Retrato de Baroja. Hacia 1917.
Vázquez Díaz
La Busca. Pío Baroja (3)
Pío Baroja disuelve en sonidos el final de los tres primeros capítulos: el canto de un grillo y la musiquilla salida del interior de una cajita de música.
A decir de la patrona, doña Casiana, la Baronesa acusa altibajos en su tren de vida; tan pronto se la podía ver habitando una casa de postín, como hundida en un chiscón mal ventilado con perpetuo olor a berza cocida.
Se forman dos bandos en la pensión: los sensatos y los insensatos. Los primeros, que están encabezados por don Telmo, cuentan entre sus filas – además- con Roberto, un estudiante rubio con bigotes de plata. La Vizcaína y la Patrona se añaden a la nómina del grupo. Todos los demás militan en el bando contrario. Y Manuel en medio, haciendo de don Tancredo, recibe malas palabras de ambos. Como “la labor de espionaje se hizo tan fastidioso para los espiados”, don Telmo y la Vizcaína abandonan la pensión dejando los ocho relojes de la casa sin relojero que les de cuerda y arregle cuando se descomponen, cosa que hacían a cada paso. Roberto se queda en la pensión por hablar en inglés con Kate, hija de la Baronesa de trece o catorce años. Manuel se pelea con uno de los comisionistas y doña Casiana no tiene más remedio que echarle de la pensión. Cuando Roberto le choca la mano de despedida, le ruega que le avise si tiene relaciones con los bajos fondos. La crónica novelada de Madrid debe comenzar desde el punto más bajo de la escala social, más abajo que los bajos de los puentes y los sepulcros. Pío Baroja hace geología, ahonda en el subsuelo de la sociedad.
Una vez completada la primera parte del relato, ya estamos en condiciones de comentar alguno de los aspectos que hemos observado sobre la técnica narrativa que usa Pío Baroja. En un primer momento suele presentar los personajes con breves trazos, para completarlos con posterioridad. De esta forma el lector avisado no pierde de vista al personaje así presentado porque sabe que nada en don Pío es gratuito y que lo volverá a reutilizar más adelante. Tomemos a don Telmo como ejemplo gráfico de lo que señalamos: El autor lo presenta así de escueto “y un señor viejo, que lo hacía por costumbre o por higiene”. Vuelve a aparecer unas páginas más tarde, en el capítulo III: “A su derecha se sentaba un señor viejo de aspecto cadavérico, un señor muy pulcro, que limpiaba los vasos y los platos con la servilleta concienzudamente. Este señor tenía a su lado un frasco con un cuentagotas, y antes de comer comenzó a echar la medicina en el vino”. De repente adquiere importancia en la narración, el autor le concede el honor de la letra gruesa del titular, de encabezar el siguiente capítulo a él referido. "¿Qué hace don Telmo? - ¿Quién es don Telmo?" Para más tarde desaparecer de escena llevándose consigo el misterio de una muchacha elegante y guapa a la que visitaba con frecuencia. Como si Pío Baroja cogiera la cámara y pasara de un plano panorámico, en el que apenas se desdibuja el personaje en la lejanía, a un primer plano que pasa a limpio las difusas anotaciones de páginas precedentes. A continuación, una vez aclarado el misterio, cambia de escena.
Manuel entra a trabajar en una zapatería con don Ignacio, un pariente de su madre que se dedica al reciclaje, noble trabajo donde los haya. Recuperan tacones y suelas para volverlos a utilizar. Montañas de zapatos viejos llenan el local. La fiebre del usar y tirar no había aún cegado a los consumidores. Don Ignacio es liberal, encaja con todos esos que se llenan la boca de soberanía nacional y anticlerical por naturaleza, partidario de expulsar a curas y monjas. Su hijo mayor, Leandro, es aún más radical, le estorban demasiadas cosas.
"La Leandra, a pesar de su abandono, de su humor agrio y de su afición al aguardiente, estaba casada con un hombre trabajador y bueno"
La bebedora de absenta
Picasso
Cuando termina de trabajar, se junta con Vidal, hijo menor de don Ignacio. Un día van a comer a su casa. Manuel “escucha sin terciar en la conversación” entre la Leandra y su hermana Salomé: "¡Si de dos mujeres no hay una honrá! ¡Bastante se gana con ser honrá, miseria y hambre!" Si hoy don Pío tendría un problema de género, nos podemos imaginar qué no sería hace cien años. Y problemas añadidos si el lector lee la intervención del Bizco, un tipo que “producía el interés de un pajarraco extraño o de un tic patológico” con aspecto de mandril, que es el representante más fiel de la degradación de los bajos fondos, realidad mísera y sórdida tristeza de la incultura que embrutece.
Como a Pío Baroja todavía le quedaba alguna posibilidad de hundir sus pies en las alfombras de la Academia, remata el capítulo (y nosotros el comentario) con una descripción crepuscular del cielo de Madrid que nada tiene que envidiar a los cielos enfermos de Modernismo: “El cielo azul y verde se inyectaba de rojo a ras de tierra, se oscurecía y tomaba colores siniestros, rojos cobrizos, rojos de púrpura”.
"En el vago horizonte, animado por la última palpitación del día, se divisaban, inciertos, montes lejanos"
La Virgen del páramo de Vallecas
Benjamín Palencia
"It's the same old story with a different name
death or glory, it's the killing game
Gonna ride across the river deep and wide
ride across the river to the other side"
Dire Straits
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
7 comentarios:
¡Jopé, Dire Straits! Qué recuerdos...
Don Pío, como buen vasco, era muy escueto en sus descripciones aunque luego se explayara un poquito más... Muy bien visto ese detalle por tu parte querido Pancho. Besotes, M.
Pancho: es un placer leer este trabajo de fligrana que haces con esta Obra de Baroja.
Tienes razón, el Bizco es el prototipo de mandril de los bajos fondos y muy, muy malo.
Un beso
A mi me gusta más como describe Baroja los ambientes que las personas, a decir verdad.
Excelente tu análisis sobre los personajes barojianos. En efecto, los talla en bruto para que se afinen con el argumento.
Muy interesante la comparación que haces de la forma que tiene D.Pío de presentarnos a los personajes, como una cámara que va pasando para más tarde focalizarlos.
EStoy con Manuel en la zapatería.
Besos
Luz
Vengo de viaje, leí tu trabajada entrada en el móvil pero escribir en esos cacharros me desespera, doy a una letra y me sale la de al lado. Y mis dedos son finitos...
Son unos personajes que no tienen físico, ni personalidad, forman parte de una masa cochambrosa y agitada. Es una nueva técnica pero cuesta acostumbrarse, yo ya no podía con tanta corrala mísera y me fui al caserío de Mari Belcha.
Me leeré despacito, otra vez tu entrada, a ver si voy aficionándome. ¡Viva Galdós! Uy, se me ha escapao.
Besos
Buenas noches, pancho:
Me faltaba dejar comentario en esta entrada de ‘La busca’, aunque me he pasado varias veces por aquí.
¡Qué bonito cuadro de Benjamín Palencia ¡
Copio de wikipedia esta cita que he encontrado y que me ha gustado:
“La vida de los hombres suele ser retorcida como las raíces de los tomillos, pero hay muy pocos que al final de esa lucha huelan tan profunda y limpiamente como éste... (Y me entregó uno de los varios tomillos que llevaba en la mano), reflexión de Miguel Hernández paseando por Vallecas rememorada por Alberto Sánchez.
Abrazos
P.D.: Siempre me ha gustado pasear por el lado del río, por eso me ha encantado la canción elegida.
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