miércoles, 10 de septiembre de 2014

Secreta mujer, tan sol y tan luna





"Veré si alguna de aquellas fermosas damas que están con la reina, enamorada de mi tallazo, en competencia de otras, muestra algunas señales de verdadero amor."

El Quijote de Avellaneda (2) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo III 

Los viajeros madrugan. Los alcaldes y el cura les alumbran el amanecer antes del ser de día. Cada uno almuerza en su respectivo alojamiento. Cuando quedan solos, don Álvaro confía a don Quijote un baúl con los útiles de guerrear, la ropa de revestirse para las justas. Quiere que se lo custodie hasta la vuelta. La visión del pesado equipaje del noble alegra la pajarilla de don Quijote. Entra Sancho sudoroso, ha hecho hambre con los preparativos del almuerzo. Le cuenta los problemas con la comida, el reverso de la anorexia:  a excepción de  los meses en los que su tío, Diego Alonso, lo pone de repartidor del pan y queso de la cofradía de la caridad,  en la vida se ha levantado harto de la mesa. Como consecuencia de los atracones, tiene que aflojar un par de agujeros del cinto. 

Con las claras del alba se ponen en camino. Don Quijote se reviste, orgulloso de sus ropas de caballero andante y los acompaña junto al cura durante una media legua. Tiene que soportar de los nobles viajeros el menosprecio a su caballo Rocinante: altón, larguirucho, flaco y carcamal. Sin embargo, uno de los mejores del mundo para su amo. 

Don Quijote está dispuesto a partir también a las justas de Zaragoza y cambiar de dama, una que corresponda a sus sacrificios y que se enamore de su tallazo. Los otros caballeros le envidiarán; el los desafiará y matará para que así Su Majestad el Rey Católico le proclame como uno de los mejores caballeros de Europa. 

Pero en realidad nuestro hidalgo se muere por enseñar a alguien el contenido del arca. A su entender se lo ha traído en persona el renombrado sabio Alquife. Una armadura reluciente y armas nuevas de buena forja que entusiasman a Sancho con sus grabaduras milanesas y brillo argentado, dignas del mismo Rey. La visión desde tan cerca de la armadura le trastorna. Se viste de punta en blanco, como para una boda. El vivo retrato de los príncipes antiguos en tiempo de guerra. El peso de tanta chapa le da alas, le embravece y le confunde. Toma a Sancho por un malvado jayán, le lanza cuchilladas y estocadas que gracias a la cama acribillada que le hace de parapeto no llegan a su destino. Sancho se encomienda a todos los santos que recuerda y a las llagas de Job. Cuanto más se acobarda y más piedad le pide a su amo, más se envalentona don Quijote. La rendición sin condiciones de Sancho, descolorido ante el vendaval de cuchilladas,  incluye la entrega del mismo Anás y Caifás, lágrimas de miedo y la promesa de obediencia ciega en lo que le reste por vivir.
 “Parcere postratis docuit nobis ira leonis”. Es la propuesta de Don Quijote que para eso sabe latín. 

El ensayo de ataque le deja exhausto. Sancho se queda a comer en casa del amo. Después de comer hacen una adarga grande de cuero como rueca de hilar cáñamo. Armamento defensivo por si vienen mal dadas. El enemigo no es manco. Vende dos tierras y una buena viña para comprarle un burro a su escudero y a finales de agosto se ponen en camino por tercera vez. He aquí a un Don Quijote con más medios económicos y más prosaico que el auténtico de Cervantes que vendía las tierras para comprar libros de caballería. 
 


-Ves aquí, Sancho, uno de los mejores y más verdaderos libros del mundo, donde hay caballeros de tan grande fama y valor, que ¡mal año para el Cid o Bernardo del Carpio que les lleguen al zapato!

Capítulo IV 

Don Quijote y Sancho salen del lugar - sin contratiempo aparente- a lomos de sus caballerías en una noche esclarecida por la luna. Sancho teme que el cura y el barbero salgan en su busca en cuanto los echen de menos y los hagan volver a casa metidos en una jaula como en la salida anterior. Nuestro héroe se juramenta, volverá al lugar a “desafiar a singular batalla, no solamente al cura, sino a cuantos curas, vicarios, sacristanes, canónigos, arcedianos, deanes, chantres, racioneros y beneficiados tiene toda la Iglesia Romana, Griega y Latina; y a todos cuantos barberos, médicos, cirujanos y albéiteres militan debajo de la bandera de Esculapio, Galeno, Hipócrates y Avicena.” Le pide a Sancho que no intente impresionarle con extinguidos tigres hircanos, leones de África, ni tampoco con sierpes de Libia, ya le demostrará su incontestable valor en las justas de Zaragoza. 

Quiere que un pintor le pinte en su adarga dos hermosas doncellas enamoradas. Cupido en la parte superior disparando dardos de amor y el mismo parándolos con el escudo. Y la inscripción: El Caballero Desamorado y los cuatro versos: 

“SUS FLECHAS SACA CUPIDO 
DE LAS VENAS DEL PIRÚ, 
A LOS HOMBRES DANDO EL CU 
Y A LAS DAMAS DANDO EL PIDO.” 

Siendo el Cu unos plumajes que algunos se ponen de sombrero en la cabeza para darse importancia, como Cervantes. 

Enzarzados en estos asuntos de envidia literaria tan comunes en el Siglo de Oro, divisan a lo lejos una venta que a don Quijote le parece “uno de los mejores castillos que a duras penas se podrán hallar en todos los países altos y bajos y estados de Milán y Lombardía.Y que a Sancho se le antoja el mejor lugar para hacer noche. Unos caminantes se quedan admirados de don Quijote a cuestas con su armadura bajo el inclemente sol que derrite la sesera. Le aseguran que la venta es la Venta del Ahorcado porque hace un año colgaron al ventero por robar y matar a uno de los  huéspedes. 

-“Ahora, pues, andad en hora mala -dijo don Quijote-; que ello será lo que yo digo, a pesar de todo el mundo.” 

Le comenta a Sancho que sería conveniente que fuera por delante a reconocer el terreno y sus defensas militares, para que al llegar no se encuentren con sorpresas desagradables. El escudero se lamenta de que la locura de su amo le impida cenar a placer, sin pelearse con nadie. Y no acercarse a la venta, observar, con peligro de ser observado por el ventero, y recibir un garrotazo en las costillas por merodeo, andar por los alrededores midiendo paredes creyendo que busca robar las gallinas en los trascorrales. 

-Por vida del fundador de la torre de Babilonia que si ellas fueran mías, que las había de hacer todas de reales de a ocho, destos que corren ahora, más redondos que hostias, porque solamente la plata, fuera de las imágines que tienen, vale, al menorete, a quererlas echar en la calle, más de noventa mil millones. ¡Oh, hideputa, traidoras, y cómo relucen!

Don Quijote le enumera las cualidades que un buen espía debe atesorar para ser útil. Entre otras, no deben faltar la fidelidad, la diligencia, el mutismo y la obediencia ciega que es la principal virtud de la milicia, la que desmaya al enemigo, la que da ánimo a los cobardes y temerosos “porque, siendo obedientes los inferiores a los superiores, con buen orden y concierto, se hacen firmes y estables y dificultosamente son rompidos y desbaratados, como vemos lo son con facilidad muchas naciones por faltarles esta obediencia, que es la llave de todo suceso próspero en la guerra y en la paz.” 

La explicación, nutrida  de razones tan bien expuestas,  convencen a Sancho. Se le quitan las ganas de seguir discutiendo. “Le zorrían ya las tripas de pura hambre.” Se aproxima a la venta con la bendición de dios y de su amo. Comprueba que la venta es venta y no castillo. Hay de comer “buena olla de vaca, carnero y tocino, con muy lindas berzas y un conejo asado.” Y cebada y paja para el burro. Mientras está apajando al jumento, aparece el Caballero Desamorado. Los presentes se muestran maravillados de la presencia de semejante estantigua. Se dirige a ellos con voz arrogante: “Dadme luego aquí, sin réplica alguna, un escudero mío que, como falsos y alevosos, contra todo orden de caballería habéis prendido” Los de dentro le quitan las intenciones de guerrear, le ofrecen buena cena y mejor cama y si fuera menester una moza gallega que le quite los zapatos. Les exige la liberación de su escudero desarmado y la princesa gallega. Sancho le echa un capote, le quita hierro al asunto. Allí hay gente de buena condición y lo más importante:  pagando se come. Señala que no le han causado desaguisado, sino guisado una buena cena de la que don Quijote no come, empeñado en discursos y visajes. 

"Se sirva de prestarme hasta mañana dos reales, que los he mucho menester, porque fregando ayer quebré dos platos de Talavera"

Mientras Sancho anda en bestiales ejercicios:  atendiendo a las caballerías con el segundo pienso y agua, la moza gallega, fácil en el prometer y mucho más en el cumplir, se ofrece a don Quijote para lo que sea menester. No vaya nadie a creer que es una cualquiera; doncella sí, pero recogida. Mujer de bien y criada de un ventero honrado. Engañada por un capitán que le promete casamiento y la deja libre como un cuclillo cuando se fue a servir a Italia. Don Quijote se compadece de ella y le ofrece seguirle hasta Zaragoza donde la hará reina de algún reino extraño después de desagraviarla del desleal caballero. La disoluta mozuela que quería ganar unos reales por dormir con el hidalgo se entristece ante arenga tan prolija. Ella necesita dos reales para reponer dos platos de Talavera que rompió en el fregadero y evitar dos docenas de palos. 

Don Quijote le dice que se acueste sin temor porque el que la toque será a el mismo a quien toque en la niña de sus ojos. Ordena a Sancho que le dé doscientos ducados de la maleta, después los recobrarán con creces cuando vayan a su tierra. Para enfado del criado que poco antes se le había ofrecido en las caballerizas por ocho cuartos. Le da cuatro cuartos con los que ella quedó contentísima y bien pagada por lo que no había trabajado. Aquella noche Sancho durmió amarrado a la maleta por si las moscas. 

Atravesada entre los párpados 

tengo una mujer,
secreta mujer

tan sol y tan luna

que abre mis ojos
y me obliga a ver


mi desventura y mi fortuna.

Serrat

 


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
 

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Aquí comenzamos a ver ya algunas cosas. En primer lugar, que es una novela de agradable y sorprendente lectura. En segundo, que es una novela que engancha de Cervantes para rasear la jugada hacia la realidad más próxima, en vez de elevarla. La opción de que don Quijote pueda cambiar de amada o esta moza que se vende por reponer unos platos lo dice todo.
Ya nos vamos hacia Zaragoza.

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

Con el verano que has pasado en silencio, bien puedes hacer estas estupendas entradas y llevarte nuestros elogios.
Me ha gustado mucho este capítulo.
Don Quijote, sea de quien sea, se pasa de bueno.
Sancho, sabe dar valor al dinero y regatear.

Un abrazo.

P.D.: De la música no hace falta que te diga nada, porque ya sabes mi predilección por Serrat.