jueves, 27 de septiembre de 2018

Cien años de soledad (2) Gabriel García Márquez. Sacar juventud del pasado.





"Le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas."

Cien años de soledad (2)
Gabriel García Márquez 

El autor escudriña el árbol genealógico de Aureliano Buendía por parte de padre y madre. Sus indagaciones profundizan hasta el siglo XVI, en tiempos del pirata Francis Drake. Los cañonazos desde los barcos bucaneros la asustan y se quema en la lumbre de la cocina,  dejándola inútil para el resto de los días y un miedo cerval a los feroces perros de asalto ingleses. Su marido, un comerciante aragonés, liquida el negocio y lleva a su mujer al interior, lejos del mar, a una ranchería de indios pacíficos donde le construye una habitación sin ventanas para impedir la entrada de los piratas y los perros. 

Con el correr de los años un descendiente de Úrsula Iguarán se mezcla con un vástago del criollo José Arcadio Buendía, establecido en la ranchería desde hacía tiempo, siempre con el miedo de engendrar iguanas como les había pasado a unos tíos suyos que tuvieron un hijo que murió virgen a los cuarenta y dos años porque había nacido “con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta.” José Arcadio Buendía zanja el asunto con una frase: “No me importa tener cochinitos, siempre que puedan hablar.” Se casaron y lo celebraron con una boda de tres días. Al acostarse, ella se pone un pantalón hecho de lona de velero con hebilla y candado, temerosa de alguna tara en la descendencia. Las noches se resolvían en un forcejeo constante que los agotaba, sustituto de la lucha cuerpo a cuerpo del amor. Así siguieron las cosas durante dieciocho meses, hasta que un día tiene que matar a Prudencio Aguilar de un lanzazo que le atraviesa la garganta, lanzado con la fuerza de un toro porque un gallo de los suyos había matado en buena lid a otro de Prudencio. El perdedor le pone banderillas de fuego cuando le insinúa que el gallo ganador hace el trabajo que él deja de hacer al otro lado de los pantalones de lona de su mujer. 

Inmediatamente después del encontronazo trágico, José Arcadio Buendía descerraja el cinturón de castidad de Úrsula y “retozan en la cama hasta el amanecer.” Sin importarles que lo que viniera fueran iguanas. José Arcadio Buendía no vuelve a dormir como Dios manda desde ese día porque le atormenta la inmensa soledad del espíritu de Prudencio tratándose de taponar el boquete en la garganta que le desangraba. Deciden marcharse a la tierra que nadie les ha prometido, enterrar el hacha de guerra, matar a los gallos para dar un poco de paz al fantasma de Prudencio Aguilar. Así es como tras dos años de travesía y el nacimiento de otro José Arcadio Buendía acampan a orillas del río de aguas cristalinas y fundan Macondo. Luego nacerían Aureliano y Amaranta. 




"Amparados por la deliciosa impunidad del desorden colectivo, José Arcadio y Pilar vivieron horas de desahogo."



Al poco tiempo de nacer la niña chica, José Arcadio Buendía le explica a su hermano Aureliano que hacer el amor “es como un temblor de tierra.” Se ha prendado de Pilar Ternera, la empleada de hogar que va por casa y echa las cartas y que se muestra sorprendida por lo “bien equipado para la vida” que está José Arcadio Buendía, el adolescente aventajado. Vuelven los gitanos y se encapricha de una gitana fina, que a su vez se admira del “magnífico animal en reposo” que José Arcadio Buendía guarda como un tesoro en la entrepierna. Cuando se van los gitanos, se va con ellos ayudando a empujar la carreta del hombre víbora. 

Úrsula no se resigna a quedarse sin su primogénito así como así. Se echa al camino en su busca y regresa a la aldea cinco meses más tarde derrotada y sin dar con ellos. Viene rodeada por hombres y mujeres en carretas tiradas por bueyes y mulos, cargadas de muebles y cosas de comer. Proceden del otro lado de la ciénaga. A sólo dos días de camino hay pueblos que reciben el correo todos los meses y conocen las máquinas que alivian de la esclavitud de los trabajos agotadores. El regreso de Úrsula es el verdadero prodigio para José Arcadio Buendía, el marido medio abandonado, pues lo libera de la crianza de Amaranta y de las tareas de la casa, un trabajo a tiempo completo. 

El hijo recién nacido de Pilar Ternera y José Arcadio Buendía, el hijo pródigo fugado con los gitanos, es llevado a casa de los abuelos, crece junto a Amaranta al cuidado de Visitación. Lo llaman Arcadio a secas para evitar confusiones. Visitación es una india guajira que llega a Macondo huyendo de la peste del insomnio. Como en Macondo hay tanto que hacer porque está en proceso de formación permanente, el cuidado de los niños es una tarea secundaria. José Arcadio Buendía pierde interés por la alquimia. Se dedica al proyecto común con la ilusión de un padre fundador. El trabajo en el diseño de parques, trazado de calles y planteamiento de casas y jardinería lo emancipan de la tortura de sus fantasías. Aureliano ocupa el puesto del padre en el laboratorio abandonado con dedicación exclusiva. Los días no tienen horas suficientes para terminar los experimentos. Su padre, preocupado de que hasta de comer se olvide, le da las llaves de la casa y le ofrece un dinero para que lo gaste en una mujer si lo necesita, pero él lo emplea en comprar ácido muriático para fabricar agua regia y bañar las llaves en oro. 

Aureliano predice ante su madre que alguien va a venir y aparece Rebeca, una adolescente huerfanita de unos once años de edad. Se la quedan por caridad, porque no les queda más remedio. Viene de la remota ciudad de Manaure donde ellos no conocen a nadie, pero según la carta que entrega era hija de unos parientes lejanos de Úrsula. Trae los huesos de los padres en una taleguita que estuvo estorbando por la casa con su “cacareo de gallina clueca” cuando alguien tropezaba con ella. Al principio Rebeca no estaba de buen temple, ni comía ni hablaba y parecía no entender el castellano, sólo el guajiro de Visitación y tenía el vicio de comer tierra húmeda del patio. La agarraban entre varios para meterle las medicinas por el papo abajo y aguantar su rebeldía salvaje que alternaba con mordiscos y escupitajos. No se sabe bien si fue la medicina o los correazos de Úrsula para domarla, pero a las pocas semanas se amansó la fiera. Amaranta y Arcadio la reciben como hermana mayor y se muestra tan afectuosa con Úrsula la domadora, Aureliano y José Arcadio Buendía que se gana el Buendía con todas las consecuencias y bendiciones, apellido que llevó con honor hasta la muerte. 




"En aquel tiempo no había cementerio en Macondo, pues hasta entonces no había muerto nadie."

Una noche, Visitación descubre que Rebeca está afectada por la peste del insomnio, el mismo mal que los hizo abandonar su reino milenario. La maldad no era sólo la huida del sueño, sino el olvido: la caída en una especie de idiotez sin pasado. Los afectados soñaban despiertos y veían las imágenes que otros soñaban en su estado de alucinación. Cuando José Arcadio Buendía se da cuenta por casualidad de que todo el que chupa los animalitos de caramelo que hacen en casa para vender contrae la peste del insomnio, ya es tarde, todos están infectados por la enfermedad. Al principio, las gentes apestadas no le dan mucha importancia a no dormir porque había mucho que hacer en Macondo. Era tiempo de fundaciones, de modo que trabajaron tanto que lo hicieron todo. Los que tienen nostalgia de los sueños ven las tres de la mañana con ojos de búho, matan el tiempo añadido contando ovejas hasta el infinito y complicando el cuento del gallo capón hasta el absurdo. A los forasteros les hacen tocar una campanilla para señalar que están sanos y les prohíben comer y beber durante la estancia. La cuarentena es tan rigurosa que la enfermedad no se extiende por las poblaciones de la ciénaga y los paisanos de Macondo se olvidan de la costumbre inútil de dormir. 

Aureliano, al darse cuenta de las posibilidades perniciosas del olvido, organiza un sistema de etiquetas pegadas a los objetos que nombran con el fin de luchar contra las evasiones de la memoria. Un día comprende que también se puede uno olvidar de la función de los objetos de las inscripciones y añade la utilidad a las etiquetas. “Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.” Todo es nuevo en Macondo, hasta tienen que recuperar la lengua, atacada por la peste del olvido que se olvida incluso de lo escrito. 

 Cuelgan un cartelón en la calle Mayor que reza: “Dios existe” para recordar los sentimientos que  habían unido a la comunidad. Sin embargo, el esfuerzo de vigilancia es tan descomunal que algunos se abandonan al atractivo de una realidad imaginaria, una dimensión paralela. Pilar Ternera contribuye a ello al echar las cartas para leer el pasado. El padre aparece en abril como un hombre moreno; la madre, mujer trigueña cuando la alondra canta en el laurel. La necesidad de recordar, de derrotar al olvido, activa las neuronas de José Arcadio Buendía que inventa un artefacto giratorio en el que cualquiera pueda recordar los conocimientos esenciales para vivir y no olvidar lo escrito en las catorce mil fichas que escribió. 

Aparece Melquiades envejecido y decrépito, como un mesías salvador olvidado por la parca, para sacarlos del tremedal del olvido. Saca de su maleta ventruda el agua milagrosa que hace la luz en la memoria. Saca juventud de su pasado.

De mis ojos está brotando llanto, 
a mis años me he enamorado, 
tengo el pelo completamente blanco, 
pero voy a sacar juventud de mi pasado
Jose Alfredo/María Dolores Pradera






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


2 comentarios:

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

Las etiquetas se hacen imprescindibles para conocer a los personajes de esta saga, con nombres repetidos -como en un juego del autor- para lograr nuestra atención diferenciadora.
No recuerdo otra novela en la que haya tanta coincidencia –en parte- de homónimos.

Un abrazo
P.D.: Conscientemente - porque sé que ya te lo había dicho antes-, de tus entradas me encantan, también, las ilustraciones y música.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué maravilla de comentario, hasta María Dolores Pradera. No he podido evitar pensar en Torrente Ballester y en la Saga/Fuga que ahora comprendemos mejor como aventura quijotesca y paródica de esta y otras novelas.
¿Llegaremos a ese momento de los carteles o de Melquiades?