domingo, 16 de enero de 2011

Julián Bayona y Román en la Casa del Pueblo y por las calles de Burgos.

Julián Bayona y su sobrino Román empujando sus monturas, por dignidad.


INQUIETUD EN EL PARAÍSO. OSCAR ESQUIVIAS

III – EN LA CASA DEL PUEBLO

Los acontecimientos narrados suceden en los días que van del trece de Julio, fecha de la conferencia de don Cosme en el Teatro Principal y asesinato de Calvo Sotelo en Madrid, al dieciocho de Julio fecha de la sublevación militar de los golpistas. La acción continúa en Burgos. Los escenarios concretos van cambiando a medida que los protagonistas principales van haciendo camino en la novela. Se trata de historias paralelas que van a converger en casa de la señora Anastasia que lleva tiempo muriéndose la víspera. Allí van a juntarse los protagonistas principales de los tres diferentes relatos que el autor entrelaza alternativamente con gran maestría para dejarnos una creación de gran ritmo narrativo.

A Román lo ha enviado su madre a Burgos, a casa de su hermano Julián “el Relojero”. La mala cosecha no da trabajo y hay que ahorrar bocas. No sabe leer ni escribir. Julián, que no tiene buena fama en Castrojeriz, ni tampoco hijos, lo adopta como hijo y discípulo. No le fue fácil encontrar la casa de Julián Bayona. Del pueblo fue a parar a una relojería elegante en la que le informan de que hace años que ya no trabaja allí. Un borrachín le ayuda a encontrar la casa, parece húmeda en Julio.

Por la mañana van a la Casa del Pueblo. Las calles más vacías que de costumbre. Le cuenta a Román sus batallas de Filipinas, “un lugar donde los árboles nunca llegan a secarse o a morir de viejos: antes se inflaman y revientan”. Encuentran la Casa del Pueblo cerrada y las ventanas tapadas con tablas. Los reciben a punta de escopeta. Van a arreglar el reloj de Labín, sindicalista radical que no le agrada a Julián: “Desde que volvió de la cárcel, los obreros están más tiempo de huelga que trabajando”. El de la escopeta es Benito, antiguo maestro que tuvo un desliz con los alumnos. Dice Julián que esto es un asunto de cuidado. Las cosas ya no son como antes, que los muchachos estábamos para lo que hiciera falta. Ahora tienen inmunidad parlamentaria.

Murió con sólo cinco años.

Le cuenta que Manuel Santamaría es el Séneca burgalés. Llegó a alcalde, le enseñó a leer, a escribir y le quitó de la cabeza la fijación que tenía con poner petardos a los industriales. Le instruyó también en el arte de la ortografía, que pocos sabios dominan. También en la acentuación: “Las tildes son como pajaritos que sobrevuelan las palabras y que antes de la República sólo las sabían colocar con tino los que estudiaban en los jesuitas”. Cuando le está explicando quiénes son los personajes de los cuadros que cuelgan de las paredes, les llegan piedras y algún disparo que reciben cuerpo a tierra. La Catalana, La Niña de sólo cinco años, sufre en la agresión de los talibanes nacionalistas de Albiñana. Sólo cuando se van, llegan los refuerzos. Julián da las novedades a Marcelo que proclama que no puede ser que les estén atacando todos los días, que cuando no son los legionarios de Albiñana, son los obreros católicos. Si no, los de falange. Hay que salir armados. Si no hay armas; se piden donde las haya. Porque, ¿dónde está la policía? Por otro lado informa que la huelga general ya no se puede mantener por falta de recursos. Labín está en Madrid y el gobierno ha prohibido las comunicaciones con las provincias.

Cumpliendo la sugerencia de Marcelo, Julián y Román se dirigen al club de tenis a ver a Federico Lavilla para que, a su vez, pida instrucciones a Labín, aunque le moleste hacer trabajos a la gente que echó del partido a don Manuel Santamaría. Si lo hace, es para que Román aprenda el valor de la honestidad, la lealtad y la obediencia. Lavilla es un abogado que trabaja en el tren Santander – Mediterráneo. Gracias a su afinidad de ideas con Labín, les surte de propaganda editada en “Londron”. Llevan bici sin pedales ni cadena por dignidad. En una de las paredes de la catedral los cafres han pintado VIBA RRUSIA y MUERA ESPAÑA. Como no hay suficiente disolvente, no saben qué borrar. Julián es un socialista de los que echan monedas en el cepillo de la virgen para mantener a los niños de la inclusa, como si la limosna fuera bastante para que pudieran llevar una vida digna. Le dice a Román que con una mujer “se siente lo que se siente”; que no es poca explicación para un muchacho de quince que aún está en trámites de salir del cascarón. La conversación se desliza por todos los temas que preocupan; como el amor libre y la confrontación con una sociedad atrasada y los aires de modernidad. Cristo fue el primer socialista, después sus seguidores se pervirtieron, ahí tienes a los obreros del Círculo Católico que practican la usura entre ellos con su banco – le señala Julián a su sobrino.

Para celebrar la similitud del acento y terminación en –án de sus dos nombres, se meten en un tugurio con varios parroquianos con pinta de huelguistas y cara de pesadumbre que Julián no entiende: toda la vida despotricando contra los fascistas y ahora que lo matan en Madrid, lo celebran con tristeza. A Julián no le gusta nada el panorama. ¿Lástima por el enemigo? Pensaba que “cuando corre la sangre de los políticos, pronto correría la de cualquiera”.

Venancio, el portero socialista, les franquea las puertas del club de tenis donde asiste lo más pijo de la sociedad burgalesa. Lavilla se molesta por la visita. Sólo puede ser útil si su militancia no trasciende. Los trata como una mierda. Ellos le roban los puros y cigarrillos. En vista de la poca receptividad por parte del abogado Lavilla, deciden visitar a Manuel Santamaría para que les ilumine.

Luisa va “a misa de las putas”, porque esa fue su dedicación hasta que Julián, a pesar de sus ideales libertarios, es un moralista: le pesaban los cuernos de su cabeza cada vez que la Luisa tenía relaciones carnales remuneradas con otros hombres. Al padre Ausín le habían endosado la misa de las mujeres levantiscas. Era el portero del seminario. Guardaba las llaves con tanto celo como si fueran las del infierno.

Siguiendo con su paseo por las calles de Burgos, Julián y Román van a la imprenta que don Manuel Santamaría tiene en la Plaza Mayor. Sus hijas, secas como un palo, aprendido de su guapura por los moscardones que las rondan, los empuntan a casa del millonario don Perfecto Ruiz Dorronsoro, que vive en la carretera de Francia. Asisten a una discusión entre hermanos. Su hermana Pilar, le echa en cara su ligereza en asunto de amores, por ser vox pópuli que se entiende con la hija del lechero de San Pedro de la Fuente. Don Manuel les dice que él no puede hacer nada, porque lo han echado del partido. Les recomienda que intenten hablar con Labín y ser prudentes: “Demasiada violencia hay en España como para que nosotros la aticemos más: hay que ser prudentes”.


"Marcelo le ha ordenado que haga la ronda por la calle y requiera la documentación a los sospechosos"

Román y Julián ahogaban sus penas en una tasca adosada a la muralla que daba al río Vena. Llevaban siete horas bebiendo ojén y gaseosa, aguantando el tufo de aquel tugurio maloliente cuya “clientela estaba compuesta por viejos esqueléticos que parecía enfermos sin cura. Muchos tenían siempre la bragueta abierta y olían a meados”. A los sones del ¡Alosanfan de la patrí! que para Julián era ¡Viva la Libertad! Llegan a la Casa del Pueblo de la que salieron para hacer el recado que Marcelo les había mandado. Una agrupación de socialistas se reúnen en la calle porque dentro no se oye ni a cantar. Tienen orden de Labín de no entregar la calle a los fascistas. Siguen andando por las calles de Burgos y conversando como si fueran Don Quijote y Sancho en su periplo en bicicleta sin cadena ni pedales, pero con dignidad. Ahora imponen el orden, desfacen entuertos, piden papeles a los transeúntes como si fueran la Santa Hermandad. Se topan con don Manuel Santamaría que se dirige a trabajar. Les recomienda que dejen de jugar a policías y que se vayan a casa a dormir la mona. Julián le hace caso, pero Román se va con el resto a escoltar a Rodrigo y don Cosme a llevar el viático a casa de doña Anastasia; es tarde y después del sacramento es costumbre repartir moscatel.

"Españolito que vienes
al mundo te guarde dios
Una de las dos españas
ha de helarte el corazón."



Como podéis ver, si habéis llegado hasta aquí leyendo, sólo he contado el periplo de Julián y Román por las calles de Burgos. El resto del capítulo 3, veremos de resumirlo posteriormente. Ya llega el veinte y andamos con retraso.

11 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

He viajado contigo, disfrutando otra vez, con estos personajes que ya empiezan a sernos familiares. Nos has puesto fechas y orden en este galimatías de personajes reales y ficticios.

Julián y Román. Un Quijote sindicalista, relojero y poco amigo del trabajo. Un Sancho, analfabeto, ingenuo, al que mandan con su tío. para quitar una boca. Y en bicicleta, sin cadena. Ni rocín ni rucio, pero con dignidad.

Y Serrat, advirtiendo a los españolitos que llegan al mundo. El broche de oro, para un buen trabajo.

Un beso, Pancho

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

A mi también me parecieron dos quijotillos el tío y el sobrino.... y rocinante y el rucio las dos bicicletas desvencijadas...

Acabo de terminar el 3º... voy mal...a mi me da esto para más del 20... en fin seguiré a "trancas y barrancas"...un abrazo

matrioska_verde dijo...

me ha encantado el periplo que nos propones en tu entrada con estos dos personajes tan peculiares.

la foto de las bicis es total, todo un acierto; si hoy hubiera más dignidad en las personas (sobre todo en los políticos) otro gallo nos cantaría; lo digo por cargar con esas bicis desvencijadas

la imagen de la república también me gusta mucho ya que en el momento en que aparece en la novela se le hace bastante hincapié.

y la canción también queda estupenda.

biquiños,

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El pasaje que comentas (y que ilustras) es uno de mis favoritos de la novela. Y tienes razón en insistir en el cervantismo de Esquivias.

Ele Bergón dijo...

Hola Pancho

Muy buena la foto del tio y sobrino con las bicicletas. La verdad que el pasaje que comentas es una delicia por sus personajes tan entrañables.

Las otras dos fotos tambien estan muy bien traidas.

Un abrazo

Luz

Asun dijo...

Julián y su sobrino Román son dos personajes que ciertamente se asemejan a D.Quijote y Sancho, con esos diálogos y ese vagar por las calles burgalesas haciendo frente a distintas aventuras, y lo de las bicicletas es ya la guinda.

Muy tapada veo yo a esta Niña que nos has puesto. El cartel de "La Niña" que estaba en la casa del pueblo, más creo que se parecería a alguno de estos. Recuerda que Román quedó prendado de "la lozana señora que enseñaba sus pechos" hasta el punto de que luego se llevó consigo el cartel.

Un placer leer este resumen y recordar estos pasajes.

Besos

José María Souza Costa dijo...

Holla...
Pasei acá leendo en su espacio agradable, y muy bueno, con todo mí cariño.
Yo ti deseo un Tiempo Armonioso, y di mucha inspiración. Deseo mucha Paz Espiritual, en 2011.
Yo tengo un blog mucho simplón, y estoy invitando a visitar el mi blog, y sí posible vamos seguí juntos por ellos.
Sera un placer. Estoy mucho agradecido esperando vosotros la
Un fuerte abrazo, y fica con Dios !

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Vengo de los blogs de Pedro Ojeda y de Juan Luis, y te digo lo mismo, querido Pancho: Te debo un monton de visitas, pero no tengo tiempo para nada.

Espero ponerme pronto al dia.

Un abrazo.

Merche Pallarés dijo...

Julián y Román son entrañables, muy quijotescos como mencionan varios coleguis. La primera foto ¡genial! y la canción de Serrat, total. Besotes, M.

Myriam dijo...

A mi me gustó muchísimo todo este diálogo entre Juliàn y Ramón. COnmueve tambièn como Juliàn quiere enseñar toda su adquirida sapiencia a Ramòn.

Anónimo dijo...

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