martes, 13 de abril de 2021

EPISODIOS NACIONALES. Trafalgar (3). Benito Pérez Galdós. Perder una hija.




"Tenía sobre sus costados, cuando yo le vi, 140 bocas de fuego, entre cañones y carronadas".



EPISODIOS NACIONALES 
Trafalgar (3) 
Benito Pérez Galdós 

El autor encaja en la trama principal las maniobras amorosas de Rosita, hija del matrimonio que ajusta a Gabriel de chico para todo a la edad de diez años. A Rosita se le amontonan los pretendientes de frase y calendario. Los padres de un joven marino de buena familia, pero con tara de apariencia, piden la mano de la jovencilla adolescente. Tarde, porque ella ya solo tiene ojos para las estrellas del oficial de artillería Rafael Malespina. Los pretendientes acuerdan batirse en duelo a primera sangre, vence Malespina que gana también los favores de ella y de los padres. Gabriel, el otro aspirante en la sombra que hubiera preferido que los dos hubieran fenecido en el lance de honor, siente por primera vez en qué consiste la diferencia de clase en una sociedad estamental, tan impermeable que a duras penas deja una rendija por la que ascender en la escala social. 

La amargura por el amor primerizo no correspondido le zarandea de realidad, sólo a través de la formación y del esfuerzo personal será capaz de colarse en la clase de los que toman las decisiones por los demás: “Comprendí que a nada podría aspirar en el mundo, y sólo más tarde adquirí la firme convicción de que un grande y constante esfuerzo mío me daría quizás todo aquello que no poseía”. Testigo directo de los vaivenes amorosos de la pareja, les hace de correo. Esta figura del joven Malespina será relevante a lo largo del relato porque se tiene que embarcar en la escuadra a pesar de no ser marinero, debido a la escasez de artilleros. Se gana el aprecio del criado adolescente cuando lo ve salir lívido de casa de Rosita, llorosa como una Rociito vejada, el día de la despedida. 



"Malespina rondaba la casa, lo cual observé yo varias veces, y tanto se habló en Vejer de estos amores". 

Malespina padre, coronel retirado, es otro personaje estrafalario, inventor de la bomba vírica, capaz de destruir la escuadra inglesa de un contagio. El viaje de Vejer a Cádiz es un relato intercalado al estilo del Quijote, una road movie plena de aventuras. En Conil paran a comprobar la legendaria escasez de las fondas y ventas de los caminos: “A los señores les dieron lo que había, y a Marcial y a mí lo que sobraba, que no era mucho”. Hacen noche en Chiclana, salen de buena mañana y a las once o así hacen su entrada por la Puerta de Tierra de Cádiz. 

Dos caballeros a lomos de buenas caballerías los alcanzan durante el viaje, resultan ser los dos Malespina, padre e hijo. Acompasan el paso, se escuchan y pegan la hebra. El que más habla es el viejo Malespina, testigo ocular de todas las guerras. El niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Introductor de las corridas de toros en Inglaterra a la manera española, sustituto del bull baiting (hostigamiento de toros) británico. “Otro toro y vengan esos cinco”. 

Galdós retrata la vuelta de Gabriel a Cádiz como un regreso a la memoria de la infancia, un fresco del recuerdo de su niñez. Lo aprendido en la primera infancia es lo que siempre perdura y se recuerda. Es recibido a naranjazos por las mujeres que recuerdan su pasado canalla, de merodeo desarraigado que roba para comer. Sólo han pasado cuatro años, pero cuatro años es mucho en un muchacho que ha pegado el salto a la adolescencia madura llena de granos rebeldes. Extraña los lugares porque ya no vive la misma gente, visita tabernas y bebe hasta caer redondo como una pelota, algo que vio hacer a los mayores. Ni rastro de su familia. El pasado idílico se le viene encima cuando se echa al mar en la Caleta y, abrazado por la caricia de las olas, nada durante más de una hora. Reza en la catedral vieja ante el muñeco de cera que puso su madre de exvoto. 

El personaje de doña Flora de Cisniega es retratado por Galdós de manera reseñable. Joven que ya no cumple los cincuenta, contrapunto de doña Francisca: “Enumerar los rizos, moñas, lazos, trapos, adobos, bermellones, aguas y demás extraños cuerpos que concurrían a la grande obra de su monumental restauración, fatigaría la más diestra fantasía”. Gasta polvos por almudes, experta en mostrar las carnes menos sensibles a la inexorable labor del tiempo. Dama española, nacionalista centrípeta inflamada de banderas, himnos y amor patriótico que se exalta con el estallido de los cañones y los bombardeos sobre los contrarios. Hoy los nacionalistas depositarios del ardor guerrero se exaltan con la quema de contenedores de la basura a falta de bombardeos sobre los contrarios. He aquí el negocio seguro para cualquiera en edad de emprender en esta España centrífuga. 

En ausencia de televisión, radio o internet, doña Flora y sus tertulianos desocupados son el trono de las noticias. Mete cizaña haciendo de menos a doña Francisca. Dos mujeres activistas: una patriota inflamada de banderas y honor nacional y otra hinchada de paz, ambas guerreras y rivales. Las dos coinciden en su oposición a la sumisión de Godoy a Napoleón y por no confiar el mando de la escuadra a un marinero español. 


"El uniforme del héroe demostraba, sin ser viejo ni raído, algunos años de honroso servicio". 

Cuando el brigadier Churruca visita a su viejo amigo don Alonso, cuenta con unos cuarenta y cinco años de edad, rubio de pelo largo recogido en una gran coleta, no moño. Un espíritu privilegiado al hablar. Da gusto leer cómo Galdós describe a los héroes; para que no parezca algo intercalado sin importancia y difuminado en el conjunto de la novela, le cede los trastos de narrar y nos regala un monólogo en el que revela los secretos de la escuadra naval, las intenciones de Villeneuve de salir a por los barcos ingleses a pesar de la inferioridad de la escuadra hispano francesa y la oposición de los oficiales españoles. Palabras que quedan grabadas a fuego en la memoria de Gabriel por causarle honda impresión. 

Doña Flora se encapricha de Gabriel (Un siglo antes que Humbert Humbert lo hiciera de Lolita y palmara de trombosis coronaria). Se opone a que se embarque. Quiere que se quede en tierra a limpiar la jaula del loro y hacerle de peluquero que no era poco en aquellas pelucas seguidoras de la moda de Paris, capaces de albergar nidos de pájaros entre los rizos, rastas, trenzas y jeribeques. Pero él siente la llamada de lo salvaje y prefiere embarcarse con los mayores: “Octubre era el mes y dieciocho el día” que se embarcan en el colosal Santísima Trinidad, el Escorial de las naves. “La vista se mareaba y se perdía contemplando la inmensa madeja que formaban en la arboladura los obenques, estáis, brazas, burdas, amantillos y drizas que servían para sostener y mover el velamen”. De bote en bote vamos tocando el fondo por el canal de Suez.


Hubiera preferido
Otra corbata?"
Fue niña, niña pija,
Ni siquiera varón!
Por fin, con veinte años,
Se la llevó un extraño,
Y no perdí­ una hija,
Gané un cuarto de baño
Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Una de las cosas que más me gusta de esta novela -y de toda la serie-es lo que tú has visto tan bien: los cruces entre la gran historia y la pequeña historia, los grandes rasgos y los pequeños, que no se escribieron. Y si además da para un buen Sabina...