jueves, 31 de diciembre de 2015

Novelas Ejemplares (y 14) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes. Sueños rotos






Acabamos el año 2015 con Cervantes. La casualidad quiere la coincidencia de finales repetidos: fin de año y final de relato de este coloquio imaginario entre dos perros dotados de palabras sabias. La costumbre impera, el corazón impone buenos deseos para el nuevo año a todos los amigos y lectores que por aquí se acercan, también centenario cervantino. Mucho diálogo para los que tienen la llave, salud y aires nuevos para todos. Y si les gusta leer,  les invito a que sigan haciéndolo. Siempre a tu lado para que no se rompan los sueños:   

Novelas Ejemplares (y 14) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Berganza vuelve a toparse con el poeta en la ciudad. Éste le da de comer un rescaño de pan más tierno que los de la huerta, con ello entiende que algo ha mejorado la situación del poeta. De lance en lance van a parar a la casa de un autor de comedias. El amo poeta recita la obra a toda la compañía que está allí presente, con poco éxito, pues a la mitad de la lectura únicamente quedan escuchando el narrador y el representante. Sólo la intervención del autor evita el manteamiento. “No es bien echar margaritas a los puercos,” sentencia el poeta dramaturgo con resentimiento, convencido de su valía ante la incomprensión de su trabajo. 

Nuevamente cambia de amo el perro protagonista y narrador, se queda ahora con el autor. Lo enseñan a arremeter contra los alborotadores de los entremeses, oficio que hace reír a los ignorantes y que da ganancias al dueño. La compañía llega un día a Valladolid, principio y fin del relato, aquí recibe una herida en una reyerta durante la representación de un entremés, casi ve el fin de su vida. 

Otro día observa a Cipión que lleva la linterna del buen cristiano Mahudes y viéndole contento con el trabajo, le sigue los pasos y Cipión le acoge como compañero. Una tarde de verano, ya en el hospital, escucha quejarse de su suerte a un poeta, un matemático, un alquimista y un arbitrista. El poeta se considera maltratado por la suerte al no conseguir que un príncipe le respalde económicamente en la publicación de un libro de poemas de tono elevado y heroico, escritos todos con palabras esdrújulas y sin admitir verbo alguno que les dé sentido. 






"Veintidos años ha que ando tras hallar el punto fijo, y aquí lo dejo, allí lo tomo."


 La queja del alquimista va por el mismo sendero. Está seguro de poseer el secreto de la piedra filosofal: sacar oro y plata de las mismas piedras. Hacerse rico como Midas, pero le falta el príncipe con dinero que le financie las herramientas para hacerlo. 

El matemático lleva veintidós años entregado a dos investigaciones: buscar el punto fijo y la cuadratura del círculo. Cuando parece que ya los tiene en la faltriquera, siempre ocurre algo que le hace rodar al cuadro uno y empezar de nuevo, como Sísifo con el trabajo a cuestas. 

El arbitrista apunta trazas de eficaz secuaz de Montoro, insaciable chupasangre con los impuestos. Señala que la pobreza ha juntado a cuatro quejosos en el hospital. De su magín han salido muchos tipos de impuestos que han dado numerosos ingresos a la corona en tiempos pasados. Ahora cabila otro nuevo plan. Plantea que todos los vasallos entre catorce y sesenta años de edad se pasen un día al mes a pan y agua, lo que se ahorre, que vaya a las arcas de la corona sin defraudar un ardite. Calcula que en veinte años la corona quedará desempeñada. Prevé tres millones de reales mensuales libres de polvo y paja. El impuesto agradará al cielo, servirá al Rey y hará bien a la salud. Además se recogerá en “las parroquias sin costas de comisarios que destruyen las repúblicas.” 

Se ríen todos de sus propios disparates puestos en común, Berganza incluido, que se percata de que la mayor parte de los que tanto desvarían viene a morir a los hospitales. 

Aposentado en la nueva ocupación, un día yendo a pedir limosna se acercan a casa del Corregidor. Con toda su buena voluntad intenta denunciar el caso de las mozas vagabundas que van al hospital y los enjambres de hombres perdidos que las siguen. Una plaga intolerable, pero no le salen más que ladridos de tono subido, a resultas de lo cual los criados le miden las costillas a palos. 

No entiende Berganza la razón de su castigo. Es Cipión quien le aconseja que no debe meterse en asuntos que no le incumben. Porque nunca el consejo del pobre por bueno que sea, fue admitido, ni el pobre humilde ha de tener la presunción de aconsejar a los grandes y a los que piensan que lo saben todo. La sabiduría en el pobre está asombrada, la oscurecen la necesidad y la miseria. Berganza promete seguir sus consejos en el futuro. 

Con la novela ya en sus últimos suspiros y entrándoles el día por las ventanas, se apura Berganza a contar otro sucedido que le ocurre con otro animal de cuatro patas, una perrita faldera. Le muerde la perrita al sentirse amparada por una señorona de casa principal. Cipión, que de todo saca enseñanza y moraleja, le advierte de que también los hombritos ruines se atreven a encararse a la sombra de sus amos, pero dejan al descubierto su poco valor en cuanto les falta el árbol que les cobija. La virtud es solo una y aunque pueda padecer en la estimación de las gentes, “no en la realidad verdadera de lo que merece y vale.”  Qué imagen tan poderosa y ajustada a la realidad nos deja Cervantes en este final del relato. 




"Aunque este coloquio sea fingido y nunca haya pasado, paréceme que está tan bien compuesto, que puede el señor Alférez pasar adelante con el segundo"


En la coda final del Coloquio de los perros regresamos a la realidad, todo ha sido ficción, un sueño. El Licenciado acaba la historia y da licencia al alférez despierto para pasar a la segunda parte. El Alférez, animado por la buena recepción del mensaje y el permiso, lo promete,  ya sin discutir si hablan o no los perros. De momento se van al Espolón a recrear los ojos del cuerpo. Justo el último día del año para que no se rompan los sueños. 

Ya no persigo sueños rotos, 
 los he cosido con el hilo de tus ojos, 
 y te he cantado al son de acordes aún no inventados.
Los Secretos





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

¿Y si todo es un sueño de Dios? ¿Y qué pasa el día en que Dios deja de soñarnos? Nunca olvidaré el día en que leí "Niebla" de Unamuno.

De la misma manera que Campuzano soñó a sus perros habladores, entre sudores de guayacol y delirios febriles, Cervantes soñó a Campuzano. Dios dejó un día de soñar a don Miguel. Y nos quedan rastros de ese sueño en unas páginas impresas,

Un placer visitarte y leerte.

¡Feliz Año Pancho!

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

«[el licenciado ]…“Yo alcanzo el artificio del Coloquio y la invención, y basta. Vámonos al Espolón a recrear los ojos del cuerpo, pues ya he recreado los del entendimiento.”
—Vamos —dijo el alférez.
Y, con esto, se fueron.»

¿Y qué mejor remate?
Salud para todos y que se cumplan los buenos deseos en este Año Nuevo 2016.

Un abrazo
P.D.: La canción de 'Los Secretos' la pediré en la carta de Reyes, en la versión de mi pianista favorito. A ver.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡Qué bien concluir el año con Cervantes y con su apelación a la virtud: esta virtud es la guía del ser humano. O al menos así debería serlo. Y Cervantes tiene que ponérnoslo en un coloquio perruno para que nos enteremos.