miércoles, 21 de diciembre de 2016

Niebla (8) Miguel de Unamuno. Apagar el fuego.





"La fe es transportadora de montañas"


Niebla (8) 
Miguel de Unamuno 

La visita que Augusto le hace a Antolín Paparrigópulos, experto investigador, es una antología. Lo hace para interesarse por la psicología femenina, pero en realidad no es más que una excusa para que el autor se extienda sobre el papel primordial que juegan los críticos en la difusión de una obra literaria. Por ende, de cualquier otro arte, así como las intrigas y envidias entre ellos (como el navajeo en los partidos políticos.) 

Después de las divagaciones sobre la existencia ante el espejo, Augusto se muestra confundido, absorto ante la torrentera de lluvia; no sabe si ir o venir, indeciso como el asno de Buridán que se muere de hambre por no saber de qué montón de heno comer. Paralizado en mitad del incendio coronario entre Eugenia y Rosarito. Le embiste a los vuelos de la falda de cualquier cigarrera, hasta Liduvina con cincuenta, “aún está de buen ver.” En vista de que Orfeo no se define ni por una ni por otra, decide consultarlo con don Antolín Paparrigópulos, experto en estudios monográficos sobre la mujer, pero sólo en libros que es menos expuesto tratándose de ellas. Sin pasar de las palabras a los hechos. Y si ellas son de siglos atrás, mucho menos expuesto todavía para quien las estudia. “Tarea le mando.” 

Hay momentos en los que parece que Unamuno se ceba de mala manera en el personaje de Antolín Paparrigópulos y otros en que lo absuelve de todas las maldades. Lo ataca por su erudición desmesurada. Una persona joven con personalidad definida y discurso propio que proviene del estudio importante y dedicación continuada a la lectura. A través de este personaje canaliza una crítica corrosiva a los opinadores que escriben de oídas, por primeras impresiones o sin ahondar en la lectura. Al final se hace querer porque resulta ser un lector fecundo, hondo, que ya le suenan las cosas, por lo tanto puede comparar. Le sacude tanto, que le surgen defensores. Uno no entiende por qué el autor tiene que criticar a un lector minucioso que dedica su tiempo a intentar interpretar los textos. ¡Pobre hombre! Nada malo hay en pensar en castellano neto, limpio castellano. Sin dejes decadentes de modas parisinas, ni brumas norteñas, más frecuentes entre bebedores de cerveza cabezona que de sano tinto peleón de Valdepeñas. De ahí proviene la rareza de Schopenhauer. De paso le arrea estopa a los paleólogos y arqueólogos que de un hueso construyen el animal entero y con un asa de puchero toda una civilización antigua. 


"Envidiosos de antemano de la fama que prevén le espera, tratan de empequeñecerle." 


“Todo lo que en extensión parece ganarse, piérdese en intensidad.” Se repite el experto estudioso como una manía. Algo parecido ya se dice en muchas casas, establecido como verdad universal por la sabiduría popular: Mucho y bien, busca quien. A los estudiosos califica de “abnegada legión de los pincharanas, cazavocablos, barruntafechas y cuentagotas de toda laya.” Seguro que a los blogueros nos llamaría capacobardes o algo parecido (desafortunado adjetivo que García Calvo da a los matones de patio y canta Amancio Prada). A Schz Paparrigópulos hay que verle en la suerte (los tres tercios de la lidia). Aconseja estarse quieto, no hacer nada. Para qué hacer si la gente seguirá yendo a la taberna aunque lea la “edición popular de los apólogos de Calila y Dimna con una introducción acerca de la influencia de la literatura índica en la Edad Media española” Ahora está inmerso en un trabajo arduo sobre la historia de los autores españoles oscuros, aquellos olvidados que no figuran inscritos en etiquetas ni generaciones. 

Nada malo existe en “introducir la reja de su arado crítico, aunque sólo sea un centímetro más que los aradores que le habían precedido en su campo, para que la mies crezca, merced a nuevos jugos, más lozana y granen mejor las espigas y la harina sea más rica y comamos los españoles mejor pan espiritual y más barato.” Pero surgen otros eruditos singulares que, envidiosos de la fama que se prevé de los estudios o porque no se les ocurriera a ellos antes, le acusan de oscurantismo, de borrar sus propias huellas investigadoras o de plagiar autores extranjeros, ignorantes de que la fe mueve montañas y hablan de oídas porque Paparrigópulos aún está por dar algo a la estampa. Tiene el defecto de no ponderar los textos originales, una obra tiene valor si ha merecido el juicio de eruditos, a ellos se dirige como referente. Los textos originales son textos muertos. 

Paparrigópulos le señala que para comprender a la mujer hay que sacrificarse y dice una verdad como un templo: “La obra humana es colectiva; nada que no sea colectivo es ni sólido ni durable...” Es decir que si la Divina Comedia, un lienzo de Velazquez o una tragedia de Shakespeare existen, solo fue posible porque hubo otros que trataron el tema antes. La reescritura, el eterno palimpsesto del arte. Cuántos textos maravillosos son textos muertos, totalmente olvidados porque no tuvieron la fortuna de que algún Paparrigópulos se fijara en ellos. Augusto termina la visita con el revelado de un misterio, el enigma del alma de la mujer. Sabe que esto le traerá problemas de la mitad de la población humana y hace como Cervantes, recurre a Cide Hamete, el narrador inestable. En este caso habla a través de la pluma de un desconocido escritor holandés del Siglo XVII que afirma: “Así como cada hombre tiene su alma, las mujeres todas no tienen sino una sola y misma alma, un alma colectiva, algo así como el entendimiento agente de Averroes, repartida entre todas ellas.” 

Es por eso que Augusto Pérez al enamorarse de una, se enamora de todas a la vez. La ciencia es comparación, pero en cuestión de mujeres no es lo mismo porque “quien conozca una, una sola bien, las conoce todas, conoce a la Mujer." 



"Hay que guardar el agua del pozo,  no la del manantial."

Además, también rige en cuestión de mujeres que “lo que se gana en extensión se pierde en intensidad.” Y Augusto lo que quiere es dedicarse al cultivo intensivo, no extensivo de la mujer. Si de lo que se trata es de comparar mujeres, mejor tres, el número mágico, la dualidad nunca cierra, por lo menos la terna para cerrar el poliedro. La teoría de la cuadratura para cerrar el círculo se ajusta a su caso particular. Él tiene a Eugenia que le habla a la cabeza; Rosario que le dispara al corazón y Liduvina que le atiende el estómago. Las tres facultades del alma: inteligencia, sentimiento y voluntad. 

Augusto pone la cabeza a divagar,  como de costumbre traza un plan. Pedirá relaciones de nuevo a Eugenia y como es mujer de palabra, lo rechazará aunque solo sea por salirse con la suya. Rosarito siempre espera y como no sabe bien qué decir, hace. La cubre de besos, la achucha y ella corresponde. Se sorprende “acariciando con las temblorosas manos las pantorrillas de Rosario.” Pero como es raro, lo que quiere es mirarse en los ojos de una mujer. Al verse tan insignificante que casi ni se encuentra al palparse, la despide de casa entre la cara de estupefacción de ella por la locura de enfrente. Confiesa que no sabe lo que hace, pero lo que no se sabe es lo que no se hace. 

Sale a la calle con la sensación de “que el tiempo perdido no vuelve trayendo las ocasiones que se desperdiciaron.” La calle le calma, la muchedumbre es como el bosque que diluye lo individual del árbol, pone a cada uno en su lugar, lo reencaja. La locura le aplasta, no le abandona la sensación de estar loco.



Que con el aire que tu llevas 
cuando vas a caminar 
hasta el farol de la cola 
que tu lo vas a apagar 

To el agüita del mar 
ni con toíta el agüita del río 
podrán apagar el fuego 
de un corazón encendío
Fosforito





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



7 comentarios:

La seña Carmen dijo...

Solo faltaba una escoba con faldas en la escena. La del asno de Buridán es poco.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Voy pensando que detrás de Antolín había algún personaje de la época que trae a colación don Miguel...
Y acabas con Fosforito, qué grande.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Me pareció un capítulo divertidísimo. Don Miguel, en la vida real, recriminaba a Sánchez Rojas que no era exacto; sin embargo parece que aquí hay una burla a los eruditos excesivamente meticulosos y que escogen y profundizan en temas de estudio sin importancia.
Unamuno, en febrero 1914, en La Vanguardia: “Sánchez Rojas nunca ha pecado de exactitud y propende más bien al confusionismo”
p.43. Crónica de un cronista –Julián Moreiro Prieto: “Sánchez Rojas manifestó en varias ocasiones un desprecio profundo por la erudición, aprendido tal vez, por rechazo, en las aulas universitarias.”
También pienso que en la cabeza del rector y en la de Sánchez Rojas, y en muchos de sus coetáneos, Antolín Paparrigópulos, tenía rostro y nombre identificable, y coincidía en todos sus rasgos caricaturizados.

Un abrazo.
P.D.: Qué excelente: ‘La cara del que sabe’. Y el cante de Fosforito.

PENELOPE-GELU dijo...


Buenas noches, pancho:

Sale desde hace tiempo un formato para los comentarios diferente, que al dar publicar, dice error.
He tenido que hacer varios intentos para conseguir que salieran publicados. En mi blogs, también me ocurre.

Quería decirte que al fin entré en Facebook. Anteayer me referí a ti, al compartir una entrada en la que hablaba de Luis Felipe Comendador, y cómo tú te interesaste -por él- en la poesía de César Vallejo.

Estaré unos días sin conexión a internet, pero quiero desearte Felices fiestas.

Abrazos.

Abejita de la Vega dijo...

Unamuno se ríe de ciertos eruditos e investigadores. Paparrigópulos...seguro que no se llamaba Antolín.

Un abrazo y feliz Navidad, Pancho.

Ele Bergón dijo...

En este libro de Niebla, casi todo es una excusa de Unamuno para dejar sus pensamientos y su filosofía, como excusa también es, este comentario para desearte unas Felices Fiestas y un interesante y feliz Año nuevo 2017.

Gracias por pasarte por mi blog. Sé que yo tampoco te he frecuentado mucho últimamente, pero sí he echado de menos tus comentarios.

Besos

Paco Cuesta dijo...

El retrato que de Antolín hace Unamuno, a mi, me parece absolutamente entrañable; tal vez por lo contradictorio.