es el conocimiento penetrante, “post nupcias.” 

Augusto Pérez está grogui, medio ausente, como el boxeador al que han dejado calentito, el día que se presenta en la casa de Eugenia para conocerse y hablarse. Eugenia resulta ser un jardín prohibido, no una  zagala fácil, una mujer difícil que hace sudar y a la que hay que poder. Un pequeño erizo. Distante e indiferente se dirige a Augusto como caballero y con el don por delante que le dan mal fario. 

Don Fermín ve en ella su creación, un reflejo de las doctrinas emancipadoras de la mujer que le ha inculcado desde la cuna. Augusto sale de la casa gozoso, “como aligerado de un gran peso.” El corazón incendiado, su nuevo mundo iluminado por su frialdad de nieve y dos estrellas invisibles. Volcado el cielo, comienza una nueva vida. 




"Un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo"


Eugenia tiene novio formal, tiene a su Mauricio sin oficio ni beneficio. A ella le gustaría ser como Augusto Pérez o Mauricio que viven sin trabajar, pero la hipoteca de por vida que le dejó su padre de herencia la han hecho profesional de la enseñanza musical. Su casa es un trasiego continuo de pianistas aprendices porque no hay forma humana de transportar un piano. Bien distinto a don Acisclo, siempre pegado a su Guarnieri mejicano con esmeraldas incrustadas. 

Una conversación ágil y vigorosa entre Eugenia y Mauricio en el edificio donde Marta, madre de Mauricio, trabaja de portera, ocupa el capítulo nueve por completo. Un capítulo nominal y equilibrado. Mauricio y Eugenia, tanto monta, se citan diez veces cada uno. Ella le pone las peras al cuarto: o es hombre y se pone a trabajar o se echa en brazos de los ojos que le piden limosna, ojos de mendigo augusto. Esta mujer domina todas las suertes, aquí se ayuda del chantaje para espolear la pachorra amorosa y profesional del pretendiente. Ella se va taconeando y pisando fuerte calle alante, tiene en la mano el unicornio azul y no lo va a soltar hasta salirse con la suya. 

Mientras tanto en el casino Augusto también ha recobrado las fuerzas, la visita a Eugenia ha arado hondo, le ha removido las entretelas del alma, le ha puesto blandura al surco como de tempero tierno donde antes solo existía amargura, tierra dura y aplastada. Le ha dado cuerda al reloj parado de su autoestima.  

En las cosas del querer no es lo mismo vencer que ser vencido porque ser vencido significa que ella se va con otro. Por lo tanto, su objetivo a partir de ahora será vencer en el combate del amor. Una batalla que no puede perder. Ni excusas ni contrapesos, se conjura a entablar una lucha sin cuartel hasta rendir el fortín. 

Todas las mujeres le parecen ahora hermosas. Hay otras para el otro, pero Eugenia sólo es una y a esa la hago mía. Qué dilema, ella es solo una y ellos dos. Hay que organizarse, una de dos o me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos (como cantaba Aute). La calle es un paraíso poblado de zagalas rubias, morenas, risueñas, hermosas todas. La vi, te miró y creí en Dios, (O repitiendo lo de Bécquer: hoy la he visto... La he visto y me ha mirado... ¡Hoy creo en Dios!), la chaladura del amor, todas las mujeres en una o una en todas las mujeres. Metafísica arrebatada. 




"Augusto se sintió tranquilo [...] como si fuese una planta nacida de él, como algo vegetal"

Augusto casi se desmaya en el primer encuentro a solas en casa de Eugenia. El semblante sufre un trasiego de colores; de una palidez de muerte pasa a una cara roja como el tomate, goterones de sudor frío le empapan la camisa cuando ella le mide las constantes vitales y le toma el pulso acelerado con la mano fría. Se da por vencido, no le importa que tenga novio. Esa es la evolución, abrazarse a una ausencia. Se conforma conque le “deje venir de cuando en cuando a bañar mi espíritu en la mirada de esos ojos, a embriagarme en el vaho de su respiración…” Muestra su disposición a sacrificarse por la felicidad de ella. Verla feliz, esa será su propia felicidad. Convertir la mujer inalcanzable en una idea desinteresada es un auténtico acto heroico. Sale de la casa convencido de que tiene que pagar la hipoteca para hacerla feliz. Qué mejor destino para el dinero que tiene por castigo que ver feliz a una idea soluble. Eugenia obra el milagro. De no mirar a ninguna mujer con deseo pasa a volverse loco por unas faldas. Le tira los tejos a la chica que le plancha, pero duerme con Orfeo a los pies, símbolo de fidelidad a un pensamiento soluble, como los perros que descansan a los pies de los nobles enterrados en los sepulcros de mármol de las catedrales. 

Eugenia enfurecida le rechaza, que se meta la hipoteca por donde le quepa, ella no está en venta, a ella no hay quien la toree, ni nadie que la compre. Él coge el sombrero, sale a la calle y se pierde en los senderos de la ciudad, entra en San Martín. Allí se respira oscuridad, olor a vejez. Se consuela con la desgracia de Avito Carrascal que desde que se le suicidó el hijo no hace otra cosa que rezar y llorar. Le aconseja que se case con una que le quiera querer. 


 Sin miedo, lo malo se nos va volviendo bueno 
 Las calles se confunden con el cielo 
 Y nos hacemos aves, sobrevolando el suelo,así 
 Sin miedo, si quieres las estrellas vuelco el cielo 
No hay sueños imposibles ni tan lejos 
 Si somos como niños 
 Sin miedo a la locura, sin miedo a sonreír
Rosana



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


5 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Don Fermín es uno de los personajes que más me gustan, por su fina ironía en relación a sus postulados sobre anarquismo y esperanto. Está muy bien perfilado a través de sus diálogos con Augusto y su mujer después de la escena esperpéntica del canario.

En la conversación entre Eugenia y Mauricio, parece que la mujer le pone las peras al cuarto, pero no lo veo yo así. Yo lo que veo es una mujer enamorada que está dispuesta a todo con tal de que Mauricio no se vaya de su lado, aunque le regañe y le diga algunas verdades, luego claudica queriendo trabajar para él, es decir, sacrificándose por él, porque eso de enseñar como se tocan las teclas en el piano , no le entusiasma precisamente. Śin embargo Augusto, sí, a él si le ha tocado el enamoramiento y además muy fuerte.

Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Cuando se entra en la intimidad de la familia de Eugenia la caricatura evidencia la forma en la que ha querido escribir esta novela Unamuno. Este juego de caricaturas funciona, entre otras cosas, por su parecido con la realidad...

La seña Carmen dijo...

A mi también me gusta el personaje de don Fermín, un hombre de otro tiempo, de esos por los que no pasa el tiempo.

Nada se nos dice acerca de la economía de los tíos de Eugenia. ¿Son rentistas? Todo parece indicar que así es, que cuentan con una pensión o con rentas, aunque sean discretas, que les permiten vivir y mantener a la sobrina, así que don Fermín tiene todo el tiempo del mundo para dedicarse a lo suyo.

¿Es que no trabaja nadie en esta novela? No me extraña que Eugenia esté rabiando por dejarlo.

Abejita de la Vega dijo...

Don Fermín es muy anarquista pero, cuando su sobrina se escapa con Mauricio y deja plantado a Augusto, su reacción es paralela a la de su mujer. Anarquista hasta cierto tiempo.

Tiene razón Carmen, nadie trabaja aquí, sólo Eugenia y está deseando dejarlo.

Caricaturas con su verdad. Hiperbólicos pero reales como la vida misma.
Un placer pasar por aquí. Besos.

Abejita de la Vega dijo...

Anarquista hasta cierto punto.