"Castellano y caballeros, mirad si de presente se os ofrece alguna cosa
en que yo os sea de provecho; que aquí estoy pronto y aparejado para
serviros."
1958. Garden City. Garden
El Quijote de Avellaneda (3)
Alonso Fernández de Avellaneda
Capítulo V
Las preocupaciones por las justas reales de Zaragoza sacan de quicio a don Quijote; no le dejan pegar ojo por la noche, salvo contra la mañana un poco. Una nueva empresa aumenta el desasosiego: el empeño en defender la hermosura de la moza gallega contra viento y marea y proclamarla señora de un imperio imaginario. Sancho acude en su ayuda y le salva; no será necesario que se preocupe de la moza porque está contenta y “bienpagá” con los doscientos ducados que le dio. Almuerza de pie, de prisa y corriendo, porque las ordenanzas mandan no comer en manteles hasta acabar la aventura. Ya prestos, acorazado y a caballo, se ofrece al castellano y caballeros presentes para todo lo que deseen. Que paguen la cuenta de lo gastado, que asciende a catorce reales y cuatro cuartos, es lo que quiere el posadero. Ordena a Sancho que salde la deuda, decepcionado por el comportamiento del castellano al que rebaja a la condición de simple ventero.
Ya estaba listo para la marcha cuando ve a la moza gallega barriendo el patio del establecimiento. Recuerda sus promesas, se dirige a ella como Soberana Señora. Le pide que suba al palafrén y lo acompañe. Si no tiene tal delicadeza, se digne subir al pollino de Sancho, (que sigue sin tener nombre) irá como una emperadora.
El ventero se encabrita, temeroso de que el tratamiento de princesa e infanta le deje sin criada. Desconfiado y con miedo de que rompa el trato que hicieron cuando la sacó de la putería de Alcalá, le da tres o cuatro coces en las costillas y una bofetada. El maltrato a la moza del partido inflama el corazón del Caballero Desamorado. Con la rabia de un aspid pisado, echa mano a la espada y descalabra al tabernero de una cuchillada fallida.
-Guerra, Guerra, grita don Quijote encendido de cólera. Acto seguido se retira del campo de batalla a gambetear con su caballo al observar cómo todo el mundo de la venta se abalanza sobre el arma más cercana.
"¡Oh sandio y vil caballero, así has ferido en el rostro a una de las más fermosas fembras que a duras penas en todo el mundo se podrá fallar! Pero no querrá el cielo que tan grande follonía y sandez quede sin castigo."
1964. Madrid. Nacional
Capítulo VI
Reaparece la magia de la media docena, la fascinación por el número seis, la libertad después de los seis meses de encierro. Seis días de andar por los caminos polvorientos de Aragón en el capítulo seis en dirección a Zaragoza sin ninguna aventura digna de reseñar en el relato, salvo la simpleza de Sancho y las quimeras de don Quijote que hacen reír a los paisanos de las poblaciones por las que pasan. En Ateca don Quijote hace de cartelista. Compone un cartel, firmado por el Caballero Desamorado, de apoyo a las mujeres. Merecen ser defendidas y amparadas en sus cuitas como dios manda y así lo ordena la orden de caballería. Por lo demás, los caballeros se sirvan de ellas para la generación, “sin más arrequives de festeos” como los que el sufre por las ingratitudes de la infanta Dulcinea del Toboso.
A tiro de piedra de la fértil huerta de Calatayud hay un melonar con una cabaña. El melonero guarda con celo, lanzón en mano, los melones. El tropel de gente que se aproxima a Zaragoza, atraídos por la competición de caballeros, obliga al melonero a hacer guardia permanente. La visión del vigilante armado trastorna el entendimiento de don Quijote que fantasea en un desvariado discurso.
El celoso guardián de sus melones le parece Roldán, el Orlando Furioso de la leyenda, invencible guerrero dotado de fuerza descomunal, capaz de voltear una yegua y lanzarla dos leguas con el brazo. Pero don Quijote está en posesión del secreto. Sabe que su punto débil es la planta del pie. Su derrota es su victoria. La gloria al alcance de la mano, nadie dudará de la potencia de un brazo capaz de lanzar una yegua cuatro leguas. Hasta el Rey de España querrá contemplar de cerca el “alfiler de a blanca”, artífice de la victoria y las alforjas con la cabeza de Roldán que llevarán de trofeo, la gala y la flor del invicto manchego y gran español don Quijote.
Sancho mide el terreno con los pies. El melonero actúa correctamente al defender lo suyo. Los de fuera harán mejor en no alborotar a quien guarda su hacienda. Lo último que le gustaría es echarse encima la Santa Hermandad y la consiguiente condena a galeras hasta que las canas pueblen las pantorrillas. Además, Rocinante está cabizbajo, con pocas ganas de batallas con meloneros feroces. Si le preguntáramos, “más querría medio celemín de cebada que cien hanegas de meloneros.” De nada sirven los ruegos del escudero en nombre de él mismo y de las bestias insensitivas. (qué mal lo tendría Sancho con los evolucionados animalistas de hoy en día) “Lo que podemos her es: yo llegaré y le compraré un par de melones para cenar, y si él dice que es Gaiteros, o Bradamonte o esotro demonio que dice, yo soy muy contento que le despanzorremos; si no, dejémosle para quien es, y vamos nosotros a nuestras justas reales.”
"Le dieron tres o cuatro en la cabeza, con que le dejaron medio aturdido y aun muy bien descalabrado."
1950. París. Editions
La ocasión la pintan calva y don Quijote está decidido a no desperdiciar la oportunidad de ganar honra y fama presentándose en Zaragoza con la cabeza de Roldán ensartada en una lanza con una inscripción que diga: “Vencí al vencedor”. Le indica a Sancho que en caso de morir en la batalla, lo lleve a enterrar a San Pedro de Cardeña, al lado del Cid, donde podrá seguir ganando batallas después de muerto.
La posibilidad de quedarse solo en el mundo, sin amo y encargado de dos bestias no le convence. El corazón hecho añicos, llora. ¿Qué será de las doncellas desaguisadas, de la gloriosa nación manchega? Mejor haber muerto a manos de los yangüeses desalmados; pero, obediente, le promete enterrarlo en Constantinopla si el se lo manda, aunque tenga que vender el pollino para pagar los gastos. Con Rocinante fatigado y hambriento, casi sin resuello del cansancio, se mete en el melonar directo a la cabaña, atropellando las matas de melones con las patas. Como hace caso omiso a los requerimientos del centinela, este le lanza un par de hondazos que le rompen la adarga y dan en tierra con el hidalgo que queda malparado, medio aturdido entre el amasijo de la pesada armadura. El melonero huye creyendo que lo ha matado, pero regresa al poco rato acompañado de tres más, armados de garrotes que descargan en las costillas de don Quijote y Sancho al ver que los animales campeaban sueltos por el melonar. Se los llevan en reparación del daño.
Don Quijote delira del molimiento recibido. Achaca la derrota al traidor Bellido Dolfos, hijo de Dolfos Bellido. Ordena a Sancho que vaya a Zamora y desafíe a toda la ciudad, pero el escudero le quita las intenciones. En vista del desbaratamiento que cuatro meloneros han causado, qué no hará una ciudad entera amurallada con miles de guerreros fieros dispuestos a defenderla. Sancho propone acercarse al pueblo cercano a curarse y a que le tomen la sangre a don Quijote que tiene el cuerpo descoyuntado.
"¿Adónde hallaré yo otro tan hombre de bien como tú? Alivio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones"
1950. Quebec. Chagor
A Sancho le gusta todo de su borrico. Se deshace en lamentos por su pérdida, por su ausencia le tiembla el alma y ensarta una sucesión de quejidos: Ay asno de mi ánima, asno de mis entrañas, jumento mío, rey de todos los asnos del mundo, alivio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones, hermano de leche, ay asno mío. Qué va a hacer sin sus rebuznos de alegría cuando oye cerner la cebada. Se le seca la lengua en la boca de elogiar a su pollino ahora que le falta. Y los gamaúts del órgano trasero cuando respira para adentro.
Don Quijote sufre y disimula el dolor por la pérdida del mejor caballo del mundo, pero no renuncia a encontrarlo por toda la redondez del universo. A cuestas con la maleta y albarda se acercan al pueblo de Ateca. Don Quijote a rastras con la chapa y la adarga, nada se nos dice que cargara con más cosas
Les canto a las chicas
Canto al tabernero.
Canto a la portera
Canto a lo que sea
Canto al mundo entero.
Y con este acento
Parezco extranjero
Pero soy de Vigo
Me hago Ilamar Peter
Y mi nombre es Pedro.
Peret
Canto al tabernero.
Canto a la portera
Canto a lo que sea
Canto al mundo entero.
Y con este acento
Parezco extranjero
Pero soy de Vigo
Me hago Ilamar Peter
Y mi nombre es Pedro.
Peret
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
4 comentarios:
¿Te has fijado en la velocidad de los acontecimientos? Camino de Zaragoza, a cumplir el destino, don Quijote es más Quijote y Sancho más Sancho. Incluso sale el burro robado.
Disfrutamos, pero a uno le queda siempre el recuerdo de la parte cervantina. ¿Es difícil quitársela?
¿Cómo reconstruir el impacto del lector de la parte de Avellaneda que no ha leído aún la parte Cervantes?
Imposible desprendernos de ir a la segunda parte cervantina.
Leemos el Quijote apócrifo, una nueva aventura.
Sr. Pancho, va usted muy acelerao en sus capítulos, igual que el Alonso y mi padre por ir a Zaragoza. No me creo que fueran a esta capital. Ellos van a Barcelona.
El Sanchico que ahora es ni-ni
Besos Pancho
Luz
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