sábado, 19 de mayo de 2018

Akúside (3) Ángel Vallecillo. Los pechos de los montes.





"¿Cómo hemos llegado hasta aquí, mi general?

Akúside (3) 
Ángel Vallecillo 

Los tres guerreros que encuentran a los nabulas ahogados presentan los cadáveres a las madres. Ellas son las encargadas de dar la orden de lapidación en el céntrico frontón de Iztialak al alba, la hora de los fusilamientos. La cuarta guerrera escapó de la quema, pero no irá lejos; Axiámaco, ungido de fe pétrea en el escarmiento,  promete solemnemente a la madre del nabula ayuno de asesina que la capturará y también atrapará a los jinetes culpables del infanticidio. 

A través de ejemplos concretos que el autor presenta durante la fase de desarrollo de la obra, vamos viendo el estado lamentable de la situación económica y social de la Akúside profunda del interior. Las cosas no van bien allí, hay escasez en Iztialak. La fábrica que produce el papel siempre ha estado en Iztialak desde antiguo.  Han podido mantener la maquinaria durante ochenta y cuatro años porque nunca les ha faltado el suministro de  aceite que ahora les falta con la independencia. Un jovencito akusara, adolescente de quince años, guarda bajo llave el manual de instrucciones de la máquina como un tesoro, no vayan a saber más que él. El guardián es un cío lítica de pureza virginal, pero que no sabe ni agarrar un martillo. Berteanak sabe inglés y se presta a echarles una mano en la traducción del manual de instrucciones, pero se atranca en la palabra “lamellas.” La maquinaria se avería con los años y como no hay wifi no pueden recurrir al Google sabelotodo. Para el gerente de la fábrica que ya no produce papel el problema son los cíos líticas, cada vez más intolerantes y radicales. Se les ha dado todo lo que han pedido y ellos siguen encerrados en su “universo de sangre y tradición.” Un regreso a lo más oscuro de la Edad Media cuando se cerraban los libros bajo llave para que el privilegio de la cultura fuera exclusivo de los elegidos. 

Las lechuzas se han hecho fuertes en los tirantes y pendolones del tejado de la vieja fábrica. Al menos no dejan parar a los ratones y palomas. A falta de gato, buenas son lechuzas. El alcalde del pueblo se queja de la miseria, les manifiesta el hartazgo por la escasez y les urge a encontrar a los asesinos de los nabulas y a la desertora. El campo y el monte, el regreso a la esclavitud del arado romano,  no es la arcadia feliz que les prometieron a los que se quedaran o regresaran por sorteo. Ahora van armados por miedo a los delincuentes, los cíos líticas, habituados a la impunidad patria, se han venido arriba y los asaltan por los caminos. 

El autor recurre a una crónica del Irata, un periódico digital, para explicarnos el descontento de las clases populares con los dirigentes a cinco días de las elecciones. El columnista denuncia las pulsiones imperialistas de los nuevos dirigentes, siempre atentos a los latidos milenarios de la tierra madre, las campañas empapadas de destinos sagrados y dogmas sacros, la recuperación de la sangre akusara en el exterior, sembrada en el extranjero durante los tres éxodos históricos de la población. En el interior critican la cesión en todo ante los privilegiados cíos líticas. Reprochan la celebración del combate de boxeo justo el día de reflexión y que el parlamento tenga su sede en el palacio privado de los Rocher, de fiesta permanente. Reprueban que los hijos de los cortesanos asistentes a la fiesta nunca salgan elegidos en el sorteo del Regreso. El descontento se va multiplicando a medida que pasan los años desde la independencia. Antes les robaban desde el sur los políticos toreros, ahora desde el norte, los levanta piedras pesebreros. 

Por supuesto,  Irata es una excepción por eso del equilibrio, la libertad de expresión y tal, pero lo predominante en un férreo régimen autoritario es la prensa afín apesebrada, como Maroak Akusara. K. Ukintza firma una columna que pertenece a la sociedad de pompas mutuas y que recuerda a la prensa del Movimiento. El Regreso es un éxito sin precedente porque ha conseguido repartir la miseria en los supermercados vacíos de género. “El Regreso es progreso” gritan las paredes embadurnadas de pintadas y los eslóganes oficiales colgados de los cartelones gigantes. “El presidente es un abnegado estadista.” El señalamiento del disidente, acusándolo de traidor a la patria, a los muertos y a la raza es un lugar común. Y lo que más importa de todo: arrojar dudas sobre su reata, no ser akusara auténtico, cristiano viejo, la acusación de aketom que conlleva vivir con miedo de por vida. 






"¡Por Dios os lo suplico!¡No me bajéis ahí! ¡La Morba no!"

El presidente Rebai departe con los que van a lo suyo el miércoles a mediodía, se le amontonan el trabajo y los compromisos. Le informan del fracaso del chantaje de la niña con el Campeón. No quiere firmar la orden de pago de los suministros para los del Regreso a pesar de que los esperan como agua en mayo. Monta en cólera cuando le dicen que han lapidado a su sobrino Aitor. Lo saben desde el lunes y no le han dicho nada: “¿Cómo va a dirigir todo si no le cuentan los suyos la verdad?” Se pregunta enfurecido. Ahora lo que importa es que nada llegue a la prensa. Apagón informativo sobre el asunto hasta el día después de las elecciones. 

El presidente ha llamado al cerrajero de guardia para que abra una caja fuerte del palacio de los Rocher el miércoles por la tarde. Para nada porque resulta estar vacía. Mientras el operario hace el trabajo fino, de precisión de relojero, Rebai dialoga con Klatak y el cerrajero. A través de esta conversación a tres bandas los lectores nos enteramos de que los planes del presidente pasan por ganar las elecciones, para ello requiere que la muerte de Aitor no se haga pública hasta el día de reflexión. Los autores han sido los basuras del Sur. A ello se suma la esperada victoria de Caballo en el campeonato del mundo de boxeo. Las cápsulas de sangre 858 son el as que guarda en la manga que lo harán invencible. Sangre mestiza de basuras y akusaras, “sangre surgida del odio y del dolor.” Esa sangre manchada es la causante de los cuatro nabulas muertos. Él le dio las cápsulas a los jinetes akusaras. Siempre que la gente se deja comprender de que el culpable es el Sur, el gana. Después deben desaparecer los cuatro jinetes, Berteanak, el cerrajero y el apuntador, no quiere huellas de sus fechorías. 

El lienzo de Ignacio Zuloaga, “La víctima de la fiesta” en el que el caballo flaco (solían ser caballos viejos que ya habían servido bien, descartes del ejército) ha salido indemne del combate con el toro. El simbolismo con don Quijote vencido y el rocín flaco, Rocinante, de regreso a la aldea después de las desventuras es claro. El propietario del cuadro es la Hispanic Society of America desde 1928 y ha viajado a España para alguna exposición. Si el caballo de Zuloaga hablara, se descubriría la inmundicia pornográfica (nadie dijo que la independencia significara voto de castidad y de pobreza), el racismo pringoso de estos salvadores de la patria a bombazos. 




"Klatak mira por última vez el Zuloaga"


Mientras tanto la comitiva fúnebre avanza lenta por los caminos embarrados de Akúside (Juana la Loca llevando el cadáver de Felipe el Hermoso por los campos de Castilla). Los hombres de Axiámaco flaquean. Los integrantes del comando acompañan la carreta con el cadáver de Aitor tirada por un caballo percherón. Llueve a mares. Se cruzan con otra carreta de Aketoms, ciudadanos de segunda, material sobrante. Dos hijos llevan a la madre, atada como una cabra, a despeñarla por el barranco de Morba. Ellos dicen que la llevan al médico. Axiámaco, la autoridad, no pierde ni un minuto con ellos, son Aketoms. Que los parta un rayo y que ellos se las entiendan con sus códigos de tirar cabras desde los campanarios, como raza inferior. “A los viejos se les aparta después de habernos servido bien.” Joan Manuel Serrat así lo canta. 

El jueves de madrugada los cuatro jinetes exterminadores de niños akusaras cruzan la estepa a campo través y llegan al roble seco en lo alto del cerro. Detrás, la senda que abre una herida profunda en el bosque. En zigzag, a la luz de la luna llena, con las riendas atadas a las barrigas para retener a los caballos, bajan el cerro. A lo lejos, el lago cubierto de niebla. Se adentran en la espesura del bosque de higueras y alcornoques. Uno de los jinetes se inyecta en el brazo la cápsula de sangre 858. Abren un claro en el bosque a machetazos, el jinete esclarecido se desnuda, se encarama en una higuera y se corta una uña del pie de la que sale un hilo de seda negra con el que ata el cuerpo a una rama de la higuera, envuelto todo como una crisálida, duro como el caparazón de un escarabajo. A mediodía, los otros tres beben de la bota vino con leche de cabra y juegan al trío con las tripas de árate. Se oye un ruido que proviene del interior del capullo de brillo anaranjado, como el rasgado de un trapo seco. La crisálida se abre en dos y de su interior sale una forma humana que se desploma al suelo como la placenta de una vaca recién parida. El engendro se despereza y toma forma de hombre insecto. Los tres jinetes y el ser insecto reemprenden la marcha valle abajo al salir la luna.

En los pechos de los montes me amamanto 
y en la cornisa de los riscos me sostengo: 
por eso esta noche les voy a decir de dónde vengo. 
 Vengo del ronco tambor de la luna 
en la memoria del puro animal, 
soy una astilla de tierra que vuelve 
hacia su antigua raíz mineral.
El Cabrero


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

La seña Carmen dijo...

"Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global, hay que hacer algo ya” (Christine Lagarde, presidenta del FMI). Para distopías basta acudir a los periódicos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Estamos a un tiro de piedra de llegar allí...

Abejita de la Vega dijo...

Tomado de mi blog, en la crónica de la reunión lectora presencial. Se comenta que nadie ha leído Akúside, yo sólo la mitad.

(P.O.) Hay un lector virtual, Pancho, que la ha leído y la está comentando en su blog.

-(L.) ¡Pancho puede con todo!

La lectora que decía eso de Pancho era yo. Besos.