jueves, 4 de septiembre de 2014

Caballero andaluz





"Nosotros somos caballeros granadinos, y vamos a la insigne ciudad de Zaragoza a unas justas que allí se hacen"


El Quijote de Avellaneda 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo I 

La primera preocupación del autor es tratar de resolver el conflicto del narrador, el origen del que procede la materia narrativa. El sabio Alisolán, veraz y moderno historiador de estirpe mora agarena, encuentra entre olvidados legajos antiguos la historia de la tercera salida de don Quijote para asistir a las justas de Zaragoza. Seis meses tienen al hidalgo  confinado en casa, amarrado el pie a una pesada cadena como si fuera un condenado a galeras. La buena comida y los cuidados de su sobrina Magdalena “lo volvieron poco a poco a su natural juicio”. Los libros que sus carceleros le endosan también ayudan a la liberación de la prisión, buena muestra de los peligros de la lectura de novelas en lectores impresionables. Tanto que se nos vuelve beato de misa diaria, rezo del rosario al atardecer y subida a los altares incluida. En su presencia ya nadie le llama don Quijote, sino Martín Quijada para no recordarle su pasado de caminante armado y aventurero. Aunque bien que se comentan sus conocidas peripecias para liberar a los galeotes y la penitencia en Sierra Morena para regocijo general. 

Magdalena muere de calenturas efímeras que en veinticuatro horas la mandan al otro barrio. Como consecuencia de su movilidad reducida, el cura le manda de sustituta una vieja harto devota para que lo atienda, le guise la comida y ya de paso los tenga al tanto de la evolución de lo suyo. 

Sancho acude a visitarlo. Comprueba que ya no lee libros de caballeros andantes sino de santos andantes descabezados que se dejan despellejar y asar vivos con tal de ganar el paraíso terrenal. Santos de chapa e imán. Las vidas de santos de muerte truculenta traen a la memoria de  Sancho una lectura que el muchacho de Pedro Alonso había leído el domingo anterior en el molino a una audiencia reunida a la sombra fresca de un fresno frondoso y espeso. Caballeros que abren rocas de un espadazo, bellas damas encantadas y “cuchilladas que parten hombre y caballo.” Escuchar el relato, recordar y levantar la mollera de don Quijote es todo uno e instantáneo. Eterno problema y difícil de atajar el de los libros que se prestan, desaparecen de las bibliotecas y no se devuelven. 



"Deben ir a la corte a negocios de importancia, pues su traje muestra ser gente principal"

Aparecen en escena cuatro hombres principales acompañados de un nutrido séquito, numerosas bocas que mantener para la pequeña aldea de Argamesilla. (Cuatro “por cierto” seguidos. Don Alonso Fernández de Avellaneda no debió releer el texto para tratar de corregir la muletilla también muy usada hoy en día, casi tanto como el adjetivo “brutal” en los escritos modernos de internet). Cuatro caballeros granadinos se dirigen a Zaragoza a ganar honra. Se dividen el alojamiento entre los dos alcaldes de la aldea, el cura y don Quijote. Uno por cabeza y con la intención de partir con la fresca para así evitar los calores del mediodía. Don Quijote les da de comer aves y palominos que guardaba en abundancia como buen hidalgo aficionado a la caza cuando la había. Uno de ellos es don Álvaro Tarfe, viejo conocido de Cervantes y de los lectores de la segunda parte de su Quijote. Proviene de reyes moros del antiguo reino de Granada. Va a Zaragoza porque así se lo ha pedido un serafín revestido de mujer: “El cual es reina de mi voluntad, objeto de mis deseos, centro de mis suspiros, archivo de mis pensamientos, paraíso de mis memorias y, finalmente, consumada gloria de la vida que poseo.” A la vuelta le llevará como presente alguna de las ricas joyas y preseas que ganan los vencedores. Se interesa por la filiación de una señora que merece tantos desvelos, por ver si son correspondidos. Dieciséis años de la hermosura más luminosa de toda Andalucía metida en un cuerpo pequeño. Don Quijote considera esta falta un defecto de tono menor. Señala que muchas damas lo remedian con un palmo de chapín valenciano bajo los pies. Jamás la belleza se vendió a granel, ni las piedras preciosas a paladas, contradiciendo a Aristóteles que proclamaba una disposición a “que tire a lo grande en la belleza de mujer,” mientras Cicerón se inclina por “una conveniente disposición de sus miembros.” 

Capítulo II 

Don Álvaro Tarfe observa a don Quijote cariacontecido, le inquiere sobre las razones de su ensimismamiento sobre todo a la hora de responder a las preguntas ad Ephesios, saliéndose por los cerros de Úbeda:  
“¿Está usted soltero o casado, Señor Quijada?” le pregunta don Álvaro. 
« ¿Rocinante? Señor, el mejor caballo es que se ha criado en Córdoba» contesta el hidalgo sin pies ni cabeza en la respuesta. 

Se presta el recién llegado a remediar en lo que esté en su mano, pues así como las lágrimas que salen por el venero de los ojos son sangre del corazón y alivia de la melancolía al que lo sufre cuando se cuentan las tristezas, también se alivia el que lo oye porque, como desapasionado, suele “dar el consejo que es más sano y seguro al remedio de la persona afligida.” 

"El no comer para los castraleones, que se sustentan del aire"

Don Quijote lo justifica diciendo que quien ha profesado en la orden de caballería y ha sorteado multitud de peligros, luchado con jayanes descomunales, magos malandrines, princesas encantadas y ha matado grifos y serpientes, peleado con rinocerontes y endriagos es natural que en los negocios de la honra se quede suspendido en la imaginación y entre en éxtasis. Lo que ahora le aflige es un asunto de amores. Se confiesa enamorado, herido por la saeta del hijo de Venus. Herida que únicamente Dulcinea puede sanar. 

El caballero andaluz se admira de que alguien que pasa de los cuarenta y cinco discurra por los caminos del amor, llenos de malas noches y peores días. Quiere saber el nombre de la mujer que merece y hechiza los ojos de don Quijote, debe ser una “Diana efesina, Policena troyana, Dido cartaginense, Lucrecia romana o Doralice granadina.” Dulcinea del Toboso a todas excede en belleza y en maldad. Imita en crueldad y fiereza a la inhumana Medea. Tigresa hircana. Extinto tigre de Tasmania.

El caballero granadino no conoce a Dulcinea. “No todos saben todas las cosas” le replica don Quijote ágil de reflejos, pero promete que su nombre será conocido en todos los rincones de España y del extranjero. Saca una carta que le escribe con más ternura que las enviadas por Petrarca a Laura, con poesía más heroica que Homero y Virgilio juntos y otra de respuesta de la dama. 

Sancho no guarda buen recuerdo del día de lluvia que fue a entregársela en mano. “¡Infernal torzón le dé Dios!” Lo recibió con una palada de estiércol de lo más curtido y remojado en los morros. Se le enredó en las barbas y tardó tres días en verle la cara. 


"Hijo Sancho, bien sabes o has leído que la ociosidad es madre y principio de todos los vicios, y que el hombre ocioso está dispuesto para pensar cualquier mal"

En la carta le declara su amor con desusado lenguaje arcaico. Fascinado por su belleza, se rinde a ella sin condiciones: “Si el amor afincado, ¡oh bella ingrata!, que asaz bulle por los poros de mis venas, diera lugar a que me ensañara contra vuestra fermosura, cedo tomara venganza de la sandez con que mis cuitas os dan enojoso reproche.” […] Le ruega que “si alguna desmesuranza he tenido, me perdonedes; que los yerros por amare, dignos son de perdonare.” Postrado de hinojos se despide de la emperadora. 

Don Quijote justifica el uso de la redacción antigua por un deseo de imitar con palabras lo que en actos intenta de Fernán González, Peranzules, Bernardo del Carpio y el Cid. Don Álvaro Tarfe se fija en la rúbrica del texto, aclarada con "El Caballero de la Triste Figura", Don Quijote de la Mancha." Explica su singularidad, se cambia el nombre por imitar a Amadís. El no plagia a nadie, su nombre es una deformación del Quijada que porta en su apellido. 

Ella responde que no quiere tratamientos de emperatrices ni de infantas. Su nombre es Aldonza Lorenzo o Nogales por tierra mar y aire. 

 -“¡Oh, hideputa! -dijo Sancho Panza-. ¿Conmigo las había de haber la relamida! A fe que la había de her peer por ingeño” Si de el dependiera le enviaría a vuelta de correo media docena de coces para que no fuera tan descarada y respondona. Si con el diera, le daría una coz más redonda que de mula falsa de fraile. 

Sancho se ofrece para quitarle las botas al noble invitado que se retira a dormir y poder aprovechar la fresca del amanecer. El padre de Sancho tuvo don. Fue Pedro el Remendón y murió de sabañones porque cada uno se muere de lo que quiere. Don Quijote y la vieja cuidadora entran en el aposento portando una bandeja de peras y una garrafa de vino blanco para agasajar a don Álvaro Tarfe. Sancho acepta quedarse en casa de don Quijote, es tarde y los bostezos menudean. Le confiesa a su escudero que se siente ocioso, que no cumple con el cometido de la orden de caballería y el tampoco con la lealtad de escudero que prometió. Sancho no quiere saber nada de guerreamientos que lo único que le trajeron fue la pérdida de su burro en su anterior salida. Don Quijote vence las reticencias del escudero prometiéndole que esta vez todo será distinto. Le comprará un asno fuerte, mucho mejor que el robado por Ginesillo. Llevarán dineros, provisiones y ropa abundante para cambiarse. Le pagará un jornal. 

 “No quiero dormir, sino velar, trazando con la imaginación lo que después tengo de poner por efecto,” expone nuestro hidalgo al ver al criado rendido de sueño. Al final de la noche se queda dormido después de darle muchas vueltas a quimeras imposibles y desvanecidas fantasías. 



 Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo,
y un maestro
en refrescar manzanilla.
A. Machado/Serrat




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde antiguo su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

4 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

Habrá que acompañar camino de Zaragoza, y camino de la corte de Madrid, a este "Quijote" avellanado, exagerado, más loco, más barroco, más propio de los vientos contrarreformisas. Con un Sancho demasiado comilón y guarrete. Chirria pero no es mala novela.
Un abrazo y bienvenido Pancho.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Veo que te va ganando la novela... Me alegra. Es una buena narración que se queda siempre un punto por debajo de Cervantes. Cómo no.
Lo que me gusta es cómo Cervantes supo sacar lo bueno que tiene esta de Avellaneda: véase el personaje del que hablas, Don Álvaro Tarfe.
Comenzamos...

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, pancho:

Lo que voy leyendo me ha parecido divertidísimo e ingenioso.
Recordaremos y compararemos con el auténtico de Cervantes.
Me he retrasado en teclear, no me dará tiempo de acabar la entrada.

Un abrazo.

P.D.: Machado con su amor único, como Don Quijote, tan diferente al Don Guido de sus versos, jaranero y de amoríos múltiples. Estupendo Serrat.

Paco Cuesta dijo...

Apoyado por tan buen comienzo intento ponerme al día.
Gracias Un abrazo